Capítulo 4
Capítulo 4
Al llegar frente a su casa, sacó la llave con manos temblorosas, tratando de forzar su nerviosismo mientras se apresuraba a abrir la puerta. De repente, escuchó cómo los vehículos se detenían justo enfrente. Su corazón latía con fuerza mientras su mano temblaba al intentar introducir la llave en la cerradura.
¿Qué estaba pasando? La sensación de peligro era palpable, y la adrenalina corría por sus venas.
Con un esfuerzo, logró abrir la puerta y se metió rápidamente dentro, cerrando la puerta tras de sí con un golpe sordo. Se apoyó contra la puerta, respirando con dificultad mientras trataba de calmar el torrente de pensamientos que la invadían.
Se quitó despacio de la puerta, dejando la cartera sobre la pequeña mesa a un lado, y llamó a su madre.
—¡Mamá! Ya estoy en casa. —Pero no obtuvo respuesta. Se paró al inicio de las escaleras y la llamó de nuevo, pero tampoco recibió respuesta. Sacó su celular de la cartera y le envió un mensaje.
[¿Dónde estás?] escribió Adriana y presionó el botón de enviar. La respuesta llegó casi de inmediato.
[Estoy en el supermercado. Llegaré en un rato.]
De pronto, el timbre de la puerta sonó, haciéndola sobresaltar y soltar un gritito ahogado. Llevándose la mano al pecho, respiró agitada mientras su cuerpo temblaba por el susto. Se acercó lentamente a la puerta y trató de ver a través de la mirilla, pero solo veía negro, y no entendía por qué pasaba eso a plena luz del día. Entonces, unos golpes en la puerta resonaron a través de ella, haciendo que Adriana se despegará a la madera.
—Adriana, soy Mateo. Sé que estás ahí. Abre.
—¿Mateo? ¿Qué hace él aquí? —susurró para sí misma, sintiendo cómo su estómago se contraía ante la anticipación de volver a ver a aquel hombre. No entendía por qué, después de dos meses, había regresado. Se acercó nuevamente a la puerta y la abrió solo un poco para comprobar que realmente era él, aunque solo fue una excusa; esa voz podría reconocerla en cualquier parte del mundo. Cuando vio el rostro de Mateo al otro lado, apoyando ambas manos sobre su bastón, se preguntó por qué lo llevaba, si el hombre caminaba perfectamente bien. Vestía completamente de gris oscuro, y Adriana no pudo evitar pensar que tenía un aire de "Peaky Blinders", de la serie que tanto le encantaba.
Una vez que se cercioró de que realmente era él, abrió la puerta por completo.
—Hola —se felicitó por el hecho de que su voz sonara firme, a pesar de lo que realmente sentía por dentro. Aquel hombre era extremadamente guapo, con una cicatriz en la ceja izquierda que le quitaba el aliento. ¿Dimitri también habría sido así? ¿Habría madurado y se habría convertido en un hombre tan atractivo como Mateo?
Adriana abrió la boca para decir algo más que un simple "hola", cuando miró más allá, hacia la calle, donde alrededor de diez hombres se desplegaban estratégicamente, vestidos de negro, y cuatro autos negros se estacionaban frente a su casa.
—¿Qué demonios es esto, los hombres de negro?
—¿Disculpa? —Mateo arqueó las cejas, sorprendido por el vocabulario de Adriana.
—¿He dicho eso en voz alta? —Él simplemente asintió.
—Lo siento. ¿Son tuyos? —preguntó, levantando el mentón y señalando a los hombres en la calle.
—Sí.
—Mmm... ¿qué te trae por aquí? —Adriana intentó mantener el contacto visual con él. Era demasiado guapo, y físicamente le recordaba a un modelo al que seguía en todas sus redes sociales, con el cual tenía un flechazo.
—¿Puedo pasar? —Estuvo a punto de decir que sí, pero rápidamente se recordó que estaba sola en casa y no sentía que fuera una buena idea; el hombre transmitía cualquier sensación menos de confianza.
Pero tampoco era como si pudiera dejarlo allí parado y ser maleducada. Debatiéndose y maldiciendo por dentro, abrió la puerta y se apartó para dejarlo entrar.
—Solo tú —recalcó ella, por si acaso se le ocurría llevar a su grupo de hombres dentro de la casa. Mateo reprimió una sonrisita de lado que le hizo el corazón dar una voltereta. Levantó su mano, sacando su dedo índice y medio, haciendo movimientos con ellos, y vio cómo dos de los hombres se encaminaban hacia el porche de su casa y se plantaban fuera de la puerta.
—Está bien para mí —dijo, entrando en la modesta casa de Adriana mientras ella cerraba la puerta detrás de él. Una sola palabra le pasó por un lado mientras caminaba hacia la cocina, segura de que él la seguiría; ni siquiera hizo falta decirle nada para que así fuera; escuchó los pasos repiquetear en el suelo de madera.
—¿Quieres algo de beber? ¿Jugo, agua, cualquier cosa? —le preguntó, abriendo la nevera sin voltear a verlo.
—No, gracias. Estoy bien así. He venido a hablar contigo.
Adriana se giró, encontrando a Mateo frente a ella, su imponente figura irradiando autoridad. Un ligero sobresalto la recorrió; una mirada severa se clavaba en ella. Dio un paso atrás, pero Mateo extendió la mano, evitando que cayera dentro de la nevera abierta. Los ojos de Adriana se abrieron de par en par cuando la atrajo hacía él y cerraba la puerta de la nevera.
