FIEBRE
La lluvia golpeaba con fuerza el parabrisas del lujoso automóvil mientras avanzaban en la oscura carretera. Bianca estaba en silencio, con los brazos rodeando su propio cuerpo en un intento inútil de encontrar consuelo. La humedad de su cabello caía sobre sus mejillas, y aunque temblaba, no sabía si era por el frío o por la tensión aplastante que llenaba el ambiente dentro del vehículo.
Dante Von Adler, sentado a su lado con la misma elegancia dominante de siempre, mantenía su mirada fija en la carretera. Su porte imponente no se veía afectado por nada, ni siquiera por el clima hostil. De repente, sin apartar la vista del frente, tomó una carpeta de cuero negro y la colocó sobre el regazo de Bianca con un movimiento firme.
—Léela. —Su voz profunda y autoritaria rompió el silencio.
Bianca parpadeó confundida, sus dedos temblorosos tocaron la cubierta antes de abrirla. Lo primero que vio fue su nombre escrito en letras firmes y elegantes: Bianca Von Adler Sinclair. Su estómago se encogió al ver su nuevo apellido, como si lo leyera por primera vez.
Con el corazón latiendo apresuradamente, comenzó a pasar las páginas. Su biografía estaba escrita con un nivel de detalle que la dejó sin aliento.
—Nombre: Bianca Sinclair
—Edad: 21 años
—Educación: Auxiliar de tecnología (estudios virtuales)
—Habilidades y pasiones: Gran amor por los animales, interés por la actuación y la medicina veterinaria. También mostró talento para la medicina humana.
—Restricciones familiares: Prohibida de asistir a la universidad por órdenes de su padre.
—Condición actual: Sin bienes propios, sin acceso a la fortuna de los Sinclair, dependiente de su matrimonio con Dante Von Adler.
Bianca sintió como si el aire abandonara sus pulmones. Cada palabra en ese informe era una cruel confirmación de lo que había vivido, de todo lo que le habían arrebatado.
Dante esperó pacientemente hasta que terminó de leer. No había cambiado su postura rígida ni su expresión impasible, pero cuando habló, su tono fue afilado como una daga.
—¿Qué tienes que decirme sobre esto?
Bianca cerró la carpeta con manos temblorosas y bajó la mirada. No entendía por qué le preguntaba eso. ¿Esperaba que defendiera lo indefendible? ¿Que le dijera que su vida había sido justa?
—No lo sé... —susurró con la voz rota.
Dante giró el rostro hacia ella por primera vez desde que salieron de la Mansión Portal. Su mirada azul profundo la perforó con una intensidad intimidante.
—¿No lo sabes? Aquí dice que querías ser veterinaria. O estudiar medicina. —Su voz era cortante—. ¿Qué clase de padre le prohíbe a su hija cumplir sus sueños?
Bianca sintió el ardor de las lágrimas amenazando con caer, pero se negó a derrumbarse ante él. Bajó la vista a sus manos entrelazadas en su regazo y tragó con dificultad.
—Papá no cree que una mujer necesite estudiar… —su voz se quebró—. Dijo que con que supiera lo básico era suficiente.
Dante bufó con desprecio.
—Lo básico. —Repitió esas palabras con una burla ácida—. Pero a tu hermana sí le permitió estudiar.
Bianca cerró los ojos con dolor antes de asentir lentamente, la hermana que Dante mencionaba era su propia novia, o... bueno Bianca ni siquiera sabía que pasaría después de esto.
—Hanna siempre fue la favorita. Yo… solo era una molestia para él.
El silencio que siguió fue denso. Dante desvió la mirada al frente, sus dedos apretaron el volante con fuerza.
—¿Y por qué auxiliar de tecnología?
—Fue lo único que pude hacer en línea… Quería aprender algo que me permitiera trabajar sin salir de casa.
Dante dejó escapar una risa seca, sin rastro de humor.
—Ingenioso.
El peso de su tono hizo que Bianca sintiera que estaba siendo ridiculizada. Pero cuando levantó la mirada, no encontró burla en sus ojos, sino algo más… una sombra de furia contenida.
—¿También te prohibieron actuar?
Bianca negó con la cabeza.
—No… Papá nunca lo tomó en serio. Dijo que era un pasatiempo tonto, que una Sinclair no debía hacer el ridículo en escenarios.
Dante no dijo nada de inmediato. Solo la observó. Y por primera vez desde que lo conocía, Bianca no pudo descifrar lo que pasaba por su mente.
—Así que, básicamente, te arrancaron cualquier posibilidad de tener una vida propia.
Su tono no dejaba espacio a discusión. Bianca sintió un escalofrío al escuchar esas palabras. Porque eran la verdad.
Y lo más triste era que ni siquiera se había dado cuenta de hasta qué punto su padre la había reducido hasta ahora, cuando lo veía plasmado en un informe.
—Tu padre es un idiota. —Las palabras de Dante fueron cortantes y definitivas.
Bianca apretó los labios y desvió la mirada. No podía estar en desacuerdo.
El vehículo se sumió en el silencio otra vez. Solo el sonido de la lluvia golpeando los cristales los acompañaba.
Bianca no entendía por qué Dante estaba actuando así. ¿Le importaba realmente lo que le había pasado? No, no podía ser. Él era Dante Von Adler, un hombre que solo veía lo que le convenía.
Entonces, ¿por qué sentía que su reacción era más que simple curiosidad?
Antes de que pudiera pensar en una respuesta, Dante arrancó nuevamente el auto.
—Olvida la Mansión Sinclair. A partir de ahora, vives conmigo, Bianca.
Bianca sintió que su corazón se detenía. Su realidad acababa de cambiar de nuevo.
Y no estaba segura de si eso era algo bueno… o si acababa de entrar en una jaula aún más grande.
La Residencia Von Adler no era solo una casa. Era un monumento a la riqueza y el poder. Bianca lo supo en el momento en que cruzó sus enormes puertas de hierro forjado. Mármol reluciente, lámparas de cristal, arte costoso en las paredes… Cada rincón gritaba exclusividad. Pero también frialdad. Bianca se sentía como una doncella, una criada que acaba de conocer un Palacio.
Dante no le dirigió una sola palabra durante todo el trayecto, y tampoco lo hizo al entrar en la enorme sala principal. Solo se detuvo frente a ella con su imponente presencia y señaló las escaleras con un movimiento seco de su mano.
—Tu habitación está en el segundo piso, tercera puerta a la derecha.
Su tono era firme, sin espacio para objeciones, era dominante en toda la extensión de la palabra.
—Y otra cosa… —Su mirada se endureció aún más—. No quiero verte en mi habitación. Recuerda eso Bianca.
La pequeña mujer tragó saliva y asintió, sintiéndose diminuta bajo el peso de sus palabras. Ni siquiera tenía intención de acercarse a su habitación.
Al menos, no en su sano juicio, la pequeña mujer observa como la imponente figura de Dante desaparece de su vista y ella toma la decisión de ir a buscar la habitación mencionada, y cuando lo encontró sintió que había encontrado un poco de calma, hasta quedarse dormida.
Horas después
Bianca sintió su cuerpo ardiendo en llamas, su piel húmeda por el sudor y su garganta seca como el desierto. Se removió en la enorme cama que no se sentía como suya y parpadeó pesadamente. Tenía sed.
Con dificultad, se sentó y miró a su alrededor. Todo estaba borroso y la habitación parecía más grande de lo normal. Intentó recordar dónde estaba el agua, pero su mente febril no lograba pensar con claridad.
El mayordomo… Sí, él debía saber dónde encontrar agua.
Se puso de pie tambaleándose y salió de la habitación con pasos erráticos. El pasillo era largo, demasiado largo. Su visión estaba nublada y sus pies la llevaban sin rumbo fijo hasta que, de repente, sintió una corriente de aire frío y supo que había entrado en otra habitación.
Una más grande.
Y ocupada.
Dante estaba sentado en su sillón de cuero negro, revisando unos documentos, cuando la puerta de su habitación se abrió sin previo aviso.
Lo primero que vio fue a Bianca, con el cabello alborotado y los ojos vidriosos, vestida con una fina camisola de dormir.
Ella no se detuvo, simplemente avanzó torpemente hasta quedar frente a él.
—Mayordomo… —murmuró con voz pastosa—, tráigame un vaso de agua… o dígame dónde está por favor si no es mucha molestia.
Dante la miró en completo silencio. ¿Acaso acababa de confundirlo con un mayordomo?
Sus labios se curvaron apenas en una sonrisa irónica, pero no dijo nada. Solo la observó.
Bianca, molesta por la falta de respuesta, frunció el ceño.
—Eres un desagradable…
Dante levantó una ceja. Eso sí que era nuevo.
Pero antes de que pudiera decir algo, la vio estirar su brazo en busca de algo. Sus manos finalmente toparon con un vaso de agua en la mesita a su lado, y lo bebió de un solo trago con un suspiro satisfecho.
Por desgracia, el problema no terminó ahí.
Cuando intentó volver sobre sus pasos, se desorientó y, en lugar de alejarse, terminó aún más cerca de Dante.
Demasiado cerca.
Sin dudarlo, levantó las manos y comenzó a palpar su pecho con curiosidad.
—¿Por qué esta almohada es tan dura?
Dante entrecerró los ojos, completamente incrédulo ante la situación. ¿Ella realmente…?
Antes de que Bianca pudiera seguir explorando su “almohada dura”, Dante le sujetó la muñeca con firmeza.
—Bianca.
Su voz fue un susurro profundo, pero ella solo parpadeó lentamente, como si su cerebro tardara en procesar su nombre.
Y entonces lo entendió.
Ella estaba delirando.
Su piel estaba caliente bajo su toque, su rostro sonrojado y su mirada desenfocada. Estaba ardiendo en fiebre.
Dante suspiró, soltándola con cuidado.
—Eres un desastre.
Bianca apenas lo escuchó antes de que su cuerpo cediera por el cansancio.
Sin pensarlo, Dante la atrapó antes de que cayera al suelo.
Definitivamente, esto no era lo que había planeado cuando le dijo que no quería verla en su habitación.
