CAPÍTULO 2
Antes de darme cuenta, mi mano se cuela entre mis muslos y mis dedos se deslizan bajo el tanga. Con una camiseta holgada y el tanga puesto, es fácil, demasiado fácil, perderse en el calor que se acumula en mi coño. Mis dedos se mueven lentamente al principio, acariciando mi clítoris. Miro a Luciano, que sigue trabajando.
-¿Seguro que no quieres venir a verme este fin de semana? Lo intento de nuevo.
Exhala pero no levanta la vista de su trabajo.
-Sí, Valentina. Estoy segura.
No me detengo. Mis dedos se mueven un poco más rápido, dando vueltas donde más lo necesito, mientras le observo.
-¿De verdad no quieres estar aquí conmigo? ¿Para follarme hasta dejarme completamente destrozada? -pregunto, con la voz temblorosa.
Esta vez, sus ojos se cruzan con los míos.
-Sabes que sí, joder -dice con firmeza. -Pero este no es el momento. Es el período de finales, y quiero que te concentres, no que te distraigas.
No respondo de inmediato, pero un pequeño gemido entrecortado se escapa antes de que pueda detenerlo, captando su atención. Levanta la cabeza y sus ojos se clavan en los míos con una intensidad oscura e ilegible.
-Valentina.- Dice lentamente, su voz más baja ahora, casi peligrosa.
-¿Papá?
-¿Te estás tocando?
Me muerdo el labio con fuerza, mis dedos siguen moviéndose sobre mi clítoris hinchado mientras asiento.
-Sí, papá.
Aprieta la mandíbula, el músculo hace tictac. Por un momento no dice nada, solo me observa con una mirada ardiente.
-Muéstrame. -Dice finalmente, con tono autoritario, sin dejar lugar a discusiones.
Dudo sólo un segundo antes de echar la silla hacia atrás, con el corazón latiéndome con fuerza mientras ajusto el teléfono para ver mejor. Deslizo el tanga por mis piernas hasta que cae al suelo.
El aire fresco me hace estremecer mientras apoyo los pies en la silla y separo los muslos, exponiéndole mi coño empapado. Luciano oscurece los ojos y aprieta aún más la mandíbula.
-Quítate la camisa,- ordena. -Quiero veros a todos.
Obedezco de inmediato y me quito la camisa por encima de la cabeza. Sus ojos recorren cada centímetro de mi cuerpo, su mirada ardiente y posesiva. La forma en que me mira, como si fuera un trozo de carne que está a punto de devorar, me excita aún más y el calor inunda mi coño.
-Buena chica -murmura, y ese elogio me revuelve el estómago. -Ahora, pon los pies en el borde del escritorio y abre más tus bonitas piernas para mí. Quiero ver exactamente lo mojado que tienes el coño para mí.
Apoyo los pies en el borde del escritorio y abro las piernas todo lo que puedo. La humedad entre mis muslos se escapa, y un suave gemido se escapa de mis labios cuando capto su sonrisa de satisfacción.
-"Buena chica", dice de nuevo, con una voz llena de aprobación. -Te ves jodidamente perfecta. Ahora, tócate para mí. Lentamente. Empieza por arriba.
Obedezco, mi mano recorre mis pechos y baja por mi vientre, provocándome mientras mis dedos encuentran el camino entre mis muslos. Mis ojos permanecen fijos en la pantalla, en él. Se me corta la respiración cuando por fin alcanzo mi tembloroso clítoris.
-Ahí,- dice Luciano con firmeza, sin apartar los ojos de la pantalla. -Concéntrate ahí. Haz pequeños círculos cerrados, despacio. Muéstrame cómo te burlas de ti mismo.
Gimo cuando deslizo los dedos hasta mi resbaladizo coño, que ya está hinchado y ansioso por él. Suelto un suave jadeo cuando empiezo a rodear mi sensible clítoris, sintiendo la humedad que ya cubre mi piel.
La presión aumenta inmediatamente, el calor se intensifica con cada pequeño y lento círculo que trazo. Cierro los ojos y me muerdo el labio mientras mis caderas empiezan a moverse solas, intentando concentrarme en las sensaciones.
-Más rápido,- exige, su voz un poco más áspera ahora. -Déjame oír tu dulce voz.
Me dejo llevar, mis dedos se mueven más rápido, los sonidos de mi placer llenan la habitación. Pero entonces oigo algo: sonidos húmedos, descuidados y rítmicos procedentes de mi teléfono. Abro los ojos y me quedo sin aliento al darme cuenta de lo que es.
-Luciano,- jadeo, me tiembla la voz. -¿Estás...?
Sus labios se curvan en una sonrisa perversa y mueve el teléfono lo suficiente para dejarme ver su mano agarrándose la erección, bombeándola con una presión lenta y constante.
-No he podido evitarlo, Gattina. -Dice, con voz espesa por la excitación.
Al verle, sin camiseta, con sus collares brillando a la suave luz, las gafas ligeramente empañadas y su mano moviéndose ferozmente arriba y abajo por su polla, me recorre una fuerte oleada de calor y gimo con fuerza. Lo deseo. Muchísimo. Desesperadamente.
-Déjame verte -suplico, con voz necesitada y sin aliento. -Por favor, papá.
-¿Quieres ver mi polla?
-Sí, maestro. -Respiro.
Su sonrisa es tenue pero devastadora. Con un suave gruñido, inclina la cámara y me ofrece una vista completa de su polla gruesa y dura como una roca.
-¿Ya estás contenta, bella? -pregunta, apretando su gruesa polla, sacudiéndola cada vez con más velocidad mientras sus ojos no se apartan de los míos.
-Muy... -susurro, con los dedos trabajando más deprisa en mi palpitante clítoris mientras lo observo, hipnotizada por la forma en que sus músculos se flexionan y las venas se abultan mientras su agarre se tensa en torno a su polla.
-Más rápido -me ordena, su voz rompiendo la niebla del deseo-. -Tócate como si fuera en serio, piccola, como si yo estuviera allí contigo.
Obedezco, apretando con más fuerza los dedos contra mi clítoris, moviéndolos frenéticamente. Los gemidos escapan de mis labios sin control, y puedo oír la satisfacción en sus suaves gruñidos mientras se acaricia violentamente la polla al ritmo de mis frenéticos movimientos, su agarre vicioso e implacable.
-Lo estás haciendo muy bien,-me elogia. -Ahora, desliza un dedo dentro de tu coño. Fóllate para mí, cucciola.
Me meto un dedo en el coño empapado, despacio al principio, saboreando la plenitud. Gimo suavemente, con los ojos pegados a la pantalla, observando su cara mientras se tira de la polla, la aspereza le hace gemir de placer.
-Eso es. No me quites los ojos de encima -me ordena, y así lo hago, sin apartar los ojos de su cara mientras se acaricia la polla cada vez más rápido. -Cazzo... Te ves tan jodidamente apretado.
Yo imito sus movimientos, metiendo y sacando el dedo de mi resbaladizo coño a un ritmo incesante. Me mira fijamente, con expresión concentrada pero hambrienta, como un hombre hambriento.
-Buena chica,- gruñe. -Ahora añade dos dedos. Estira ese precioso coñito para mí.
Introduzco dos dedos más, gimiendo por el estiramiento, sintiendo cómo mi coño se abre para él. El estiramiento es perfecto, pero quiero más. Necesito más.
Me follo más deprisa al compás de su mano mientras le veo bombear la polla desesperada y ferozmente. Verle tan deshecho, tan jodidamente caliente, me hace gemir más fuerte, con la mente completamente consumida por la necesidad de complacerle, de hacer que me vea correrme con fuerza.
-Ahora, quiero ver tus tetas en tus manos,- ordena Luciano. -Pellízcate los pezones para mí, y frótalos con fuerza en círculos mientras te follas. Haz que te duelan para mí.
Mi mano libre se mueve hacia mis pechos, amasa la suave carne antes de pellizcarme el pezón y frotarlo con fuerza, tal y como me ordenó. La sensación me recorre el cuerpo, amplificando el placer que ya se está acumulando.
Oigo mis propios gemidos, pero los ahogan los sonidos eróticos de él masturbándose furiosamente, agarrando su polla hinchada con fuerza y desesperación, y eso sólo me desespera más, me necesita más.
-Papá... -gimoteo, apretándome el pecho con más fuerza mientras mis dedos trabajan frenéticamente dentro y fuera de mí.
-Joder, sí, murmura, sin apartar los ojos de la pantalla. -Eres jodidamente perfecto. No pares. No pares.
Siento el orgasmo creciendo en lo más profundo de mi ser, la presión aumenta a medida que me follo con más fuerza, más deprisa. Me muerdo el labio, intento aguantar, intento saborear el momento.
-Ahora, haz que te corras. Quiero ver tu dulce coño apretándose alrededor de tus deditos mientras te corres. Hazlo por mí, amorina.
Sus palabras son el último empujón que necesito. La presión en mi interior se dispara y me corro con fuerza, mi cuerpo tiembla, mi cabeza cae hacia atrás mientras el orgasmo me desgarra.
Grito su nombre, el sonido sale de mis labios como una plegaria. Sigo follándome a través de las oleadas de placer, hasta que siento que me derrumbo contra la silla, jadeando y temblando.
-Jodidamente perfecto, murmura, observándome con esa mirada depredadora. -Te corriste tan fuerte por mí. Eres una buena chica.
-Por favor, te lo ruego. -Déjame verte, papi. Necesito verte venir.
Sonríe y yo lo miro mientras se tira de la polla, su mano la sacude furiosamente hasta que gime mi nombre y derrama su liberación sobre su pecho.
Se me hace la boca agua al ver su espeso semen, y mi coño se aprieta con fuerza alrededor de los dedos que aún tengo enterrados dentro. Su mirada se queda clavada en la mía, oscura y llena de satisfacción.
-Lo has hecho muy bien -susurra, su mano sigue deslizándose sobre su polla, pero ahora es sólo un movimiento perezoso y satisfecho. -La próxima vez, estaré allí para follarte así y hacer que te corras con mi lengua. Para oírte gritar mi nombre mientras te como tu necesitado coñito.
Mi coño aprieta los dedos con más fuerza al oír sus palabras y sonrío, sintiendo que me invade una oleada de satisfacción.
-No puedo esperar por eso, papi.
El repentino sonido de una llamada a mi puerta hace que el corazón me dé un vuelco y me quedo paralizada, con los ojos muy abiertos.
-¡Valentina! ¿Estás vivo ahí dentro? ¡Necesito hablar contigo!
Al oír la voz de mi compañera de piso, se me revuelve el estómago y me entra el pánico. Estoy desnuda, tumbada en la silla, con los dedos metidos en el coño. Mi ropa no está a la vista y todo en mí delata exactamente lo que estaba haciendo.
Gracias a Dios que cerré la puerta antes.
Me pongo en pie y miro a Luciano con los ojos muy abiertos, pero él no comparte mi urgencia. No, se recuesta en su silla y se acaricia la polla con una mano como si mi caos fuera lo más divertido que ha visto en todo el día.
