Librería
Español
Capítulos
Ajuste

Capítulo 3

Después de un intenso desahogo y ya más calmada, me despido de Marie y regreso a casa para ver a mi pequeño Max Emiliano.

No podía regresar afectada; preocuparía a mis padres, y en estos momentos papá tiene suficiente con su enfermedad.

Decirle que había vuelto a ver al hombre que tanto daño me causó hace nueve años, y que además se trataba del hijo del señor Benson, sería desatar su ira. Podría ocasionar problemas en la fusión de las empresas y, sobre todo, afectar su salud.

“No puedo ocasionar eso.”

La camioneta entra al residencial, se estaciona frente a la casa y Simón me ayuda a bajar.

Al entrar, lo primero que encuentro es a mamá en la sala de estar leyendo un libro. Al escuchar el sonido de mis tacones, levanta la mirada y sonríe.

—Hija, ¿qué tal todo? —se levanta y me da un beso en la mejilla—. ¿Cómo te fue con los nuevos socios?

—Bien, mamá. Encontré algunos desajustes y tuve que discutirlos con el presidente de la empresa, pero ya está todo solucionado.

Coloca su mano en mi barbilla y me mira fijamente a los ojos.

—Puede que no te haya dado a luz, cariño, pero te conozco perfectamente, y sé cuándo esos ojitos están tristes —me sonríe—. ¿Sucedió algo?

A ella no le puedo ocultar nada; es más que evidente.

—No pasa nada, mami. Solo estuve hablando con Marie y me puse algo melancólica, es todo.

—Hablé con ella ayer. Quedó en venir el domingo a almorzar con nosotros, como recompensa por tenernos abandonados.

—Sabes que viaja muchísimo por su trabajo y por ver a su novio… así es ella —escucho los gritos de Maxi y de papá en el jardín—. Iré con ellos.

—Adelántate, cariño. Le diré a Eva que vaya poniendo la mesa para cenar.

Camina hacia la cocina. Yo voy a la puerta que da al jardín y, al abrirla, veo a mi padre jugando fútbol con Max Emiliano. Mi hijo patea la pelota y mete un gol.

—¡Goooool! —grita entre saltos de alegría.

—Eso es, campeón, así me gusta —papá se acerca a él abrazándolo. Al verme, sonríe—. Hija, qué bueno que llegaste.

—¡Mamá! —Maxi corre hacia mí y lo recibo en mis brazos, dándole un beso enorme en la mejilla mientras lo cargo.

—¿Cómo está el hombre más importante de mi vida? —pregunto. Él besa mi mejilla.

—Ya me hacían falta tus besos, mi príncipe.

—Mamá, pasamos a eliminatorias. El otro jueves es el juego final. Tú, la tía Marie y los abuelos van a ir, ¿verdad?

—Por supuesto que sí. Jamás nos lo perderíamos.

—Hija, ¿qué tal todo hoy?

—Papá, di con algunas irregularidades con las que el presidente no estaba de acuerdo —bajo a Maxi—. Pero ya todo está solucionado.

—Confío plenamente en todo lo que haces —me abraza—. Ahora vamos a cenar antes de que tu madre se enoje.

Maxi toma mi mano y entramos los tres a cenar. Durante la comida, él nos cuenta cómo estuvo su día en el colegio y lo ocurrido en su práctica de fútbol.

Al terminar, lo acompaño a su habitación, donde se baña, me muestra sus tareas ya hechas y luego se acuesta para dormir profundamente.

Le hago la señal de la cruz, dejo un beso en su frente y apago las luces al salir.

En mi habitación, me doy un baño y me acuesto. Intento dormir, pero al cerrar los ojos solo veo el rostro de Edrick.

No puedo darle cabida otra vez en mi mente. Edrick me lastimó demasiado y sé que nunca le importé. Bastó con ver que no me reconoció hoy, aun habiendo estado frente a frente.

“Debes sacarlo de tu mente como él lo hizo contigo.”

Me digo esto a mí misma hasta caer profundamente dormida… olvidándome de todo.

---

La mañana transcurre con tranquilidad. Ayudo a Maxi a arreglarse para el colegio, lo acompaño a desayunar con mis padres y, luego de despedirme de él, salgo al gimnasio. Después de una hora y media de entrenamiento regreso a casa, me baño y me preparo para ir a la oficina.

Me coloco un vestido de talle mediano, negro en la parte de abajo y mitad blanco, mitad negro arriba, con mangas largas del mismo color. Busco unos tacones negros, pendientes de diamantes a juego con mi collar. Me peino dejando mi cabello suelto, me maquillo ligeramente, tomo mi cartera y mi portafolio y salgo.

A la salida me encuentro a mis padres, me despido de ellos y termino de caminar hacia afuera, donde veo a Simón.

—Buen día, señorita. ¿En qué auto desea que la lleve hoy?

—No hace falta que me lleves, Simón. Iré sola —asiente—. Mi Cadillac, por favor.

—Enseguida, señorita.

Va al garaje y, minutos después, estaciona mi auto frente a mí. Me despido y manejo rumbo a la oficina.

Veinte minutos después llego a la empresa. En los aparcamientos, un guardia me indica dónde estacionarme.

—Estos son los estacionamientos de los jefes, señora. Nosotros nos encargamos de cuidar sus autos.

—Muchas gracias.

Me estaciono donde me indica. Al bajar, noto un deportivo a mi lado… y ya sé de quién es.

Suspiro, cierro mi auto y tomo el elevador desde el sótano hasta el piso veinte.

Apenas se abren las puertas, salgo. Mi teléfono suena: es Maxi.

—Hola, mamá.

—Hola, amor. ¿Qué sucede?

—Mamá, Luke me invitó a jugar videojuegos a su casa. ¿Puedo ir?

—Sabes mis condiciones, Max.

—La mamá de Luke hablará con mis abuelos. Te prometo que cuando llegues ya estaré en casa, mami… ándale, ¿sí?

—Está bien, amor. Te veo en casa para cenar.

—Te amo, mamá.

—Yo también te amo, mi vida.

Al guardar mi teléfono, levanto la mirada… y me encuentro directamente con los ojos de Edrick. Me mira serio. Lucas está a su lado.

Antes de que pueda dar un paso, el elevador pita detrás de mí. Me giro y veo al jefe de Marketing mirándome con una sonrisa.

—Señorita Lombardo —toma mi mano y deja un beso en ella—. Es un placer verla nuevamente.

—Señor… —intento recordar su nombre, pero nada.

—David Nodal. Pero usted puede decirme solo David —sonríe—. Sería un honor que me tratara de usted.

Observo su coquetería y evito torcer los ojos. No me interesa ser pretendida por nadie, mucho menos en esta oficina.

—Señor Nodal, fue un placer saludarle. Con su permiso.

Camino hacia mi oficina, pasando a un lado de Edrick y Lucas sin decir palabra.

—Buenos días, Luna.

—Buenos días, señorita Lombardo —se pone de pie—. Ya tengo lista a su asistente.

—Hazla pasar cuando gustes.

Entro a mi oficina y cierro la puerta. Dejo mi bolso y el portátil, respiro profundo y apoyo las manos sobre el escritorio.

“Esto va a ser más duro de lo que pensé.”

Unos toques en la puerta me obligan a retomar la postura. Enciendo la Mac.

—Adelante —digo.

La puerta se abre y entra Lucas, cerrando detrás de él.

—Señorita Lombardo, buen día ante todo —se acerca, me extiende la mano y se la recibo—. Lamento molestarla, pero creo que tenemos una charla pendiente.

—Usted dirá —le hago un gesto para que se siente.

—Creo que empezamos con el pie izquierdo por lo de ayer. Después de la reunión investigué un poco sobre las empresas y, en efecto, todo lo que dijo era cierto. Por esa razón he decidido cancelar los contratos con ellos y buscar una nueva empresa que nos abastezca de materiales.

—Estoy de acuerdo. No podíamos seguir trabajando con ellos, tal como dije.

—Respecto al marketing, el señor Nodal presentará una nueva propuesta en la reunión con los socios. Pero sobre la contabilidad, usted me dirá con qué no está satisfecha para revisarlo juntos.

—No hace falta discutir la contabilidad. Más bien creo que le debo una disculpa —su expresión se sorprende—. Revisando más a fondo esta mañana, noté que usted tomó hace poco el puesto. Los números que no me cuadraban eran manejados por otra persona.

—Así es. Llegué hace menos de tres meses por solicitud del señor Benson. Le puedo asegurar que en mi contabilidad nunca encontrará un error.

Me mira fijamente, obligándome a desviar la vista.

—Siendo así, queda todo aclarado, señor Cáceres. Y si me permite, necesito trabajar.

—Por supuesto —se levanta y me mira nuevamente—. Disculpe si soy atrevido, pero siento que la he visto antes.

—Quizás en alguna revista. He vivido toda mi vida en Londres hasta hace poco, así que dudo que haya sido en otro lugar.

—Lo lamento, quizás es solo una confusión.

Asiento. Sale de mi oficina. Afuera, Luna espera con una chica.

—Señorita Lombardo, ella es Valentina, su secretaria.

Me levanto, le extiendo la mano y ella se adelanta para tomarla.

—Valentina Banks. A sus órdenes, señorita Lombardo.

—Gracias, Luna.

—A la orden.

Luna sale. Valentina sostiene un iPad y me sonríe.

—¿Eres nueva, Vale? —pregunto.

—Llevo un año trabajando aquí. Era secretaria del área de Arquitectura, pero luego me asignaron Vicepresidencia con usted.

—Perfecto. Solo necesitaré tu ayuda con correos, documentos para firmar y las reuniones.

—Entendido, señorita.

—Puedes ir a tu puesto. Te llamaré si te necesito. Gracias, Vale.

—Gracias a usted.

Sola otra vez, suspiro y reviso pendientes de las otras empresas de papá. Recibo un mensaje de Bruce avisando que llegará en un par de días para entregar cuentas del cierre de mes.

Me enfoco en los documentos cuando suena el teléfono.

—Señorita Lombardo, el señor Benson solicita hablar con usted.

Mi corazón late a mil. Siento las piernas temblarme.

“Contrólate, Sara.”

—Hazlo pasar, Vale. Y gracias.

La puerta se abre.

Y lo veo entrar, tan sereno… tan distinto a aquel chico que conocí nueve años atrás.

Ha cambiado demasiado: su cuerpo es el doble, la camisa marca cada músculo; su cabello negro está más largo y rebelde; sus facciones más maduras, más masculinas. Más atractivas.

—Señor Benson —musito intentando sonar firme—. ¿En qué puedo servirle?

—Creo que usted y yo tenemos una charla pendiente sobre lo sucedido ayer.

—Señor Benson, dejé todo claro ayer. No tenemos nada que charlar, a mi parecer.

—¿Puede dejar de estar a la defensiva unos minutos? —mete las manos en los bolsillos—. Somos los encargados de que esta fusión funcione. Si no somos capaces de dialogar, no lo lograremos.

—No tengo nada en contra de usted. Le aseguro que podremos dialogar y hacer que esto funcione siempre que ambos estemos de acuerdo. Le recuerdo que ya no solo valen sus órdenes… también valen las mías.

—Estoy de acuerdo, señorita. ¿Sabe qué no entiendo? Su actitud tan a la defensiva conmigo… como si yo le hubiese hecho algo.

—¿Qué me podría haber hecho usted? —respondo, seria—. Es la primera vez que nos vemos. Si mi actitud le molesta, lo siento, siempre he sido así.

—¿Sabe? Su actitud me recuerda mucho a alguien —musita, mirándome directo a los ojos.

—No sé a quién le recuerde, ni me interesa saberlo. Si fuera tan amable, puede retirarse y dejarme trabajar.

Me observa varios segundos. Niega. Y sale.

Cierro los ojos un momento, con el corazón golpeando mi pecho.

Algo sospecha. Eso lo tengo claro.

Tengo que estar preparada.

Porque siento que, en cualquier momento, él va a destapar la verdad.

Y debo estar lista para afrontarlo…

Descarga la aplicación ahora para recibir recompensas
Escanea el código QR para descargar la aplicación Hinovel.