VII
Un día. Habían pasado veinticuatro horas exactas desde que Ania se había ido y Liccssie no había dado señales de vida. Mi corazón se empeñaba en hacerme creer que todo saldría bien y que Liccssie no vendría nunca más, pero mi mente sabía que eso no podía ser cierto.
Tomé el desayuno mientras volvía a inspeccionar mi cuerpo. No notaba nada extraño, pero tampoco sabía muy bien cómo actuaba el elixir. ¿Cambiaría de la noche a la mañana o gradualmente? No tenía muy claro qué era mejor. Si cambiaba de un día para otro todo sería muy brusco, pero pasaría deprisa y me acostumbraría. En cambio, si ocurría poco a poco, me desquiciaría encontrar otro pequeño detalle que cambiara mi cuerpo mientras iba sintiendo que ya no era yo misma. Fuera como fuese, sería horrible.
Cuando terminé mi desayuno, me tumbé en el colchón nuevo. A veces echaba de menos el olor a putrefacción de mi antiguo colchón, por lo que algunas noches me cambiaba casi sin darme cuenta y amanecía en el colchón mugriento. Así no olvidaba dónde estaba y por qué.
El día pasó muy tranquilo y aburrido. Marina apareció con un hombre para llevarme al baño justo antes de la cena. Al principio pensé que Liccssie había vuelto a las andadas y que había mandado a ese hombre para seguir con mi tortura, pero no.
—Tienes media hora —me dijo la mujer.
Me quitó la venda de los ojos y cerró la puerta del baño a mis espaldas. Cuál fue mi sorpresa al ver que no estaba en el baño que recordaba, sino en otro un poco más limpio y más grande. Seguía sin parecerse al pulcro baño de mi abuela, pero era una mejora.
Me desnudé y me metí en la ducha. Encontré un champú y un gel de baño que utilicé para sacarme toda la suciedad acumulada en mi cabello y mi cuerpo. Por primera vez en mucho tiempo pude disfrutar del agua tibia sobre mi piel. Era una delicia.
Cuando salí de la ducha, encontré ropa nueva y limpia en una silla un poco rota. Se trataba de unos pantalones vaqueros ajustados y una camiseta blanca de manga corta con algunos adornos de encaje. En el suelo encontré unos zapatos blancos un poco más cómodos que las manoletinas que llevaba puestas. Parecía que Ania tenía razón y las cosas empezarían a cambiar.
Me coloqué la ropa y busqué en los armarios del baño hasta encontrar un cepillo con el que poder desenredarme el cabello. Fue una tarea muy complicada, ya que aunque mi pelo estaba más bien corto hacía días que no le daba un buen cepillado.
Mi reflejo me miró desde el espejo. Seguía siendo yo, o eso creía, pero tenía la sensación de que era otra chica la que me miraba desde allí. El corazón me dio un vuelco y el miedo se vislumbró en mis ojos color chocolate.
—Se acabó el tiempo.
La puerta se había abierto con un rápido movimiento y Marina apareció en el baño.
Me di la vuelta para que pudiera atarme otra vez el trapo en la cabeza, tapándome los ojos. Me condujo hasta mi habitación, me quitó la tela y cerró la puerta. Una bandeja con comida me esperaba cerca de los dos colchones. Me senté y degusté la cena mientras pensaba en qué otras cosas cambiarían a partir de ese momento.
Dos días después noté algo extraño. Al despertarme esa mañana, descubrí que había crecido, que era más alta que la noche anterior. Parecía algo insólito, pero era normal teniendo en cuenta que me había tomado el elixir. Me estiré todo lo que pude en el colchón y deduje que había crecido unos diez centímetros.
Me levanté y me apresuré a comprobar cada palmo de mi cuerpo para averiguar si había más cambios, pero ese parecía ser el único. Suspiré y me dirigí hacia donde me dejaban cada mañana la bandeja con el desayuno. Las comidas eran más abundantes y algunas veces me daban hasta cuatro diarias. Liccssie seguía sin dejarse ver... Al menos hasta aquella noche.
La rubia entró en mi habitación justo después de la cena. Al contrario de lo que pensé, no dijo ni una sola palabra. Simplemente me miró con odio y me midió, como si supiera que había crecido. Después me analizó un par de minutos más y se fue como había venido sin mediar palabra. Cuando la puerta se hubo cerrado tras ella, no pude evitar soltar un suspiro de alivio. Ania tenía razón: Liccssie no podría volver a molestarme.
Aquella noche dormí bien, tranquila. Sabía que Liccssie no dejaría pasar todo aquello, que estaba planeando algo, pero no me preocupaba demasiado. Por primera vez en mucho tiempo, volvía a tener esperanza. Craso error.
En los días siguientes fui notando pequeños cambios. Mis pechos iban aumentando de tamaño y mi cuerpo se alargaba y moldeaba, llenándose de curvas que poco a poco se iban pronunciando cada vez más. Las facciones de mi rostro se iban endureciendo un poco, pero aún seguía pareciendo una niña. Mi cabello se onduló y se aclaró considerablemente hasta tornarse de un color castaño en lugar de negro.
Hasta que un buen día el cambio terminó. Me desperté una mañana en mi colchón mugriento. Todo parecía normal, así que me incorporé para ir a tomar mi desayuno. Pero al hacerlo, me percaté de que mi pantalón estaba manchado y que el líquido había llegado hasta el colchón, tiñéndolo de rojo. Me acerqué un poco más y lo rocé con mis dedos, casi sin poder creérmelo.
—Se llama menstruación —dijo una voz desde mi puerta.
Tan absorta había estado en la mancha que no me había percatado de que la puerta de mi habitación se abría, dejando entrar a Marina.
—Las mujeres sangramos por nuestras partes durante unos cuatro o cinco días cada mes una vez que llegamos a la pubertad —me explicó—. Esto te pasará todos los meses hasta que tengas unos cuarenta o cincuenta años. Si manchas, quiere decir que no estás embarazada. Si algún mes no sangrases, podría ser un indicador de que has quedado embarazada o de que se te ha atrasado el periodo. Ven conmigo. Te llevaré al baño para que puedas ducharte y cambiarte de ropa. Te daré algunas compresas para que las utilices.
Todo aquello era nuevo para mí. Suponía que las madres les contarían todo eso a sus hijas, pero la mía había muerto demasiado pronto.
Dejé que Marina me vendara los ojos una vez más y que me condujese al baño. Una vez allí, me desnudé y me di una buena ducha con agua tibia. Me sequé y coloqué las compresas en mi ropa interior tal y como Marina me había indicado. Ya había empezado a usar sujetador, aunque no me gustaba demasiado. Además, mis pechos eran diminutos y consideraba que realmente no valía la pena utilizarlo, pero Marina me convenció de que era necesario. Me puse unos pantalones vaqueros, una camiseta celeste de tirantes y unos zapatos negros. Después me peiné el cabello como pude y esperé a que Marina llegara a por mí.
Me vendó los ojos y me llevó otra vez a mi habitación. Me dijo que debía cambiarme la compresa al cabo de unas horas, así que me dejó un par más por allí. Dos hombres entraron y se llevaron el colchón mugriento con la sangre ya reseca y cerraron la puerta, dejándome sola.
Desde que Ania se había ido, mi vida no había sido tan mala como antes, pero estaba lejos de ser buena. Día tras día esperaba ansiosa a que Jared abriese la puerta de mi habitación para liberarme, pero eso nunca pasaba. Cada noche miraba a la Luna, deseosa de poder salir al exterior. Hacía mucho tiempo que no entraba aire fresco en mis pulmones y empezaba a notar los efectos del aire cargado de moho y humedad. Sin embargo, no podía quejarme. Mis condiciones de vida habían mejorado mucho gracias a Jared.
Aquella noche soñé con Karintia. Sus ojos grises me miraban con dulzura mientras yo sonreía, feliz. No podía estar triste mirando aquellos ojos. Era algo muy difícil de explicar, pero era real. Y eso era lo único que necesitaba saber.
Sin embargo, mi felicidad no duró mucho. Una semana después, Liccssie entró en mi habitación con una sonrisa triunfal que intuía que me traería muchos problemas.
—Ya eres toda una mujer, Lidia —comentó mientras se acercaba para medir todas las partes de mi cuerpo.
—¿Qué edad dirías que tengo? —le pregunté.
Me habría gustado no tener que dirigirle la palabra, pero había cuestiones que requerían respuestas.
—Cuando termine de medirte lo sabremos.
Estaba muy incómoda. Liccssie estaba siendo demasiado amable y eso no sería bueno. Estaba tramando algo, algo que le estaba saliendo bien y se sentía contenta por ello. Eran muy malas noticias para mí.
—Bien —dijo tras haberme examinado—. Diría que tienes unos dieciséis. El elixir ya no hará más efecto, por lo que ya no crecerás más físicamente.
Asentí sin mediar palabra y la rubia me dedicó una espeluznante sonrisa.
—Hasta dentro de muy pronto, mi querida Lidia —dijo antes de cerrar la puerta.
Esas palabras eran la confirmación que yo necesitaba para saber que algo muy malo estaba a punto de ocurrir.
Los días siguientes fueron horribles para mí. Seguía recibiendo el mismo trato por parte de Marina y los mismos cuidados que antes, pero estaba inquieta. Ahora que sabía que Liccssie estaba tramando algo no podía estar tranquila. Sabía que Ania se equivocaba y que la rubia seguiría intentando hacerme la vida imposible, pero no hice caso a mi instinto. Tonta de mí.
Dos días después de aquello, Liccssie y el hombre al que debía llamar «Señor» entraron en mi habitación. Las dos personas que más odiaba estaban frente a mí con una sonrisa asquerosa en sus bocas.
—¿Ves? —le decía Liccssie—. Ha crecido mucho y está estupenda. No deberías dejar pasar la oportunidad.
—¿Oportunidad? —inquirí frunciendo el ceño—. ¿De qué?
—De estrenar tu nuevo cuerpo... conmigo —sonrió el hombre mientras se acercaba a mí.
Yo retrocedí todo lo que pude, pero al final consiguió tenerme a escasos centímetros de su cuerpo. Con una mano me cogió la cara y me tocó el labio inferior. Asqueada, traté de liberarme de su agarre, pero no pude.
—Eres una maravilla, Lidia —sonrió—. Tus pechos son demasiado pequeños, no suelen gustarme así, pero será delicioso probarte antes de que lo hagan otros. Es un privilegio.
Dicho esto, apartó por fin su mano de mi cara y se dio la vuelta. Liccssie lucía su mejor sonrisa y me miraba con los ojos centelleantes.
—Tú no puedes hacer esto —le dije, tratando de que la voz no me temblara—. Jared te dio órdenes...
—Sí, me dio órdenes a mí, pero no a él —mostró más sus blancos dientes—. Tu Señor puede hacer contigo lo que le plazca. Alégrate, Lidia. Te ha elegido por ser la más hermosa de todas, aunque tu cuerpo deje mucho que desear.
Soltó una pequeña carcajada y cerró la puerta. No iba a acabar bien.
