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Vengo por mi esposa

La Mansión Portal estaba envuelta en un silencio profundo cuando Eleanor Sinclair se dejó caer en uno de los amplios sofás de la sala principal. Rafaela Portal la observaba con el ceño fruncido, sin entender del todo la magnitud de lo que acababa de ocurrir.

Bianca estaba destruida. Su hija se había quedado en una de las habitaciones, llorando en silencio, completamente agotada por todo lo que había soportado ese día.

—Ahora dime, Eleanor —Rafaela cruzó los brazos y fijó sus ojos en su amiga de toda la vida—, ¿qué demonios pasó? ¿Cómo es posible que Bianca termine casada con el prometido de Hanna?

Eleanor cerró los ojos por un instante, tratando de encontrar la mejor manera de explicar lo inexplicable.

—Fue el destino más cruel, Rafaela… y todo por culpa de Héctor.

La mujer mayor exhaló con frustración y cubrió su rostro con las manos antes de levantar la mirada con una mezcla de rabia y tristeza.

—¿Por Héctor? ¿Qué hizo ahora ese desgraciado?

Eleanor tragó en seco.

—El fraude…

Rafaela arqueó una ceja.

—¿Fraude?

Eleanor asintió lentamente.

—Héctor Sinclair falsificó documentos y alteró cuentas para encubrir la crisis financiera de su empresa. Durante años, infló balances y movió dinero ilegalmente. El problema es que lo descubrieron.

Rafaela se quedó en silencio, asimilando la información.

—El gobierno no toma a la ligera este tipo de delitos —continuó Eleanor—. Lo iban a arrestar. El caso estaba cerrado, las pruebas eran irrefutables, y la sentencia ya estaba dictada. Héctor iba a ser condenado a prisión por más de quince años.

Rafaela se inclinó hacia adelante, más atenta que nunca.

—Entonces, ¿cómo es que está libre?

Eleanor suspiró.

—Solo había un hombre que podía salvarlo: Dante Von Adler.

La sorpresa cruzó el rostro de Rafaela.

—Dante es poderoso, pero… ¿qué tiene que ver él en esto?

—Los abogados encontraron una brecha en la ley —explicó Eleanor—. Dante podía intervenir legalmente en el caso, pero solo si tenía un vínculo directo con la familia.

Rafaela se cubrió la boca con una mano.

—Y el único lazo posible era a través del matrimonio…

Eleanor asintió con los ojos llenos de amargura.

—Exactamente. Pero Hanna estaba fuera del país.

—¡Podrían haber esperado a que volviera! —exclamó Rafaela—. Si se trataba de salvarlo, Hanna…

—No había tiempo. No podíamos esperar a Hanna, Rafaela.

Eleanor se inclinó hacia adelante, su voz temblando.

—El abogado de Dante nos dio dos horas. Dos horas para decidir. O Bianca se casaba con Dante, o Héctor sería enviado a la Prisión principal.

Rafaela se quedó sin palabras.

Eleanor bajó la mirada y susurró con amargura:

—No teníamos otra opción.

El silencio en la habitación se volvió asfixiante.

Después de unos segundos, Rafaela habló con voz firme:

—Y ahora, después de que ella sacrificó todo… ese maldito la echó de su casa.

Eleanor apretó los labios, su cuerpo temblando de impotencia.

—Héctor la repudió. La llamó vulgar, dijo que vendió su cuerpo…

Rafaela golpeó la mesa con fuerza.

—¡Maldito desgraciado! ¡Bianca se sacrificó por él y la trata así!

Eleanor rompió en llanto.

—No tenía opción, Rafaela… Le arrebaté la vida que tenía.

Rafaela se acercó y la abrazó con fuerza.

—No fue tu culpa, Eleanor… Pero escúchame bien: Bianca no está sola. Aquí siempre tendrá un hogar.

Eleanor asintió con lágrimas en los ojos.

Pero en su interior, sabía que Bianca nunca volvería a ser la misma.

— A veces pensamos más en los demás estando dispuestos a sacrificarnos por personas que no lo merecen, pero también valió la pena para que conozcas con que hombre estas casada.

Eleanor bajo la mirada ante las palabras de Rafaela.

— Hector siempre tuvo preferencias hacia Hanna, razón por la cual a ella si le ha permitido estudiar medicina.

Rafael sentía que el impacto de las próximas palabras dejaran marcas.

La lluvia golpeaba suavemente las ventanas de la Mansión Portal, como si el cielo mismo sintiera el dolor que consumía a Bianca en ese momento. La joven estaba en una de las habitaciones, con los ojos hinchados de tanto llorar, mientras Eleanor y Rafaela mantenían esa conversación en la sala principal.

Eleanor sostenía una taza de té entre las manos, pero no había bebido ni un solo sorbo. Su mente estaba atrapada en el pasado, en cada decisión que Héctor había tomado a lo largo de los años, decisiones que habían marcado la vida de sus hijas de forma irreversible.

—Siempre fue Hanna. —su voz sonó amarga y rota al mismo tiempo.

Rafaela levantó la mirada.

—¿Porque solo Hanna y no Bianca?

Eleanor asintió con pesadez.

—Hanna siempre fue su favorita.

Rafaela frunció el ceño, sin sorprenderse del todo.

—Siempre supe que la prefería, pero jamás imaginé que llegara al extremo de tratar a Bianca como si no valiera nada.

Eleanor dejó escapar un suspiro tembloroso.

—Hanna tiene 25 años… cuatro años más que Bianca. Desde pequeña, Héctor la vio como la joya de la familia. Siempre le decía que era inteligente, fuerte, que haría cosas grandiosas. Y cuando creció, él la apoyó en todo.

Rafaela se cruzó de brazos.

—Por supuesto. Le permitió estudiar medicina.

Eleanor apretó la taza con fuerza.

—Sí. Siempre quiso que Hanna se convirtiera en doctora, y cuando ella expresó su deseo de estudiar en una de las mejores universidades, Héctor no dudó ni un segundo.

—Pero… ¿y Bianca? ¿Porque Hanna si y mi pequeña Bianca no?

La mirada de Eleanor se nubló de tristeza.

—A Bianca no le permitió nada definitivamente.

El silencio cayó entre ambas.

—¿Cómo que no le permitió nada? —Rafaela preguntó, incrédula.

Eleanor cerró los ojos, como si recordarlo le causara un dolor insoportable, Rafaela había caído en la trampa de Héctor cuando le había dicho que a Bianca no le gustaba nada y solo prefería la vida de niña rica a cuesta del esfuerzo de sus padres.

—El sueño de Bianca también era estudiar medicina. Desde pequeña, adoraba los libros de anatomía, las enciclopedias médicas… incluso cuando Hanna estudiaba, Bianca se quedaba a su lado, aprendiendo con ella en silencio.

Rafaela llevó una mano a su boca, sorprendida.

—¿Y Héctor lo sabía?

Eleanor soltó una risa amarga.

—Por supuesto que lo sabía. Pero nunca la dejó.

—¡¿Qué?! —Rafaela se levantó, indignada—. ¿Me estás diciendo que a Bianca le prohibió estudiar?

Eleanor asintió con lágrimas en los ojos.

—Le negó el derecho a una educación universitaria.

Rafaela estaba furiosa.

—Pero… ¿cómo justificó eso?

—Dijo que una mujer no necesitaba estudios para casarse. Que Bianca no tenía que aspirar a nada más que ser una esposa perfecta.

El rostro de Rafaela se llenó de rabia.

—¡Maldito imbécil!

Eleanor bajó la mirada.

—Ella rogó.

Rafaela sintió un nudo en el estómago.

—¿Qué?

—Bianca le suplicó. Le dijo que solo quería estudiar, que quería aprender. Pero él la miró a los ojos y le dijo: "No desperdiciaré mi dinero en algo inútil."

Rafaela apretó los puños.

—¿Y tú? ¿No hiciste nada?

Eleanor sintió que su pecho se oprimía.

—Intenté ayudarla… pero él era implacable.

Las lágrimas brotaron de sus ojos.

—Me dijo que si la apoyaba, me sacaría de la casa. No tenía poder, Rafaela. No tenía dinero, no tenía cómo ayudarla. Lo único que pude hacer fue ayudarla a tomar materias virtuales.

Rafaela estaba completamente conmocionada.

—¿Materias virtuales?

Eleanor asintió.

—No era lo que ella quería, pero al menos pudo aprender algo. Se enfocó en el área de la tecnología, porque era lo único accesible para ella. Pero su verdadera pasión… siempre fue la medicina.

Rafaela cerró los ojos con impotencia.

—Él… él le apagó la luz.

Eleanor soltó un sollozo.

—Sí.

El silencio que siguió fue doloroso.

Rafaela miró hacia la escalera, donde sabía que Bianca estaba en una habitación, rota, traicionada y abandonada.

—Pero esa luz no se ha extinguido por completo, quizás ahora tenga más oportunidades que antes.

La lluvia caía con fuerza sobre la Mansión Portal, empapando el suelo de mármol de la entrada. El cielo rugía con furia, como si presagiara la tormenta que estaba a punto de desatarse dentro de la casa.

Las luces del portón titilaron cuando un lujoso Aston Martin negro se detuvo con precisión en la entrada. El motor rugió como una bestia antes de apagarse.

Y entonces, Dante Von Adler descendió.

Bajo la lluvia torrencial, su silueta destacaba imponente. Su abrigo negro ondeaba con el viento, su traje perfectamente cortado se adhería a su figura esbelta pero poderosa. Era la definición de perfección masculina, de dominio absoluto.

Su cabello oscuro se humedeció levemente, pero eso solo acentuó la ferocidad de sus facciones. Ojos como el acero, mandíbula afilada y una expresión que no admitía oposición.

Los guardias de la mansión dudaron antes de intentar detenerlo. Pero un solo vistazo de Dante los dejó inmóviles.

No había necesidad de palabras. Su presencia lo decía todo: era un hombre que no aceptaba negativas.

Rafaela fue la primera en abrir la puerta, y cuando sus ojos se posaron en él, sintió que el aire abandonaba sus pulmones, una visita inesperada.

Era demasiado.

Demasiado apuesto.

Demasiado dominante.

Demasiado intimidante.

Por un instante, se preguntó cómo Bianca sobrevivirá junto a un hombre así.

—Vengo a llevarme a mi esposa.

Su voz grave retumbó en el amplio vestíbulo, haciendo eco en las paredes como una sentencia inapelable.

Eleanor, que acababa de salir de la sala, quedó helada.

—¡No! Bianca no se irá contigo. Recuerda las cláusulas del contrato y...

Dante desvió la mirada hacia ella con un gesto calculador. No se inmutó ante su negativa.

—Ella es mi esposa y yo tomo las decisiones los asuntos de mi matrimonio lo manejo yo.

Un escalofrío recorrió la espalda de Eleanor. La forma en la que lo dijo… fría, definitiva.

—Eso no significa que pueda llevársela como si fuera un objeto, además podemos llegar a otro acuerdo, que el...

Dante enarcó una ceja, impasible.

—Sí, significa exactamente eso, es mi esposa, de contrato o no, es mía y hoy ya no quiero tener otros contratos así que no hagas problemas.

Rafaela observó el enfrentamiento en silencio. Era fascinante ver a un hombre con tanto control, con tanto poder.

Pero lo más aterrador era que tenía razón.

—Ve por Bianca. —ordenó Dante con calma, pero la amenaza en su tono era evidente.

Eleanor apretó los puños.

—No tienes derecho a decidir por ella.

—No necesito derechos. Tengo hechos.

Dio un paso adelante, su presencia llenó la mansión como una sombra imponente.

—Legalmente, Bianca me pertenece.

Eleanor sintió un escalofrío de indignación.

—¡No es un objeto!

Dante la miró con una expresión gélida.

—No juegue con las palabras, señora Sinclair. Usted sabe que, en este momento, nadie puede ir en contra de lo que es ley.

Rafaela tomó a Eleanor del brazo.

—Ve por Bianca, no compliques esto Eleanor.

Eleanor apretó los labios. No quería hacerlo, pero sabía que no tenía opción.

Dante Von Adler no era un hombre con el que se pudiera negociar y aunque no quería que Bianca sufriera más, pero en contra de Dante Von Adler no podía ir y lo tenía claro después de los hechos de Héctor.

Eleanor subió las escaleras apresuradamente. Su corazón latía desbocado, sus pasos eran pesados, mientras avanzaba por aquella escalera, pensó que mejor hubiera dejado a Hector qué lo trasladen a la Prisión principal, él no se merecía a una hija como Bianca.

Cuando abrió la puerta de la habitación de Bianca, la encontró sentada en la cama, abrazando sus rodillas.

—Mamá…

Su voz temblorosa se rompió al ver la expresión en el rostro de Eleanor.

—Bianca… él está aquí.

La pequeña mujer sintió que el aire le fallaba.

—¿Quién…?

Pero su corazón ya sabía la respuesta.

—Dante.

El alma se le cayó a los pies.

—No… —susurró, sintiendo que el pánico se apoderaba de su cuerpo—. Mamá, yo… no quiero verlo.

Eleanor cerró los ojos con pesar.

—No tienes opción cariño, está aquí y quiere verte, quiere llevarte con él.

Bianca sintió que el mundo se desplomaba a su alrededor.

Su pecho subía y bajaba rápidamente, sus manos comenzaron a sudar. Su esposo estaba aquí, porque no podía decir su cuñado, puesto que la Ley es más fuerte que cualquier otra circunstancia.

La sangre abandonó su rostro ante aquel pensamiento, era esposa de su cuñado.

—No puedo…

Pero Eleanor la tomó de la mano.

—Bianca, hija… tienes que enfrentarlo.

Los ojos de Bianca se llenaron de lágrimas, pero su madre la obligó a ponerse de pie.

Cada paso que dio fue una tortura.

Cuando bajó las escaleras, el sonido de su respiración temblorosa resonó en el gran vestíbulo.

Dante estaba allí. Alto, imponente, letal.

Conversaba con su madrina con una calma escalofriante.

Pero en cuanto sintió su presencia, sus ojos se alzaron y se encontraron con los de ella.

Bianca sintió que su cuerpo se paralizaba.

Él la estaba observando.

Y no de cualquier forma.

Era como un depredador que ve a su presa.

Tragó saliva.

Un escalofrío le recorrió la espalda.

Su corazón latía con tanta fuerza que creyó que todos podían escucharlo.

Los ojos de Dante brillaban con algo indescifrable.

—Vamos.

Su voz fue un comando.

Bianca sintió que el pánico la golpeaba de lleno.

No.

No quería.

No podía.

Pero sus pies no se movieron.

Dante dio un paso hacia ella. Un solo paso, y su mera presencia la envolvió.

—No hagas esto más difícil, Bianca.

Ella se estremeció.

Entonces, con un gesto de pura superioridad, Dante extendió la mano.

—Es hora de que vengas conmigo.

Bianca se sintió atrapada.

Su infierno personal acababa de comenzar. Muy a su pesar, Bianca Sinclair debía de acompañar a Dante Von Adler y así lo hizo.

— Gracias Madrina y mamá espero verte pronto — Bianca las abrazo posteriormente miró nuevamente a Dante, mientras que Eleanor no podía contener las lágrimas, pero no podía hacer nada.

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