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Capítulo 1 (Parte II).

Luego del drama del día anterior Esdras se vio obligado a dejar sola a su mejor amiga, seguiría enfadada con él al menos un par de días más por la supuesta broma que le había jugado.

Aunque no era ninguna broma.

Así que a la mañana siguiente no tenía muchas posibilidades de dónde ir, sin Elena las cosas solían ser aburridas en su día.

En su vida él nunca se caracterizó frente a la multitud, jamás llegó a ser demasiado inteligente como para sobresalir con su cerebro, no era lo suficientemente guapo para ser popular por su apariencia, su contextura de fideo delataba la ausencia de atletismo en su cuerpo, no le gustaban mucho los deportes.

Él solo era catalogado con un título: “El hijo del Padre”. No es que los sacerdotes tuvieran hijos, de hecho, ni siquiera era su hijo, pero así era cómo la gente lo llamaba porque él lo crio desde aquella noche oscura en que fue abandonado en la puerta de la catedral.

Y se quedó con él por el nombre escrito en la manta que lo envolvía: Esdras, debía ser una señal, tenía que ser una señal de enormes cosas, él debía de ser uno de esos hombres sobresalientes luego de Jesucristo. Tenía el nombre, un escritor de la Biblia, un sacerdote.

Pero jamás fue siquiera algo más que un dolor de cabeza sacerdotal.

Ahora siquiera se hablaban, él y su padre. No desde que fue la mayor decepción cuando no quiso seguir los pasos del “señor” y se marchó a América, mucho menos cuando le comunicó que sería historiador porque estaba harto de las mentiras con las que vivió su vida entera.

Así que después de la universidad, o Elena, no tenía nada. Por lo que aquella mañana se decidió a que era el tiempo correcto de pasar a saludar al hombre que le había mantenido durante todos sus años de universidad sin particular razón alguna, a aquellas alturas ya debía de haber preguntado por qué.

Chocó sus nudillos contra la puerta del departamento que él mismo había conseguido para él hasta que una voz femenina respondió desde el interior.

—Adelante, ¡está abierto!

Él puso su mano en la perilla y empujó la puerta, ingresó y cerró la puerta con un empujón.

Para cuando alzó la vista se encontró con una mujer desnuda frente a él, entonces gritó y ella gritó en respuesta, y de inmediato tapó sus ojos con sus manos.

— ¿Qué está pasando? —Ese fue Ashley gritando justo después, antes de taparse los ojos no logró verlo en la habitación.

— ¡Ella está desnuda! ¡Cielos! —gritó Esdras.

—Yo solo grité porque él gritó en primer lugar, logró asustarme un poco.

— ¿Sigue desnuda?

—Si—respondió ella a su pregunta.

—¿Podrías vestirte?

—Pensé que habías dicho que era uno de esos chicos anti-religión.

—¡Lo soy! ¡No creo en las religiones! ¡Aun así creo en la moralidad! —reclamó.

—Está bien, lo solucionaré, toma, ponte esto, —escuchó decir a Ashley, pero no lo veía porque continuaba con los ojos cubiertos.

—Listo —anunció ella con un tono inconforme.

Él se sintió inseguro de arriesgarse, así que sus manos continuaron cubriendo sus ojos por un rato más hasta que ambas manos de la chica tomaron sus muñecas y separaron sus manos de su cara.

Ella ahora vestía una camisa, quizá la que Ashley llevaba puesta, ahora él lucía su pecho desnudo gracias a ello. La camisa tampoco cubría demasiado de ella.

— ¿Por qué estaba ella desnuda? Pensé que era tu amiga.

—Lo soy —dijo ella, y le guiñó un ojo.

—No controlo a Sol —dijo Ashley.

—Pero tienes sexo con ella.

—Él no es nada idiota —señaló Sol.

Ashley pasó la mano por su rostro dando una exhalación.

—Vas a juzgarme.

—Voy a juzgarte. ¿Así que eso es lo que has estado haciendo los últimos diez años desde que la chica murió? ¿Volviste a Delight y a las prostitutas?

— ¡No soy su prostituta! —reclamó ella. Ashley la miró seriamente por unos segundos— Al menos no la de él. Soy su asistente personal en todo caso, y mejor amiga.

— ¿Tienes relaciones con todas tus mejores amigas o empleadas?

—No —respondió Ashley.

—Si —respondió Sol, mirándola, usando la misma expresión seria que él usó con ella solo segundos atrás.

—No con todas, —refutó él—. No tengo tiempo para ir en busca del “amor verdadero”, mucho menos desde que el mío murió.

— ¿Cuál es tu excusa? —Giró en dirección a Sol.

—Ella me engañó con un tipo millonario y se casó con él para cobrar la herencia que su amor muerto le dejó. —Sol señaló a Ashley—. Así nos embarcamos juntos rumbo a la miseria.

— ¿Ella? —preguntó él, esperando haber escuchado mal.

Sol solo asintió lentamente presintiendo que también sería juzgada por ello. Esdras solo apretó sus labios y contuvo sus palabras.

—Oh Dios, ¿en qué he metido a Elena? —susurró.

— ¿La chica chófer es tu amiga? —preguntó Sol, de pronto alerta.

—Ni se te ocurra, ni se les ocurra a ambos, ¡mantengan sus manos alejadas de Elena!

—Oh, ella te gusta —dijo Sol.

— ¿Qué? ¡No! Solo no la enreden en su psicópata y enferma vida sexual.

—Ah, eres virgen —acusó Sol.

— ¡Por supuesto que lo soy! —gritó en su lugar.

— ¿Todos los ingleses son así de apasionados? —gruñó Sol, cruzó sus brazos y giró sobre sus talones, luego salió del lugar.

— ¿Terminaste? —preguntó Ashley mirando a su amigo.

—No, y lo sabes. Pero lo suspenderé únicamente porque necesito tu dinero.

—Creo que te pagaré extra sí que guardas tus exposiciones de moralidad con respeto a mi vida.

—Lo aceptaré prometes que esto no vuelve a repetirse.

—Trato hecho. —Ashley extendió su mano y le dio un apretón de manos al chico, justo luego palmeó su espalda con camarería—. Es bueno volver a verte.

—Diría lo mismo, pero estoy viendo demasiado de ti ahora mismo.

Ashley se miró a sí mismo, pecho desnudo, a excepción de los tatuajes que estaban salpicados por aquí y por allá. Nada del otro mundo, él no podría contar los torsos desnudos de hombres que había visto y mucho más de ellos. No porque se hubiera envuelto de manera pasional con hombre alguno jamás, él tenía preferencias bien definidas, al contrario de sus amigas. No las culpaba, sabía a la perfección lo mucho que podrían atraer las mujeres.

— ¿Hola? —preguntó Esdras, de pronto viendo a su amigo perderse en lo que parecían sus pensamientos.

—Sí, estoy aquí.

—Aun pienso que es un error... —Esdras lo miró con seriedad— La vida que llevas, no te hace feliz.

—Mi hija murió justo después de haberla conocido, su madre, el amor de mi vida, se suicidó cuando no pudo soportarlo. No quiero ser feliz, Esdras, las quiero de regreso. Tú también lo querrías si lo supieras.

— ¿Saber qué?

Ashley suspiró y negó.

—Olvídalo, jamás entenderías —respondió—. Me alegra haberte visto, debo prepararme para trabajar, te llamaré luego para salir a cenar. ¿De acuerdo?

Esdras asintió, Ashley respondió de la misma forma, sin una palabra más dio media vuelta y avanzó por el apartamento hasta dejarlo solo.

Supuso que esa era su señal de salida, así que se marchó.

Cuando salió a la calle se topó con el bullicio de una marcha que perturbaba a la cuidad desde que el circo llegó a la cuidad, eran solo un montón de hippies repartiendo publicidad para su espectáculo, una lluvia de papeles se extendió por toda la calle muchos de los cuales volaron directamente hacia él hasta donde estaba de pie, justo al lado de la puerta del edificio de apartamentos.

La gente no estaba para nada contenta con ellos, ni con el ruido o las toneladas de basura que dejaban donde pasaban, pero al parecer nadie había podido detenerlos.

Miró la publicidad, la atracción principal se hacía llamar “La princesa escarlata” y tenía un gran espectáculo sobre hermosos caballos salvajes, pero nada de todo aquello le llamaba concretamente la atención, sino lo único visible de ella en el anuncio...

Sus ojos.

— ¡Ayuda! ¡Que alguien me ayude! —gritó alguien entre la multitud.

Esdras soltó el panfleto de sus manos y empezó a mirar a su alrededor, buscando la proveniencia de los alaridos entre la gente confundida con la euforia del circo.

Miró a lo lejos a una mujer corriendo tras un hombre, y no fue hasta que enfocó al sujeto que vio que llevaba con él un bebé en sus brazos, quizá de la mujer.

Corrió a su Volkswagen destartalado, ingresó a él y salió a toda velocidad de su aparcamiento, esperando que su herrumbrado auto no se desintegrara o cayera en pedazos ante el uso del acelerador. Por un momento pensó que habría sido mejor idea correr tras él, su auto no corría demasiado con tanto óxido sobre él. Sin embargo, corría un poco más que una persona.

Logró aventajar al hombre con el bebé e interponer el auto en su camino.

— ¡Regresa al niño! —gritó desde el auto.

—¡Tú y cuántos más! ¡Niña Escuálida! —refutó el hombre de acento extraño que no reconocía.

El sujeto se deslizó por el capó arrugado y corroído de su bocho ñato y volvió a correr, esta vez saliendo de la calle principal para ir entre los edificios, un lugar de difícil acceso para un automóvil.

Esdras refunfuñó, porque, aunque la situación le amerita a expresar una maldición, no era su estilo.

¿Por qué pensó que un secuestrador le haría el trabajo fácil?

Bajó del auto aparcado a la mitad de la calle y corrió de nuevo tras el hombre, internándose entre los callejones de los enormes edificios de las zonas de apartamentos de la ciudad, pero ahora mismo el hombre lo aventajaba por mucho, era un héroe tan deficiente que lo había pensado dos veces antes de bajarse del auto y perseguir al sujeto, así que ahora mismo lo había perdido de vista entre un gran laberinto llamado Londres.

O eso había pensado.

La figura masculina del hombre se presentó repentinamente frente a él sosteniendo un arma en alto, escuchó el llanto del infante desde el suelo, de pronto todo se reproducía en cámara lenta, y no fue hasta que sintió el dolor en su abdomen y se percató del sonido explosivo de la pistola que todo volvió a su velocidad normal.

No se inmutó demasiado siquiera por ver el repentino color escarlata de su sangre inundar el abrigo de cachemira color celeste con cuadros amarillos que llevaba puesto aquella mañana.

El hombre frente a él lo miró con un poco de extrañeza ante su rara reacción, quizá pensó que él caería de inmediato o gritaría de dolor e incluso se desmayaría por la sangre.

No obstante, siquiera Esdras pudo entender cuando algo muy dentro de él pareció explotar, y de pronto se lanzó sobre el hombre con un salvajismo que no pensó ser capaz de poseer en su cuerpo huesudo y desnutrido.

El llanto del niño pareció triplicar su volumen, y al contrario de hace unos segundos, ahora todo se movía con una velocidad perturbadora e incontrolable. No tuvo mucha conciencia sobre lo que pasó, o lo que estaba haciendo y por qué parecía no poder controlarse. Solo continuaba golpeando al hombre, atacándolo con los destrozos de madera y fierros de metal abandonados por el callejón, lo intentó todo, pero el hombre continuaba poseyendo la pistola, y quizá le disparó, una o dos veces más, ahora mismo, no lo sentiría, no lo sentía en lo absoluto.

Pero hasta él tenía sus límites...

Se desplomó en el suelo sucio y asqueroso del lugar, sobre la lana, el moho y los defectos de animales, su vista empezó a nublarse, y su boca a llenarse de sangre.

El hombre vio su oportunidad, entre las figuras distorsionadas vio que este se inclinó para tomar el pequeño bulto que lloraba desde el suelo para luego empezar a correr, Esdras quiso moverse, quiso levantarse desde el suelo, quiso impedirlo... pero era un héroe mediocre.

Durante su último aliento escuchó a un caballo rechinar, escuchó sus cascos golpear fuertemente contra el cemento y el agua residual de los callejones. Entre lo poco que sus ojos aún enfocaban miró un caballo saltar sobre él, negro, majestuoso y una figura que lo cabalgaba.

Pensó que quizá así era como se veía el jinete de la muerte del que hablaba la Biblia.

En sus últimos sentidos miró que lo pasó de largo, y siguió cabalgando, acercándose al secuestrador, escuchó gritos con tono masculino, y en un parpadeo el hombre estaba en el suelo, el caballo se levantaba en dos patas y su jinete cortaba el aire con un látigo listo para lastimar.

Fue entonces cuando todo se esfumó.

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