Capítulo 5 La única opción que me queda
¡Es suficiente!
Esta no es la manera en la que quiero pasar el resto de mi vida. Intento ver la hora en mi celular, pero está descargado y no llevo conmigo el cargador. Maldigo por lo bajo. Abandono las instalaciones del hotel como alma que lleva el diablo y al salir al exterior le pregunto la hora a la primera persona que se atraviesa en mi camino.
―Las siete de la mañana.
Mierda. Me queda poco tiempo para llegar a la empresa y postrarme a los pies de mis queridos viejos. Haré lo que sea que ellos me pidan, pero no pienso quedarme ni una sola noche más en un lugar como ese. Detengo un taxi y gasto los últimos billetes que me quedan para pagar el traslado y llegar temprano a la cita. El plazo que me dieron está a punto de vencerse.
Una vez que el vehículo se detiene frente al edificio, bajo apresuradamente. Siento que el alma me vuelve al cuerpo al ver las puertas acristaladas y las letras corpóreas en color oro con el nombre de la empresa.
Ingreso a las instalaciones y, no pasa desapercibido para mí, la manera en la que todos me miran con sorpresa. Los ignoro y sigo caminando decidido hacia las puertas del elevador. Al ingresar, me quedo perplejo al ver mi imagen en el espejo. Me veo desaliñado. Tengo ojeras, producto del trasnocho y la preocupación, además de lucir la barba poblada y descuidada como nunca antes la había visto. Estoy hecho un asco, ni siquiera me parezco al hombre que era tres días atrás.
Inhalo profundo mientras observo el estado deplorable en el que se encuentra mi traje de diseñador. Por fortuna, el color negro esconde todo el sucio que hay sobre la tela. Trato de alisar las arrugas con mis manos, antes de que las puertas del elevador se abran. No es mucho lo que puedo hacer, pero al menos logré llegar a tiempo.
Al bajar en el último piso me dirijo con pasos apresurados a la oficina presidencial. Observo con nostalgia la que fue mi oficina, pero gruño como perro encabronado cuando veo salir de allí a la bruja oportunista que no perdió ni un solo segundo para aprovechar la oportunidad para quedarse con mi puesto.
―Denzel, me tomas por sorpresa. ¿Qué haces por aquí? ―pregunta con falso interés―. Creo que te has equivocado de lugar. ¿Acaso olvidaste que ya no trabajas en esta empresa?
Maldigo por lo bajo. ¿Tenía que encontrármela precisamente a ella? Decido ignorarla, ya me tocará ajustar cuentas con esta arpía cuando resuelva mi problema y logre recuperar mi puesto en la vicepresidencia. Prosigo mi camino hacia su oficina y saludo a su secretaria al detenerme frente a su escritorio.
―Buenos días, Magdalena, ¿puedes, por favor, decirle a mi padre que estoy aquí?
Ella me observa impresionada antes de responder.
―Por… por ―aclara su garganta―. Por supuesto, señor Carpentier, enseguida le aviso.
Meto las manos en los bolsillos de mi pantalón y espero a que hable con papá.
―Puede pasar, lo está esperando.
Le agradezco con un asentimiento de cabeza y me dirijo hacia la puerta. Doy un toque sobre la madera con los nudillos de mis dedos, antes de entrar. Trago grueso una vez que lo veo sentado en su silla con el rostro serio.
―Buenos días, papá.
Me repasa de pies a cabeza.
―No voy a hablar contigo mientras te encuentres en esas condiciones tan deplorables ―me dice en tono seco―. Toma un baño y cámbiate la ropa.
¿Es lo único que le preocupa? Me muerdo la lengua para no decir algo de lo que pueda arrepentirme. No estoy en posición de llevarle la contraria, así que obedezco como un niño bueno y obediente.
―Es la única ropa que llevo conmigo, papá, ¿olvidas que ya no puedo entrar a mi propio apartamento?
Levanta el teléfono y le pide a su secretaria que me consiga ropa.
―Usa mi baño y no olvides rasurarte.
Me doy la vuelta y camino en dirección hacia su baño privado. Al fin y al cabo, moría por tomar una ducha decente. Dejo el móvil sobre el lavabo, me quito la ropa y la tiro al cesto de la basura. Respiro profundo y siento un gran alivio cuando me meto debajo de la regadera y dejo que el agua tibia se deslice por mi piel. Esta es la vida que amo, no podría acostumbrarme a ninguna otra.
Veinte minutos después, vuelvo a ser el mismo. Me detengo frente al espejo y me rasuro la barba. Por lo general, dejo que lo hagan en la barbería, pero esta es una circunstancia apremiante y fuera de lo común.
Tocan a la puerta, así que me acerco y la abro.
―Aquí tienes, Denzel ―me entrega una bolsa llena con la ropa que pidió para mí―. No tardes, por favor, cada segundo de mi tiempo es valioso.
Lo miro desconcertado, pero no digo nada al respecto. Cierro la puerta cuando se aleja y pongo la bolsa en una de las banquetas. Abro el empaque y me quedo atónito al ver su contenido. ¡¿Qué carajos?!
―¿Esto es en serio? ―me pregunto a mí mismo―. Pantalones de mezclilla, una camiseta y tenis.
Respiro profundo. No puedo perder la compostura. Estoy a prueba y debo resistir hasta tener de vuelta mi vida. Me visto en menos de cinco minutos. Me miro al espejo y, aunque no es la ropa que esperaba, al menos me siento limpio y fresco. Guardo el móvil en mi bolsillo y salgo del baño. En esta ocasión encuentro en la oficina a los dos hombres más importantes de mi vida.
―Abuelo.
Lo saludo al acercarme y sentarme en una de las sillas ubicadas frente al escritorio.
―Denzel, tu presencia en esta oficina es una prueba de que estás dispuesto a cambiar ―asiento en respuesta―. Bien, entonces es el momento de decirte lo que debes hacer para volver a ganarte nuestra confianza y convencernos de que eres la persona adecuada para llevar las riendas de esta corporación.
Arrastra una carpeta sobre la mesa y la coloca delante de mí.
»Estas son las condiciones que debes cumplir para que puedas recuperar tu vida por completo.
Entrecierro los ojos y miro aquel folio como si fuera una trampa cazabobos. Alterno la mirada entre los dos.
―Léelo, hijo ―me dice papá―. Es la única condición que tenemos.
Aun desconfiado, asiento en respuesta. Abro la carpeta y leo todo el contenido en un lapso de cinco minutos. Me quedo sin habla y pierdo el color de mi cara.
―¿Esto es en serio?
Pregunto furioso.
―Así es, hijo ―confirma papá―. Es todo lo que debes hacer para ganarte el boleto de regreso a la vida que tú tanto adoras.
Trago grueso y bufo de impotencia. Dejo la carpeta sobre la mesa, me levanto de la silla y me dirijo hacia la puerta, pero entonces recuerdo que dejé olvidado algo importante en el bolsillo de mi traje. Me devuelvo sobre mis pasos, entro al baño y saco lo que necesito antes de abandonar la oficina y cerrar con un portazo que hace temblar las paredes del edificio.
―Magdalena, necesito hacer una llamada, por favor.
Tomo la bocina del teléfono y uso la única opción que me queda disponible. Por fortuna, contestan al segundo repique.
―Buenos días, señorita Moore…
