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Capítulo 4

Sus ojos verdes me recordaban tanto a ella… No sabía si me estaba volviendo loco o si mi mente solo intentaba verla y mantenerla viva en mis recuerdos.

Habían pasado nueve años desde que se fue de mi vida sin darme una explicación, sin decirme por qué. Al buscarla en su casa, lo único que recibí fue un golpe de parte de su padre, llamándome maldito sin darme una sola respuesta.

Nueve años atrás

Era la noche de graduación y yo estaba contento de haber culminado la preparatoria al lado de mi novia.

Había sido un tonto por no darme cuenta antes de la chica que estaba perdiendo, pero cuando finalmente mis ojos empezaron a verla de otra forma, supe que ella era el amor de mi vida.

Por eso traté de presentársela a mi familia, pero mamá nunca la aceptó por no tener nuestro nivel económico; simplemente la detestaba por estudiar en un colegio privado gracias a una beca.

Eso nunca fue impedimento para que yo la amara como lo hacía, y estaba dispuesto a todo con tal de estar con ella.

Estaba listo y solo esperaba a Lucas para irnos juntos a la fiesta de graduación, donde vería a Sara.

Al llegar, la busqué por todo el salón, pero era evidente que no había llegado.

—Hola, Edrick —Amanda se acercó colocando su mano sobre mi pecho—. ¿Vienes solo al baile?

—No, estoy esperando a mi novia.

—Es una lástima —sonrió—. Te veo luego.

Se marchó y Lucas rió, golpeándose el pecho.

—No es gracioso.

—Claro que lo es. ¿No ves cómo babea por ti?

—Me da igual. Solo me interesa Sara.

Miré mi reloj: ya pasaban de las ocho. Me reuní con Lucas y unos amigos, esperando a Sara.

Después de algunos minutos, decidí ir al baño. Había bebido demasiado. Me acerqué al lavamanos y me mojé el rostro. Entré en un cubículo y, cuando terminé, escuché golpes en la puerta.

—Está ocupado —musité molesto.

Volvieron a tocar. Abrí fastidiado y me encontré a Amanda.

—Hola, Edrick.

—Amanda, ¿qué haces aquí?

Sonrió y se lanzó a besarme. Sus manos fueron a mi camisa, soltando los botones. Intuitivamente, y estúpidamente, seguí su juego.

¿Qué diablos estoy haciendo?

La separé y salí del cubículo acomodándome la camisa.

—Esto no estuvo bien… Fue un error, Amanda.

La puerta del baño se abrió de golpe y entró Lucas, mirándome asombrado.

—¿Qué hiciste, Edrick? —Miró a Amanda y luego a mí, con dureza.

—¿De qué hablas?

—Sara llegó. Te estuvo buscando. Una de las chicas le dijo que estabas en el baño. Acabo de verla salir del salón llorando.

—Sara… —susurré.

Salí corriendo, buscándola por todo el salón. No había rastro de ella.

Pedí mi auto al valet parking. Después de media hora buscándola sin éxito y sin que contestara su teléfono, decidí ir a su casa.

Sabía que sus padres no aprobaban nuestra relación, pero ¿qué importaba? Era la chica que amaba.

Toqué el timbre. La puerta se abrió y, antes de poder hablar, su padre me golpeó en la mejilla.

—Maldito infeliz, lograste tu cometido con mi hija. Ella ya no está aquí. No tienes nada que venir a hacer a mi casa.

Escupió frente a mí y cerró la puerta dejándome confundido.

¿Ya no está aquí?

¿Qué quiso decir con eso?

¿Dónde está Sara?

Tiempo actual

—Amigo, ¿estás bien? —La voz de Lucas me sacó del trance.

Parado frente a mí, me miraba curioso.

—Toqué, pero no respondiste. ¿Qué te tiene tan distraído?

—Pensaba en Sara —suspiré, frotándome el rostro—. Recordando lo de la noche de graduación.

—Es mejor que dejes de atormentarte, Edrick. Ya pasaron nueve años. Quizá se casó y hasta tiene familia.

—No… claro que no —musité molesto—. Ella me amaba, Lucas. No puedo creer que simplemente… se haya ido.

—Hermano, tenías años sin hablar de ella. ¿Por qué estás así?

—Esta mujer… Sofía Lombardo. Su mirada me hizo recordarla —negué—. Algunos gestos. Pero me niego a creer que sea ella.

—Claro que no lo es. Sara era muy diferente. Aunque sí tiene un aire a ella, son totalmente distintas física y emocionalmente.

Además —alzò una ceja—, los padres de Sara murieron en un accidente automovilístico. Y no eran ricos ni mucho menos apellidaban Lombardo.

—Tienes razón… Quizás ya me estoy volviendo loco.

—Debes olvidarla. Sé que la amabas, pero ya es hora.

Tenía razón, pero sacarla de mi mente no era tan fácil. Llevaba años intentándolo.

—¿Hablaste con la Lombardo? —cambió de tema.

Asentí.

—¿Y cómo te fue?

—A la defensiva. Apenas me dejó hablar. No sé si es prepotente o si su personalidad es así de retadora.

—Se ve fría, pero es inteligente. Leí varios artículos sobre ella.

—¿Qué leíste?

—Según Forbes, lidera la lista de mujeres empresarias más influyentes en Londres. Ha cerrado negocios multimillonarios. Es una pieza clave, hermano.

Tal vez tenía razón. Solo esperaba que con el tiempo su temperamento se suavizara.

Lucas regresó a su oficina. Yo intenté concentrarme en mi trabajo.

El teléfono sonó. Activé el manos libres.

—Señor, su madre llamó para recordarle la comida con ella y la señorita Chang esta tarde.

—Cancélala. Dile que surgió un inconveniente.

—Sí, señor.

Colgó. Me froté la nariz. No tenía ganas de hablar con mamá, y mucho menos con Amanda.

Agotado, guardé todo y salí de la oficina rumbo a casa. Al llegar, me duché y me cambié para salir por una copa.

—Edrick, no puedo creer que dejaras plantada a tu madre —la voz de mamá retumbó en mi habitación—. Eres un grosero y un mal hijo.

—Y tú no has sido una buena madre —repliqué—. Además, respeta mi casa.

—Soy tu madre. Puedo venir cuando quiera.

—Pero no entrar sin avisar.

Me siguió por el pasillo.

—Y todavía dejas plantadas a tu madre y a tu novia…

—Mamá, acepté a Amanda por ti, para cerrar el contrato millonario con su padre. Ese contrato ya pasó.

—No puedes dejarla. Seríamos la comidilla de la ciudad.

—Quizás no lo haga hoy, pero lo haré pronto.

Tomé mis llaves.

—¿Irte de fiesta con quién sabe quién?

—Exacto. Nos vemos luego.

Salí rumbo al bar donde me reuniría con Lucas.

—¿Por qué esa cara? —preguntó dándome un trago.

—Mi madre. Sigue metiéndome a Amanda por los ojos.

—¿Y cuándo piensas terminar eso?

—Pronto.

—Pues apúrate. Te van a amarrar si sigues así.

—Espero que no.

(…)

El siguiente día transcurrió entre juntas y problemas de inversores. Me arremangué la camisa y estaba revisando documentos cuando tocaron la puerta.

—Adelante —musité.

Entró la señorita Lombardo. Se acercó y dejó unos papeles frente a mí.

—Señor Benson, falta su firma en estos documentos.

—Lo lamento, ando distraído —los tomé y los revisé.

—¿En algo puedo ayudarlo?

Su pregunta me tomó por sorpresa.

—Unos supuestos socios de una de las empresas de mi padre hicieron un desfalco millonario. Sus nombres y empresas resultaron ser fantasmas. Esto puede traernos problemas legales.

—¿Puedo verlos?

Me levanté y me senté a su lado para entregarle los documentos. Los leyó con atención.

La observé. Un recuerdo de Sara me golpeó. Cuando estudiábamos, ella hacía exactamente ese gesto de concentración.

Levantó la mirada y sus ojos verdes me atraparon.

Eran tan parecidos…

Me levanté, aflojé mi corbata, tratando de calmarme.

—¿Sucede algo? —preguntó, preocupada.

Se acercó y colocó su mano sobre mi pecho.

—Estás teniendo un ataque de ansiedad —susurró—. Debes calmarte.

—Me recuerdas tanto a ella… —susurré, sujetando su mano.

—¿A quién? —susurró. Su mano tembló—. ¿A quién le recuerdo, Edrick?

—A la única mujer que he amado.

Cerró los ojos e intentó retirar la mano, pero la detuve. Sus ojos se cristalizaron, con un brillo de molestia.

—Pues no soy esa mujer —se soltó—. Lamento que me confunda, pero puedo apostar que somos muy diferentes.

Caminó hacia la puerta.

—Tiene razón —dije—. Ella era tan alegre y dulce… Y usted es tan fría y amargada que jamás podría ser ella.

Se detuvo, suspiró, abrió la puerta y salió azotándola.

Quizás sí tenía un parecido físico… pero debía estar alucinando.

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