Capítulo 4 La casa del terror
Cojo la llave después de pagar la tarifa en el hotel de mala muerte en el que acabo de registrarme. Suelto un suspiro y camino por la acera maltrecha, antes de llegar a mi destino. Inserto la llave en la cerradura y entro a la habitación. Al encender la luz lo primero que se me viene a la mente son aquellos programas televisivos en los que inspeccionaban hoteles y realizaban hallazgos pocos satisfactorios que pueden ponerte los nervios de punta.
Miro la cama y no sé si pueda acostarme en esa cosa de sábanas anticuadas y aspecto desagradable. Cierro la puerta y observo los alrededores. Esta habitación no ha conocido un decorador desde hace más de cuarenta años. Elevo la mano y me aprieto el puente de la nariz. ¿Cómo demonios llegué hasta este punto?
No puedo quedarme en este lugar, me niego a aceptarlo. Saco el móvil de mi bolsillo y me comunico con una de mis amantes. Sé que me bastará pedirlo una sola vez para que alguna de ellas me permita quedarme a dormir en su apartamento.
―Candy, qué bueno saber de ti…
Me cuelga la llamada antes de que pueda decir algo. Me quedo mirando el teléfono como si pudiera darme alguna respuesta por lo sucedido. Reconozco que hace más de seis meses que no sé de ella y la última vez que nos vimos la dejé abandonada en el hotel, después de pasar la noche con ella y bloquear sus llamadas para que no volviera a molestarme.
Reviso el directorio y escojo otro de los nombres.
―Mandy, que tal, soy Denzel ―sonrío satisfecho, porque hasta ahora no me ha colgado la llamada―. ¿Te parece si nos vemos esta noche en tu apartamento?
De repente, escucho el llanto de un bebé al fondo del teléfono.
―Lo siento Denzel, pero hace un año que me casé con un hombre que supo valorarme como mujer y estuvo dispuesto a corresponder mi amor como tú nunca lo hiciste. Te pido que nunca más vuelvas a molestarme.
Otra más que me cuelga la llamada. Elijo un nuevo nombre.
―Esther…
―Cindy…
―Karla…
―Paulina…
―Lucy…
―Mónica…
Tras más de treinta intentos, no logro que ninguna de ellas me ayude. Todas me patearon el culo a la primera oportunidad. Meso mi cabello y camino de un lado al otro con desesperación. Vuelvo a mirar la cama e imagino los miles de bichos microscópicos o las manchas de fluidos de distinta índole que hay impregnados en la sábana y que solo pueden verse con una luz especial. Mi estómago se revuelve y me siento enfermo. Estoy tan cansado de trastear por las calles durante tantas horas que los párpados me pesan y se me cierran solos.
Estoy acalorado y completamente sudado. Me dirijo al baño y al ingresar siento claustrofobia. ¿Esta caja de fósforo es un baño? Dudo mucho que con mi gran tamaño pueda caber en la ducha y, mucho menos, debajo de la regadera. Esto se está convirtiendo en una película de terror muy escalofriante.
Abro la llave del lavabo y retrocedo dos pasos cuando escucho el extraño ruido que proviene de las tuberías. El agua comienza a salir lentamente por el grifo, sin embargo, miro con horror el líquido amarillento que emana de su interior y que mancha con óxido el destartalado lavamanos.
Salgo espantado de allí y con la bilis inundando mi boca. ¿Dónde demonios vine a meterme? Lo peor de todo, es que con el poco dinero que tengo, no puedo hacer otra cosa que permanecer en este asqueroso hotel hasta que amanezca. Al menos aquí estoy seguro. No termino de decirlo cuando alguien comienza a forzar la cerradura. ¡¿Qué carajos?!
Las pelotas se me suben a la garganta. Me muevo veloz y tomo la primera silla que encuentro en el lugar para trabar la puerta con ella. No estoy armado y sería poco inteligente enfrentarme a alguien que pueda estarlo. ¡Esto se pone cada vez peor!
―Tengo un arma y le aseguro que, si sigue insistiendo en entrar, no me quedará otra opción que dispararle.
La amenaza surte efecto. Logro ahuyentar al desconocido que intentó forzar la entrada a la habitación. Recupero parte de la poca calma que me queda, pero no me confío. Me quito la chaqueta y la tiendo en un lado de la cama a modo de sábana. Me siento sobre ella y mantengo la vista fija en la puerta, preparado y alerta en el caso de que el intruso quiera volver.
Media hora después mis ojos comienzan a cerrarse. Los párpados me pesan tanto que apenas puedo mantenerlos abiertos. Me paso las manos por la cara para espantar el sueño que quiere doblegarme a toda costa, no obstante, minutos después… termino perdiendo la batalla.
***
―Denzel, despierta…
Me remuevo en la cama al sentir dedos acariciando mi rostro.
―Abre los ojos, cariño, quiero ayudarte…
¿Quién es ella? No sé por qué tengo la extraña impresión de haber escuchado esa voz en alguna parte.
―Abre tus ojos, dormilón ―suelta una risita que envía un delicioso cosquilleo a la parte más baja y sensible de mi cuerpo―, tengo algo especial para ti y sé que te va a gustar. Vamos, no te hagas rogar.
¿Es la de la chica del gorro de lana? Pero, ¿qué hace ella en mi apartamento?
Despierto exaltado y descubro que no estoy en mi dormitorio y que las caricias que sentí en mi cara no eran los dedos de una mujer, sino un asqueroso bicho volador que se paseó por mi rostro, mientras dormía. Salgo disparado de aquella sucia cama y lanzo la almohada a la que estoy abrazado al otro lado de la habitación. Un escalofrío recorre mi cuerpo, debido al asco que siento.
Tomo mi chaqueta rápidamente y salgo corriendo cuando la cucaracha sale volando en mi dirección. Aparto la silla de la puerta y abandono la habitación tan rápido como puedo. Me dirijo a la recepción y le entrego a llave al encargado, que me mira con fastidio, mientras mastica el chicle y hace bombas con él.
Después de dejar mi queja, salgo de a casa del terror, antes de morir a causa de un infarto.
