Librería
Español
Capítulos
Ajuste

CAPÍTULO 5

-Recoge esa ropa con la boca -me ordena, y mi respiración se entrecorta por la sorpresa. -Hasta la última. No quiero verte usando las manos. Si te pillo, te arrepentirás.

Trago saliva, con la cara enrojecida por la vergüenza. Agacho la cabeza y me inclino para recoger la primera camisa, con la boca temblorosa mientras la tiro del suelo. Cada prenda que recojo de este modo es como una bofetada en la cara, pero también una emoción que no puedo evitar.

-Buena chica -susurra, sin dejar de mirarme. -Recógelos todos. Quiero esta habitación impecable. Limpiarás para mí, y lo harás bien.

Se me acelera la respiración y avanzo de rodillas. Siento calor en la piel y me ruborizo al darme cuenta de lo bajo que estoy cayendo a sus ojos. Pero no es sólo humillación. Es un deseo de dominación que ya no puedo negar. Siento cómo mi excitación se acumula con cada movimiento y me recorre los muslos.

-Date prisa, -dice con firmeza. -Muévete más rápido o haré que te arrepientas.

Intento acelerar el paso, me tiemblan las manos, pero lo noto antes de oírlo. Su mano golpea con fuerza mi culo dolorido, el ardor de su bofetada reverbera por todo mi cuerpo y gimo de dolor.

-Lame la mancha. -Ordenó de repente, señalando una mancha en el escritorio.

Se me revuelve el estómago de vergüenza, pero no le cuestiono nada. Hago lo que me dice, bajo la cara hacia la fría madera y noto el sabor amargo del café, la humillación subiendo por mi pecho como una ola enfermiza. Me observa todo el tiempo, con ojos ardientes de desdén y deseo.

-Eres repugnante -murmura Luciano, con voz grave, llena de desprecio y deseo. -Te gusta que te traten así, ¿verdad? ¿Arrastrándote sobre manos y rodillas, como una patética putita?

Gimo, con la cara ardiendo de humillación. Ni siquiera puedo mirarle directamente, sabiendo que no soy más que su obediente juguetito. Pero no me importa. El castigo y el control me excitan tanto que no puedo concentrarme en otra cosa que no sea él.

-Mientras estés de rodillas, frota tu clítoris,- ordena Luciano. -Pero ni se te ocurra correrte. No hasta que yo lo permita.

Deslizo la mano entre mis muslos, mis dedos acarician mi clítoris, la vergüenza sólo aumenta mi excitación. Gimo suavemente y sigo recogiendo el resto del desorden, cada trozo de basura y de ropa convertido en un símbolo de mi completa sumisión a él.

-Brava ragazza,- ronronea, observándome forcejear. -Ahora coge el resto. Y será mejor que no se te caiga nada.

Siento el peso de su mirada sobre mí mientras continúo limpiando, mis dedos rozando insistentemente mi clítoris en lentos y burlones círculos, cada movimiento acercándome peligrosamente a mi orgasmo. Se acerca y me agarra la nuca, obligándome a mirarle.

-Dime por qué me limpias así -exige, con voz áspera y posesiva. -Dime por qué haces esto.

-Porque no te hice caso... Me merezco esto -susurro temblorosa.

Su sonrisa es cruel, satisfecha.

-Bien. Estás aprendiendo. Ahora, termina de limpiar, y sigue frotando tu clítoris. Quieres ser una putita, ¿no?

Asiento con impaciencia, desesperada por obedecer, por ser buena para él, por hacer lo que sea para ganarme su aprobación. Mis dedos permanecen en mi clítoris, trazando lentos y deliberados círculos mientras recojo los últimos objetos. Con cada pasada, siento que me humedezco más, que el acto de limpiar y someterme me llena de una embriagadora mezcla de vergüenza y excitación.

Sé que debería sentirme humillada, incluso asqueada, pero en lugar de eso, me consume la emoción. El poder que destila sobre mí es embriagador, me hace sentir más pequeña, más débil, pero también increíblemente excitada.

-¿Has terminado ya? -pregunta, y yo asiento con la cabeza, con el cuerpo tembloroso.

-Maestro, por favor -susurro, inclinando la cabeza para encontrarme con su mirada. -Por favor... déjame correrme. He sido buena. He obedecido. Por favor, necesito que me folles.

Sus ojos se entrecierran cuando se acerca, y mi corazón tartamudea en mi pecho.

-No -dice simplemente, con voz tranquila pero firme-. -No te lo mereces. No después de lo que hiciste. No seguiste órdenes, Valentina. Las chicas malas no son recompensadas.

Sus palabras son como un látigo contra mi piel, y se me forma un nudo en la garganta.

-Por favor, se lo ruego, con la voz quebrada. -No puedo soportarlo, señor. No puedo. Le necesito. Fóllame. Por favor.

Ladea la cabeza y me observa con una mirada entre depredadora y divertida.

-Me necesitas, ¿verdad? -murmura, acercándose un paso más.

Su presencia es sofocante de la mejor manera, haciendo imposible pensar en otra cosa que no sea él.

-Sí, susurro con la respiración entrecortada. -Te necesito tanto. Haré lo que sea. Por favor...

-¿Algo? -pregunta y yo asiento desesperada.

-Cualquier cosa. Por favor, seré buena. Haré lo que me digas.

Por un fugaz segundo, creo que va a concederme la liberación que tanto ansío. Pero entonces aparece esa sonrisa. Esa sonrisa cruel y enloquecedora que me produce un escalofrío y me calienta el coño.

-No, vuelve a decir con un tono más agudo. -No conseguirás nada de mí. No hasta que yo diga lo contrario. No te has ganado nada.

Se me desploma el corazón y sus palabras me invaden de impotencia.

-Por favor, amo -le suplico, con lágrimas punzantes en las comisuras de los ojos. -No puedo... No puedo soportarlo.

-Puedes, -me interrumpe. -Lo harás. Y cuando por fin te permita tenerme, recordarás este momento. Recordarás lo que pasa cuando me presionas demasiado.

Agacho la cabeza, las lágrimas resbalan por mis mejillas.

-Mírame, me dice, y levanto la mirada para encontrarme con la suya. -Vístete. Vamos a salir a cenar. Y te portarás bien. No más ruegos, no más lágrimas. ¿Entendido?

Asiento dócilmente, tragando saliva.

-Sí, maestro.

Se queda un momento mirándome, observando mi desaliñado estado. Luego, sin decir palabra, se da la vuelta y se dirige hacia la puerta. Al llegar a ella, se detiene y mira por encima del hombro.

-Cuando estés lista para volver a ser una buena chica, consideraré recompensarte. Hasta entonces, esperarás y aprenderás lo que pasa cuando me desobedeces.

Y se marcha, cerrando la puerta tras de sí.

Cuando salgo de mi residencia en Moncloa, el aire me pellizca la piel. Veo el coche de Luciano aparcado en la acera y me acerco. Hago una mueca de dolor en el trasero cuando me acomodo en el asiento de cuero. Luciano no me mira, sigue hablando por teléfono en un italiano fluido.

Mis ojos se posan en su mano grande y venosa que descansa despreocupadamente sobre la palanca de cambios. Alargo la mano para tocarlo, pero la aparta sin mirarme. Lo intento de nuevo, dejando que mis dedos rocen los suyos, pidiéndole en silencio un poco de cercanía.

-Ahora no.-Dice con firmeza, mirándome esta vez y yo me quedo helada.

Retiro la mano y mis mejillas arden de humillación. Cruzo las manos con fuerza sobre el regazo y se me saltan las lágrimas, pero las disimulo. Cuando termina de llamar, se queda callado, mirando a la carretera como si yo no estuviera allí. Durante el trayecto en coche sólo se oye el zumbido del motor y el suave golpeteo de sus dedos en el volante.

En el restaurante en La Latina, Luciano me abre la puerta como siempre, pero sus gestos parecen distantes. Le sigo dentro, con los tacones golpeando suavemente el suelo pulido. Me acerca una silla y me siento en silencio mientras pide para los dos. Cuando llega la comida, no me atrevo a comer. La picoteo sin entusiasmo, sin apetito. Luciano se da cuenta enseguida.

-¿Por qué no comes?

Levanto la vista y lo miro fugazmente antes de volver a bajar la vista a mi plato.

-No tengo mucha hambre -digo en voz baja, apenas por encima de un susurro.

Deja el tenedor en el plato. Cuando me atrevo a mirarle de nuevo, sus ojos se clavan en mí, penetrantes y evaluadores.

-Esa no es una respuesta -dice simplemente, con ese tono de autoridad familiar que me acelera el pulso. -Come. Al menos unos bocados.

Asiento con la cabeza y cojo el tenedor, no quiero disgustarle más. La comida me pesa en la boca, pero sigo comiendo a pesar de que el estómago se me revuelve. Luciano me observa todo el tiempo, con expresión indescifrable.

-¿Cómo van tus estudios? Los finales son la semana que viene, ¿no?

Parpadeo ante el cambio de conversación, sorprendida.

-Están... bien -respondo dubitativa, tragando el bocado que había estado masticando. -He estado estudiando mucho.

-Bien, dice, cortando su propia comida con movimientos precisos. -Espero que apruebes con éxito.

Logro asentir un poco, el elogio me calienta ligeramente.

-Lo haré. -murmuro, obligando a otro bocado a pasar el nudo en la garganta.

Me observa un momento antes de volver a su comida. La fría distancia que nos separa me aplasta y parpadeo para contener las lágrimas. Lo único que quiero es que me toque, que me abrace, que tire de mí y me susurre que estoy perdonada.

El suave zumbido del motor llena el aire cuando Luciano detiene su coche frente a mi residencia en Moncloa. Me quedo sentada un momento, mirando el edificio familiar, con el corazón encogido. Normalmente, noches como ésta acaban conmigo en sus brazos, segura y calentita en la cama de su ático en el barrio de Salamanca. Pero esta noche... esta noche siento como si me despidieran.

-Mañana -dice bruscamente, rompiendo el silencio-. -Iré a buscarte. Estate lista a mediodía.

Asiento con la cabeza, parpadeando rápidamente mientras las lágrimas se me agolpan en las comisuras de los ojos.

-Lo siento, Lu -susurro, con la voz entrecortada mientras intento secarme las lágrimas que se derraman por mis mejillas. -De verdad. No pretendía...

-Ven aquí. -Interrumpe Luciano, su tono bajo y autoritario.

Me quedo inmóvil y le miro mientras se echa hacia atrás. Su expresión es neutra, pero su voz deja claro que espera que obedezca. Sin vacilar, me desabrocho el cinturón y me meto en su regazo, maniobrando alrededor de la consola hasta que me siento a horcajadas sobre él.

Cuando mi cuerpo toca el suyo, el alivio me invade, aliviando el dolor de mi pecho. Instintivamente lo rodeo con los brazos, pero su mano me aprieta el pecho y me detiene.

-Aún no. -Dice, con tono firme pero no desagradable.

Parpadeo y me tiemblan los labios al intentar entender qué quiere de mí.

Descarga la aplicación ahora para recibir recompensas
Escanea el código QR para descargar la aplicación Hinovel.