Capítulo 5
- Mamá, ¿puedo hacerte una pregunta, por favor?
- Hija mía, ¿de qué quieres hablarme? ¿Es sobre tu hombre Jean-Paul?
- Sí, mamá, es sobre él.
- Entonces, te escucho.
- Mamá, ¿por qué me desaconsejas este matrimonio?
- ¡Muy bien! Así se lo pides a tu madre. No quiero que sufras después de tu boda. Quiero que seas feliz con la pequeña familia que vas a construir con tu marido y nada más.
- Pero mamá, con Jean-Paul, creo que seré feliz, ¡muy feliz!
- Hija mía, siempre te he dicho en esta casa que un viejo sentado ve más lejos que un joven de pie. Sé exactamente de lo que hablo. ¿Sabes lo que significa comprometerse con un escritor o un artista?
- Pero mamá, pase lo que pase, ¡los artistas y los escritores no se pasan la vida solteros!
- ¡Lo sé, y tampoco te equivocas! ¡Sé que le quieres y que os queréis! ¿De verdad quieres casarte con él?
- ¡Sí, mamá! No quiero faltarte al respeto, pero por el amor de Dios, déjame casarme con este hombre, ¡si no, él sufrirá y yo también!
Tras unos segundos de silencio, la madre miró a su hija directamente a los ojos y aceptó.
- De acuerdo, hija mía, te doy mi palabra -añadió la madre.
- Mamá, ¿estás diciendo que por fin estás de acuerdo?
- Querida, te juro que estoy de acuerdo.
- ¡Gracias, mamá! Muchísimas gracias. ¿Y cómo se lo digo a papá?
- No tienes que preocuparte por eso, cariño. Me las arreglaré. Tu padre es muy fácil de complacer y mimar.
- ¡Gracias, mamá! Eres la mejor madre del mundo.
- Gracias por tus cumplidos, cariño.
Florencia se levantó orgullosa del sofá y fue a depositar un cálido beso en la mejilla de su madre, abrazándola con fuerza como si quisiera sentir los latidos de su corazón.
- Mamá, esto es lo que me regaló Jean-Paul antes de irse.
Su madre, sorprendida, exclamó:
- ¿Qué? ¿Un fajo de billetes? A pesar de su disgusto, ¿te hizo este regalo antes de irse?
- Por eso te he dicho que se preocupa por mí. Incluso prometió cambiarme la vida.
- ¡Vaya, eso me llega al corazón! Sólo puedo desearte un buen matrimonio y buena suerte.
- ¡Gracias, mamá!
De repente, el viejo portón crujió al abrirse, dejando ver a las hermanas gemelas que nunca estaban muy separadas.
- Mamá, ¿estás bien?", dijo la hermana más delgada a su madre.
Florencia, como sorprendida, intercambió discretamente una mirada interrogativa con su madre sin decir palabra.
- Sí, de nada, queridos jefes -respondió burlonamente la madre-.
- Hermana mayor, buen asiento.
- Gracias, Fidelia.
Y las recién llegadas, como para no distraer a madre e hija, subieron a su dormitorio.
***
Eran las ocho de aquella mañana cuando el sol abandonó su nido y, como es su deber, se elevó hasta el cenit.
Ese día, Florencia no había ido a su puesto de fruta habitual. En su lugar, había ido a Cotonú, la ciudad y capital económica de Benín. Con los ocho fajos de billetes blancos rectangulares que Jean-Paul le había dado el día anterior, la joven cambió inmediatamente de tienda. Fue a comprar ropa de segunda mano para adultos y niños y, ese mismo día, empezó a caminar de casa en casa para enseñársela a las nuevas niñeras y a los adultos.
Al caer la tarde, se imaginó que Jean-Paul pensaría que iba a comprar fruta y la estaría esperando en el mismo sitio. Así que fue allí y, como todos los días, vio al joven escritor sentado.
- Dime, ¿dónde está tu palangana?", preguntó el joven con cara de perplejidad.
- Me la dejé en casa.
- Me la he dejado en casa. ¿Por qué has hecho eso? ¿No has ido hoy al mercado?
- No, ya no vendo caña de azúcar; ya he cambiado de negocio.
- ¿Ah, sí? ¿Desde cuándo?
- Desde hoy.
- ¿Y con qué capital?
- El dinero que me diste, por supuesto.
- ¿Ah, sí? ¡Así que eres una mujer que piensa y piensa bien! De verdad, estoy conmovido.
- Gracias, Príncipe. Tengo una noticia para usted.
Ante esta frase, el joven quiso adivinar de qué quería hablar su compañera, pero para evitar la verborrea, le pidió que le contara la noticia.
- De todos modos, ¡podrías adivinarlo!
- Mi amor, Florencia, te juro que no sé de qué querés hablarme, y no soy muy bueno adivinando.
- ¿En serio? ¿Estás hablando en serio?
- Si lo supiera, ¡por qué no sorprenderte!
- Vale, es mamá, ¡por fin ha dado su palabra!
- ¿Lo ha hecho? ¿Lo dices en serio?
- ¡Sí, mi príncipe! ¿O ya no me quieres?
- ¿Cómo puedes hacerme esa pregunta cuando ni siquiera tiene sentido hacerla?
- De acuerdo, a mi madre le gustaría volver a verte la semana que viene; ¿vendrás?
- ¿Por qué no? No me lo perdería.
- Entonces, ¿puedo tener tu número de contacto ahora?
- Con mucho gusto, si realmente lo desea.
En el acto, el joven entregó a la joven una tarjeta rectangular en la que estaban escritas varias direcciones residenciales, incluidos tres números de teléfono diferentes.
- Gracias nena, hasta la próxima.
- Gracias, mi rocío de la tarde, adiós.
Antes de que la joven se escabullera, depositó un pequeño beso en los labios del joven y...
***
Tres días después.
Hoy es sábado. Tras levantarse de la cama, las hermanas gemelas habían decidido entre las dos ir a pedir permiso a su madre, que estaba sentada en la terraza, pensando en las diversas conversaciones que habían tenido lugar entre ella y su marido sobre su futuro yerno. Se preguntaba interiormente si el matrimonio resultaría en verdadera felicidad, dada la posición social de él. Mamá Florencia tenía sus dudas sobre el matrimonio. Su intuición le decía repetidamente cuánto sufriría su hija después de la boda. Si no quería oponerse a los deseos de su hija por miedo a hacerle daño, ¡qué otra opción le quedaba que animarla y apoyarla en la oración! La sacó de su ensueño una voz que la confundió y le preguntó por qué parecía tan preocupada...
- Fidelia, ¡no pasa nada!
- Sé que nunca te gusta hablar de tus preocupaciones. Bueno, mi hermana y yo tenemos una excursión más tarde.
- ¿Una excursión? ¿Adónde vais esta vez?
- Mamá, vamos a ver a una amiga.
- ¿A una amiga? Ah, claro. ¿Y a qué hora quieres ir?
- A las diez.
- ¿Y a qué hora volveréis?
- Todavía no lo sabemos. Pero no tienes que preocuparte por nosotros, ¿vale?
***
Unas horas más tarde. Fidélia y Fidéliana, las hermanas gemelas, estaban en la puerta de una casa. Fidélia acababa de pulsar el timbre. Al cabo de unos minutos, un joven salió del patio.
- Oh, hermanas gemelas, ¿cómo estáis?
- Muy bien!", exclamaron, todo sonrisas.
- Pasen, por favor", dijo el hombre.
Las dos chicas se miraron fijamente a los ojos al entrar en el patio, y el hombre las arrastró hasta el salón y las sentó.
- Siéntense y pónganse cómodas.
- No te preocupes -dijo la delgada.
Las dos hermanas tomaron asiento una junto a la otra.
- Espero que la familia esté muy bien.
- Sí, todo el mundo está muy bien -respondió Fidélia-.
- ¡Qué bien! ¿Qué vais a beber? ¿Champán?
- Eh... ¡no sea tímido, señor! -exclamó Fidéliana, la más bajita.
- No, ¡de todas formas vas a tomar algo! ¿O vamos a un restaurante a comer algo?
- Lo que tú quieras -respondió Fidélia.
- Vale, ¡vamos!
Las gemelas se levantan y se dirigen a la salida. Unos instantes después, consiguieron cruzar la terraza, luego el patio y finalmente el umbral. Una fracción de minuto más tarde, un RAV4 se detuvo muy cerca de ellas y, sin esperar, subieron a bordo.
El Motel Awana, lugar predilecto del barrio de Malanhoui, en Porto-Novo, acogió calurosamente a los tres nuevos huéspedes.
Dieu-donné y sus dos invitados fueron atendidos. Alrededor de la mesa redonda, empezaron a charlar. En la mesa había varias botellas de bebida. Ninguna de las bebidas era sin alcohol. En la misma mesa había platos adornados con brochetas.
- Por favor, señor -dijo Fidélia a su acompañante-, permítame ir rápidamente al servicio.
- Vale, enseguida vuelvo", dijo el hombre sonriente.
- Gracias. Fidéliana, por favor, ven a hacerme compañía.
- No, ve tú sola", respondió la mujer preocupada.
- ¿Cómo puedes decir eso? ¿Y si estoy en peligro? Ven conmigo, por favor.
- Lo haré. Señor, volveremos en unos minutos.
El hombre, aún sonriente, respondió con un "de acuerdo" y las dos chicas se dirigieron a los lavabos, una detrás de la otra, a toda prisa.
- Fidéliana, ¿cuándo te has vuelto tan estúpida? Te invito a venir conmigo y te atreves a pedirme que vaya sola. Además, no voy a perder el tiempo. Te he invitado porque tengo algo muy serio que decirte. Así que ten mucho cuidado con esas botellas que ves en esa mesa. Son bebidas alcohólicas. No abuses mucho de ellas, sé de lo que hablo. O eso, o tú y yo nos bebemos una botella y se acabó.
- Vale, he oído todo lo que has dicho.
- Antes de unirnos a él, prométeme que no tocarás ninguna de las botellas excepto la que coja y bebamos juntos.
- ¡Lo prometo! Dime, ¿fue esta la razón por la que me llamaste al baño?
- Sí, lo fue. No querríamos que nadie nos halagara con su maldita fortuna.
- Vale, entendido.
- Bien, ¡vamos allá!
Con eso, las dos hermanas volvieron a la habitación donde habían dejado a su acompañante. Todo el mundo empezó a comer, beber y reír a carcajadas.
Dieu-donné y sus desconocidas pasaron más de dos horas en el motel. En los altavoces sonaba buena música. El sábado había sido un día encantador para todos.
- Me está entrando sueño -susurró Fidéliana.
La segunda gemela soltó una carcajada.
- ¿Quién te ha pedido que bebas mucho? -se burló Fidélia.
- Querida, ¡no he bebido lo suficiente!
- En ese caso, ¡volvamos al coche! sugirió el hombre, todo sonrisas.
Las gemelas se levantaron y se dirigieron al coche aparcado delante del motel. Al cabo de unos instantes, el coche japonés rugió y desapareció del lugar, dejando tras de sí unas huellas humeantes.
***
Las hermanas gemelas, de vuelta en casa de su anfitrión, Fideliana no había dejado de dormir. Llevaba dormida desde el viaje. Al no haber seguido el consejo de su hermana, la embriaguez se apoderó de ella. Fidélia, consciente, no había dejado de vigilarla. Aunque el sueño la sacudía en todas direcciones, luchaba por defenderse. Mantenía los ojos bien abiertos y vigilaba de cerca a su hermana, que estaba tumbada en el sofá.
- Por favor, Fideliana, me gustaría que...
- ¡Oh, no, corrección! ¡Soy Fideliana! Es mi vecina la que se llama Fidéliana -rectificó.
- ¡Ah, perdón! Fidélia, me gustaría beber un poco de agua fresca y me gustaría que fueras a comprármela.
- ¿Dónde la venden? ¿Dónde la venden?
- En el pequeño mercado.
- Y tomaré un mototaxi, ¿no?
- ¡No encontrarás ninguno! Para eso, irás a buscar una de mis motos debajo de la gara...
- No sé andar en moto, señor.
- En ese caso, te daré el dinero de Zém y si encuentras una...
- Por favor, señor, pero puede ir usted mismo, ¿no?
- No tengo ganas de conducir.
- ¡En ese caso, coge tu moto!
- Yo tampoco quiero conducir la moto.
- ¡En ese caso, iré con mi hermana!
- ¡Pero está borracha y tendrás que dejarla descansar!
- ¡Pero yo sé! La llevaré en mi espalda.
- ¡Oh, por favor, deja de decir tonterías y vete rápido!
- Señor, no puedo, vaya usted.
- ¿Por qué no puede?
- No puedo explicarlo. ¡Si alguna vez me encontrara con mamá o papá, probablemente me preguntarían por mi hermana! ¿Qué crees que les diría?
- Sólo diles que...
- Oh señor, ¿se le olvida que los gestos que hace el rompecabezas, ya los ha hecho el rompecabezas antes que él?
- ¿Qué traduce?
- ¡No lo sé, señor! El tiempo que ya has perdido convenciéndome hubiera sido más que suficiente para que ahora fueras a comprar esa agua, pero lo estás perdiendo inútilmente.
El hombre, sin saber qué más hacer, se levantó del sofá y se dirigió a las escaleras.
Fidélia empezó inmediatamente a pellizcar a su hermana en todas direcciones. Ella se sobresaltó y empezó a retorcerse de dolor.
- Levántate, nos vamos de aquí, tontita.
Fideliana se despertó, empezó a frotarse los ojos y, unos instantes después, se puso de pie. Con todas sus fuerzas, Fidelia arrastró a su hermana hasta el patio y luego hasta la puerta. Desbloqueó suavemente la verja y aterrizaron en el césped como un avión que desciende del cielo.
