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Capítulo 5

—¿A quién? —susurro con el corazón a punto de salírseme del pecho—. ¿A quién le recuerdo, Edrick?

—A la única mujer que he amado en mi vida.

Cierro los ojos, intento zafar mi mano de su pecho y él me detiene.

—Pues no soy esa mujer —me suelto de su agarre—. Lamento que me confunda, pero puedo apostar que ambas somos muy diferentes.

—Tiene razón… ella era tan alegre y dulce —sus palabras hacen que me detenga—. Y usted es tan fría y amargada que no podría ser ella nunca.

—Sofía, ¿me escuchaste?

La voz de mi entrenador me saca de mis pensamientos. Niego y dejo caer la mancuerna que sostenía.

—Lo siento… estaba recordando una cosa.

—Te decía que hemos terminado por hoy. Nos vemos el viernes.

—Por supuesto.

Asiente y se retira.

Había pasado una semana y no podía sacar de mi cabeza lo sucedido en la oficina de Edrick.

Verlo sufrir nuevamente un ataque de ansiedad después de tantos años me llenó de angustia.

Edrick sufre de esos ataques cuando está muy estresado, nervioso o asustado… igual que Max Emiliano.

Me debato entre ir al spa y luego ducharme, o simplemente ir a casa, bañarme e ir directo a la oficina.

Miro mi reloj: ya pasan de las nueve. Le dije a Valentina que llegaría a las once, así que voy tarde.

Tomo mi bolso y salgo del gimnasio, subo a mi camioneta y regreso a casa.

En el camino, mi móvil suena. Me coloco el auricular y contesto.

—¿Bueno?

—Lamento molestarla, señorita Lombardo…

—¿Qué pasa, Valentina?

—Los socios de Londres llegaron y todo está listo para cerrar la negociación, pero falta su firma en los documentos de cesión.

—¿No puedo firmarlos luego?

—No, señorita. Se necesitan con suma urgencia.

—Está bien, en quince minutos estoy ahí.

Cuelgo y manejo hacia la empresa. Al llegar, tomo mi bolso, saco mi carnet y entro.

Las chicas de recepción me saludan con sorpresa; supongo que es la primera vez que ven a un superior entrar en ropa deportiva.

Subo al elevador. Al llegar a mi piso, lo primero que veo es a una mujer gritándole a Luna, quien está claramente asustada.

—¡Eres una estúpida! —golpea el escritorio—. No sé cómo puedes trabajar aquí.

—Buenos días —me acerco—. ¿Sucede algo?

—La señorita quiere hablar con el señor Benson. Le dije que está en una reunión importante y no puede atenderla, pero no me cree.

La mujer me observa de arriba abajo. Sus labios exagerados y su busto a punto de salirse de la blusa llaman mi atención.

—Señorita, si tiene alguna molestia con el señor Benson, tómela con él y no con Luna. Ella no tiene culpa de nada.

—¿Y tú quién diablos te crees para venir a darme órdenes? —me mira con prepotencia—. ¿Y quién diablos te crees para entrar vestida así a una empresa como esta?

—No me creo nadie, a diferencia de usted. Solo le pido que respete al personal.

—Yo no tengo que respetar a una estúpida secretaria —vuelve a golpear el escritorio—. Y menos tengo que hacerle caso a una simple empleaducha que viene vestida como zorra barata de gimnasio para llamar la atención de sus jefes.

No lo pienso.

Mi mano impacta contra su mejilla.

Luna y Valentina sueltan un gemido ahogado. Ella me mira horrorizada.

—¡Maldita zorra! —grita levantando la mano, pero la detengo antes de que me golpee.

—¡Amanda, qué coño haces! —Edrick aparece de pronto y la sujeta por la cintura, apartándola.

—¿Quién coño es esta maldita perra? —ruge—. ¡Quiero que la largues ahora mismo!

Amanda…

La miro fijamente y, de pronto, la recuerdo.

Claro. Ella es la tipa con la que Edrick estaba besándose en el baño aquella noche.

Ha cambiado mucho: ahora es rubia y tiene más de una cirugía.

Edrick me mira fijo. Lucas llega a mi lado, confundido ante la escena.

—Señor Benson, su novia carece de modales —digo con calma—, y no pienso permitir que ella ni nadie venga a faltarle el respeto a Luna, a cualquier empleado o a mí. Porque la próxima vez hago que la corran.

—¿Quién diablos te crees? —ríe Amanda con desprecio—. ¡Tú no eres nadie para correrme!

—Me basta con ser la vicepresidenta de la empresa y tener el cincuenta por ciento de las acciones para hacerlo —respondo. Ella se queda muda—. Controle a su fiera, señor Benson. La próxima vez no respondo.

Me acerco al escritorio de Valentina, reviso los documentos, firmo.

—¿Algún otro pendiente?

—La comida con los socios esta noche, señorita. Eso sería todo.

—Bien. Puedes retirarte cuando gustes. Nos vemos mañana, Valentina.

—Gracias, señorita Lombardo.

Camino hacia el elevador. Lucas me mira, asiente; yo le sonrío suavemente y presiono el botón.

Escucho murmullos. Al levantar la vista, veo a un grupo de hombres.

—Sofía Lombardo… —sonríe uno—. Es un placer verte nuevamente después de tanto tiempo.

—Lo mismo digo, Arturo —se acerca y deja un beso en mi mejilla—. ¿Qué haces aquí?

—Firmando un contrato. Estábamos esperando a la vicepresidenta para finalizarlo.

—Ya no tienen que esperar. Ya firmé los documentos.

Miro de reojo. Edrick me observa fijamente mientras sostiene a su novia.

Lucas entrega los papeles. Arturo los recibe.

—¿Eres la vicepresidenta? —me pregunta Arturo. Asiento—. Me quedo tranquilo. Sé que este trabajo está en buenas manos.

—Gracias, Arturo. Si me disculpas, debo regresar a casa.

—¿Cómo está Howard? ¿Y tu madre?

—Papá está mucho mejor. Mamá sigue a su lado… ya sabes lo terco que es.

—Howard nunca cambiará —ríe—. Espero verlos antes de irme.

—Cuenta con eso. Le diré a papá que te llame para cenar.

Lucas entrega los contratos.

—Con la firma de la señorita Lombardo, todo está listo —dice.

—No hace falta revisarlos —responde Arturo—. Confío en ella. Ha manejado negocios importantes en Londres. Estoy tranquilo.

—Señor Benson, señor Cáceres… gracias por todo.

El elevador se abre. Arturo me toma de la mano y me ayuda a subir.

Antes de que cierre, veo a Edrick mirándome fijamente mientras Amanda le habla al lado.

Siento un dolor en el pecho. Respiro profundo.

Se quedó con ella.

Con la misma mujer con la que me engañó.

Soy una estúpida.

¿Cómo pude pensar que me amaba cuando convirtió a esa tipa en su novia?

El elevador se abre. Salgo ignorando a Arturo y a sus socios.

Busco mi auto y conduzco de regreso a casa.

Debo sacar a Edrick de mi mente.

Él nunca me dio mi lugar.

Nunca me amó.

“Es tiempo de rehacer tu vida, Sara.”

Me lo repito una y otra vez. Es lo mejor si no quiero volver a sufrir.

Al llegar, encuentro a mis padres con Maxi en el jardín. Los beso a ambos y subo a mi habitación para cambiarme.

Intento no pensar en lo ocurrido. Me doy una ducha rápida y, cuando estoy por salir, mi móvil suena:

Bruce ya está en la ciudad.

Bajo al comedor y encuentro a Marié riendo con Maxi y mis padres.

—Pudiste venir al final —le digo, besándole la mejilla.

—Tengo una semana libre y quiero pasarla con mi bello sobrino.

—Mamá, mi tía me va a llevar a las clases de fútbol mañana y luego iremos al parque.

—Qué bueno, cariño. Quizá los acompañe.

—¡Eso sería estupendo! —dice emocionado.

—Hija… ¿no fuiste a la oficina hoy? —pregunta papá.

—Solo pasé a firmar unos papeles. Por cierto, me encontré con Arturo Tiffin. Es nuevo cliente de la constructora.

—Hace un año que no lo vemos —dice mamá—. Lo llamaré luego para invitarlo a cenar.

—Ya le dije que lo llamarías.

—Cuenta con ello, hija. Arturo es buen amigo.

—Lo sé, papá.

Después de almorzar y compartir con Maxi, miro la hora. Pasan de las cuatro.

Recuerdo la cena con los nuevos clientes. Me disculpo y subo a alistarme.

Recojo mi cabello en un moño suelto de lado.

Sombreo mis ojos con negro y rojo.

Pinto mis labios de carmesí.

Zapatos de punta, vestido negro con falda roja larga, joyas a juego.

Tomo mi bolso, tarjetas, identificación y móvil. Me miro al espejo y bajo las escaleras.

Me despido de todos y Simón me ayuda a subir a la camioneta.

Llegamos al restaurante. El mesero me guía a la mesa donde están dos de los clientes… y Edrick, que me observa de arriba abajo.

—Lamento la tardanza, señores.

—Una mujer nunca llega tarde —dice Jeorge, besando mi mano.

Edrick me ayuda a sentarme a su lado. Suspiro e intento ignorarlo.

Converso con los socios. Llega el tercero, se disculpa y comenzamos la cena.

Veinte minutos después terminamos. Jeorge me invita a bailar.

Acepto. Bailamos despacio mientras él me cuenta anécdotas que me hacen reír.

La canción termina… y Edrick aparece frente a nosotros.

—¿Me concederías a tu bella acompañante para esta pieza?

—Por supuesto —dice Jeorge, besando mi mano antes de entregármela.

Quedamos solos. La gente nos mira. Yo intento sonreír.

—Quería pedirte disculpas por lo de esta mañana —dice Edrick—. No puedo justificar el comportamiento de…

—Puede ahorrarse las disculpas, señor Benson —susurro, interrumpiéndolo—. No me interesa recibir una disculpa suya ni de su novia. Solo quiero que respete a los demás.

—Amanda no es mi novia —sentencia con una leve sonrisa.

—Su vida personal no me interesa.

—La suya sí me interesa a mí. ¿Qué puede contarme?

Sus ojos intentan atraparme. Yo miro al suelo.

—Mi vida privada no es de su incumbencia.

La música termina. Me alejo y vuelvo a la mesa. Los socios se despiden.

Tomo mi bolso y camino hacia la salida… cuando alguien me sujeta del brazo, me gira y me arrincona contra la pared.

—¿Por qué siempre estás a la defensiva conmigo? ¿Por qué me huyes? —musita a centímetros de mi boca—. Dame una razón o voy a volverme loco.

—Edrick, por favor… aléjate —susurro—. No me lo hagas más difícil.

—Dame una razón.

Me quedo muda.

Miro cada parte de su rostro.

Sus ojos.

Sus gestos.

Me pierdo en él.

Y regreso a la realidad cuando sus manos toman mi mejilla…

y sus labios besan los míos, delicada y apasionadamente...

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