Capítulo 1: ¿Dónde está mi corazón?
I
Aún podía sentir la calmada melodía del viento, mientras reposaba en ese pecho de senos prominentes y serena respiración. Aún podía escuchar la canción en sus oídos, aquella que lo transportaba a la luna, donde podía ver las estrellas más de cerca. Todavía esa mano cálida le acicalaba los cabellos y luego tomaba con ternura sus mejillas.
Para Matthew, el corpiño de su abuela era el mejor lugar del mundo, uno en el que se regocijaba de estar vivo; donde no esperaban de él más que el hecho de sonreír. Ahí no había responsabilidades como la de estudiar, la de ser un gran hombre, la de estar al lado derecho de su padre en la gran compañía, porque así eran las conversaciones de la gente adulta; él sería el responsable, la cabeza. Apenas a sus 7 años no entendía nada, pero el mundo se detenía cuando estaba con su nana, como de cariño la llamaba.
Ella estaba siempre sentada en su habitación, en la hermosa silla mecedora, mientras la brisa del mediodía jugueteaba con su cabello, mientras miraba hacia el jardín tan colorido como su alma. Siempre estaba ahí, con los brazos abiertos para recibir a su pequeño de cabellos tan claros que iluminaban la más espantosa oscuridad. De su nana, Matthew recibía todas las palabras bellas y llenas de magia que le hinchaban el corazón de esperanza. Correr a su regazo, era de las mejores cosas que podía vivir, a su escasa edad.
—Abuela, ¿por qué no vienes conmigo al jardín? —preguntaba el pequeño ingenuo que aprendía apenas a pararse en sus pies para deslizarse—. Siempre estás acá, nada más viendo las flores desde tu ventana.
—Lo importante, mi niño, es que puedo verlas y saber que aunque no las puedo tocar, siguen siendo bellas. Matthew, la vida te mostrará las cosas hermosas y será tu decisión ir por ellas, o solo verlas como tu abuela. Yo tomé mi decisión hace mucho y solo se me otorgó estar acá. ¿Qué harías tú?
—Yo iré por mis flores.
La dama, la hermosa princesa de pechos prominentes y arrugas en su cuello, lo abrazaba, lo confortaba. Sabía que él daría todo su ser por ser feliz y, sería leal a sus sentimientos, solo a eso. Ella también lo fue, pero tuvo que pagar un precio. El niño entonces se durmió escuchando el latido de su corazón y el susurro de una canción, que era solo de los dos.
—¿Matthew?
El joven pareció responder con un sobresalto, no le era grato salir de sus recuerdos, los únicos de felicidad auténtica que tenía. La realidad ahora lo estaba llevando en un lujoso auto a una universidad para que aprendiera, ya casi a sus 30 años, a cómo manejar sus finanzas y las de otros.
—Ana, cuánto falta.
—Ya estamos por llegar. Sé que esto no es nada agradable para ti, pero te mantendrá ocupado mientras encausas tu vida de nuevo. Mamá lo hizo por tu bien y aunque está muy lejos de lo que deseas aprender, nunca está de más algo nuevo en el cerebro.
—Ana —respondió el hombre de preciosa mirada, como la del más bello día soleado, sin una nube en el horizonte—, acepté, únicamente porque me dijeron que tú también venías a esta universidad. Es ridículo que a mi edad yo esté estudiando con muchachitos, y lo digo porque el viejo ridículo voy a ser yo.
Matthew se acomodó mejor en el auto, que era conducido por su hermana, tomando aire para no soltarse a llorar.
—Por favor, Matt, no vas a estudiar una carrera, es simplemente un curso, como una especialidad, así que no serás el único anciano de 30 años que estará ahí.
Ana sonrió y viró a verlo, complacida que su hermano también lo hiciera. Los tiempos no eran los mejores, debía reencontrarse con el genio que fue y que siempre había sido, pero que la caprichosa gravedad le había arrancado.
—Lo que me sorprende, es que madre nos hubiera enviado a un lugar multigénero, ni tú ni yo estamos enlazados con nadie, ¿sus planes también son que conozcamos acá a quienes les darán sus nietos?
—No es por eso, además ese tema ella lo dejó claro, no somos superiores a nadie, esta universidad es muy precavida con las normas, así que no tendremos problemas, sin embargo, te pregunto, trajiste tus supresores, ¿verdad?
—Lo hice, no debería tener problemas por al menos un mes. —Matthew suspiró, y miró por la ventana con la mirada más melancólica que podía poner—. Quisiera estar en el regazo de mi abuela.
Y es que Matthew Siberan, fue el hijo rebelde de la familia. Alienado por su nana, siempre siguió su camino y este no lo llevaba para nada detrás de un escritorio en un despacho pretencioso, su camino lo llevaba sobre unas cuchillas para que hiciera alabanzas a la música mientras su cuerpo se desplegaba como una rosa sobre el hielo. Su madre no lo aprobaba, pero tampoco lo impidió jamás.
Fue tal la maravilla de su talento, que se convirtió en ícono nacional e internacional del patinaje artístico y trajo tantas glorias a su país como le fue posible.
No obstante, la caprichosa gloria, también le llevó a los excesos, que se vieron reflejados en una baja en su tenacidad y, esta a su vez, como una cadena de desgracias, lo llevó a una fractura donde su pierna quedó tan maltratada, como para que no volviera a ver la luz de los reflectores caer sobre sí.
Vino entonces la culpa, la ira, la tristeza. Había hecho demasiado dinero como para vivir con tranquilidad 10 vidas, pero el descontrol lo llevó a gastar gran parte de su fortuna en vergonzosas excentricidades y tapando escándalos. Había caído todo lo bajo que pudo, sin encontrar esa mano amable y bondadosa que le ayudara, que lo halara hacia la superficie, mientras él se ahogaba en un lago congelado, con mil puñales atravesándole el cuerpo.
Su madre, una mujer recia, le dio un ultimátum y le hizo firmar un documento en el que ella se haría cargo de la fortuna del patinador, o al menos de lo que quedaba de esta, para que no la siguiera despilfarrando y cayera en manos de algún ambicioso, o de algún omega reclamando su lugar con la marca del patinador en su cuello.
Matthew, al inicio, por supuesto se negó, apeló al niño grande que sabía lo que hacía, que podía controlar su vida como se le diera la gana, no obstante, aquella que ayudó a darle vida lo fulminó con una sola frase: «Tu nana, no querría verte así jamás. Ella no te enseñó a destruir las flores». Ante aquello y conmovido en lo más profundo por haber manchado su recuerdo, accedió a lo que su familia le pidió. Ana, su hermana del medio, estaría con él, no sería cuestión más de un par de meses en que se buscaba que ocurriera el milagro que lo devolviera a la realidad.
Por fin parecieron llegar a lo que parecía un edificio de apartamentos cualquiera, su hermana estacionó el auto y le dijo que tras ese edificio estaba el camino al campus. Él apenas si estaba en ese lugar. Con desdén bajó, tomó su bastón y lo apoyó en el piso para dar su primer paso. Ya se manejaba muy bien con su ayudante de madera, que esperaba fuese temporal mientras se recuperaba de la última cirugía, que solo le daba la ilusión del regreso a la pista congelada. Pero eso ya no sería posible.
Del portaequipajes sacaron sus valijas, no eran muchas las cosas que llevaban, los departamentos que ocuparían ya tenían todo lo que necesitaban, incluso ropa. Estaban claramente alejados de los otros mortales, pues la riqueza, se fuera del género que se fuera, siempre llevaba la delantera.
Luego de un rápido reconocimiento al que sería su hogar por unos meses, entraron al campus. El lugar era muy amplio, rodeado de muchos parquecillos y edificios enormes, distribuidos a lo largo y ancho del terreno. Matthew no podía caminar todo lo rápido que quería, pero se esforzaba por seguirle el paso a su hermana. Ana nunca desde aquel horrendo accidente lo trató diferente, porque entendía lo mucho que su hermanito sufría. Así que ignorar esa pierna fragmentada era, en sí, un alivio para su hermano.
Llegaron por fin al que parecía ser su edificio, no tan grande como los demás, aunque igual de imponente al resto. Un grupo importante de chicos venía en dirección contraria, Matt se aseguró de moverse para darles espacio, sin embargo, los muchachos empezaron a correr en lo que parecía un juego, lo hicieron tan rápido que le fue imposible al hombre del bastón esquivarlos como era debido y terminó tropezando de frente con uno de ellos y cayendo de forma estrepitosa en el piso. El golpe parecía haberlos dejado a los dos algo aturdidos, mientras Ana veía todo algo alejada, pero divertida. Seguro su hermano haría una escena y no se la perdería.
—¡Lo siento muchísimo! ¿Estás bien?, perdóname, por favor, ellos me empujaron y no pude esquivarte...
La chica que se disculpaba intentaba levantar sus cosas y las de Matthew, pero parecía tan asustada que no lograba agarrar nada como se debía. Matt, hecho una furia y mirando a su hermana gozando de la situación, logró sentarse bien en el piso y, en el mismo momento en que tenía preparado un discurso de improperios para la muchacha, sintió cómo un dedo índice, se posó en la punta de su nariz, como si pulsara un botón. La chica lo estaba tocando, pero lo que no imaginaba, era lo que ese sencillo gesto representaba para aquel hombre.
—Ten más cuidado, prometo que yo también lo tendré —dijo la joven sonriendo, sin dejar de tocar la nariz del hombre de hielo—. Tu pierna aún no parece estar bien, de nuevo, lo siento mucho.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de aquel, que alguna vez fue el dueño de las medallas en todo certamen en el que participaba. Mientras ella se iba, una corriente eléctrica le inundaba el corazón. Había recibido una sacudida brutal a su humanidad, y Ana, parecía entenderlo. Se tapó con fuerza la boca y corrió hacia su hermano que no podía reaccionar.
***
Fin capítulo 1
