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Capítulo 4

El crepúsculo de aquella tarde se desvanecía poco a poco y daba paso a las negras tintas de la oscuridad que se iban instalando cuando Florencia, toda preocupada, emprendió el camino de vuelta a casa.

- ¿Qué me hice? se preguntó. ¿Por qué no tomé su número? se reprochó.

Unos minutos más tarde, la hija del Titi logró cruzar el umbral de la casa.

- Mi niña, parece que hoy has durado mucho? le comentó una voz desde la oscuridad.

Incluso en la oscuridad, la recién llegada supo de quién era la voz.

- ¡Mamá, lo siento! Es que me ha surgido algo de camino a casa.

- ¿Ah, sí? ¿De qué se trataba?

- Mamá, no te preocupes, ¡tenemos mucho de qué hablar!

- ¿Tenemos? Entonces ven y siéntate, ¡porque ya puedo oír una especie de tristeza mezclada con pánico en tu voz!

- Es verdad, mamá, ¡estoy demasiado preocupada! Pero, por favor, dame un momento.

Florencia se dirigió a la puerta del salón y salió unos segundos después con una pequeña linterna, que encendió y colocó a pocos centímetros de la entrada. Finalmente llegó hasta su madre y se sentó frente a ella.

- Ahora te escucho", susurró su madre.

La joven suspiró profundamente y bajó la cabeza. Al intentar hablar, se sintió abrumada por el miedo y luego por una terrible vergüenza. Ante estas dos emociones, permaneció zen sin pronunciar una palabra más.

- Pero te escucho, cariño -repitió su madre.

Fue en ese momento cuando la joven, con la cabeza inclinada, la levantó y miró fijamente a los ojos de su madre.

- Mamá, estoy enamorada", dijo tímidamente.

Su madre se sorprendió y abrió la boca con asombro.

- ¿Lo dices en serio?

- Sí, sí, mamá. Estoy... enamorada... enamorada", balbuceó.

- ¡Pero eso no me sorprende! Y dime, ¿de quién te enamoraste?

- De Jean-Paul, mamá.

- ¿Jean-Paul? ¿Quién es Jean-Paul?

- Es el joven que he estado viendo recientemente.

- ¡Oh, ya veo! ¿Y sabe que estás enamorada de él?

- Todavía no. Porque cuando me habló de una relación, yo todavía no era fan suya, y por eso no le había dado mi palabra. Pero en las últimas horas, he terminado por enamorarme de él.

- No hay de qué preocuparse, ¡ya no eres una niña! ¡Muchas de las chicas de tu clase ya están casadas y viven las delicias del amor bajo el techo de su marido! Así que tráenos a ese hombre por el que estás loca.

- ¡Vale, mamá, gracias!

- Sí, es muy importante. Tengo que darle mis instrucciones antes de hablarle de él a tu padre.

- De acuerdo, mamá. Y dime, ¿dónde están mis hermanas?

- Deben estar en la cocina.

- ¡Bien, mamá! ¿Y papá?

- Seguro que está en la ducha.

- ¡Entiendo, mamá! Tengo que volver con mis hermanas.

- No te preocupes, hija.

Florencia se levantó y se escabulló, dejando a su madre sola en el patio.

***

No pasó mucho tiempo antes de que la noche doblara sus paquetes desde el cielo.

Las ocho de la mañana. El sol no había abandonado rápidamente su lecho aquella mañana. A lo lejos se oía el estruendo de las motos y los camiones de gran tonelaje de última generación. Las batidoras llevaban ya una hora o así en la calle con sus mercancías a cuestas. Florencia, como de costumbre, ya había salido al amanecer. Sus hermanas Fidélia y Fidéliana acababan de salir de los aseos. Esta mañana tenían una cita juntas. Pero nunca se soltaban. Siempre estaban a la par.

- Fidélia -llamó la segunda gemela-, ¿por qué no calentamos las migas de la noche antes de nuestra visita a la modista? Creo que así nos ahorraremos algunas discusiones con mamá.

- Fideliana -respondió la gemela-, dejémoslo en manos de mamá, vamos a ello.

- Tienes razón, pero...

-le dije-, déjalo, nos vamos.

Después de vestirse, los gemelos se dirigieron a la habitación de sus padres.

- Mamá, vamos a salir -dijo uno de ellos.

- ¿Queréis? ¿Queréis salir los dos?

- Sí, mamá", respondieron al unísono.

- ¡Qué interesante! ¿Has calentado las sobras de anoche?

- No, mamá -responde Fidélia-.

- ¿Y a quién le has dejado los deberes?

- Mamá, tú puedes hacerlo, ¿no?

- Fidélia, ¡parece que te has vuelto loca por lo que veo!

- Es normal, mamá", se defendió la segunda gemela.

- Fidéliana, ¿te has caído de cabeza?

- Es normal, mamá! dijo la que no estaba afectada.

La madre, ante el comportamiento de sus dos hijas, no supo qué decir y, en lugar de seguir hablando, las miró fijamente y, para poner fin al debate, empezó a golpearse las palmas de las manos en señal de asombro. Cuando terminó, se llevó el pulgar a la barbilla para subrayar su asombro.

- Vale, seguid, no sé por qué seguís de pie; el camino está despejado.

Las dos gemelas se miraron, sus rostros se iluminaron con sonrisas, juntaron las manos y, burlonas, desaparecieron de la habitación.

El padre se sentó en silencio, observándolo todo desde la barrera. No tenía ganas de decir nada. No le asombraba ni le sorprendía el comportamiento de las dos chicas. La madre, al verle tranquilo y sin palabras, se encaró finalmente con él y...

- ¿Cómo vamos a corregir la educación de estas dos niñas...

- ¡Eh... basta! gritó bruscamente el anciano. ¿Qué quieres decirme? ¿Qué quieres decirme? Tus hijos ya han perdido lo básico de su educación y ¿qué más quieres decirme? ¿Qué más quieres hacer? ¡Se acabó! Cuando cometen errores y quiero darles la corrección que necesitan en esta casa, ¿qué dices? ¿No me impides que les pegue? ¡Te lo mereces! ¡Y aún no se ha acabado; vienen a por ti! Cuando empiecen a sacarte los dientes en esta casa, es cuando entenderás que cuando un padre piensa en la educación de sus hijos, la madre no tiene derecho a entrometerse. Doy gracias a Dios de que conozcan mi sitio y no se acerquen a mí, porque si no les sacaría los ojos y se los enseñaría.

La madre, ante las palabras de su marido, soltó el gato por liebre.

- Quieres hablar, ¿no? ¡Habla! ¿No vas a detenerme aquí? ¿No vas a decirme que no les pegue cuando hagan una tontería, que por supuesto merece ser castigada, o que empiece a gritar? ¿Y qué quieres ahora? Querida, si no sabes lo que haces, esos dos niños acabarán pegándote un día en esta casa y no diré ni una palabra; no quiero decir nada. ¿O te lo vas a apostar conmigo? Te digo que un día te pegarán, eso seguro. Y estoy esperando ese gran día para reírme, para que entiendas que la educación de un niño es esencial, y en cuanto se fracasa desde pequeño, se acabó el mea culpa.

La madre, al oír las palabras de su marido, rompió a llorar.

- Tus lágrimas de cocodrilo no resolverán la situación, querida. Será mejor que te calmes y le preguntes a Dios cómo volver a encarrilar a estas dos niñas, ¡en eso tenemos que pensar ahora!

***

Mientras tanto, las hermanas gemelas seguían en la calle, camino de su taller de costura. De repente, las dos chicas fueron detenidas por un joven al que no conocían de nada.

- Hola, señoritas", les dijo el desconocido.

En lugar de responder al saludo, las dos jóvenes hermanas se miraron a los ojos. De repente, una de ellas se echó a reír. La segunda, como en clave, prorrumpió en una carcajada más ensordecedora que la de su vecina. El desconocido se sorprendió y, en lugar de seguir hablando con ellas, se limitó a mirarlas directamente a los ojos como si fuera un espectáculo.

- Amiga, deja en paz a ese loco, ¡nos vamos! dijo la más bajita, que se llamaba Fideliana.

La más alta obedeció, sin decir una palabra más, y las dos siguieron su camino. El forastero, aunque molesto, se contuvo y siguió su camino.

- Pero la gente es tonta", le dijo Fidélia a su hermana, "si esperábamos un poco, seguro que empezaba a contarnos sus historias sobre sus sueños de 'quiero convertirte en mi otra mitad', tan descabellado como eso.

- ¿Le hemos dicho que necesitamos un marido?

- Déjalo en paz, es un loco. Y lo que es peor, ni siquiera tiene moto.

Unos minutos más tarde, aterrizaron frente a la tienda de la modista. Cuando la joven artesana los vio, los saludó con gran cortesía y los sentó. Pocos minutos después, un BMW-X japonés se detuvo. Del vehículo bajó un joven esbelto. Su tez era una mezcla de claro y negro, lo que daba como resultado una tez de café. Llevaba bigotes alrededor de los labios. Desde las orejas hasta la barbilla, dos líneas paralelas de patillas añadían encanto a su cara pequeña y redonda. Al entrar en la habitación, el joven, de unos veinte años, se sintió atraído por la belleza de las dos hermanas de Florencia. Inmediatamente tragó saliva. La sustancia acababa de enfriarle la garganta y tosió antes de alzar la voz hacia la modista.

- Madame Sylvia, ¿son estas dos hermosas jóvenes sus aprendices?

La costurera esbozó una muda sonrisa amarilla antes de responder al hombre que no eran aprendices, sino clientes fieles.

Las dos hermanas, atraídas por el traje que llevaba el desconocido y sus maneras, empezaron a mirarse asombradas.

- Hola señoras, ¿cómo están? ¿Puedo conocerlas?

- Con mucho gusto -respondió la más delgada de las dos-. Yo soy Fidelia. Ésta es mi hermana gemela. Se llama Fidéliana. Somos de la familia Titi. Nuestra casa está a pocos metros de aquí.

- Vaya, qué bien", exclamó el hombre.

- Gracias -añadió el segundo gemelo, todo sonrisas-.

- Me llamo Dieu-donné. Vivo en Cotonú, pero construí una casa aquí, en Porto-Novo. ¿Conoce la clínica Bel Espoir?

- Claro que la conozco. ¿Cómo es posible que no conozcas esta clínica? se burló Fidélia.

- Mi casa está enfrente de la clínica.

- Qué bien -exclamaron al unísono-.

- ¡Me encantaría que vinieras a visitarme un día!

- No te preocupes, si nos invitas, ¡vendremos! exclamó Fidélia.

Las chicas de Tití y el intruso se pasaban todo el tiempo discutiendo. Hablaban y se burlaban como si se conocieran de toda la vida. El dueño del taller, sin decir nada, las observaba en el fragor de su discusión.

***

Las hermanas gemelas habían regresado por fin de su visita de dos horas a la costurera. Ambas se habían sentado en una esterilla que acababan de extender bajo el árbol de mango.

- Pero Fidélia, ¿qué te parece lo que ha dicho el joven esta mañana?

- Dime lo que piensas -respondió la mujer en cuestión.

- ¿Cómo puedes preguntarme eso otra vez? ¡Dame primero tu opinión!

- Pues, francamente, ¡me gusta que le visitemos!

- ¡Y a mí también!

- ¡Es estupendo! Pero lo único que me preocupa es si debemos decírselo a mamá.

- ¿Qué mamá?

- ¿Cuántas madres tenemos?

- ¿Qué tiene ella que ver con nuestro negocio? ¡Sólo ignórala!

- ¿Hablas en serio? Bueno, estoy de acuerdo contigo. Pero me temo que podríamos estar en peligro.

- ¿De qué peligro hablas? No habrá ningún peligro, querida.

- Eso está claro.

Mientras los dos hablaban, una mujer salió de la habitación y se acercó a ellos: era su madre. Inmediatamente cambiaron de tema, fingiendo que su madre sabía lo que estaban tramando.

***

Eran las siete.

Florencia, de regreso del mercado, caminaba por el mismo sendero que había tomado para llegar rápido a casa; un sendero que la llevaba a un lugar donde estaba acostumbrada a encontrar a un hombre que, por más apresurados que fueran sus pasos, la llamaba. En el mismo lugar, otra persona se impacientaba esperando la llegada o el regreso de alguien. Aparcando la moto sobre sus dos muletas, el hombre se sentó en el asiento delantero, con la mirada perdida en el paisaje.

De repente, una mujer joven con una palangana centrada en la cabeza salió de una esquina. A pesar de la oscuridad, el hombre reconoció inmediatamente a la joven por su forma de caminar. Al ver que la joven se acercaba a él, el hombre comenzó a sonreír; sonrisas de alegría.

- Bienvenida, reina de las hadas", dijo el hombre a la joven, que a su vez tenía una sonrisa encantadora en los labios.

- Gracias, hombre sin desesperación; ¡gracias, hombre de corazón valiente! exclamó ella, con los dientes relucientes.

El joven, con su hermosa voz, tarareó una bella melodía de amor que le cantó de principio a fin. La joven, por su parte, saludó con intermitente alegría los versos derivados de la canción. Luego depositó su palangana en el suelo y, como embelesada por las rimas de la canción, se abrazó al cantante rodeándole el cuello con ambos brazos a pesar de las motos y los coches que les besaban con sus faros. A pesar de los peatones que pasaban cerca, a Florencia no le hacía ninguna gracia. Y con su hermosa y agradable voz, dijo a su vez: "Wangni gni n'do noué, manvo manvo wè", que se traduce como "el amor que te tengo es un amor sin peligro y para la eternidad".

El hombre levantó alegremente a su compañera y le hizo cosquillas con grandes abrazos.

- ¡Gracias, rosa mía! ¡Gracias por decidir ser mía! Gracias por darme acceso a tu corazón de oro. ¡Gracias por hacerme tan feliz! Te amaré más que a mi propia vida.

- Eso es lo que decís los hombres, pero yo confío en vosotros.

- Tienes razón; para evaluar la capacidad de un canario pequeño a uno mediano, es al borde del pantano que deduces. Con el tiempo comprenderás que aunque el RAV4 y el BMW se llamen coches, hay una gran diferencia entre ambos.

- Me encantan las charadas. No tiene nada de malo. Pero sabes, a mi madre le gustaría verte.

- ¿Le gustaría? ¿Ya le has hablado de mí?

- Sí, le he hablado de ti y tiene muchas ganas de conocerte. Siento haber sido tan formal contigo porque no me siento cómoda si lo soy contigo y además parece que estoy hablando con un grupo de gente cuando sólo estás tú.

- Cariño, me encanta tutearte.

- ¡Muchas gracias por entenderlo! ¿Y mi madre?

- Iré a verla si me lo recomiendas, por supuesto.

- De acuerdo. ¿Y cuándo tendrás tiempo para visitarla?

- Por favor, deme una cita.

- Erm... ¿le vienen bien los fines de semana?

- ¿Hasta los fines de semana? Creo que es demasiado tiempo, pero si es lo que más te conviene, ¡lo mantendremos así!

- Si crees que es demasiado tiempo, ¡podría dejarte decidir!

- Si no, te propongo mañana.

- ¿Qué tal mañana? Tengo que ir al mercado a...

- ¡Basta, mi reina! Si quieres, mañana te pago el dinero de la venta de tus productos y mañana cancelamos tu programa de venta ambulante.

- ¿Hablas en serio?

- ¡Por Dios!

- ¡Entonces de acuerdo! Puedes venir mañana entonces. Espero que reconozca la casa.

El hombre soltó una carcajada y añadió mecánicamente:

- Espere, ¿qué se creía? ¿Que me olvidaría de esta casa y cambiaría su aspecto muy pronto?

- ¿Ah, sí? ¡Estaría encantado! Así que ya tienes mi palabra y eres libre de pasarte por aquí cuando quieras.

- ¡Gracias, querida!

- No hay de qué. Ahora voy a pedir que me dejen.

- Muy bien, muchas gracias. Gracias por hacerme el hombre más feliz del mundo.

- Es tu derecho y mi deber.

Los dos nuevos amantes se dieron la mano y tomaron caminos separados.

***

Aquella mañana, el patio de Titi recibía a un extraño. Un desconocido que había aparcado una moto en el patio, justo al lado de la puerta. De pie junto a la puerta, el forastero esperaba a que alguien viniera a buscarle un sitio en el patio o en la sala. Unos minutos más tarde, le pidieron que entrara, cosa que hizo.

- Bienvenido y buenos días, joven.

- Gracias, mamá", respondió cortésmente el desconocido.

- Bueno, en aras del tiempo, ¡vamos al grano! Así que mi hija me habló de usted y decidí conocerle antes de saber cómo abordar a su padre. Para empezar, ¿cómo le llama la gente y a qué se dedica?

- Me llaman Jean-Paul. Soy artista y escritor. Tengo veintiséis años.

- La edad no es necesaria, hijo mío. ¿Así que eres artista y escritor?

- Sí, mamá.

La señora bajó la cabeza como si se arrepintiera de algo.

- Hijo, sabes que siempre he odiado a quien promueve el arte. No sé si me entiendes.

- En absoluto, mamá.

- Pues muy bien. De hecho, odio a los artistas. ¿Y sabes por qué?

- ¡No, mamá!

- ¡Gracias, mamá! Sabes, la mayoría de los artistas son siempre infieles. Muy pocos de ellos permanecen fieles toda su vida. Incluso si se callan, las mujeres van tras ellos. Y en vez de apartar los ojos de ellas, se dejan tentar por el diablo, y luego hay rivalidades aquí y allá entre las esposas.

Hubo un silencio entre yerno y suegra.

- Mamá, sé de lo que hablas, pero te prometo que no voy a ser uno de esos casos especiales.

- Hijo, sé de lo que hablo y no eres tú quien debe decirme lo que es real.

El corazón del joven empezó a dar saltos dentro de su cuerpo. Al final se asustó.

- Entonces, joven, ¿sabe lo que le voy a decir?

Ante esta pregunta, el hombre de Jean-Paul abrió mucho los ojos con el corazón latiendo muy deprisa.

- No estoy de acuerdo con esta relación y...

-No, mamá -suplicó inmediatamente Jean-Paul, doblando las rodillas en el suelo bajo los pies de su interlocutor.

Mamá Florencia, sentada en el mismo lugar, alzó la voz y llamó a su hija. Ésta había aparecido unos segundos antes y, para su gran sorpresa, vio las lágrimas rodar por las cuencas de los ojos de su futuro marido y se asustó.

- Mamá, ¿qué te pasa?", gritó la recién llegada.

- Buena pregunta, hija mía. Sabes, un viejo sentado puede ver más lejos que un joven de pie.

- ¿Y eso qué significa?

- Gracias, querida. Sabes, yo no te aconsejaría que te casaras.

- ¿Qué, mamá? ¿Por qué no?

- Hija mía, los diamantes pueden ser caros, pero nunca costarán más que el oro.

- Mamá, ¿qué quieres decir con eso?

- Hija mía, ya he dicho lo principal. Te quiero y no quiero verte sufrir.

- Mamá, ¿por qué... me aconsejas... que no me case?", tartamudeó la joven, sollozando.

- Querida, tus lágrimas no me harán cambiar de opinión.

El hombre se levantó, afligido, y se dirigió a la salida del patio.

Florencia también se levantó y persiguió al hombre hasta la puerta. Abatida y abatida, Florencia calmó al triste hombre que había salido del patio, olvidándose de su moto.

- Querida, ¡no te preocupes! Yo la convenceré. Es mi madre y sé cómo convencerla. No te asustes. Sé cuánto me quieres. Vete a casa y déjame convencerla.

Con ambas palmas, la joven enjugó las gotas de lágrimas que corrían por el rostro del joven.

Ante este gesto, el hombre seguro de sí mismo se metió la mano en el bolsillo y, según lo acordado, sacó unos cuantos fajos de billetes que entregó a la joven.

- Una promesa es una deuda. Como te prometí, esto es lo que pienso pagarte en dinero de tu comercio del día al que renunciaste para recibirme.

- No, adelante querida, hablaremos de ello más tarde.

- ¡Por favor, no me hagas esto! Incluso si la decisión de tu madre se hace eterna, permíteme serte útil por el resto de tu vida. Aunque nuestros destinos no se crucen, déjame ser tu mejor amigo.

Ante esta frase, un pequeño flujo de lágrimas dibujó dos líneas paralelas en el rostro de la joven.

- ¡No digas eso, Jean-Paul! Si tenemos que ser sólo amigos, prefiero suicidarme a verte sufrir por mí.

Los dos amigos se miraron durante varios minutos con una gran tristeza en el rostro.

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