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Capítulo 2

La vida me había dado una segunda oportunidad. Me había convertido en una mujer exitosa en los negocios, una hija ejemplar y, sobre todo, una madre que daba todo por su hijo.

Le debía todo lo que tenía a Howard y Beatriz. Ellos me acogieron como a una hija, me brindaron su amor y su apoyo, y recibieron a mi hijo como a un nieto, convirtiéndose en la luz de sus ojos.

Howard y Beatriz habían perdido a su única hija en un accidente. Encontraron en mí a esa hija que necesitaban para seguir adelante, y me dieron todo el amor que les quedaba.

A los tres meses de embarazo nos marchamos del país rumbo a Londres, donde hemos vivido desde entonces.

La salud de papá ha decaído, y por petición suya hemos regresado a Estados Unidos. Me ha dejado a cargo de todos sus negocios mientras él se toma un descanso.

—Hija, debemos presentarnos en la compañía esta misma tarde. Harán público a los demás socios la compra de las acciones y el nuevo vicepresidente de la empresa.

—Sigo insistiendo en que otra persona tome ese cargo. Yo puedo seguir encargándome de los negocios en Londres.

—Sara, esta fusión es importante. Hablamos de unir a las dos familias más grandes de los negocios en este país. Traerá beneficios para ambas —se acerca y deja un beso en mi frente—. Ahora démonos prisa. Quiero volver antes de que Max Emiliano regrese de sus clases de fútbol.

Asiento. Me ofrece su brazo y salimos del despacho rumbo a la camioneta que nos llevará a la compañía.

Hacía mucho que no estaba aquí. Regresar me traía recuerdos dolorosos de todo lo vivido hace nueve años.

Lo que más me dolía era la última conversación con mis padres, aquel día en que me echaron sin piedad.

Después de un año sin saber nada de ellos, supe a través de un periódico del accidente fatal de una pareja cerca de la ciudad donde vivían. Al leer los detalles, mi corazón se derrumbó al enterarme de que eran mis padres.

Aunque no asistí a su funeral, sí me tomé el tiempo de rastrear el paradero de Marie, y ese fue uno de los momentos más difíciles y más felices.

Me contó que había regresado a la ciudad y me buscó como loca después de que papá le contara todo. Tras meses sin encontrarme, pensó que estaba sola. Cuando mis padres murieron, creyó que yo también había desaparecido de su vida.

Marie volvió a ser parte de mi familia como la hermana mayor que siempre me apoyó y me amó.

—Llegamos, hija —me dice papá, sacándome de mis pensamientos.

La camioneta se estaciona y papá me ayuda a bajar. Al entrar, nos recibe la asistente de presidencia.

—Señor y señorita Lombardo —nos saluda—. Los socios los esperan en la sala de juntas.

Nos guía hasta el elevador y luego de unos segundos llegamos al piso indicado. Caminamos por un pasillo donde muchas miradas caen sobre nosotros.

Entramos en la sala. Varias personas están presentes, casi todos hombres.

—Howard, bienvenido —un hombre algo más joven que papá se acerca a saludarlo—. Pensé que vendría la persona que ocuparía tu puesto, pero veo que te encargarás tú mismo. ¿Quién es tu hermosa acompañante?

—Mi nombre es Sofía Lombardo, y soy quien ocupará el puesto de vicepresidenta de la empresa.

Veo la sorpresa en varios rostros, incluso en el del hombre frente a mí. Hay algo en él que me resulta familiar.

—Así es —dice papá—. Ella es Sofía, mi hija, y quien lleva todos mis negocios.

—Estando todos, podemos empezar —dice nuestro abogado.

—Falta el presidente, está en un almuerzo de negocios —comenta el hombre.

—Pensé que la presidencia la llevabas tú, Benson —dice papá, confundido.

—La lleva mi hijo. Le llegó la hora de asumir responsabilidades.

—Tal parece que los hijos manejan mejor los negocios —bromea papá.

—Lamento interrumpir —una voz masculina irrumpe detrás de él—, pero necesito que me pongan al tanto de las estrategias para atraer clientes, los números de la bolsa y, sobre todo, cómo funciona ella.

Tomo asiento junto a mi padre. Empiezan a explicarme, mostrarme números, carpetas.

Siento miradas de asombro encima de mí, mientras papá sonríe orgulloso.

Él mejor que nadie sabe el machismo que reina en este mundo y lo poco que se confía en las mujeres.

Por eso estoy aquí: para demostrarles lo equivocadas que están sus creencias. Para que vean de qué soy capaz.

—Si tienes dudas, esta tarde puedo convocar una junta con el presidente y el jefe del área de contabilidad —dice el abogado.

—Perfecto —asiento con seriedad.

—Siendo así, la junta ha terminado. Señorita Lombardo, la asistente la llevará a su oficina.

—Papá, ¿vienes?

—No, cariño. Debo volver antes de que llegue Maxi —me besa la mejilla—. Nos vemos luego.

—Está bien. Dale un beso de mi parte.

La asistente me da un recorrido por el piso.

—En el último piso está presidencia. Solo hay cuatro oficinas: presidencia, vicepresidencia, jefe de marketing y jefe de contabilidad.

Entramos a mi oficina. Es enorme, con una vista increíble.

“Necesitaré cambiar la decoración.”

—Si necesita algo, presione el botón dos. Mientras le asignamos asistente, yo la apoyaré en lo que necesite.

—¿Cuál es tu nombre?

—Luna. Luna Vickers, señorita Lombardo.

—Bien, Luna. Cuando lleguen el presidente y el jefe de contabilidad, convócalos a la sala de juntas. No les digas quién los llama ni por qué. Luego me avisas.

—Así será.

Cuando se va, mi mente regresa al apellido Benson.

El mismo apellido que Edrick.

Pero nunca escuché que su familia tuviera empresas de construcción.

No. Debía sacarlo de mi mente. Edrick ya no era parte de mi vida. Era un fantasma del pasado. Y ahí debía quedarse.

(***)

Había pasado casi dos horas revisando los balances de los gastos de la compañía, las ofertas enviadas a posibles clientes y la calidad de los materiales usados en las construcciones.

El teléfono suena. Al contestar, la asistente de presidencia me avisa que el presidente y el jefe del área de contabilidad ya han llegado.

Salgo de mi oficina y me acerco a su escritorio.

—Necesito que imprimas dos carpetas con los mismos documentos que están en esta —le digo entregándole mi portafolio—. Apenas estén listas, las llevas a la sala de juntas.

—Sí, señorita.

Se levanta, y yo camino al elevador. Presiono el botón del piso diez, donde está la sala de juntas.

Al llegar, abro la puerta y avanzo hacia la mesa donde tres hombres ya están sentados.

—Buenas tardes, caballeros. Mi nombre es Sofía Lombardo y soy la nueva vicepresidenta de la empresa.

Me sorprende ver a tres hombres en lugar de dos.

Pero mi mirada queda atrapada en el que ocupa la silla principal.

Sus ojos.

Tan conocidos… tan imposibles de olvidar.

Él también me mira fijamente, en silencio.

El rubio sentado a su izquierda se levanta primero y me extiende la mano.

—David Nodal, jefe de marketing —dice, y al saludarme deja un beso sobre mi mano—. Para servirle.

—Lucas Cáceres, jefe de contabilidad.

Le doy la mano, y al verle la cicatriz sobre la ceja, lo reconozco al instante.

El mejor amigo de Edrick.

Cómo no recordarlo.

Reconocería esa marca sobre su ceja donde quiera que vaya. Es la cicatriz que se hizo en un partido de fútbol del instituto.

Luego, el último hombre se levanta.

Extiende su mano hacia mí.

Y entonces lo veo bien.

Es él.

Mi voz sale apenas en un susurro.

—Edrick Benson…

Él abre los ojos, sorprendido.

—¿Cómo lo sabe? —pregunta desconcertado, sin soltar mi mirada.

Claro que sé quién es.

Esos ojos intensos…

Los mismos que me miraban con amor hace nueve años.

Los mismos labios que me besaban con delicadeza.

Por supuesto que es Edrick.

—¿Señorita? —insiste él, esperando que reciba su saludo.

Niego suavemente, pero unos golpes en la puerta interrumpen el momento.

Lucas da permiso para pasar.

—Señorita Lombardo, aquí está lo que me pidió —dice la asistente.

Cuando intenta entregarme las carpetas, la detengo.

—Sujétalas y las entregas cuando te lo indique.

Asiente. Camino al otro extremo de la mesa y tomo asiento, sintiendo las tres miradas sobre mí.

—Lamento convocarlos tan repentinamente siendo hoy mi primer día —digo entrelazando las manos—. Seré breve: no estoy satisfecha ni con el marketing, ni con la contabilidad, ni con la calidad de los materiales que está usando la empresa.

—¿Qué? —responde Lucas incrédulo.

—Luna, entrega las carpetas —ella las reparte—. Como verán, los sobrecostos en materiales y gastos son evidentes. Esto representa una pérdida del quince por ciento.

—La empresa trabaja con los mejores proveedores y buscamos siempre alta calidad —replica Lucas indignado.

—El proveedor actual tiene múltiples demandas por estafa en España e Italia —respondo con seguridad—. Basta con investigar un poco para saberlo.

—Solo llevas unas horas aquí —interviene Edrick, serio—. No creo que eso sea suficiente para cuestionar los gastos o la contabilidad.

—Créame, señor Benson —me pongo de pie—, que estas horas han sido suficientes para detectar sobrecostos, marketing mediocre, propuestas pobres y materiales cuestionables.

Respiro hondo.

—Por eso, desde hoy, todo presupuesto, propuesta o negociación deberá pasar por el presidente y por mí. Si alguno no está de acuerdo, no se aprueba nada.

—Señorita Lombardo, eso es cuestionar mis órdenes como presidente —dice él con frialdad.

—Le recuerdo que ahora también hay una vicepresidencia, y esta es una fusión de dos empresas. Ya no son solo sus decisiones. También son las mías.

Recojo mis cosas.

—Eso es todo, caballeros.

Salgo de la sala de juntas con el corazón golpeando fuerte.

Cuando las puertas del elevador se cierran, mi cuerpo tiembla y las lágrimas amenazan con salir.

Al llegar a mi piso, entro a mi oficina, tomo mi bolso y llamo a mi chofer.

—Te necesito frente a la empresa. Nos vamos.

Al llegar a recepción, Simón ya está esperándome.

—Buenas tardes, señorita.

Me abre la puerta. Subo, y cuando la camioneta arranca, una lágrima se desliza por mi mejilla.

Ver a Edrick después de tantos años…

Siento ira, dolor, ganas de gritarle todo lo que me hizo.

No puedo permitirme sufrir otra vez por él.

No de nuevo.

—Simón, vamos al departamento de mi hermana.

—Sí, señora.

(...)

Toco el timbre, y Marie abre segundos después.

Al ver mi expresión, me toma de las manos y me arrastra adentro.

—¿Qué sucede, Sofía?

La abrazo y empiezo a llorar.

—Edrick… lo volví a ver, Marie. Lo volví a ver.

—¿Qué? ¿Dónde?

—Es el hijo del nuevo socio de papá… y el presidente de la empresa donde acabo de convertirme en vicepresidenta.

Marie se queda en shock.

—¿Y te reconoció?

Niego.

—De todas las personas en esta ciudad… justo él.

Ella me acaricia el cabello.

—Está cambiado, pero sigue teniendo esos ojos hermosos. Solo que ahora su mirada no es dulce… ahora es dura.

—¿Qué piensas hacer? No puedes ocultarle la verdad para siempre.

—No lo sé —susurro—. Pero si llega a descubrirlo… no dejaré que se acerque a mi hijo. Ni a mí.

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