CAPÍTULO 4
Camila me coge la mano izquierda y la levanta para que la luz refleje el anillo de diamantes que llevo en el dedo.
-Esto. Eres prácticamente un profesional de las relaciones. Tres años y un anillo, Valentina. Si alguien sabe lo que se necesita para hacer que las cosas funcionen, eres tú.
Mis mejillas se ruborizan e instintivamente empiezo a juguetear con el anillo.
-Eso es diferente, Camila. -murmuro.
-¿Cómo de diferente? -Presiona, su voz escéptica y suspiro.
-Luciano y yo... no somos exactamente el ejemplo de libro de texto de una relación normal. Ya lo sabes.
Camila pone los ojos en blanco y se apoya en la pared.
-Oh, por favor. Todos sabemos que estás saliendo con un chico mayor, P. Gran cosa. La gente juzga, seguro, pero nunca has dejado que te moleste antes. Entonces, ¿por qué es diferente?
Suelto una pequeña carcajada, sacudiendo la cabeza.
-No es sólo la cosa de la edad. Es... todo. Desde el principio, nuestra relación nunca se ha tratado de encajar en las expectativas de nadie. La gente me ha llamado cazafortunas, nena azucarada... cualquier cosa desagradable que se les ocurra. Pero no me importa, porque sé que lo que tenemos es real.
Camila me observa atentamente, su expresión se suaviza.
-Y por eso quiero tu consejo. Has lidiado con toda la mierda que la gente te echa encima y aún así consigues ser feliz. ¿Cómo lo haces?
Dudo, mis dedos rozan la superficie lisa del anillo.
-No es como si tuviera una fórmula mágica. Luciano y yo... hemos pasado por mucho. No siempre ha sido fácil, pero hacemos que funcione porque ambos lo queremos. Somos honestos el uno con el otro, incluso cuando es difícil. Y no dejamos que las opiniones de los demás dicten lo que sentimos el uno por el otro.
Camila inclina la cabeza, sopesando claramente mis palabras.
-Entonces, ¿estás diciendo que debería... ignorar lo asustada que me siento y zambullirme?
-No exactamente,- me río entre dientes. -Está bien tener miedo. El compromiso puede intimidar. Pero si Isaiah significa algo para ti, si crees que existe la más mínima posibilidad de que pueda ser algo más que un "amigo sexual", entonces quizá merezca la pena arriesgarse. No tienes que tener todo resuelto de inmediato.
Camila suspira, con los hombros caídos.
-No lo sé, P. Me he quemado antes. ¿Y si lo estropeo todo?
Le doy un suave apretón en la mano.
-Entonces aprendes de ello y sigues adelante. Pero, ¿y si no metes la pata? ¿Y si resulta ser algo increíble? Nunca lo sabrás si no lo intentas.
Mira hacia su regazo y se muerde el labio mientras reflexiona sobre mis palabras. Al cabo de un momento, vuelve a mirarme con una pequeña sonrisa en la comisura de los labios.
-Haces que suene tan simple.
Me río, apoyándome en la cama.
-Créeme, no lo es. Pero vale la pena.
Camila asiente lentamente, con una sonrisa cada vez más amplia.
-Está bien. Lo pensaré.
-Bien,- le digo, dándole un codazo. -Y si necesitas a alguien con quien hablar, ya sabes dónde encontrarme.
-Gracias, P. Te haré saber si decido arriesgarlo todo.
-Hazlo -me burlo, sonriendo. -Eres más valiente de lo que crees.
Camila pone los ojos en blanco, pero no discute. Se echa hacia atrás en la cama, con menos energía que antes, y luego se anima.
-Ok, basta de cosas profundas. ¿Quieres salir de fiesta conmigo esta noche?
Gimo, hundiéndome más en el colchón como si pudiera tragármelo entero.
-No puedo. Los finales son la semana que viene y necesito estudiar.
Camila sonríe, sus ojos brillan con picardía.
-Oh, estudiar, ¿eh? Déjame adivinar, sólo esperas que Luciano te videollame más tarde para que puedas conseguir algo de... motivación.
Me quedo helada, mis mejillas se calientan al instante.
-¡Maria!- la regaño, lanzándole una almohada.
Ella se agacha, riendo perversamente.
-¿Qué? Quiero decir, ambos sabemos que es bueno para mantenerte concentrada. -Arrrastra la palabra, moviendo las cejas sugerentemente.
-Eres molesto. -murmuro, intentando reprimir mi propia sonrisa.
-Apuesto a que te tiene doblado sobre tu escritorio la mitad del tiempo-'¡Oh, Luciano, por favor ayúdame a estudiar! He sido tan mala...
Me abalanzo sobre ella antes de que pueda terminar, inmovilizándola sobre la cama.
-¡Cállate! -grito, riéndome a mi pesar.
Se ríe a carcajadas, intentando zafarse de mi agarre.
-¿Qué? ¿Me equivoco?
-Estás muerta. -gruño, forcejeando con ella mientras grita de risa.
-¡Admítelo!- se burla, con la cara sonrojada de tanto reír.
-¡Nunca!- contraataco, haciéndole cosquillas en los costados hasta que jadea.
-¡Vale, vale! ¡Piedad! -Suplica, con lágrimas brotando de su risa.
Finalmente la suelto y me desplomo a su lado en la cama mientras recuperamos el aliento. Camila se vuelve hacia mí, con una sonrisa amplia y traviesa.
-Sabes que tengo razón.
La empujo ligeramente, sonriendo.
-Eres insufrible.
-Parte de mi encanto,- dice con un guiño antes de sentarse. -De acuerdo. Te dejaré libre esta noche, pero me debes una noche de club después de los finales.
-Trato.- digo, poniendo los ojos en blanco.
Camila se levanta, se cepilla los dientes y se dirige hacia la puerta.
-Buena suerte estudiando... y saluda a papá de mi parte.
-¡Fuera!- grito, lanzando otra almohada mientras ella la esquiva, riendo todo el camino hacia la puerta.
Me siento con las piernas cruzadas en mi residencia en Moncloa, con los dedos jugueteando con el tirante rosa de mi lencería. El collar me rodea el cuello, un recordatorio de las instrucciones de Luciano: ponte la lencería y el collar, y limpia mi habitación. Pero aquí estoy, rodeada de un desastre que sé que le volverá loco.
La puerta se abre y me pongo rígido cuando Luciano entra. Sus ojos fríos y penetrantes observan el desorden. No dice ni una palabra, pero el silencio es suficiente. Sé lo que me espera, y me excita de la forma más aterradora.
-¿Estás de coña? -suelta, su voz es baja, pero afilada con autoridad.
No contesto. El corazón me late con fuerza y el calor me sube a la cara cuando su mirada se clava en mí. Sé que me he pasado de la raya, pero no puedo evitarlo.
Pensar en su castigo, en someterme a él, hace que mi coño se caliente. Luciano se acerca, su imponente presencia me obliga a inclinar la cabeza hacia atrás para encontrarme con su mirada.
-Puta tira. -Ordenó.
Lentamente, me quito la lencería rosa del cuerpo, sintiendo cómo sus ojos ardientes siguen cada movimiento, despojándome tanto de mi ropa como de mi dignidad. Cuando por fin estoy desnuda, retrocede y me observa con los ojos entrecerrados.
-Inclínate sobre el escritorio. Manos en alto,- ordena. -Déjame ver ese bonito culito tuyo.
Obedezco sin decir palabra, me acerco al escritorio y me agacho, con las palmas de las manos apoyadas en la superficie fría. Me siento tan expuesta así, tan pequeña, pero al mismo tiempo lo deseo. Su control, su dominio. Luciano da un paso detrás de mí y me estremezco cuando sus dedos recorren mi columna.
-¿Crees que esto es divertido? Gruñe.
Antes de que pueda prepararme, me da una fuerte bofetada en el culo. El pinchazo es inmediato, jadeo y agarro el escritorio con más fuerza. El dolor persiste, pero rápidamente le sigue un pulso de excitación.
Otra bofetada, esta vez más fuerte. Se me corta la respiración. No me muevo, no me inmuto. Dejo que el dolor me invada, que lo asimile. Soy suya para que haga con ella lo que quiera, y pensar en eso solo empeora las cosas, pero luego las mejora.
-"No aprietes", advierte, con voz grave. -Quiero que sientas cada puto golpe. Vas a aprender por qué la desobediencia no queda impune.
Contengo un gemido, luchando por quedarme quieta, pero su siguiente golpe cae con fuerza brutal, haciéndome gemir sin poder evitarlo. Mi cuerpo tiembla incontrolablemente, el escozor de su mano me marca la piel. Pero lo peor, lo que me hace suplicar más, es lo empapada que estoy. El dolor no hace más que intensificar mi necesidad.
Luciano se aleja brevemente y oigo el familiar sonido del cuero ajustándose. Se me revuelve el estómago. Sé lo que viene. El cinturón. Su arma más íntima. El primer golpe es seco y preciso, y me saltan las lágrimas.
-Estás disfrutando, ¿verdad? Se burla en voz baja. -¿Es esto lo que querías todo el tiempo, zorra?
-Sí, amo. Consigo hablar.
Su mano me agarra del pelo de repente y tira de mí hacia atrás. Me arde el cuero cabelludo cuando me levanta y me obliga a mirarle.
-Suplica -gruñe, su aliento caliente contra mi oreja. -Suplica que siga, o me detengo.
-Por favor, no pares -gimoteo, incapaz de contenerme. -Lo necesito... Necesito que sigas azotándome. Me portaré bien, lo juro. Por favor, castígame. Quiero portarme bien contigo.
Una sonrisa de satisfacción se dibuja en la comisura de sus labios. Me acerca más, con un agarre firme y posesivo que refuerza su control.
-Así es. Serás bueno para mí. Eres mío para romper, para entrenar, y me aseguraré de que aprendas. Cada. Cada. Jodida. Lección. - Escupe, cada palabra pronunciada con el brutal chasquido del cinturón.
Siento que me tiemblan las rodillas, pero me detengo y me apoyo en el escritorio. Hace una pausa, con la respiración agitada mientras observa las marcas en mi piel.
-Eres una mocosa patética, gruñe. -Mírate, no eres más que un puto desastre, por dentro y por fuera.
Finalmente me suelta y me empuja de nuevo contra el escritorio, inmovilizándome allí.
-Abre las piernas. Él lo ordena.
Obedezco al instante, mi cuerpo ansía más sensación, presión y control. El cinturón chasquea contra mi piel una y otra vez, cada golpe más castigador que el anterior, el escozor extendiéndose como fuego por mi carne.
No puedo contener las lágrimas, los gemidos que se me escapan. Ni siquiera quiero. El placer se mezcla con el dolor, un cóctel que hace que mi mente se tambalee.
-Ponte de rodillas. -Ordenó de repente.
Me tiemblan las piernas, que apenas pueden sostenerme, y el dolor de mi culo palpita con cada movimiento por el castigo que me ha dado. Pero obedezco y me arrodillo.
-Buena chica, ronronea, su voz me hace vibrar de excitación. -Ahora, acércate a ese desastre. Vas a limpiarlo. Pero no como tú crees. Vas a limpiarlo a mi manera.
No puedo evitar el revoloteo de emoción en mi pecho. Me lo esperaba. Va a obligarme a hacer algo humillante, a someterme de la forma más degradante posible.
