Capítulo 3
Capítulo 3
2 MESES DESPUÉS
—Hoy voy a necesitar que me ayudes con unas cajas en la librería, Javier —dijo Adriana, terminando de desayunar. Su madre, Annie, levantó la mirada hacia ella, la preocupación evidente en sus ojos.
—¿Y eso, cariño? —preguntó, con un tono que mezclaba curiosidad y desasosiego.
Adriana se sintió atrapada entre la necesidad de proteger a su familia y la desesperación de su situación. No podía decirle a su madre cuán profundas eran las deudas, pero tampoco podía seguir ocultándole la verdad.
—Voy a vender la librería.
—¡¿Qué?! ¡No, por supuesto que no lo harás! —exclamó Annie, su voz llena de indignación.
—Ya no puedo seguir teniéndola. Las deudas no hacen más que aumentar. También necesitamos el dinero para la universidad de Javier. Yo conseguiré un trabajo y ya está.
—No. Me niego a que hagas eso. Sé lo mucho que amas ese lugar. —Adriana se mordió la lengua, luchando por no decirle que ya no había tiempo. Debían pagar la hipoteca de la casa, y entre la librería y el techo sobre sus cabezas, ella sabía qué elegir.
Suspirando, Adriana se levantó de la mesa y lavó su plato.
—Te veo en la librería, Javier.
—Adri... —su hermano sentía que todo esto era su culpa.
—Al menos ten la bondad de ayudarme —lo regañó ella mientras agarraba su cartera y se inclinaba para darle un beso a su madre antes de irse.
Como cada mañana, Adriana salió a caminar hacia la librería, un trayecto de veinte minutos. No podía permitirse el lujo de tener un vehículo, así que se resignaba a disfrutar del aire fresco de la mañana en su camino.
A medida que avanzaba, su mente seguía ocupada con la conversación que había dejado atrás. La carga de deudas pesaba sobre sus hombros como una losa, y la idea de vender la librería la llenaba de angustia. Esa librería era el regalo de su padre.
En el transcurso de la mañana, Javier llegó para ayudarla a mover las cajas de libros que planeaba llevarse a casa, libros que se negaba a vender. Mientras trabajaban, Javier quedó embobado al ver a Danna, su nueva empleada. Ella era alta y morena, y había llegado hace un mes, buscando adquirir experiencia a pesar de que Adriana no podía pagarle.
—¿Te das cuenta de lo hermosa que es? —le susurró Javier a Adriana, con la mirada perdida en Danna.
Adriana sonrió, sintiendo una punzada de culpa por no poder ofrecerle más a su nueva empleada. Danna se esforzaba por mantener la librería en buen estado, atendiendo a los pocos clientes que frecuentaban el lugar.
Al finalizar la jornada laboral, Adriana se aseguró de cerrar bien la librería antes de despedirse de Danna y Kelly. Luego, junto a Javier, comenzaron a caminar hacia casa con las cajas en las manos.
De repente, el celular de Javier sonó, interrumpiendo el silencio.
—Rayos, lo había olvidado —murmuró, contestando rápidamente—. Estoy con mi hermana, ayudándola a llevar unas cosas a casa... no, me tardaré un poco... o bueno, vale.
Guardó el celular en el bolsillo de su pantalón y volvió a mirar a Adriana con una sonrisa traviesa en su rostro. Ella suspiró, sabiendo que venía una de sus ocurrencias más absurdas.
—Steven me está enviando un taxi para llevar las cajas a casa...
—No —contestó ella de inmediato, cortando cualquier discusión.
—Vamos, Adriana. Sabes que le gustas a Steven. El pobre lleva un tiempo detrás de ti, y tú lo ignoras.
—Porque no me interesa darle ni un segundo de mi tiempo. Tengo demasiadas cosas en mi vida, Javier, como para ponerme a pensar en uno de tus amigos ricos y consentidos que creen que pueden conseguir lo que quieren solo por el dinero de sus padres.
—Sabes muy bien que Steven es mucho más que un niño caprichoso y consentido.
Adriana dejó escapar una carcajada, preguntándose si su hermano realmente creía que era ciega para no ver que Steven solo buscaba algo superficial. No quería más drama en su vida. Justo en ese momento, un taxi se detuvo al borde de la acera.
—Nuestro taxi.
—Javier, no —dijo Adriana, pero ya era demasiado tarde; él se había metido en la parte de atrás del taxi.
Molesta, le pasó la segunda caja que llevaba y cerró la puerta con más fuerza de lo habitual. Se disculpó con el taxista con una media sonrisa.
—Déjalas en la sala, que yo luego me encargo de ellas —logró gritarle a su hermano mientras el taxi se alejaba.
—Dile a mamá que llego para la cena. —le gritó él, sacando la cabeza un poco por la ventanilla.
Suspirando, Adriana decidió caminar de regreso a su casa como hacía cada día. Sabía que aceptar subirse a ese taxi era aceptar una salida con Steven, y eso era algo que definitivamente no estaba dispuesta a hacer.
A medida que se acercaba a su vecindario, comenzó a notar un auto negro que la seguía, acompañado por otros tres vehículos. Al principio, pensó que era algo normal, pero cuando vio que comenzaban a reducir la velocidad, una punzada de inquietud se apoderó de ella. Aceleró el paso, sintiendo cómo el miedo comenzaba a florecer en su pecho.
