ADVERTENCIA
El eco de sus propios pasos resonaba en el suelo de mármol mientras Bianca se dirigía al comedor. Su corazón latía con fuerza, como si estuviera caminando hacia su propia ejecución.
Cuando cruzó la puerta, la imagen que encontró la dejó sin aliento.
Dante Von Adler estaba allí, sentado con una elegancia devastadora. Vestía un traje perfectamente entallado, su cabello oscuro peinado hacia atrás sin un solo mechón fuera de lugar. Su postura era impecable, su presencia tan imponente que incluso la gran mesa parecía un simple accesorio ante él, por un momento ella quería pensar que su esposo ya no estaba allí, pero que equivocada estaba.
El aire en la habitación pareció volverse más denso cuando sus ojos de acero se posaron en ella.
Bianca bajó la cabeza de inmediato, queriendo evitar cualquier confrontación.
Dante dejó su taza de café sobre el platillo con un movimiento pausado y la observó con la sombra de una sonrisa arrogante.
—Vaya, creí que aún estabas en tu lecho de muerte —comentó con ironía—. Me alegra ver que la recuperación fue milagrosa.
Bianca sintió cómo la vergüenza la golpeaba de nuevo y apretó los labios, resistiendo el impulso de fulminarlo con la mirada. Se limitó a tomar asiento en la enorme mesa, intentando hacerse lo más pequeña posible.
El desayuno comenzó con los meseros sirviendo los platos. Cuando se detuvieron frente a Bianca, ella pidió solo un café negro.
—Eso será suficiente —dijo con suavidad.
Pero antes de que el mesero pudiera marcharse, la voz de Dante resonó firme.
—¿Eso es todo lo que vas a tomar?
Bianca parpadeó y asintió.
—Sí, no tengo mucha hambre.
Dante entrecerró los ojos y se apoyó en el respaldo de su silla con aire de desaprobación.
—No quiero una esposa débil —declaró con frialdad—. Sirvanle huevos, jamón y frutas.
Los meseros obedecieron de inmediato, llenando el plato de Bianca sin darle oportunidad de protestar.
—Pero yo no como mucho… —intentó replicar ella.
Dante tomó su taza de café con calma y le dedicó una mirada impasible.
—No me importa.
Bianca sintió una punzada de frustración. ¿Desde cuándo él tenía derecho a decidir cuánto debía comer?
Pero discutir con Dante era tan inútil como intentar detener una tormenta con las manos desnudas, en pocas horas ya tenía la certeza de aquello.
Con resignación, comenzó a comer, aunque cada bocado le sabía a humillación.
El desayuno transcurrió en un silencio tenso. Bianca intentó concentrarse en su comida, evitando a toda costa la mirada del hombre frente a ella. Pero el mutismo se rompió cuando Dante dejó sus cubiertos sobre el plato y la miró fijamente.
—Quiero que trabajes como mi asistente.
Bianca, que acababa de llevarse un trozo de fruta a la boca, se quedó helada.
—¿Qué… qué has dicho?
Dante entrelazó los dedos sobre la mesa y la observó con una paciencia que parecía calculada.
—He dicho que a partir de hoy trabajarás como mi asistente en la empresa.
Bianca pestañeó varias veces, tratando de asimilar lo que acababa de escuchar.
—¿Yo? ¿Tu asistente?
—¿Ves a alguien más en esta mesa?
Bianca abrió la boca y la cerró de inmediato, sin saber cómo responder.
—Pero… yo no tengo experiencia en eso.
Dante arqueó una ceja, como si su argumento le pareciera ridículo.
—Aprenderás.
—No creo que sea buena idea.
—No te estoy preguntando si lo crees o no —interrumpió él con frialdad—. Es una orden.
Bianca sintió que su frustración crecía.
—Pero yo…
—No hay peros, Bianca. No voy a mantenerte en esta casa sin que hagas algo útil. Serás mi esposa en el papel, pero en mi empresa serás mi asistente.
Bianca frunció el ceño.
—¿Y qué se supone que haga? ¿Traerte café?
Dante sonrió con burla.
—Si es necesario, sí.
Ella sintió el impulso de arrojarle su taza, pero respiró hondo y se obligó a mantener la calma.
—No creo que sea buena idea que trabajemos juntos.
Dante inclinó la cabeza ligeramente, como si estuviera disfrutando verla debatirse.
—¿Acaso tienes miedo de que no puedas soportarlo?
Bianca apretó los dientes. No le daría la satisfacción de pensar que tenía razón.
—Por supuesto que no.
—Bien —dijo Dante, como si ya lo hubiera dado por hecho—. Mañana estarás lista a las siete en punto. No tolero la impuntualidad.
Bianca lo miró con incredulidad.
—¿Mañana?
—¿Hay algo malo con eso?
—No… —murmuró ella, sintiendo que su destino estaba sellado.
Dante tomó un último sorbo de café y se puso de pie con la elegancia de un rey.
—Entonces es un trato. Tienes una perfecta oportunidad para demostrar lo aprendido con las clases que has tomado virtualmente.
Bianca no recordaba haber aceptado nada, pero al parecer, con Dante Von Adler, las decisiones se tomaban unilateralmente.
Lo miró marcharse con su porte arrogante y su impecable confianza, sintiendo que su tranquila vida estaba a punto de volverse un caos.
CAPÍTULO
El desayuno continuó en silencio. Bianca, aún sintiendo el peso de la conversación anterior, bebía su café con calma, pero no podía evitar dirigir miradas furtivas hacia el hombre sentado frente a ella.
Dante Von Adler leía el periódico con una expresión inmutable, ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor… o al menos, eso parecía.
Pero cuando Bianca lo miró una vez más, sus ojos oscuros se elevaron por encima de las páginas.
—Si sigues mirándome así, tendré que preguntarte si te has enamorado de mí en tan solo un día —comentó con su característica arrogancia.
Bianca sintió que se atragantaba con su café.
—¡Por supuesto que no! —protestó rápidamente, sintiendo el calor subirle al rostro—. Solo… quería pedirte algo.
Dante bajó lentamente el periódico y la observó con interés.
—Te escucho.
Bianca tragó saliva y se armó de valor.
—Quería saber si me permites ir a ver a mi madre… a la Mansión Portal.
El silencio que siguió fue pesado. Dante la miró con su usual frialdad, sin cambiar su expresión.
Bianca no era ingenua, supo de inmediato cuál sería la respuesta. Su esposo no era un hombre flexible, y menos aún con ella.
Así que, sin querer alargar el momento incómodo, volvió a centrar su atención en el desayuno.
Pero entonces, la voz de Dante rompió el silencio.
—Puedes ir.
Bianca alzó la mirada, sorprendida. ¿Había escuchado bien?
—¿En serio?
Dante no respondió. Simplemente se puso de pie, arregló el puño de su camisa con movimientos elegantes y abandonó la mesa con la misma autoridad con la que había entrado.
Bianca soltó un suspiro de alivio. Al menos en eso no había tenido que pelear.
Una hora más tarde, Bianca cruzó los portones de la Residencia Von Adler. La mañana estaba fresca y despejada, y aunque el camino hasta la Mansión Portal era largo, decidió que caminar le vendría bien para despejar su mente.
Avanzó por la calle con paso firme, sintiendo el aire rozar su piel.
Pero entonces, un vehículo de lujo se detuvo a su lado con un movimiento calculado.
Bianca se giró, parpadeando al ver el último modelo de un elegante automóvil negro con vidrios polarizados.
La ventanilla del conductor se bajó con suavidad, revelando el rostro de Dante Von Adler.
—Sube.
Bianca parpadeó, sin estar segura de haber escuchado bien.
—¿Perdón?
Dante la miró con impaciencia.
—No me hagas repetir mis palabras dos veces.
La joven sintió un escalofrío. Dante tenía esa capacidad de dar órdenes que resultaba imposible desobedecer.
Con cierto recelo, rodeó el automóvil y subió al asiento del copiloto.
El interior del vehículo era tan lujoso como su conductor. Bianca se acomodó con torpeza, sintiéndose completamente fuera de lugar en un ambiente tan sofisticado.
Sin decir nada más, Dante pisó el acelerador y el automóvil se deslizó por la carretera con una suavidad impresionante.
El trayecto fue silencioso. Bianca no se atrevió a romper el mutismo, y Dante parecía más concentrado en la carretera que en su presencia.
En menos de lo que pensó, llegaron a la Mansión Portal.
El automóvil se detuvo frente a la entrada, y Bianca salió rápidamente, aún confundida por el gesto de Dante, ella entró en la casa de su madrina rápidamente.
Pero cuando cruzó el umbral de la mansión, su confusión se convirtió en un escalofrío.
Su padre estaba allí.
Héctor Sinclair, su padre es un hombre de rostro severo y temperamento explosivo, se giró hacia ella con una expresión de puro desprecio, ella no esperaba encontrarse a su padre allí.
—¡Así que finalmente decides aparecer! Me he enterado que solo tu madre esta aquí —rugió, avanzando hacia ella como un depredador al acecho — De seguro pasaste la noche con cualquier hombre — Expuso su padre con desdén.
Bianca sintió el instinto de retroceder, pero no pudo moverse.
—Papá…
—¡No me llames así! —su voz era un látigo—. ¡Eres una deshonra para la Familia Sinclair! Me arrepiento y me da asco que seas hija mía, ya te lo he dicho ayer.
Héctor levantó una mano con furia, dispuesto a golpearla.
Pero antes de que pudiera tocarla, una voz profunda y letal retumbó en la habitación.
—Atrévete a ponerle una mano encima a mi esposa.
El tono de Dante fue gélido. Su presencia llenó el espacio como una sombra imponente, haciendo que el aire se volviera denso.
Héctor se quedó petrificado.
Bianca, por su parte, sintió un escalofrío recorrer su espalda.
Dante Von Adler no solo había hablado… había dado una advertencia mortal.
Y en ese momento, la tensión en la sala era insoportable.
