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CAPÍTULO 4 - Mi salvador

No se detenía, si seguía en esa dirección terminaría en el río o quién sabe dónde. Ya había llegado a un claro, o por lo menos se veía a lo lejos, deslumbré un riachuelo.

No dejaba de gritar, para mi alivio escuché el llamado de un hombre, no logré verlo por las lágrimas empañando mi visión. ¡Gracias al cielo!, alguien corrió a ayudarme. El caballo no bajó la velocidad, el buen samaritano se acercaba a gran velocidad, hasta lograr alcanzarme.

—¡Milady! Páseme la cuerda, por favor.

No pude soltarme de la silla, tenía las manos engarrotadas, parecían ancladas por la fuerza ejercida al tratar de mantenerme sobre el animal.

—No puedo, señor. —confesé.

El hombre se las arregló para tomar la cuerda pegada al lado de la silla, la amarró a la suya, fue reduciendo la velocidad, por consiguiente, frenaba a Trueno. No dejé de llorar, estaba con los nervios destrozados. Por fin nos detuvimos. Bajó de su caballo y con delicadeza me ayudó a descender, las piernas me temblaban, casi caigo al no tener estabilidad, las manos les hacían las disputas a las piernas.

—Se encuentra a salvo, milady.

Esa voz fue tan tranquilizadora, había sido mi salvador. Cuando logré mirarlo, me percaté de su atractivo; un hombre fornido, alto, de unos veintitantos años, al acercarse me obligó a alzar la cabeza, por su altura se evidenciaba lo baja que yo era. No debe molestarme, mi estatura era promedio. Elizabeth si era mucho más esbelta, también una belleza. El joven era muy apuesto.

Desamarró al animal del suyo y lo llevó hasta el borde del riachuelo, le dio de beber, llenó su cantimplora, a su regreso me ofreció un poco de agua.

—Beba un poco, verá que se tranquiliza. —Fue muy amable.

—Gracias. Es usted un buen hombre, gracias por salvarme.

—Este animal fue embrujado o eso parece. —comentó.

—¡Qué! —arrugué mi frente.

—Es un decir.

Rectificó al ver mi expresión. Yo también había pensado lo mismo, sin duda fue Elizabeth, ella le lanzó algún maleficio a Trueno, debe saber algo al respecto. Sé que era una bruja, bueno todos en mi familia lo somos en cierta forma.

» ¿Se siente mejor?

—Sí, señor, muchas gracias. —ayudó a incorporarme, me había sentado en el pasto.

—El caballo se ha calmado, ¿vive muy lejos de aquí?

—No… bueno, sí, solo… no subiré sobre Trueno, prefiero caminar. —sonrió—. Muchas gracias, señor. De no ser por usted, quien sabe en donde me encontraría. ¿Vive cerca?

—Sí, trabajo en estas tierras. —detallé en su vestimenta, era sencilla y limpia—. Trabajo para el señor Bitelth.

—¿El señor misterioso? —abrí los ojos de par en par, me arrepentí al instante de haber hablado.

Su expresión sorprendida le dio un toque de curiosidad. No lo había detallado, había quedado sorprendida por lo atractivo, pero sus ojos eran de un gris hermoso, cristalino, muy expresivos, algo pícaros.

—¿A qué se refiere con misterioso? —callé, me dio tiempo para ordenar mis ideas, tomó a los caballos cada uno con una mano, jalando de las cuerdas, se acercó a mí—. ¿No quiere contestarme, milady?, puedo acompañarla hasta donde usted lo crea conveniente, y si no es mucha molestia desearía saber por qué le dicen misterioso a milord.

—Discúlpeme, no fue mi intención ser… bueno faltarle el respeto a su lord… yo… —suspiré, ya no podía salirme de esa, había sido una cotilla—. Solo repetí en voz alta el decir de la gente en Londres.

—Soy el administrador de sus tierras, en ocasiones el cochero de lord Bitelth, vizconde de Bearsted. Me llamo Nicolás, para servirle, milady.

—Mucho gusto —le extendí la mano, él muy caballeroso me saludó como lo habría hecho un hombre de la alta sociedad—. Soy Jenna.

—Encantado de conocerla.

—Encantada, estoy yo, créame, si no fuera por usted, estaría muerta. Le debo la vida.

—Habría hecho lo mismo por mí.

Sin duda, su mirada de reojo fue evidente, nos sumergimos en un corto y agradable silencio, el trayecto a mi casa quedaba un tanto lejos.

—No cabe la menor duda. —contesté.

Después de un extendido silencio. Pensando a detalle él tenía razón, mi primer instinto habría sido socorrerlo, no solo a él, sino a cualquier ser humano en apuros.

—No me ha contestado, ¿por qué le dicen misterioso a vizconde?

—Pensé que se le había olvidado. —sonrió.

Jamás había visto una sonrisa tan seductora como esa, nuestras miradas se encontraron, me vi trepada en su cuello besándolo. Aparté de inmediato ese pensamiento.

—Deben decir cosas muy abrumadoras, se ha sonrojado, milady. —sentí más calor en mi rostro.

—No. Discúlpeme, es solo… ¡Diantres! A veces soy tan imprudente. —Se contenía para no reírse—. En nuestra sociedad nadie lo conoce, hasta lo comparan con un vampiro, dado a sus salidas nocturnas.

—¡¿Eso dicen?! —exclamó indignado.

—Sí.

Mis manos sudaban, las sequé en el traje con disimulo. Nos quedamos callados por un largo trayecto, cada uno sumergido en sus pensamientos. Me recriminaba por tal imprudencia. No tenía ningún derecho de hablar mal de la gente a la que no conozco, repetí sin pensar las habladurías de las damas, amigas de mi madre cuando se reúnen a tomar el té y a traerle los cotillos de la ciudad.

La brisa rompía el silencio entre nosotros. Volví a observarlo de reojo, seguía sumergido en sus pensamientos. Comencé a analizarlo, le llegaba al hombro, un agradable rostro, su cabello negro, de cejas pobladas, su nariz era perfecta y le daban un porte distinguido, podría pasar por un noble, nadie lo pondría en duda. Parecía molesto, no lo vi mirarme en ningún momento.

» Lamento lo dicho.

—No se preocupe milady, solo me incordia ese comparativo con esos seres endemoniados.

—Esos seres no existen, son leyendas vanas, sin fundamentos concretos. —capté su atención—. ¿Usted cree en esas cosas?

—No importa lo que yo crea o deje de creer. —arrugó su frente y siguió caminando jalando los caballos, seguí al lado—. Es solo… Las personas no deberían hablar de esa forma sobre un caballero, el cual ha pasado toda su vida ayudando a los demás.

—Solemos especular, las personas sacan conclusiones porque no lo ven, saben de su existencia, pero no se ha presentado ante la sociedad, por naturaleza especulamos.

Me encogí de hombros. Ahora menos le digo lo que cotilla en las reuniones de té. Dicen que era un ser feo, malvado y por eso era un solitario ermitaño.

—Espero no crea en lo que dicen de él. —Me miró, reprimí un suspiro por ese lindo administrador, ¿qué pasaba conmigo?

—No deberían importarle mis pensamientos, si usted dice que es un buen ser humano, le creo.

Volvimos a sumirnos en el silencio, llegamos al inicio de los linderos de nuestras tierras. Se detuvo, me dio el caballo.

—Debo regresar a mi trabajo, milady. —lamenté no haber hablado más con él.

—Entiendo. Muchas gracias por todo. Espero volver a verlo.

—Cuídese por favor.

—Regresaré a pie. No pienso montarme al caballo por el resto del día. —inclinó su cabeza, luego se montó en su caballo y desapareció de mi vista—. Tal vez parece un hombre mayor, bueno ni tan mayor —hablé en voz alta, en seis meses cumplo años, tendré veinte, él debe estar alrededor de los veinte seis. ¡Jenna! ¿Qué estás pensando?

Sonreí el resto del camino a casa. Algo dentro de mí cambió, sé que fue por ese sencillo joven. Era tarde. Padre había llegado antes de tiempo. Desde la muerte de la abuela dormía todos los días en su casa, ya no se quedaba en la clínica, pero el llegar temprano, era una novedad, al ingresar me topé con la bruja malvada, quien no disimuló al verme, se sorprendió al verme llegar.

—Sigo viva, te costará más que un simple hechizo de brujería.

—¿De qué sandeces estás hablando? —reía de dientes hacia afuera. Sus ojos la delataban, botaban chispas.

—No te hagas la tonta, sabes perfectamente de que hablo, embrujaste a Trueno Elizabeth, te vi moviendo los labios, y por eso mi caballo se desbocó.

—Solo deseaba que te cayeras. No seas tan fantasiosa. No me caes bien, pero no deseo tu muerte, no por ahora. —Dio la vuelta, me dejó sola en el pasillo. Entré a la cocina, por la parte trasera de la casa.

En mi recámara, ingresé al lavado, cambié mi ropa, a mi padre siempre le gusta la buena presentación, debemos permanecer a la altura de una Cladut. Él no concibe a una señorita de nuestra clase y vista cuál niña sencilla de clase media. Puede sonar un poco discriminatorio y algo clasista, pero era su manera de pensar, siempre recibo recriminación por lo mismo.

Según sus palabras; una Cladut jamás ha vestido como yo lo hago, cada vez que salgo a mi clandestina clínica. Por cierto, en el día de hoy no fui a verlos. La doncella había sacado un vestido en tonos rosas, al asomarme en el espejo comprobé lo horrible que me encontraba, este cabello era un verdadero nido de pájaro.

¡Dios!... ¿Me vio así? No sé cuál era la importancia, me avergoncé de no haber estado al menos algo presentable para ese joven. Traté de peinarlo, sin obtener mejoría, opté por ponerme una cintilla del mismo color del vestido, traté de aplacar mis rizos. Bajé a saludar, escuché el reclamo de papá hacia Elizabeth. Mamá también estaba presente.

—Estoy cansado Elizabeth, siempre haces lo que se te dé la gana, y eso no es acorde a tu estatus. —Le decía.

—Mi abuela no me quería, ahora debo ir a una misa en la que no estaré conforme y con el alma dispuesta.

—¡Era tu abuela! —gritó.

—¡Quien jamás me quiso!

Se detuvo al verme entrar a la sala donde mis padres recibían a las visitas, el piano estaba ahí, amo tocarlo y a todos en casa les gusta escucharme. Esta vez no me acerqué a mi instrumento favorito, el ambiente no estaba para tocar una pieza. No hablaron más del tema, la tranquilidad volvió, por eso ingresé, la conversación se detuviera en ese momento.

—Hola, papá —besé su frente.

—Hola, hija. ¿Qué tal el día?

—Bastante agotador. —hablamos un par de cosas, cenamos en familia, después me retiré a dormir.

Me encerré en la recámara, estaba sumida en mis pensamientos, recordé las últimas palabras de la abuela antes de morir. «Cuando encuentres al hombre de ojos grises vivirás la eternidad junto a él». Quedé sentada. ¿Ese fue el hombre que predijo?, era de ojos grises. ¿Cómo no me di cuenta?, ¿qué hubiera hecho?, ¿lanzarme a sus brazos? Y… de ser él, mi abuela no pudo haberme encontrado mejor hombre en la vida. Ahora debo conocerlo. Ya sé dónde trabaja.

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