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Capítulo 5

Capítulo 5

—Gracias por eso. —señala con el pulgar sobre su hombro—: Disculpa mi falta de empatía. ¿Estás bien? ¿Has venido a hablar de Dimitri? —le preguntó ella, pensando que quizás él estaba ahí para hablar de Dimitri. Mateo asintió. Era un hombre de pocas palabras, dedujo Adriana. Por supuesto que ya debía estar bien, había tenido tiempo suficiente para ello. Observó que su mano permanecía en la suya, sin prisa por retirarla—. Me alegro. Imagino que, si ya es terrible perder a un hermano, debe ser todavía más duro perder a un gemelo. 

—Así es. Eres muy perspicaz. No todo el mundo entiende eso. —Él tiró levemente de su mano, guiándola hacia la silla más cercana. Adriana se sentó; él hizo lo mismo. Ahora que estaba tan cerca, la sensación de peligro emanaba de él. Le parecía demasiado varonil, demasiado invasivo. La cocina se sentía demasiado pequeña.

—¿Qué haces aquí, realmente? —preguntó, directa.

La comisura de la boca de Mateo se curvó en una sonrisa irónica.

—Vayamos al grano. He comprado una casa en el Upper East Side.

—¿Y? —Adriana seguía sin entender la intención.

—Y ahora he decidido que mi vida necesita algo más. —La miraba fijamente, sin apartar la mirada.

—¿Sí? —insistió ella, anhelando saber más. Estaba ansiosa por conocer sus intenciones.

—Una esposa. —Mateo Cipriano la miró con determinación, un destello extraño cruzando su mirada.

—¿Una esposa? —Adriana lo miró a los ojos.

—Una esposa. ¿Aceptarías ser mi esposa, Adriana?

—¿Yo?

La sorpresa de Adriana resultaba casi cómica. Lo miró un momento con la boca abierta y Mateo se preguntó si se había equivocado y ella no era la joven inteligente y desenvuelta que le había parecido cuando leyó el expediente que tiene de ella. Sabía que quizás era muy pronto para ella. Pero dos meses, a su parecer, era tiempo suficiente para guardar luto. Además, no creía que eso fuera lo que su hermano hubiera querido.

Adriana se reclinó en su silla, abriendo y cerrando la boca como un pez fuera del agua. Tras un instante de reflexión, preguntó:

—¿Por qué quieres casarte conmigo, Mateo?  Soy una completa desconocida para ti.

La inteligencia y la valentía estaban presentes;  había levantado el mentón. Sorprendida, aún alarmada por la propuesta, no se dejaría abrumar.

Mateo no pudo evitar pensar en como reaccionaría ella si supiera a lo que se dedicaba él realmente, o como fué que murió Dimitri. En ese momento odió a su hermano gemelo por contarle de ella en el último momento, pues Dimitri sabía que su gemelo cuidaría de Adriana al decirle que había hecho una promesa de casarse con ella.

«—Necesito que me prometas que la buscarás y cuidarás de ella.

—Pero ella no es italiana, no pertenece a este mundo; la Famiglia no la aceptará.

—Mateo, le di mi palabra... La voz de Dimitri era débil. Mateo se sintió ahogado por la culpa—. ¿Lo harás?

—Sí, por supuesto—había respondido Mateo, sin otra opción ante la agonía de su hermano—. La buscaré y cuidaré de ella como si fuera mi prometida, lo juro.»

Pero Mateo no había hecho nada por buscar a Adriana y ayudarla. Se había sumergido en el dolor y el agujero negro de la culpa. No solo perdió a su gemelo mayor por 10 minutos de diferencia, sino que también había perdido a su familia el mismo día; sus padres habían muerto aquella terrible noche. Lucas, su hermano mayor, lo había mantenido ocupado para mantener su mente lejos del dolor. Habían acabado 6 meses después con la familia italiana enemiga que había matado a la suya. Y, cuando finalmente se recuperó del impacto, se había acordado de su promesa.

Regresó al presente, a la mujer que lo miraba con sus grandes ojos verdes; ligeras pecas salpicaban su nariz pequeña y respingada. Su cabello castaño claro se encontraba recogido en una cola de caballo, su rostro libre de maquillaje, lo que hacía más notoria las ojeras bajo sus ojos. Aunque Adriana tiene buen cuerpo, con un trasero muy grande y perfecto, Mateo no pudo pasar por alto que había perdido algo de peso desde la última vez que la vio.

—Es hora de que me case —dijo él—. No me estoy haciendo más joven, y ahora tengo "propiedades" en las que pensar así como una carrera que requiere de una mujer a mi lado. Una esposa me parece… lógico. Y no eres desconocida para mí, eres la mujer que mi hermano amó. —jamás rompería el corazón de la pobre chica diciéndole que su gemelos se había follado a tantas mujeres como le fue posible, siendole infiel.

—Comprendo lo que quieres decir de tu vida —repuso ella, con cierta aspereza—. ¿Pero por qué yo? Vives en Nueva York, dónde puedes conocer a muchas mujeres solteras que estarían dispuestas a saltar a un altar con un hombre tan guapo como tú. Y disculpa mi franqueza.

¿Lo consideraba guapo? Él era conocido por muchas cosas, menos guapo. Aún así, le gustó la sinceridad de su futura esposa, así que respondió de igual manera. 

—No quiero un compromiso largo. No tengo tiempo para eso. Podríamos, saltarnos todo eso. —Ella se sonrojó, pero frunció los labios.

—Definitivamente tienes que estar bromeando.

—No bromeo. Nunca. —replicó Mateo con frialdad. Adriana enderezó su postura.

—En ese caso, le repito —insistió Adriana—. ¿Por qué yo? No puedo creer que no puedas encontrar una esposa en Nueva York o en cualquier parte de Estados Unidos que si quiera casarse contigo.

—Creo que tu serías más adecuada. Y siento que es mi deber. Dimitri lo hubiera querido así. Prometí cuidar de tí y he descuidado eso —aquella era la mujer a la que Dimitri había amado en otro tiempo. 

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