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Capítulo 3: Cerca de ti

III

Cuando Matthew se giró sobre su cama, vio al otro lado de esta un cuerpo desnudo, uno que no recordaba. No sabía, de nuevo, con quién había pasado la noche, no quería enterarse. Miró el cuello de la persona desconocida y supo que aún no había nada que lamentar.

Se levantó también desnudo, caminó hacia el ventanal de su habitación, el sol se asomaba en el horizonte y esa era una vista que no le gustaba perderse. Era lo único lindo que podía tener en su vida. No obstante, al asomarse más al cristal, no vio la ciudad ni el sol sobre una montaña, vio el balcón del cuarto de su nana. Las lágrimas se le escaparon de sus ojos, pues en esa mecedora ya no había nadie.

A gritos se despertó, como casi siempre, bañado en sudor y con un dolor insoportable en su rodilla. Ana entró frenética a la habitación, se lanzó a su humanidad y lo abrazó. Eso, en inicio, era lo que podía calmarlo.

Matthew lloraba a mares, sin entender el porqué.

—Ya, hermanito, es hora de tomar tu analgésico.

—Gracias, Ana, pero el dolor ya está disminuyéndose, podemos dejarlo para después.

Ana le dio un beso en la frente para calmarlo otro poco. Ese abrazo y ese mimo, eran suficientes para aquel de cabellos de trigo.

—Bueno, ya es casi hora de levantarse. Ve y date una ducha que te limpie de los malos sueños.

Matthew se desperezó un poco y, mientras Ana se levantaba, él también lo hacía. Cuando intentaba ponerse en pie, de las mantas, algo cayó con fuerza al suelo, él quiso tomarlo antes que su hermana se diera cuenta, pero ella fue más rápida. Luego lo miró con picardía y le hizo un puchero.

—¿Por qué tienes este diccionario de holandés?

—Bueno —respondió Matthew levantándose por completo de la cama, fingiendo que no le afectaba que su hermana viera ese libro—, es un idioma que siempre quise aprender. Ya domino otros, por qué no intentarlo con este...

—¡Oh! Por supuesto, y nada tiene que ver Aluna Socov con tus ganas de aprender otro idioma, ¿verdad? —Matthew gruñó un poco mientras se quitaba el saco de dormir, no le daría el gusto a Ana de admitirlo—. No entiendo por qué quieres aprender holandés, si se comunican en inglés a la perfección.

—Cruzar dos o tres saludos, no es comunicarse.

Lo cierto era que, desde aquella noche en que habían ido a la cafetería a cenar, no habían tenido más encuentros los dos solos. Matthew no recordaba haber hecho nada que la incomodara, pero tampoco era como si Aluna huyera de él.

Las clases resultaban muy pesadas y daban el tiempo necesario apenas para comer y descansar. En el salón, Matthew no lograba sentarse junto a ella, o porque llegaba un poco tarde, o porque Aluna estaba junto a los que parecían ser sus amigos. Al patinador se le acercaban entonces otras personas interesadas en trabajar a su lado y su contacto con la niña europea se reducía a entusiastas saludos en las salidas de las clases. Y los tres fines de semana que habían pasado en ese lugar, fueron arrastrados por conocidos a salidas que hubieran disfrutado juntos, o al menos eso quería creer.

Había un poco de cobardía de ambas partes. No entendían ni el uno ni el otro ese temor a acercarse, más era lo suficientemente poderoso para frenar cualquier intensión. Y el de ojos color de mar, era quien más estaba sufriendo.

En la clase de la primera hora todos tenían el exceso de pereza que cargaba el lunes sobre sí. Para alentarlos un poco, el profesor de acento gracioso hablaba a los gritos, y aquello lograba el efecto necesario para mantenerlos despiertos, aunque no muy atentos. Ya finalizando, el hombre les dijo que había organizado a los estudiantes por parejas para realizar una presentación y que leería como los había asignado.

—Profesor, deseo, por favor, me permita trabajar con Aluna Socov.

Quien hablaba no era otro más que Matt, que se levantó de la silla y habló con firmeza. Todos giraron a verlo, y aun así no le importaba. Aluna, lo veía con los ojos muy abiertos y una leve sonrisa se esbozó en sus labios.

—¡Ah! ¿Pero qué escucho?, Claro que tenía que ser el señor Siberan que al menos esta vez tuvo la educación de pedir el favor. —Todos rieron, el maestro tenía razón, Matthew era un poco impulsivo al momento de tomar la palabra—. Si la señorita Socov no tiene alguna objeción, claro que pueden hacer el trabajo juntos.

—No, señor, ninguna —respondió Aluna con una leve sonrisa. Luego de eso, devolvió sus ojos a los de Matthew, que la veía con intensidad. No era eso lo que esperaba en absoluto, por eso se asustó un tanto.

La rutina ese día no cambió mucho. Luego de que se reacomodaron las parejas en la clase, Matthew y Aluna no pudieron reunirse a charlar casi nada, aun así, la preciosa chica de cabellos negros le pasó un papelito, en este se encontraba su número móvil. Luego salieron de ahí para poder comer algo rápido antes de la otra clase, aunque no lo hicieron juntos. Había una pared de temor, que al menos Matthew ya empezaba a escalar.

—Vaya, así que harás el trabajo con el señor del hielo —dijo un chico a Aluna, mientras este se sentaba en el césped junto a ella y otro compañero para comer su merienda—. No esperaba que él diera un paso tan directo para estar contigo.

—Pero qué dices, Gino, él solo parece curioso en hablarme, recuerda que nos tropezamos horrible. No creo que sea nada más —respondió Aluna, mientras destapaba su soda.

—Es solo un engreído que cree que puede hacer lo que se le dé la gana porque tiene dinero —intervino el otro muchacho que estaba sentado con Gino desde el inicio—. Míralo ahora, acá en un curso que no le importa, mientras se calman las aguas y regresa a su vida mundana. Esto es solo un centro de rehabilitación para él.

Matthew despertaba muchos sentimientos en los estudiantes de esa institución, pero uno en particular sobresalía; los celos. Suponían que él había entrado solo por ser Alpha de élite, sin el mínimo esfuerzo, ignorando por completo, lo difícil que era para el patinador estar ahí, solo, sin un futuro claro.

***

Fin capítulo 3

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