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Capitulo 2: Tantas preguntas

II

¿Acaso era realidad ese encuentro destinado que se tenía entre Alphas y omegas? ¿Acaso su hermano, ese precioso ser que había tenido que probar la hiel de la soledad y la tristeza tantas veces, pudo por fin hallar ese otro ser, que no se separaría nunca de su lado y que lo complementaría por el resto de la vida que pudiera tener? Aquella reacción no podía ser solo casualidad. Ana se puso de rodillas y lo miró entusiasmada, casi con lágrimas en los ojos. La suerte que Matthew no había tenido nunca en el amor, al fin, parecía manifestarse.

—¿Es ella? ¿Es tu destinada? —susurró emocionada. Matthew la miró con una sonrisa y movió su cabeza.

—No, no lo es.

—¡¿Pero qué demonios dices?! ¡Casi te desmayaste en su presencia! —reclamó Ana, que no se esperaba esa respuesta para nada.

—Ana, no te lo puedo explicar, pero no es como lo describen... no es la misma sensación que la de haber encontrado a mi otra mitad y además, no hay ningún aroma en absoluto que yo pudiera percibir...

—¡Oh, disculpa! ¿Y es que acaso cuántas destinadas has tenido? Idiota, mejor ya de una vez levántate y deja de dar espectáculos.

Ana estaba muy molesta, aunque no quedaba muy claro el porqué. Matthew, en cambio, se sentía transportado a esa casa, a esa habitación donde las flores rodeaban la ventana, donde la mecedora se movía con gracia, sin pausa y sin apuro. Aquel roce, ese pequeño momento en que el tacto de esa jovencita lo irrumpió, fue ahí cuando su vida dio un vuelco hacia ese lugar feliz que era el refugio en su mente. Y a pesar de aquello, ella no era su destinada.

El día, que parecía no terminar, finalmente condujo a los hermanos Siberan a una pequeña charla informativa sobre las reglas del lugar. Aquello no era más que las normas que debían tomar según fuera su género, ya que en aquel sitio estaba prohibido tratar diferente a cualquiera, sin importar el camino que tomó su sangre.

Alphas, betas y omegas ahí eran solo personas a la que se les enseñaría, aun así, la institución no podía ignorar los muchos problemas que aquello podía significar. El amor no estaba prohibido, por supuesto que no, pero el abuso de este, de poder y de confianza sí eran castigados severamente. Los alphas y omegas serían monitoreados con mucho cuidado y debían entregar un calendario semanal de sus ciclos, de la toma de sus medicamentos supresores y claro, de su época de celo.

Matthew seguía pensando que su madre no debió enviarlos a él y a su hermana a un sitio así, sería más el tiempo que se perdería en tratar de evitar caer en garras de las feromonas que estudiando. Luego sonrió un poco, como si él en verdad estuviera ahí porque quería hacer una carrera o estudiar. Él solo estaba ahí, para no caer más profundo en su odio y tristeza, también porque razonar con su madre era imposible, y, a pesar de todo, ella parecía siempre tener la razón.

Se sentó en la parte más alta y al echar un vistazo a los de más abajo, la vio a ella. A esa joven que parecía un poco menor, de cabello oscuro y ojos enormes. Sin poder disimularlo, sonrió, porque eso le producía verla, una sonrisa, pero aquella alegría que por meses estuvo oculta como su pierna bajo el yeso, se opacó, y sintió como si un dardo en el pecho empezara a lacerarlo. Aquella muchacha inclinó lo suficiente su cabeza como para que su cuello quedara al descubierto.

Todo en ese momento se derrumbó en el interior de Matthew. Ese lugar feliz en su mente empezaba a destrozarse, el tacto de esa joven no sería nunca más para él, no como lo soñaba en las escasas horas de haberla conocido. Esa muchacha, esa gentil y bella chica, tenía la marca que la ataba a alguien más. Otro alpha se le había adelantado en la carrera por ser feliz, por darle un poco de dulce a su vida. No era ni sería su destinada, ni su nada, ya nunca.

Se empezó a poner pálido y a respirar agitado. Ana lo sacudió un poco para saber qué le sucedía y le insistía para ir a la enfermería. El pequeño alboroto llegó a oídos de la chica que viró a ver lo que sucedía y supo de quién se trataba. Cuando pudo cruzar la mirada con la de Matthew, le sonrió, pero el hombre de ojos azulinos viró su rostro con molestia. Eso pareció lastimar a la muchacha que no entendía nada de lo que pasaba.

—Ya deja el escándalo, estoy bien. Solo me dolió un poco la pierna —rezongó el patinador fingiendo masajear su rodilla.

—Pensé que tus dolores habían quedado ya superados... Matt, a partir de ahora estaremos en clases separadas, ¿seguro estarás bien?

—Ana, por favor —susurró el hermano tomándole una mano—, claro que estaré bien, ya no soy un niño y hasta hace un año era el orgullo de mi país, así que no debes preocuparte, no habrá ni una gota de alcohol en mi sistema, y ni un mal pensamiento cruzará por mi pelvis.

—¡Ay, Matthew, qué vulgar! Espero que sea cierto lo que me dices. Porque me di cuenta de que esa muchacha está acá.

—Está marcada. —Ana no pareció entender lo que le decía—. Ya tiene un compañero.

Ana miró a la chica, pero no podía distinguir nada, ya que llevaba un suéter con el cuello muy alto. Sonrió con tristeza y pensó que esa era la historia de amor más corta del mundo. A Matthew por fin parecía gustarle alguien, se llenaba de esperanza y ese alguien ya tenía un compañero. Al menos en algo tenía razón su hermano, ella no era su destino.

La charla comenzó con la información básica del lugar. Todos los ahí presentes eran estudiantes de postgrado, haciendo alguna especialización o curso avanzado. Su estadía en el lugar variaría entre 6 meses a un año, según lo que estudiaran. Les explicaron los horarios, los ingresos y salidas de la biblioteca, que ahora solo era un enorme y silencioso salón de estudio, los libros habían quedado rezagados a los anaqueles, reemplazados por los avanzados dispositivos móviles. Por fin llegaron al inevitable tema del manejo de los géneros, que la verdad no era nada nuevo a lo que ya sabían del folleto de bienvenida.

—Bueno, jóvenes, ahora quien tenga preguntas, puede con toda confianza...

—Yo tengo una —interrumpió Matthew—. ¿Puede un alpha sentirse atraído por un omega marcado?

La pregunta, que parecía no tener lugar, hizo que todos voltearan a verlo. Algunos solo se echaron a reír, mientras Ana cubría su rostro, avergonzada. Era claro que ahí estaban los genes Siberan hablando, esos que no podían admitir una derrota, jamás.

—Ante su pregunta, señor, le puedo decir que no es posible que un alpha sienta atracción por un omega que ya tiene un compañero, pero...

—¿Bajo ninguna circunstancia? —interrumpió de nuevo el impaciente hombre de cabellos claros.

—Si me permite continuar, iba a decirle que existe la posibilidad de que sí haya atracción si este omega ha roto el vínculo o su compañero ha muerto. La marca jamás desaparece, pero la estructura genética regresa al inicio...

—¿Es eso posible?...

—¡Señor Siberan! —gritó el profesor de acento gracioso—. En esta institución tenemos la bonita costumbre de levantar la mano para intervenir. Además, estas preguntas le debieron quedar resueltas hace más de 10 años cuando tomaba clases de biología en su preparatoria. Si tiene alguna otra duda acerca de la genética de los géneros, por favor haga una búsqueda en el navegador y saldrá de sus dudas.

Todos se echaron a reír, mientras Matthew hacía una mueca a su profesor y tomaba asiento. Era cierto, ese tema lo había visto en la escuela, pero de ahí a que le haya importado había un abismo de diferencia. Él solo patinaba y respiraba. Mientras se acomodaba en su asiento, se dio cuenta de que la chica lo estaba viendo con una sonrisa. Matthew esta vez ya no quiso evadir su mirada, y le devolvió el gesto.

—¿Por qué hiciste esas preguntas tan estúpidas?, ¿Piensas matar al compañero de esa muchacha, o algo parecido?

—Ya, Ana, solo quería saber.

—Sí, claro.

Al terminar por fin la odiosa charla de inducción, salieron de allí todos muy felices a buscar la cena. Ana se vería con algunos conocidos, sin embargo, no dejaría a Matthew solo. Él le insistió que estaría bien, que cenaría y luego dormiría tranquilamente. La hermana supo que no debía ser la niñera de su hermano, él no lo permitiría, así que accedió a dejarlo solo un rato.

Él no quiso irse tan rápido del auditorio, ese enorme y ahora silencioso lugar le recordaba las gradas de las pistas de hielo, lugar que era su templo. Cerró un tanto sus ojos, ya no veía solo nubes negras cuando hacía eso, poco a poco veía las flores del jardín de su casa.

—Hola, ¿molesto si te acompaño un rato?

Matt abrió los ojos de prisa y dio un brinco en su asiento. La joven, por la que estuvo tan pensativo todo el día, se posaba ahí frente a él, queriendo un poco de su compañía. Apenas moviendo la cabeza, le dio a entender que no había problema alguno.

—Quería de nuevo disculparme por lo de esta mañana, verás, siento que te causé más malestar del que pudiste expresar. También quiero presentarme, mi nombre es Aluna Socov, mucho gusto, Matthew.

—¿Sabes quién soy? —preguntó el hombre muy sorprendido.

—¡Pero claro que lo sé! ¡Todos en el campus lo saben! Lo que no logramos entender es por qué estás acá, en lugar de estar de jurado en los olímpicos... —Aluna bajó un poco su cabeza, muy apenada—. Perdón, qué imprudente soy, no obstante, es para mí, es un placer conocerte en persona.

—Para mí también es un placer conocerte, Aluna. Espero que podamos ser muy buenos amigos.

Extendió su mano y la chica de cabellos de ébano la tomó con fuerza. De nuevo, ese remezón en su alma, esa sensación de paz y alegría lo invadieron. Pero todo debía quedar claro. Esa era la noche en que debía ir a dormir con el corazón roto, o con la esperanza brillando en su vida.

—¿Tu compañero vino contigo?

La pregunta sorprendió muchísimo a Aluna. Luego preguntó a Matthew a qué se refería y le contó que notó su marca de mordida, solo así, sin filtro alguno. Aluna llevó su mano a su nuca, intentando subir más el cuello de su saco.

—No, yo vine sola.

—Ah, ya veo. Espero que pronto se encuentren de nuevo —dijo Matthew, sabiendo que la actitud de Aluna era muy extraña. Algo había y tal vez, solo tal vez, no todo estaba perdido.

—No creo que eso sea posible. —Matthew la miró, e iba a decir algo más, pero ella no quiso proseguir en lo mismo—. Mira, tengo unos bonos para la cena en la cafetería, ¿quieres ir a comer?, Ah, pero qué estoy diciendo, seguro tú tienes ya una elegante cena servida...

—Claro que iré contigo. Llévame, tengo mucha hambre, la verdad.

Así entonces, un hombre iba tras una chica, marcando un camino, un inicio. Un camino en el cual Matthew Siberan se encargaría de dejar huella tras huella en la vida de esa hermosa niña que tenía la fortuna de conocer. El destino, sería solo un espectador.

***

Fin capítulo 2

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