IV
Mis sospechas se vieron confirmadas a la mañana siguiente, aunque no como yo esperaba.
La puerta de mi habitación se abrió y supuse que Ania habría venido para despedirse, pero una cabellera rubia me sacó de mi error.
—Vaya, parece que te han dejado sola —comentó con una estúpida sonrisa mientras cerraba la puerta a sus espaldas—. Ania se ha ido ya. No ha podido despedirse porque Jared la necesitaba y no podía hacerlo esperar. Qué lástima.
No dije nada, sino que me limité a mirarla y a luchar para que los ojos no se me llenaran de lágrimas.
—Sólo he venido a hablar contigo, Lidia. Seremos grandes amigas —siguió diciendo—. Sé que Ania te habrá aconsejado no fiarte de mí, pero yo voy a ser la única que va a contarte las cosas como son. ¿No quieres saber qué es este lugar? ¿No quieres saber cuál es ese trabajo del que te habla Marina?
El labio inferior comenzó a temblarme, pero permanecí en silencio.
—Te lo contaré de todos modos —sonrió—. Esto es un lugar donde las niñas como tú aprenden a satisfacer a los hombres, a darles lo que más les gusta para que paguen por ello. Y con ese dinero, tu Señor se enriquece. He convencido a Loraine de que no eres tan pequeña y de que podrás empezar a dar clases enseguida. Además, a muchos hombres les gustan las niñas que aún no tienen el periodo —avanzó hacia la puerta—. Puede que gracias a nuestra nueva amistad te incluya directamente en las prácticas y dejemos esa teoría aburrida por ahí perdida —rió—. Tú ya me entiendes. Quizás hasta te traiga un regalito esta noche.
Dicho esto, me guiñó un ojo y salió de la habitación. No había comprendido del todo sus palabras, pero el tono con el que las había pronunciado dejaba claro que no eran buenas noticias. Temblando y con los ojos anegados en lágrimas me dejé caer en el colchón. Doblé mis rodillas y me acurruqué junto a la pared todo lo que me fue posible, enterrando mi cara entre las piernas para ahogar los sollozos que se escapaban de mi garganta.
No puedo decir cuánto tiempo estuve así, pero me parecieron horas. Las lágrimas no dejaban de salir de mis ojos y me dolía el pecho. Alguien abrió la puerta en algún momento y me dejó una bandeja con comida, pero mi apetito se había ido, como también se había ido Ania. Y llorando, me quedé dormida.
Me desperté cuando ya era de noche y mi cuarto estaba sumido en la oscuridad. Me froté los ojos y suspiré, sintiendo una opresión en el pecho que no me dejaba respirar bien.
La puerta se abrió justo en aquel momento, dejando entrar a Liccssie acompañada de un hombre. Parecía tener entre veintidós y veinticinco años, con el cabello castaño y los ojos igual de marrones. Era bastante guapo, pero yo no estaba interesada en él. Aunque por la sonrisa torcida de Liccssie deduje que ese hombre no me sería indiferente a partir de aquella noche.
—Bienvenida a tu primera práctica, Lidia —me dijo la rubia mientras cerraba la puerta—. Lamentablemente, no puedo hacer que pierdas tu virginidad todavía... A Jared y a tu Señor les disgustaría mucho. Pero puedo hacer que juegues un poco y experimentes ciertas cosas de la vida.
Después de eso, el hombre se bajó los pantalones y los boxers que traía puestos al tiempo que yo apartaba la mirada y mis ojos comenzaban a llenarse de lágrimas. Ya nada sería como antes y nunca jamás volvería a ser la misma después de aquello. Liccssie acabaría conmigo... para siempre.
Me encontraba acurrucada en mi cama cubriéndome la boca con las manos para ahogar mis sollozos. Me sentía asqueada y muy sucia y odiaba estar llorando, pero no podía evitarlo.
Aún recordaba el miembro de ese hombre y la sonrisa retorcida y malévola de Liccssie mientras yo me arrodillaba. Me hizo abrir la boca y aquel hombre metió su... «cosa» en ella, provocándome arcadas. Saqué su miembro y comencé a toser a la vez que lloraba.
—No puedo —le decía—. No puedo hacerlo.
Pero Liccssie me cogió por el cuello, asfixiándome. Recordé su voz envenenada al decirme que si apreciaba mi vida, mejor sería que lo hiciera. Me soltó y respiré un par de veces antes de volver a intentarlo.
El hombre gruñía de placer mientras me cogía la cabeza por detrás, apretándome más contra él. Las lágrimas se derramaron por mis mejillas sin que yo pudiera controlarlas y eso hizo sonreír a la rubia, quien disfrutaba del espectáculo.
—Puedes correrte dentro de ella, cariño —le dijo al hombre con voz melosa.
Yo no sabía lo que eso significaba, pero viniendo de Liccssie no me esperaba nada bueno. Y, en efecto, así fue. Todavía podía notar ese asqueroso líquido espeso y caliente en mi boca que me hizo cerrarla fuertemente, mordiendo el miembro del hombre en el proceso.
Él gritó de dolor mientras yo giraba mi cabeza hacia el suelo para escupir ese líquido asqueroso y me quedé en aquella posición por si vomitaba.
—¡Hija de perra! —me gritaba.
—Lo siento —decía yo con voz temblorosa—. Ha sido sin querer, lo siento...
—¿Lo sientes?
Después de eso, sólo noté la mano del hombre en mi cara a tal velocidad y con tal fuerza que me caí hacia atrás. No contento con eso, su pie impactó en mi barriga. Me giré y sentí otra patada en la espalda mientras intentaba acurrucarme para no recibir más golpes o, al menos, que no fueran en zonas importantes como el estómago, la cabeza o los pulmones.
El hombre me cogió del pelo y me hizo tumbarme bocarriba mientras las lágrimas se deslizaban por mis mejillas, silenciosas. Después acercó su cara a la mía hasta que su boca estuvo a escasos centímetros.
—Te violaría aquí mismo hasta hacerte gritar y suplicarme que pare —me dijo—. Solo reza para que no me dejen hacerlo en un futuro próximo, nena.
Me soltó con un fuerte empujón y yo intenté recobrar el aliento. Tras una mirada de superioridad por parte de Liccssie, ambos se fueron, dejándome allí sola y dolorida. Pero antes de cerrar la puerta, la rubia se volvió hacia mí.
—Como castigo por tu insolencia pasarás dos días sin comida ni agua —me dijo—. Así aprenderás a obedecer los deseos de tu Señor.
Y ahora estaba allí, cansada de llorar y de lamentarme de mi mala suerte. Mi habitación seguía oscura, pero sabía que no sería por mucho tiempo. Me sequé las lágrimas y me tumbé en el colchón para intentar dormir un poco. Al menos sabía que Liccssie no me molestaría en los dos días que durara mi castigo. Pero después todo sería aún peor.
La mujer rubia cumplió su amenaza y no recibí ni una sola migaja de pan en dos días. Tampoco recibí agua, por lo que estaba profundamente deshidratada. Para no gastar energía, me limité a acomodarme en el colchón y dormir todo lo que podía, pero era algo muy aburrido y no dejaba de pensar en lo hambrienta y sedienta que estaba. ¿Cuánto tardaría Jared en ver mi sangre? Si me quedaba allí lo suficiente, Liccssie acabaría conmigo, de eso no cabía la menor duda. Incluso Ania lo sabía. Fue una lástima no haber podido despedirme de ella, dado que no sabía si la volvería a ver.
Los dos días pasaron. Pensé que Liccssie no perdería la oportunidad de verme débil y casi muerta de hambre y sed, pero me equivoqué. Fue Marina la que entró en mi habitación con un poco de agua y un bocadillo en una bandeja. Cuando se fue, me arrastré hacia la bandeja y me comí el bocadillo para después beberme casi de un solo trago el vaso de agua. No había sido suficiente, pero al menos mi estómago dejaría de rugir.
Liccssie se presentó en mi habitación a mitad de mañana con otra bandeja llena de comida.
—Solo te la daré si prometes que esta noche no volverás a armar el mismo estropicio —me dijo.
Lo que significaba que otro hombre vendría a mi cuarto aquella noche. Y quién sabe lo que Liccssie me obligaría a hacer...
—No te escucho, Lidia —se impacientó.
Miré la bandeja repleta de comida y mi estómago rugió. No podía morirme de hambre en aquel lugar. Tenía que esperar a Jared... Jared...
—Te lo prometo: haré lo que me pidas —musité con la cabeza baja.
Ella sonrió, triunfal, y dejó la bandeja en el suelo. Después salió de mi habitación y yo suspiré. Me dolía todo el cuerpo por todos los golpes recibidos por aquel hombre. Tenía pequeñas manchas moradas por innumerables lugares de mi cuerpo y el labio partido, pero ya se me estaba curando. No quería recibir otra paliza y no podía hacer nada más, así que obedecería hasta que alguien me sacara de allí. Si tan solo pudiera creer que Jared me salvaría... Pero no estaba segura.
Me comí todo lo que había en la bandeja sin importar si me gustaba o no. Había pasado demasiada hambre como para desperdiciar un solo trozo de comida o una gota de agua. Después volví a acurrucarme en el colchón.
Me quedé horas allí, como ya era costumbre hacerlo. No habían venido a por mí para ofrecerme una ducha, aunque sí me habían dejado ir al baño dos veces al día. Podría haber bebido del grifo del lavabo en aquellas ocasiones, pero tenía miedo de que no fuera agua potable o que me descubrieran en el intento.
La oscuridad se fue apoderando poco a poco del lugar y yo no podía hacer nada para detener el tiempo. Fue entonces cuando sucedió.
