III
Estaba lloviendo. Lo sabía por el ruido que procedía de las gotas chocando contra la ventana y algunas que se colaban por el pedazo que estaba roto. El sonido me relajaba y me aislaba de todo. El cielo se había oscurecido, al igual que mi habitación, pero no me importaba porque yo sólo podía pensar en Jared. ¿Cómo sería? ¿Un caballero de brillante armadura? ¿Como un príncipe azul? Pero Ania había dicho que él no era un héroe, sino el peor de los villanos. ¿Sería un dragón? En el caso de que estos existieran, claro.
—¿Cómo puede ser malo alguien que quiere sacarme de aquí? —me pregunté en voz alta.
Otro tema que había quedado medio resuelto era la visible antipatía de Liccssie hacia mí.
—Ella quiere a Jared para ella sola. Es arrogante, posesiva y mandona, pero en el fondo sabe que no vale una mier... —Ania me había mirado de reojo—. Que vale muy poco. Es consciente de que nuestro jefe no está con ella por entero, digamos. Por eso tiene tanto miedo de que se fije en otra persona. Por ejemplo, en ti.
Entonces, ¿había insinuado Ania que si Jared me conocía, podría llegar a Liccssie? No lo sabía con seguridad, pero yo me conformaba con que me sacara de allí. Quería vivir una vida normal, ir al colegio, hacer amigos y volver a ver a mis padres, aunque fuera imposible hacer aquello último. Apenas los recordaba, pero echaba mucho de menos a mi abuela.
Me tumbé en el colchón y cerré los ojos mientras seguía escuchando la lluvia. Intentaba imaginarme el rostro de Jared, pero sólo me salía la imagen de un ángel. ¿Y si era el diablo? Daría igual. Me iría con él sin pensarlo si me sacaba de allí. Sin embargo, tenía la sensación de que con él, mi vida no sería exactamente normal.
A la mañana siguiente encontré una bandeja con comida que parecía apetitosa y una nota al lado. Me habían enseñado a leer a temprana edad, así que no tendría ningún problema.
«Cómetelo todo. Estás muy delgada y necesitas coger fuerzas. Marina irá hoy a por ti para llevarte con algunas chicas. Suerte».
No entendía por qué me deseaba suerte. Yo estaba deseando conocer a otras niñas como yo que estuvieran pasando por lo mismo. No me agradaba Marina, pero quizás era porque aún no la conocía.
Tomé todo el desayuno y esperé pacientemente a que la mujer llegara a mi habitación. No tardó mucho y su aspecto seguía siendo el mismo. Quizás si hubiera sido más pequeña, Marina me habría dado miedo o me habría asustado, pero ya no.
—Vamos, niña —me dijo—. Tenemos trabajo.
Me levanté y caminé hacia ella. Marina sacó un trapo y me vendó los ojos con él. Después me cogió del brazo y me hizo caminar a su lado. Olía a perfume barato, lo cual me recordó a algunas mujeres de uno de los barrios de la ciudad en la que vivía con mi abuela. Ella nunca me había dejado acercarme allí sola, aunque nunca había entendido por qué.
No sé cuánto tiempo estuve caminando, pero cuando paramos, Marina me quitó la venda y pude ver dónde me encontraba. Se trataba de una sala mucho más grande que mi habitación. Había ropa colgada de distintos percheros, un par de armarios, dos camas matrimoniales y alguna que otra silla. Aparte de mí, había unas cinco chicas más, pero parecían mayores que yo. Una mujer muy bien arreglada y con una irritante voz chillona se acercó a ellas. Marina me dio un ligero empujón hasta la fila que habían formado las muchachas. La mujer se puso delante y fue examinando a cada una, diciéndoles lo que pensaba de su aspecto, su ropa, su cabello... Cuando llegó a mí, me miró por encima de sus gafas y negó con la cabeza, haciendo que su cabello de un color miel anaranjado se agitara.
—Pero, Marina, ¿¡cómo se te ocurre!? Es demasiado pequeña —le dijo—. Tendremos que esperar unos años o darle el elixir rojo.
—Solo hago mi trabajo, Loraine: asegurarme —respondió Marina—. Se lo diré a Ania Rose y a Liccssie.
Y dicho esto, volvió a vendarme los ojos con el trapo y me llevó a mi habitación.
—Seguramente, Ania Rose vendrá después a hablar contigo —me dijo antes de cerrar la puerta.
¿Qué había pasado? ¿Por qué esa tal Loraine había dicho que era demasiado pequeña? ¿Y a qué venía tanta crítica de aspecto y moda? ¿Sería un trabajo de modelo? Había visto en algunas películas de la tele que niñas con vidas desgraciadas acababan triunfando y siendo felices. ¿Me pasaría eso a mí?
No entendía muy bien por qué, pero confiaba en Ania y si ella me había dicho que ese sitio no era bueno... por algo sería. Lo mejor era que Jared llegara cuanto antes. ¿Qué estaría haciendo? ¿Por qué estaba de viaje?
—Quizás Ania me engañó —pensé en voz alta—. A lo mejor no soy tan importante para él como ella dice. ¿Por qué no ha venido si soy lo que él quiere?
—Creo que te he creado una pequeña dependencia de Jared.
Esa voz me sobresaltó. Había estado tan sumida en mis pensamientos que no me había dado cuenta de que la puerta se abría y Ania entraba por ella.
—No estés tan pendiente de él, Lidia. Ni siquiera lo conoces. Podría ser el peor hombre del mundo.
—Y, sin embargo, es mejor irme con él que quedarme en este lugar, según tú —le dije—. No será tan malo, entonces.
—No aparentas tu edad —sonrió—. Al menos, no mentalmente. Eres lista y eso es realmente bueno para ti. No esperes nada de nadie, Lidia. Todo el mundo tiene sus razones ocultas para hacer las cosas.
Aquellas palabras se quedaron grabadas en mi mente. Creo que aquel fue el primer momento en el que comencé a pensar que no existían los finales felices tal y como te los enseñan los cuentos. La vida real era más cruel.
—Bueno, estoy aquí porque tenemos un problema, aunque no creo que sea exactamente eso —me dijo mientras avanzaba un poco hacia mí—. Loraine ha considerado que no eres lo suficientemente mayor, por lo que aún no puedes empezar. Es una suerte para ti, aunque no demasiada.
—¿Por qué dices eso? —fruncí el ceño.
—Porque, a lo mejor, te hacen beber lo que ellos llaman el «elixir rojo».
—¿Y qué se supone que es eso?
—Es una especie de pócima mágica que te hace crecer muy rápidamente —me explicó con dificultad—. Pero no te preocupes, he hablado con Jared y él no va a dejar que nadie te dé ese elixir. Quiere dártelo solo él.
—¿Eso quiere decir que por ahora no voy a trabajar? —esbocé una sonrisa.
—Eso es —asintió—. Aunque no sé por cuánto tiempo podremos paralizar esto. La vida da muchas vueltas y la noticia de Jared ha enfurecido a Liccssie. No te fíes de ella, ¿de acuerdo?
—No lo haré —prometí.
—Bien. Ahora solo queda esperar a ver cómo se desarrollan los acontecimientos.
Aquella noche también llovió, pero el agua traía consigo relámpagos y truenos que iluminaban la habitación de forma siniestra y producían estruendos horribles. No supe por qué, pero sentí que aquello era un mal presagio y que todo estaba a punto de cambiar.
Los días pasaban sin descanso. Marina no volvió a visitarme y Ania se encargaba de llevarme mis tres comidas diarias y de darme conversación. Engordé un poco, aunque no mucho, y ella me dijo que parecía más humana así.
—Antes te asemejabas a un esqueleto andante —me decía—. Ahora ya sólo pareces un poco anoréxica.
Mi aspecto exterior habría mejorado, pero mi estado de ánimo era el mismo. Día tras día le rogaba a quien fuera para que Jared llegara pronto, para que me rescatara, para que se convirtiera en el príncipe azul que yo había imaginado que era. Pero mis esperanzas menguaban al caer la noche y entender que ese día Jared tampoco vendría a por mí.
Hasta que un día, todo cambió.
Estaba en mi cuarto, jugando a quitarle hilos al colchón. Entre aquellas cuatro paredes no podía hacer gran cosa, así que me entretenía con lo que podía. La puerta se abrió y la cara sonriente de Ania apareció tras ella. Nuestra relación se había estrechado hasta el punto de considerarla una amiga: mi única amiga. En sus manos, la chica llevaba un pequeño pastel de chocolate con una vela encendida.
—Feliz cumpleaños, Lidia —me dijo—. Ya tienes diez años.
—Sí, aunque no me sirve de nada en este lugar menos para condenarme —esbocé una triste sonrisa—. Cuantos más años cumpla, más cerca estaré de que Marina venga a por mí.
—No permitas que estropeen una fecha tan especial e importante como tu cumpleaños, Lidia. Hazme caso, no merece la pena. Debes disfrutar de poder crecer y avanzar —me dijo nostálgica, aunque no supe por qué.
No fue un cumpleaños alegre, pero Ania hizo todo lo posible por hacerme sonreír... hasta que el Sol comenzó a bajar en el horizonte.
—Escucha, Lidia... —carraspeó—. Sé que no debería estropearte este día, pero necesito contarte algo. Tengo noticias.
—¿De Jared? —pregunté esperanzada.
—Más o menos, pero no va a venir —me miró fijamente—. Me voy yo.
Todo mi mundo se cayó en aquel instante. Mi corazón pareció detenerse y mi piel quedó fría. Aquello no podía estar pasándome.
—Aún no es seguro al cien por cien, pero sí —suspiró—. Jared necesita a una persona de confianza para realizar una tarea y Liccssie lo ha convencido de que yo soy la persona perfecta para el trabajo.
—Me quedaré sola con ella... —musité—. Mi vida será un infierno.
—Lo será —me aseguró—. Por eso iré a ver a Jared antes y hablaré con él, pero para eso necesito tu sangre.
—¿Por qué? —le pregunté.
—Porque la necesito para que Jared pueda decidir si mereces la pena o no —trató de explicarme—. No será mucha y lo haré rápido.
Asentí y ella sacó un frasco y una aguja con un tubo transparente de goma para que pasara la sangre. Me pasó un algodón impregnado en alcohol por la zona interior del codo y metió la aguja con cuidado. Mi sangre fue pasando de la goma al frasco hasta que éste estuvo casi lleno. Después, retiró la aguja y me tapó la pequeña herida con algodón.
—Mañana vendré a despedirme si mi marcha es definitiva —me dijo.
—¿Tan pronto?
—Jared me necesita con urgencia —fue lo único que me dijo.
Las cartas ya estaban sobre la mesa. Estaba segura de que Ania se iría y de que Liccssie me haría la vida imposible aunque Jared le ordenara lo contrario. Quizás, para cuando él viera mi sangre, ya sería tarde para mí.
