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Ajuste

1

Abre tu mundo no las piernas

La alarma de Amanda sonó a las seis menos quince, sus ojos estaban aún desvelados por la plática que tuvo la noche anterior con Gustavo, su boca aún tenía rastros del sabor del semen amargo del hombre que había sido su marido por más de 10 años de un matrimonio que ella catalogaría de bueno con momentos de regular y un par de destellos de espectacular; pero a pesar de ello, el cepillo de dientes no quitó el sabor de su semen amargo. Amanda apagó la alarma de su celular, se miró al espejo, la edad no le había sentado mal, sus pechos aún eran firmes, sus nalgas aún estaban en su lugar, el gimnasio y la dieta cumplían con su parte y aunque nunca tendría el cuerpo de una espectacular modelo, con todos aquellos cuadros en el abdomen, se sabía una mujer hermosa, su cabello era rubio y largo, sus labios eran finos, sus ojos verdes resaltaban junto con su piel clara, que con los años se había hecho un poco más blanca. Se dijo frente al espejo cuando los ronquidos de Gustavo la despertaron a una realidad distinta. Gustavo era un hombre atractivo, de aspecto noble, con una barba poblada que en sus años de estudiante la habían cautivo, durante algún tiempo había sido un hombre atlético, con grandes brazos como de oso, con piernas firmes, de rostro amble, de cabello abundante, pero en la actualidad, en la actualidad era sólo la sombra de aquel hombre impresionante. Su abdomen se había abultado, aun se veía bien de camisa, pero sin ella ya no resultaba tan atrayente; su barba aun la cautivaba, sus ojos y sus modales aún eran los instrumentos de seducción que habían sido en el pasado, pero algo ya no estaba presente, ¿qué era ese algo? ¿Lo amaba? Claro que lo amaba, tenían dos hijos, tenían una casa amplia, un par de coches, no le faltaba nada, tenían un viaje al año y podía visitar a su madre y a su padre cada que quisiera, no le faltaba ropa o un regalo en navidad, ¿lo amaba? Amanda no sabía la respuesta….,

Al entrar al baño el reloj marcaba las seis de la mañana menos cinco, sus hijos se despertarían en cualquier momento para alistarse para ir al colegio, su marido entraba tarde al banco, era gerente y ellos entraban a las diez de la mañana, podía dormir hasta tarde aun. La pregunta que había liberado en la mañana aun rondaba su mente, ¿amaba a su marido?, ¿lo sentía suyo? El baño despejó sus dudas pero no las respondió, terminó su baño cuando su hija mayor Roma tocó la puerta del baño para pedirle a su madre que se apresurara. Amanda tuvo que gritar que saldría en un minuto, a veces las chicas de preparatoria era demasiado demandantes. Amanda terminó su baño y se visitó a medias. Salió en rumbo a su habitación mientras su hija prendía su celular para bañarse, Amanda movió la cabeza de un lado a otro en negación y se encaminó a su habitación para terminar de arreglarse.

El desayuno llegó a la hora de siempre, mientras el noticiero comentaba los últimos casos del asesino de las argollas, algo que ponía inquietas a las personas en la ciudad, pero que en la casa de Amanda no parecía importar demasiado. Roma bajó, lucía el uniforme escolar, con la falda un tanto más corta de lo usual, por encima de las rodillas, lo que le valió una reprimenda de su madre, a su vez el hijo menor Paris, apareció por el umbral de la cocina, se adentró sin hacer mucho ruido y se colocó sobre la mesa, se sirvió cereal y comenzó a ver la televisión. Amanda lo vio y le reclamó que no diera los buenos días.

--- Ya déjalo mamá, Paris no puede hablar--- Anunció Roma con una sonrisa sarcástica y un tanto burlona

--- ¿Por qué no puede hablar? --- Preguntó Amanda alterada

--- A pues porqué se perforó la lengua--- Anunció la chica y comenzó a reír escandalosamente

Amanda se giró a mirar a su hijo quien le reclamó a su hermana con un torpe hablar mientras entre su lengua se asomaba una perforación un tanto llamativa, un palillo de metal sujeto por dos esferas un tanto largas, una niñería de moda. Amanda le recriminó a su hijo quien se negó a escucharla y la charla duró hasta que la mujer los llevó a la escuela, donde le aseguró a su hijo mayor que tendrían una charla por la noche, cuando su padre se enterara no tendría escapatoria.

Una vez concluida la misión de dejar a sus hijos en el colegio, la mujer se miró en el espejo retrovisor, su maquillaje estaba perfecto, pero su peinado aun carecía de encanto, llegaría a la oficina y lo arreglaría, eso si el cretino de su jefe no la interrumpía.

Amanda trabajaba en una agencia de publicidad, estaba a la cacería de una importante cuenta para su agencia, se sentía nerviosa pero tenía una propuesta increíble para una refresquera internacional. Su jefe era un hombre ligeramente mayor, Miguel. Era un hombre atractivo, de tez morena, ojos claros y barba poblada, pero era un verdadero patán, divorciado dos veces, tres hijos, con mucho dinero y mucho talento artístico, pero un misógino y un hijo de puta que no valoraba a las mujeres si no estaban en su cama.

Amanda había recibido diversas invitaciones a un lujoso apartamento, pero nunca acepto, era un idiota y no le apetecía esa mañana lidiar con él, pero no podía evitarlo, la junta la convocaron juntos, expondrían el proyecto juntos, así que tenía que tragarse su orgullo y trabajar con él. La empresa en la que trabajaba Amanda estaba a treinta minutos del colegio de sus hijos y a una hora del banco donde trabajaba su marido, era un lugar ideal, bueno para trabajar, bueno para pasar el tiempo, ella subió corriendo por el ascensor, no llegaba tarde, pero no podía evitarlo, siempre sentía que el mundo venía tras ella. El ascensor tenía un espejo de vidrio que daba al exterior, a una de las avenidas principales, donde había un semáforo que era tomado por tres artistas callejeros que usaban una manta, un acróbata, un malabarista y un domador de fuego,

hacían un espectáculo coordinado y Amanda pudo leer en la publicidad que cargaban un nombre: “Café Romance” aquel era el lugar más popular de la ciudad, era muy famoso, probablemente la cafetería más famosa del mundo, mejor que Starbucks por mucho y todas sus compañeras y compañeros habían asistido alguna vez. Amanda conocía el café sólo por el nombre y aunque el chocolate caliente era una delicia, nunca se había animado a ir; el lugar siempre estaba lleno, por la mañana oficinistas, por la tarde estudiantes y por la noche todo el mundo asistía. El ascensor llegó a su piso, la puerta se abrió y Amanda salió al pasillo que daba a la puerta de su oficina, recorrió el camino hasta su escritorio, atravesando las puertas de cristal que le daban la bienvenida, llegó hasta el extremo derecho donde ya había algunos compañeros trabajando, saludó cortésmente y se sentó en la silla de su escritorio, encendió el ordenador sacando su libreta de la gaveta. Sus compañeros hablaban en voz baja, la evitaban pero aquello era algo un tanto inusual. No porque la evitaran, aquello era diario, pero el ambiente se sentía extraño ¿Sería por el día? ¿Sería por el proyecto? ¿Acaso iba mal vestida?, siguió en lo suyo, no había motivo para distraerse hasta que llegó un whatsap a su teléfono, era su madre, no quería abrir el mensaje, entonces llegó una de su hermana y la sensación de que algo había pasado la invadió. Amanda abrió el teléfono y en el mensaje de su madre y de su hermana había una sola cosa: “Un mensaje de felicitación” era su cumpleaños, ¿lo había olvidado? Si ella lo había olvidado, sus hijos por la mañana la hicieron enojar y no lo recordó, entonces se dio cuenta de algo más. Su marido no la felicito, sus hijos no la felicitaron; era política de la empresa adornar el lugar de los empleados que cumplían años, pero su lugar estaba intacto. ¿Tan irrelevante era que nadie se acordaba?

--- Amanda necesitamos revisar esa presentación--- Anunció Miguel al llegar a la oficina apenas sin mirarla y entrando a su oficina detrás de ella. La respuesta llegó a la mente de la mujer en un instante.

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