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V

Todo estaba muy oscuro. La luz de la Luna apenas llegaba a la habitación, así que estaba pobremente iluminada. Un pequeño brillo me sobresaltó y me hizo mirar a mi izquierda. Allí, en un rincón del cuarto, habían aparecido dos personas como por arte de magia. No había escuchado la puerta, así que no habían entrado por ella. ¿Cómo lo habían hecho? ¿Habría algún pasadizo que yo pudiera utilizar para escapar?

De repente mis pensamientos quedaron interrumpidos al percatarme de que las dos figuras me miraban a mí. La piel se me erizó y mi corazón latió como loco en mi pecho. Sentía miedo, mucho miedo. ¿Quiénes eran? ¿Qué querían de mí?

No pude ver bien a la segunda figura, la que estaba un poco más alejada, pero la primera se trataba claramente de una mujer joven que parecía notablemente sorprendida. Tenía el cabello negro y muy liso y unos increíbles ojos grises que me quedaban hipnotizada. Era la mujer más hermosa que había conocido en toda mi vida. Lo primero que pensé fue que se trataba de un ángel que había venido a por mí, pero ella parecía más bien una guerrera fuerte y valiente, no un ángel.

Entonces pensé que quizás Liccssie la había llevado allí y que esa mujer no iba a ayudarme. Y quizás la otra persona que se ocultaba en la oscuridad era otro hombre que había enviado la rubia. Me abracé las rodillas, como si aquello pudiera librarme de mi destino, y aguardé.

La chica comenzó a dar pequeños pasos en mi dirección y yo, aterrada, retrocedí inmediatamente, arrastrándome.

—No me hagas nada —le supliqué—. Me he portado bien, no he hecho nada malo.

—No voy a hacerte nada, te lo prometo. Estás a salvo conmigo.

Un castellano perfecto, su lengua natal, como la mía. Su voz era tan suave y tan fuerte al mismo tiempo que me invitaba a creerla, a creer que ella era real. Pero no, aquello no podía estar sucediendo y, en el fondo, yo lo sabía. Aquello tenía que ser fruto de mi mente cansada. Aunque sería hermoso dejarse llevar y creer por una vez que todo iba a salir bien, pero yo no podía permitirme ese lujo. Ya ni siquiera con Jared.

Vi como aquella mujer me inspeccionaba y apretaba la mandíbula, quizás de ira contenida, al observar los numerosos arañazos y moratones que tenía en la piel descubierta de mis brazos. Me arrepentí en aquel mismo instante de haberme subido las mangas de la camiseta, pero ya no podía hacer nada.

—¿Cómo te llamas? —me preguntó con esa voz que parecía una caricia.

—Lidia —respondí—. ¿Quién eres tú?

—Una amiga —me sonrió con dulzura.

Y juro por lo que era más sagrado para mí que fue la sonrisa más bonita que había visto nunca. El corazón me dio un vuelco en el pecho. Me entraban ganas de creerla, de creer que todo podía ser cierto y que no estaba sola, pero la vida se había encargado de darme muchos golpes hasta afrontar la dura realidad: estaba sola.

—No existen las amigas —le aseguré—. Aquí no.

—¿Por qué dices eso? —me preguntó extrañada y con el ceño fruncido.

Pensé en contarle todo lo que me estaba pasando, en hablarle de Liccssie, de Ania, de Jared... Pero sentí que no podía decírselo. Las palabras se atascaban al querer pronunciar el nombre de la rubia que me había hecho tanto daño. Así que pensé que podría contarle todo, pero culpando a otra persona, mencionando otro nombre.

—Aquí son malos conmigo. Si no haces lo que te dice el Señor, te dejan sin comida y sin agua durante días. No puedes desobedecer al Señor.

Sentí que mis ojos comenzaban a llenarse de lágrimas, pero no podía dejar que salieran. Aquella mujer no merecía verme llorar, no merecía ver tanta tristeza.

—¿El Señor? —inquirió ella.

—Sí, el Señor de este lugar. Es un hombre que te da comida y te instruye para luego llevarte lejos.

—¿Lejos? No lo entiendo.

Mi corazón empezó a latir muy deprisa y yo intenté relajarme, pero no podía.

—Cuando cumples los quince años —le expliqué algo alterada—. Cuando los cumples, él te lleva. Todas las niñas desaparecen cuando cumplen quince años. Él te lleva... y ya nunca vuelves. Ya no más.

—¿Y qué es lo que te enseña?

¿Cómo podía responder yo a esa pregunta? No podía decirle todo lo que Liccssie me obligaba a hacer cuando caía la noche. No entendía la razón, pero sentía que era a esa mujer a la que tenía que proteger, no ella a mí. Yo tenía que protegerla de la cruel realidad para que ella pudiera seguir estando tranquila y hermosa. Puede que fuera un sentimiento estúpido, pero no podía dejar de pensar en otra cosa. Así que le conté una pequeña mentira. Fue una mentira piadosa, dulce, para que no se preocupara demasiado. Las lágrimas escaparon de mis ojos y yo me sentí mal por ello en cuanto aquella mujer me miró con una profunda tristeza en sus ojos de color plata.

—Una mujer viene a nuestras celdas y nos... nos explica, nos enseña cómo debemos vestirnos y cómo des... desvestirnos delante del cliente. Ella dice que cuando tengamos la edad... entonces nos enseñará la práctica con... con uno de sus hombres y que las más... las más guapas y hermosas irán destinadas al Señor. La mujer nos hace daño si no... si no hacemos lo que nos dice...

Me sequé las lágrimas con impaciencia mientras ella parecía tener que hacer mucho esfuerzo por controlarse. Y, en el fondo, me alegraba que alguien sintiera tanta ira por lo que me estaban haciendo. Porque eso significaba que yo le importaba, que me quería...

—Lidia, mírame.

No fue difícil hacer lo que me pedía. Clavé mis ojos en los suyos, sin querer despegarlos jamás. No quería que volviera a dejarme sola, pero yo sabía que se estaba acercando la despedida. No saldría de allí aquella noche.

—Recuerda mi nombre, recuerda mi cara y recuerda esta promesa: te sacaré de aquí. ¿Lo entiendes? —asentí rápidamente con la cabeza—. Algún día, vendré a por ti. Me llamo Karintia, Karintia Neisser. Recuérdalo.

—Lo haré —le aseguré—. Lo recordaré.

—Bien —esbozó una sonrisa triste que me partió el corazón—. Hasta pronto, Lidia.

—Adiós, Karintia —me despedí.

Y en unos segundos, ya habían desaparecido. Aquella mujer me había hecho sentir tranquila a su lado, pero a la vez muy pequeña. Parecía muy poderosa y yo era... nada. Cuando me dijo que me ayudaría, que ella me sacaría de allí, me lo creí. Estaba tan ilusionada que ni siquiera pensé que habría podido ser un juego de mi mente cansada. Aunque luego sí que lo pensé. Pero su nombre no iba a salir jamás de mi cabeza. Se quedaría allí, como la promesa que me había hecho antes de marcharse.

El sonido de la puerta al abrirse me sacó de mis pensamientos, devolviéndome a la vida real y recordándome que Liccssie me había prometido traer a otro hombre a mi cuarto aquella noche y estaba segura de que había llegado el momento.

La mujer rubia se acercó a mí con una petulante sonrisa.

—Muy buenas noches, Lidia —canturreó—. Hoy va a ser un día muy especial que vas a recordar toda tu vida.

Al ver que yo no respondía a sus palabras, me miró con decepción.

—¿No quieres saber por qué estoy tan contenta?

—Que estés feliz solo significa más desgracia y dolor para mí —repliqué.

No sé de dónde saqué la fuerza para decir aquello, pero estaba claro que la visita de aquella mujer de ojos grises había tenido mucho que ver. Quería creer en ella, creer que iba a venir a rescatarme... Aunque para eso, yo tenía que seguir viva. Y mi actitud no había sido la adecuada, ya que Liccssie podría enfadarse y matarme, pero, para mi suerte, la rubia seguía sonriendo y negando con la cabeza.

—Lidia, Lidia, Lidia...—suspiró—. He estado hablando con tu Señor y resulta que me ha dado pleno poder sobre ti. Puedo hacer lo que me plazca contigo. ¿Recuerdas al amigo que te presenté hace un par de noches? Pues ha venido hoy, Lidia. Ha venido para hacerte mujer.

Esbozó una sonrisa retorcida al tiempo que aquel hombre entraba de nuevo en mi habitación, cerrando la puerta tras él. Con una sonrisa que me puso la carne de gallina avanzó hacia mí al tiempo que yo retrocedía hasta que mi espalda chocó con la pared. No tenía escapatoria.

Él pegó su cuerpo al mío y puso una mano en mi cintura. Después acercó su boca a mi oreja mientras yo me tensaba más y más, conteniendo la respiración sin darme cuenta.

—¿Recuerdas cuando te dije que te violaría hasta que me suplicaras piedad? —me preguntó—. Pues creo que ha llegado ese momento. Quiero oírte gritar mi nombre de tus dulces labios.

—Os dejaré para que intiméis a solas —Liccssie soltó una risita tonta y salió de mi habitación, dejándome con aquel monstruo.

Tragué saliva y noté que mi corazón se aceleraba por momentos. Sin duda, en aquellos momentos hubiera preferido la soledad de la que tanto me había quejado. Encerrada, estaba encerrada con un monstruo.

—¿Y cómo se supone que voy a gritar tu nombre si ni siquiera lo sé? —inquirí.

Siempre que me había sentido incómoda o que había tenido miedo había utilizado más la lengua de lo debido. En otras palabras: los nervios me hacían hablar más de lo normal. Y en aquel momento yo estaba aterrorizada.

—Rodrigo, me llamo Rodrigo. Aunque después de esta noche no creo que recuerdes ni tu propio nombre.

Después de aquella amenaza, noté cómo la mano que tenía en mi cintura subía despacio hacia mi pecho. Traté de detenerlo, pero él era mucho más fuerte que yo y no tardó en sujetarme las manos por encima de mi cabeza con una de las suyas mientras que con la otra tocaba mi cuerpo sin miramientos, sin escrúpulos. Adelantándose a mí, colocó su cuerpo entre mis piernas, separándolas para que no pudiera hacer ningún movimiento con ellas.

—¿Qué le sacas a forzar a una niña? —intenté que mi voz no se quebrara—. ¿No sería mejor hacer esto con una chica más madura físicamente?

—Me gustan las pequeñas —sonrió.

Me arrastró hasta el colchón mugriento y me tiró bocarriba. Intenté incorporarme, pero él fue más rápido. Se sentó a horcajadas sobre mí y me inmovilizó para después desabrocharme el pantalón mientras yo forcejeaba. Los ojos se me habían inundado de lágrimas, pero yo luchaba porque no salieran. No quería que aquel hombre me viera llorar, no quería darle esa satisfacción.

Consiguió quitarme el pantalón a pesar de que yo me revolvía con todas mis fuerzas. Pero, siendo realistas, ¿qué era la fuerza de una niña comparada con la de un adulto? Nada.

—Está bien, tú ganas, tú ganas... —acabé sollozando—. Te lo suplico, déjame. Siento mucho lo que te hice, pero fue la primera vez y... yo estaba nerviosa, no sabía lo que hacía... Por favor, yo no merezco esto.

—Creo que ya es un poco tarde para eso, ¿no crees? —volvió a esbozar aquella asquerosa sonrisa.

Deseé con todas mis fuerzas que Jared o Karintia aparecieran por aquella puerta para rescatarme, pero tenía que dejar de pensar que era una princesa en apuros. Sí, estaba en peligro, pero no era una princesa y a nadie le importaba si vivía o moría o las penurias por las que pasara. Yo estaba sola, siempre sola.

Rodrigo se quitó los pantalones y yo aproveché para tratar de salir corriendo, pero él me agarró por una pierna, haciéndome caer al suelo. Se quitó los calzoncillos que llevaba y se sentó a horcajadas sobre mí en el suelo, sujetándome las manos a ambos lados de mi cabeza. Sentía su miembro justo en mi entrada, aunque aún quedaba mi ropa interior por quitar.

Y cuando ya estaba segura de que todo estaba perdido, la puerta se abrió. Alguien entró gritando, pero yo no supe quién fue y la verdad es que me daba igual. Estaba aturdida, asustada y mi cuerpo temblaba.

Me desmayé.

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