Capítulo 1
La vida me había enseñado, a golpes duros, que no todas las personas son lo que parecen a primera vista.
Tenía dieciocho años y acababa de recibir mi diploma de graduación del último año del instituto. Según yo, mi mundo era perfecto. Me había graduado con honores, estaba lista para asistir a la universidad, mis padres estaban orgullosos de mí y, sobre todo, tenía al mejor novio.
Lo había visto por primera vez cuando estábamos en primer año. Me enamoré de su risa, de sus ojos celestes, pero sobre todo de lo inteligente que era.
No fue hasta el penúltimo año que sus ojos se fijaron en mí y comenzamos una relación. Su familia se oponía a nuestro amor porque no pertenecíamos a la misma clase social.
Yo estudiaba en uno de los mejores institutos gracias a una beca que mis padres consiguieron con esfuerzo, pero para su familia yo solo era una interesada detrás de su fortuna.
A él nunca le importó la opinión de nadie, solo yo, y eso era lo que más me gustaba.
Era el día del baile de graduación. El reloj marcaba las seis de la tarde y mi cuerpo simplemente no quería levantarse de la cama. Llevaba varios días con náuseas, malestar estomacal y dolor de cabeza.
La puerta se abrió y entró Marie, mi hermana mayor, lanzándome una bolsa de papel.
Marie había llegado hacía poco de España, donde estudió gracias a una beca y donde además había encontrado un lindo noviazgo con un compañero de la universidad.
—Levanta el trasero de la cama, abre la bolsa y toma lo que hay dentro. Vas a ir al baño ya mismo.
—¿Qué es esto? —abrí la bolsa y miré su contenido—. ¿Para qué me compraste una prueba de embarazo?
—Tus síntomas son demasiado claros, Sara. Debemos salir de dudas antes de que mis papás quieran llevarte al médico.
Miré la prueba, luego a ella. Suspiré y me dirigí al baño en silencio.
Abrí la caja, la coloqué sobre el lavamanos, leí las instrucciones y seguí cada paso. Dejo la prueba sobre el lavabo y salí.
No podía evitar sentir miedo. Había pensado en todo… excepto en esa posibilidad.
—¿Qué pasó? —Marie me miró angustiada—. ¿Qué dice la prueba?
—Las instrucciones dicen que hay que esperar diez minutos —me mordí las uñas—. No soy capaz de mirar el resultado.
Ella revisó su reloj, caminó hacia el baño y, después de unos minutos, salió con la prueba en la mano.
—¿Qué dice? —pregunté.
Me miró seria y me la entregó.
—Estás embarazada, Sara.
Observé las dos líneas marcadas. La prueba resbaló de mis manos y caí de rodillas mientras las lágrimas me nublaban la vista. Sentía que el mundo se derrumbaba sobre mí.
—¿Cómo pudo pasar esto? —susurré con dificultad—. Tomamos todas las precauciones, te lo juro.
—Estas cosas pueden pasar, Sara. Lo importante es que hables con Edrick y se lo cuentes.
No sabía cómo darle esa noticia, ni cómo lo iba a tomar. Lo único que sabía era que mis padres me matarían cuando se enteraran.
—Mis padres me van a matar, lo sabes, Marie…
—Debes calmarte. Primero habla con él, decidan qué van a hacer, y después verán lo siguiente —besó mi frente—. Debo salir a resolver unos asuntos. Mañana estaré de vuelta y espero que ya hayan hablado y pensado qué harán de ahora en adelante.
Asentí sin ganas. Ella salió de mi habitación y yo me tiré en la cama, haciéndome bolita.
Edrick siempre me decía que estaría conmigo pasara lo que pasara. Necesitaba contarle esto y saber qué sucedería.
Me levanté, tomé mi teléfono y le envié un mensaje diciéndole que necesitábamos hablar. Unos minutos después me respondió que me esperaba en el salón de baile, como habíamos acordado.
No quise que pasara por mí para evitar que mis padres le hicieran una grosería, así que acepté que papá me llevara.
Me duché, me arreglé, me maquillé y me puse el vestido. Marie me había enseñado a hacerlo por mí misma antes de irse.
Eran pasadas las ocho cuando bajé las escaleras. Papá me esperaba con una sonrisa.
—Estás preciosa, hija —me tomó las manos—. Estoy tan orgulloso de ti.
—Gracias, papito —besé su mejilla mientras mamá sonreía.
Tenía un nudo en la garganta. Respiraba hondo para aguantar las ganas de llorar.
Papá y mamá me odiarían cuando supieran la verdad… y no podía sacarme ese pensamiento de la cabeza.
Llegamos al salón de eventos. La mayoría de la preparatoria ya estaba ahí. Busqué a Edrick entre la multitud. Al fondo, vi a Lucas, su mejor amigo, rodeado de chicas.
Me acerqué y le toqué el hombro.
—¡Sara! Llegaste. Edrick te estuvo buscando como loco.
—¿Dónde está?
—Lo vi dirigirse a los baños —respondió una chica señalando.
Caminé hacia la dirección que me indicó. Al llegar al baño de hombres, no escuché voces, así que entré lentamente.
Escuché jadeos. Me acerqué a un cubículo y abrí la puerta despacio.
Y mi mundo se volvió a romper.
Una chica lo besaba mientras lo desvestía.
Mi corazón latió con violencia. Retrocedí y salí corriendo.
—¡Sara, espera! —gritó Lucas.
Pero no me detuve.
Edrick juraba que me amaba, que yo era la única. Y justo cuando más lo necesitaba… me fallaba de la peor manera.
(...)
Agotada de caminar y pensar, decidí regresar a casa. Sabía que no podía ocultarles por mucho tiempo la verdad, pero al menos necesitaba tiempo para asimilarlo.
Apenas crucé la puerta, mi madre me abofeteó.
—¡¿Nos puedes explicar qué significa esto?! —gritó con la prueba en la mano—. ¿Cómo pudiste, Sara?
—Eres una deshonra —mi padre se acercó y me golpeó también—. Quiero que te vayas ahora mismo de esta casa.
—Papito, por favor… déjame explicarte…
No escucharon. Mi padre me agarró de los brazos y me arrastró hasta la puerta. Me empujó afuera y la cerró sin importarle mis lágrimas.
Quería creer que era una pesadilla.
¿Y ahora qué iba a hacer? No tenía a nadie.
Busqué mi teléfono. Había llamadas de Edrick, mensajes de él y de Lucas.
Los ignoré y llamé a Marie, pero no respondió.
Caminé sin rumbo, con la mente en blanco. Ya no sabía quién era, cuánto valía ni qué iba a hacer con mi vida.
Todo pasó en segundos. Un bocinazo, un auto intentando frenar, el golpe que me lanzó al suelo… y luego, oscuridad.
(...)
Escuché murmullos. Abrí los ojos lentamente. Estaba en una habitación enorme.
Una enfermera a mi lado ajustaba un suero.
—¿Qué hago aquí? —intenté incorporarme, pero ella negó con la cabeza.
—Es mejor que te mantengas recostada… por el bien de tu bebé.
Mi bebé.
La puerta se abrió. Entró una pareja mayor con miradas preocupadas.
—Con un poco de reposo y los medicamentos adecuados, en unos días estarás bien —dijo la enfermera antes de salir.
La pareja se acercó con sonrisas suaves.
—Yo soy Beatriz y él es mi esposo, Howard —dijo ella, mordiéndose los labios—. No sabíamos a quién llamar y, como el golpe no fue grave, decidimos traerte aquí.
Poco a poco los recuerdos regresaron. Todo había pasado tan rápido.
—Discúlpenme… fui yo quien no tuvo cuidado.
—¿Quieres que llamemos a algún familiar? —preguntó Howard.
Negué.
—En este momento no tengo a nadie —susurré—. Solo somos mi bebé y yo.
Las lágrimas me nublaron la vista. Beatriz se sentó a mi lado y me tomó las manos.
—Nadie está solo en este mundo, mi niña. Y tú tampoco lo estás.
Howard asintió.
—Tiene razón. No estás sola. Nos tienes a nosotros, y no vamos a dejarte desamparada.
Pasaban tantas cosas a la vez que me costaba procesarlo todo.
En mi mente solo quedaba una verdad: ahora éramos mi bebé y yo...
