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Capítulo 2

El sol de la mañana al fin ha entrado por la ventana de la habitación de Jesse, haciéndola despertar.

Al descobijarse, percibió lo frio del ambiente, un frio que jamás había experimentado. Jesse caminó hasta la ventana de su habitación y abrió las cortinas, quedando boquiabierta al admirar el pasaje blanco. ¡Estaba nevando! Aquello era algo que nunca había visto. Ver como aquellas partículas blancas caían del cielo fue suficiente motivo de fascinación para ella.

― ¡Hola! ―tocan a la puerta― ¿Jesse? Soy Joyce... ¿Estás despierta?

Jesse dio un pequeño salto de la impresión que la obligó a salir de su concentración.

―Sí, Joyce. Ya salgo ―gritó Jesse para luego acercarse a la puerta y abrir.

Su vecina de habitación la mira con una sonrisa de buenos días.

―La abuela ya preparó el desayuno... ¿Vienes?

―Pero aun no me baño, me da pena bajar así ―señaló su cuerpo, traía el sudor de casi dos días sobre ella, por los vuelos no había podido ducharse, al llegar a casa se había dormido durante toda la tarde, noche y parte de la mañana.

―Mira, no hay calefacción, está nevando y las tuberías deben estar congeladas a estas alturas. No creo que logres bañarte ―dijo ella con total tranquilidad, como si fuera algo común. Debía admitir que sabía que los alemanes no tenían una amplia costumbre por bañarse, prueba de ello era su mal olor cuando vivían en lugares cálidos como su país.

―Bueno ―dijo resignada para luego seguir a Joyce escaleras abajo.

―Guten morguen ―la familia saludó a Jesse en coro.

Ella sonrió con timidez al ver la cantidad de personas que le miraron bajar, la mayoría en la sala mirando televisión.

―Buenos días ―dijo ella sin importarle el idioma.

Al llegar a la mesa, la abuela de Joyce, Helga, le sirvió un plato de frutas tropicales como desayuno. Si, traídas directamente de su país. A eso lo acompañó un vaso de leche y otro de jugo de arándanos. Jesse no pudo evitar pensar que había cruzado medio mundo para desayunar lo mismo que comía todos los días en casa (mentiras, jamás lo hacía), soñar con un desayuno típico de Alemania al parecer seguiría en su imaginación.

Mientras desayunaba podía escuchar las conversaciones de los demás, alemán, no entendía ni una sola palabra de todo lo que decían, hablaban demasiado rápido. Sabía algo de ese idioma, pero al parecer no era lo suficiente como para entender una conversación.

Aun así, fue capaz de notar que Joyce y su madre, Eva, discutían por algo y parecía que tenía que ver con ella. Al final de la discusión Joyce suspiró y se acercó a ella.

― ¿Quieres acompañarme a supermercado cuando termines de desayunar? Te prestaré toda la ropa que necesites para la nevada.

―Por supuesto, me encantaría ir.

Jesse dejó el plato de su desayuno en el lavado y fue tras Joyce, en su habitación, ella le presta varias prendas gruesas adecuadas para el frio de la estación. Por el olor pudo notar que llevaban algo de tiempo guardados y sin usar o lavar. Le dio las gracias y se dirigió a su habitación para cambiarse.

Una vez listas, ambas se dirigieron juntas al supermercado, al llegar Joyce le indicó a Jesse que se quitara el abrigo y el pantalón térmico para meterlos en un casillero junto a los suyos.

―Si quieres ve a investigar mientras yo hago las compras de la familia, es bastante grande así que nos tomará tiempo. Si te pierdes ―Joyce saca de su bolcillo un celular y lo alarga en dirección a Jesse―, me llamas, mi número está guardado en la memoria.

―De acuerdo, ―tomó el celular para luego guardarlo en el bolsillo de sus vaqueros.

―Si encuentras algo que quieras lo tómalo; mamá me obligó a comprarte lo que quisieras.

―Bueno, gracias ―dijo algo insegura por ello.

Joyce empezó a alejarse de Jesse dándole la espalda, ella miró el supermercado, no sabía por dónde empezar.

Empezó a caminar sin entrar a ningún pasillo, leyendo los rótulos indicativos. Jesse sabía lo que quería… gomitas de ositos como las que el abuelo le daba desde su infancia. Cuando por fin las encontró, a distancia, pudo ver que solo había un paquete de aquellos ositos guindando del andamio. Una señora pasó muy cerca de ellas, mirándolas, parecía no decidirse si tomarlas o no.

―No te las lleves, no te las lleves, no te las lleves ―susurró Jesse para sí, haciendo fuerza psicológica para que aquella mujer las pasara por alto.

Eso fue justo lo que pasó, ella suspiró aliviada y tan pronto la mujer salió del pasillo y corrió hacía ellas, pero al estar a punto de tomarlas, su mano chocó inmediatamente con otra, que parecía también querer tomarlas.

Guantes de cuero, estos no cubrían los dedos, uñas pintadas de negro y una particular punta blanca. Ambos quitaron las manos al chocar, Jesse bajó la cabeza, poniendo la mano en su nuca con pena, para luego empezar a mirarlo de pies a cabeza: zapatos negros tipo botas con plataforma… ¿raro? ¡Raro! Pantalones de cuero y un buen bulto en su entre pierna, eso le dijo que era un chico, pero empezaba a sentirse un poco perdida, pues tenía manicura. Al llegar a su rostro, pudo confundirse mucho más, ojos maquillados de negros y fina estructura, cabello largo y teñido de negro, a primera impresión la hacía dudar si en realidad era un chico.

―Lo siento ―dijo él en su idioma, en alemán.

Sin embargo, Jesse no fue capaz de comprenderlo.

―I’m sorry, I don’t not speak German.

Pensaba que el chico tal vez supiera inglés, se manejaba mejor que con el alemán y era más posible que aquel chico lo entendiera más que el español.

―You speak English?

Eso sí lo entendía, pero no le apetecía entrar en una conversación con un chico (o chica) desconocido y muy extraño.

Jesse pasó una mirada veloz por el pasillo, encontrando a Joyce justo al otro lado, junto a los refrigeradores de comidas congeladas.

Justo en ese momento nota algo, Jesse tiene una excelente vista periférica, lo suficiente como para distinguir que aquel chico que estaba de pie a su lado mueve su mano sigilosamente intentando alcanzar el último paquete de gomitas en el andamio, pretende ganárselas. Ella definitivamente no lo dejaría. Rápidamente Jesse se voltea y toma al chico de la muñeca con fuerza para luego lanzarle una mirada asesina con un solo mensaje: “Que ni se te ocurra”.

Sin soltarlo, Jesse vuelve a mirar a Joyce, que ha notado el conflicto, ve al chico con una mirada atónita y boquiabierta, y de pronto se pone blanca como papel, tal como si viera un fantasma. Jesse suelta la mano de su competidor y corre hasta Joyce, parece que va a desmayarse, intentando sostenerla para que no se llegue a caer o golpear.

El chico solo las mira, él ve que Jesse está en aprietos, pero no hace nada, él parece estar conforme con que la gente se desmaye frente a él, pero Joyce es muy grande para sostenerla por sí sola.

―¡Come here and help me!

Ante la exclamación de Jesse el chico se acerca para ayudar. Luego de un par minutos Joyce puede mantenerse de pie, pero sigue sin quitar la mirada traumática mirando al chico que la sostiene. Y él no deja de sonreír como protagonista de telenovela.

Jesse no puede más que sentirse confundida por aquella reacción tan rara.

Jesse y el chico finalmente cruzan sus miradas una vez más, inmediatamente, ambos recuerdan el inicio del conflicto... ¡Las gomitas!

Los dos sueltan a Joyce, que ya estaba de pie, pero seguía embelesada, corren hasta la estantería, se empujan y sabotean hasta llegar al andamio.

¡Sorpresa!

Ya no estaban.

Se miran acusatoriamente entre sí, pero ninguno las tiene y ambos lo saben. Voltean en sus lugares intentando mirar quien las había tomado, el chico señala en una dirección, ella voltea y se encuentra con aquella pequeña niña de colita en alto sentada al otro lado del pasillo, metiendo los dulces de ositos a su boca.

― ¡Genial! ―grita Jesse, había cruzado medio mundo por esos dulces, ahora no solo no los tenía, si no que aquel chico las había hecho perderlas, eso la enfurecía. Todos en el pasillo voltearon a verlos al escuchar la queja de Jesse. Tan pronto como eso sucedió, un grito histérico resonó en el pasillo haciéndola saltar de la sorpresa.

El chico que estaba a su lado se escabulló, parecía huir de algo, o de alguien. Eso era aún más raro.

Jesse suspiró resignada y decidió seguir su camino e investigar. Caminó hasta el pasillo de refrescos, se detuvo frente a los refrigeradores, tenía antojo de una gaseosa. No solía tomar nada sintético, eso le hacía difícil el trabajo de decidir cuál elegir, no tenía la menor idea de a que sabían la mayoría de ellos.

Abrió un refrigerador, miró las latas y las botellas sin lograr saber cuál debía tomar. De la nada alguien se acercó a ella por su espalda, pasó su brazo sobre los hombros, intentando tomar una bebida energética en lata. Miró los brazos musculosos, congelada, sin saber cómo reaccionar ante una peligrosa violación de su espacio personal, su corazón pegó un salto cuando lo sintió mucho más cerca de lo que le gustaría; incluso podía sentir su masculinidad pegando en una de sus piernas.

Jesse se volteó rápidamente quedando prácticamente nariz a nariz con el hombre; una rápida vista la lleva a encontrarlo encantador, atrevido, pero atractivo, tiene rastas rubias, labios carnosos, un provocativo pirsin en el labio y ojos cautivadores de color claro; su ropa posiblemente era unas dos tallas más grandes de lo debido, pero no lo suficiente como para no parecer provocativo. Él se acerca aún más, parece que, con intenciones de besarla, y por un momento lo quiso. Al sentir su aliento en su rostro cerró los ojos, y de pronto, otro grito resuena en aquel pasillo también, al abrir sus ojos él ya se había marchado.

En el pasillo se desató una estampida de chicas de desenfrenadas que perseguían a otro chico musculoso de cabello castaño.

Jesse miró la turba desaparecer entre pasillos boquiabierta.

¿Qué rayos había sido todo eso?

¿Qué demonios les pasaba a todos los alemanes?

Tocó su pecho sintiendo su corazón acelerado, ir al supermercado jamás le había dado tanta adrenalina.

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