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CAPÍTULO 1

-Estás tan mojada -gime, subiendo las caderas en círculos cerrados que golpean algo devastador dentro de mí. -Estás chorreando por todo mi cuerpo, nena.??-estás haciendo un desastre.-

Su ritmo se acelera y yo lo sigo instintivamente, moviendo las caderas y arqueando la espalda. Cada embestida me deja sin aliento.

-Luciano,- susurro, balanceando frenéticamente mis caderas para seguir su ritmo. -Necesitamos ser rápidos. Van a salir... en cualquier momento...

Sus ojos oscuros me miran, con las pupilas dilatadas por la lujuria, y me agarra por el culo, levantándome un poco para que pueda penetrarme más y más rápido.

-Entonces cállate. O no lo hagas. Que oigan cómo su buena Valentina me deja follármela como a una puta durante una reunión familiar-.

***

Después de tres años separados, Valentina Quintero vuelve por fin a la vida y al amor que dejó atrás. La universidad en Madrid fue un reto, especialmente con la tensión de una relación a distancia y la desaprobación de su padre por su amor por Luciano Martines, su mejor amigo. Pero ahora ha vuelto y su relación con Luciano es más fuerte que nunca. ¿Su amor? Imparable. ¿Su pasión? Absolutamente abrasadora. ¿Sexo? Pecaminoso y adictivo. El BDSM se ha convertido en su patio de recreo, un lenguaje amoroso que Valentina está aprendiendo rápidamente a hablar con fluidez. Pero justo cuando cree que nada puede separarlos, el pasado llama a su puerta. Un fantasma resurge y amenaza con destruir todo lo que han construido. A medida que se reabren viejas heridas y aumentan las tensiones, su relación se pone a prueba. Enfrentada a retos inesperados, Valentina empieza a cuestionárselo todo y a preguntarse si su amor podrá resistir la tormenta.

Valentina

Suelto un gemido y tiro el bolígrafo al suelo, frustrada, antes de presionarme los ojos con las palmas de las manos. Los números de la pantalla se confunden y no tienen sentido por más que lo intento.

¿Por qué nadie me advirtió que la escuela de negocios implicaría tantas matemáticas?

Sabía que esta especialización no sería fácil. Como crecí con mi padre y Luciano, me he pasado años empapándome de la jerga empresarial, acompañándoles a reuniones y fingiendo que no estaba escuchando a escondidas cuando hablaban de negocios durante la cena. Me encanta todo: los contratos, las negociaciones, las estrategias de marketing.

¿Pero las matemáticas? Las matemáticas son una broma cruel.

Vuelvo a gemir y dejo caer la cabeza sobre el escritorio. Mi portátil emite un leve pitido, burlándose de mí con su hoja de cálculo en blanco.

-¿Por qué demonios elegí negocios?-murmuro.

-Cucciola.

Levanto la cabeza al oír la voz de Luciano y parpadeo al ver el teléfono apoyado contra una pila de libros de texto. Sus ojos oscuros levantan la vista del portátil y me miran por encima de las gafas.

Dios, las malditas gafas.

Son nuevos -empezó a llevarlos hace unos meses- y me hacen cosas que no estoy dispuesta a desvelar. Le dan un filo intelectual que conoce perfectamente y utiliza descaradamente contra mí.

-¿Cosa c'è che non va?- Pregunta, ladeando ligeramente la cabeza.

(¿Qué pasa?)

-¿Qué pasa? -repito, gesticulando impotente ante mi pantalla. -Las matemáticas están mal. Esta tarea está mal. Mis decisiones vitales están mal.

Los labios de Luciano se crispan, intentando no reírse, y ese pequeño atisbo de diversión me hace querer estrangularle y a la vez derretirme.

-Ah, ya veo. El drama de siempre.

-No es un drama -protesto, señalando acusadoramente a la pantalla-. -Esta hoja de cálculo quiere arruinarme la vida. Sabe que se me daban mejor la química y la física en el instituto y ha decidido castigarme.

Luciano se ríe suavemente y se echa hacia atrás en la silla. Sus collares se mueven con el movimiento, y mis ojos se posan en el plateado, que adoro, y luego en el dorado, que le regalé hace tres años. No se lo ha quitado desde entonces, y verlo junto a su corazón me produce una sensación inexplicable. Es como si una parte de mí estuviera siempre con él.

-Déjame adivinar -dice, arrastrando mi atención de nuevo a su cara-. -¿Has comprobado tus fórmulas, pero sigues obteniendo la respuesta incorrecta?

-¡Sí!- exclamo, levantando las manos. -Es como si los números conspiraran contra mí.

Sacude la cabeza, todavía divertido, y se inclina más hacia la cámara, ajustándose las gafas. Sus anchos hombros llenan la pantalla, y sus collares se mueven contra su pecho desnudo -porque, por supuesto, no lleva camisa- y me distraen demasiado para mi cordura.

-Los números no conspiran, bella,- dice pacientemente. -Lo estás pensando demasiado. Muéstrame el problema.

Inclino ligeramente el teléfono hacia la pantalla del portátil.

-Ahí. Ahí. Dime que no es el análisis financiero más malvado que hayas visto...

Luciano entrecierra los ojos y frunce las cejas. Se inclina hacia delante, con los codos apoyados en el escritorio y la barbilla en la mano mientras estudia la pantalla. Su alianza -la que insiste en llevar aunque aún no estemos casados- capta la luz, y tengo que recordarme a mí misma que debo respirar y cerrar las piernas.

-Te falta algo -dice por fin, con voz tranquila y segura-. -Vuelve a comprobar tus variables. Probablemente una de ellas esté mal.

Vuelvo a gemir y entierro la cara entre las manos.

-Odio esto. ¿Por qué demonios elegí negocios? Debería haberme quedado con la química. O física. Los números nunca me hicieron sentir tan tonta entonces -hago una pausa, con una sonrisa irónica-. -O historia del arte habría sido perfecto. Nada de números.

-Para,- dice Luciano, su voz más dura ahora. -Siéntate.

Me da un vuelco el corazón al oír su repentino cambio de tono y me enderezo en la silla, mi cuerpo reacciona antes de que mi mente se ponga al día.

-Brava ragazza,- murmura. -Ahora, concéntrate. Te estás dejando llevar por la espiral, y eso no te va a ayudar.-

-Lo intento. -murmuro, con el calor subiéndome por el cuello ante el elogio.

-No lo suficiente, responde. -Eres más duro que una hoja de cálculo. Sé que lo eres. Así que deja de quejarte, respira hondo y hazlo otra vez.

Me muerdo el labio y asiento rápidamente.

-Sì, papà.-

(Sí, papá)

Sonríe, su hoyuelo de la mejilla izquierda hace acto de presencia, y mi estómago vuelve a dar un vuelco.

-Bravo.

(Bien)

Vuelvo a mi trabajo, pero mi mirada sigue desviándose hacia él a través de la pantalla. Vuelvo a morderme el labio, debatiéndome un momento antes de hablar.

-Lu...

Tararea mientras teclea algo, pero no levanta la vista.

-¿Crees que podrías venir a verme este fin de semana?

Sus dedos se detienen en el teclado y me mira con ojos penetrantes.

-Sé lo que estás pensando, piccola,- dice rotundamente, su expresión es ilegible. -No.

Hago un mohín al instante, cruzando los brazos sobre el pecho.

-¿Por favor? Se acercan los finales y estoy muy estresada. Necesito relajarme. Necesito que me ayudes a relajarme.

Luciano arquea una ceja y vuelve a mirar la pantalla.

-Necesitas que te ayude a relajarte -repite, con tono escéptico. -¿O necesitas que te folle?

Se me calientan las mejillas y me hormiguea el coño.

-Ambos. -Sonrío tímidamente, con voz burlona e inocente.

Eso llama su atención. Levanta la vista y clava sus ojos en los míos con una intensidad que me hace palpitar el clítoris. Su mandíbula se tensa ligeramente antes de exhalar con fuerza.

-No puedo.

Frunzo el ceño, enfurruñada, mientras apoyo la barbilla en la mano.

-¿Por qué no?

Me lanza una mirada mordaz.

-Ya sabes por qué.

-No, yo no. -argumento, aunque sé exactamente lo que está a punto de decir.

Se echa hacia atrás en su silla, mirándome con una mezcla de diversión y exasperación.

-La última vez que dijiste que estabas 'estresada' y que necesitabas 'relajarte', fui a verte y lo único que hicimos fue follar. Terminaste perdiendo una semana entera de clases porque no podías caminar ni sentarte correctamente.

Se me vuelve a calentar la cara, pero no lo niego. Es verdad. Desde que Luciano me introdujo en el sexo -me introdujo de verdad- todo cambió. No es sólo que sea bueno; es jodidamente adictivo.

Y ahora, estando separados, es aún peor. La larga distancia me ha convertido en un desastre cachondo. Luciano me ha convertido en una adicta al sexo, y honestamente... No me avergüenzo de ello ni un poco.

-Bueno, quizá sea porque el sexo contigo es increíble -le digo, lanzándole mi mejor mirada suplicante.

Luciano sacude la cabeza, claramente poco impresionado por mis halagos.

-Valentina.

-Luciano,- imito, mi tono igual de firme. -Vamos, papá, ¿por favor? Esta vez me portaré bien.

Sus labios se mueven como si luchara contra una sonrisa, pero su expresión sigue siendo seria.

-También dijiste eso la última vez. Y luego terminaste en mi regazo a los cinco minutos, cabalgando mi polla como si no te hubieran follado en años.

Intento reprimir la sonrisa al recordarlo, pero se me escapa.

-No pude evitarlo,-justifico. -Haces que sea imposible pensar en otra cosa cuando estás cerca.

Vuelve a suspirar, frotándose el puente de la nariz como si le estuviera agotando.

-Eres insaciable. -Murmura.

-Y te encanta cada segundo que pasa. -me burlo, desafiándole a que discrepe.

Su mirada se suaviza un instante y creo que le he convencido, pero vuelve a negar con la cabeza.

-Necesitas concentrarte en tus finales, vita mia. Y yo necesito concentrarme en mi trabajo.

Gimo, dejándome caer dramáticamente en la silla.

-No eres divertido.

-Soy muy divertido,-contesta. -Sólo tienes que esperar.

Vuelvo a gemir y lo miro con nostalgia. Me muerdo el labio, el recuerdo de nosotros inundando mi mente: él follándome sin sentido por detrás en el oscuro aparcamiento de su hotel en Gran Vía la última vez que nos visitó. Estaba tan excitada y desesperada que ni siquiera llegamos a su habitación.

Aún puedo sentir el frío metal del capó del coche contra mis mejillas sonrojadas mientras me empujaba hacia abajo, su fuerte mano me inmovilizaba las muñecas por encima de la cabeza mientras me penetraba salvaje e implacablemente el coño empapado. La forma en que gruñía mi nombre, la forma en que su cuerpo dominaba el mío, la pura intensidad de todo aquello...

Joder. Ya estoy empapado.

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