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UNA VIDA DE DESPRECIO

El silencio se sintió como un arma cargada, como un campo de mina que dejaba en claro que un paso en falso y el mundo se desvanecía.

Héctor Sinclair bajó lentamente la mano cuando escuchó la advertencia de Dante. Su rostro, surcado por arrugas de rabia y desprecio, se endureció aún más.

—¿Así que ahora vienes a defender a esta inútil? —su voz estaba impregnada de veneno mientras miraba con asco a Bianca—. No te equivoques, Von Adler. No la defiendes porque la valores, sino porque es tuya, un objeto que adquieres a cambio de un favor, pero bien, pudiste haber conseguido algo mejor.

Dante no respondió de inmediato. Simplemente se acercó con la serenidad de un depredador que ya ha decidido su próximo movimiento.

—Siendo su padre, deberías estar agradecido —su voz era baja, controlada, pero letal—. Bianca te salvó, te dio la oportunidad de salir de la miseria. Sin ella, estarías en la ruina absoluta, porque no tenías tiempo, mucho menos opciones, tu eres de los que corta las manos qué te sostiene comida.

Héctor soltó una carcajada seca, sin una pizca de humor.

—¿Y crees que me importa? ¡Nunca la quise, nunca la necesité! Y la prisión para mi parecer es un lugar de hombres, nadie ha pedido misericordia porque tarde temprano mi hija Hanna vendrá por mi y de todos modos yo saldría en libertad, Bianca solo aprovecho para lanzar una carnada y el pez gordo que eres tu lo atrapó, quizás ella misma me ha puesto en esa situación para conseguir escalar a través de su cuerpo.

Las palabras fueron como un puñal directo al pecho de Bianca al escuchar todo aquello que que padre estaba expresando.

Su padre la miró con un odio inexplicable, con un desprecio tan profundo que sus ojos parecían llamas de un fuego infernal, entonces Hector se dirige nuevamente a su hija.

—No vales nada. Nunca lo has hecho y nunca lo harás Bianca, y te lo digo de frente, es más te lo repetiré hasta la tumba.

Bianca sintió que el aire abandonaba sus pulmones.

Héctor avanzó un paso más cerca, sin dejar de fulminarla con la mirada.

—Eres un estorbo desde el día en que naciste. Si tan solo hubieras muerto sería lo mejor, Hanna es la única hija que vale la pena.

Bianca sintió cómo el mundo se desmoronaba a su alrededor.

—Papá…

—¡No me llames así! —rugió Héctor, su voz estalló en la habitación—. No eres mi hija. Un perro callejero tiene más valor que tú, eres una zorra Bianca y yo nunca te voy a perdonar estos actos tan viles que has cometido en contra de tu hermana, te aprovechaste y tomaste el lugar que siempre fue de ella.

Cada palabra era un golpe. Cada frase era un cuchillo desgarrándole el alma.

Bianca no supo en qué momento sus manos empezaron a temblar. Sintió que sus piernas ya no la sostenían y que el suelo podía abrirse bajo sus pies en cualquier momento.

Pero entonces…

—Basta, tuve suficiente.

La voz de Dante se alzó en la sala como un trueno.

Era grave, potente… y contenía un peligro mortal.

Héctor apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando Dante avanzó y, sin previo aviso, lo sujetó por el cuello del abrigo, alzándolo apenas unos centímetros del suelo.

—Escúchame bien, Sinclair —su voz era un filo de acero, afilado y frío—. No vuelvas a hablarle así a mi esposa. No mientras yo esté presente.

Héctor forcejeó, pero Dante no lo soltó.

—¿Por qué te importa? —espetó el hombre mayor, escupiendo veneno—. ¿Acaso crees que esa inútil vale algo? ¿Te gusto su cuerpo? ¿Te gustó escuchar sus gemidos?

Dante apretó más el agarre. Sus ojos oscuros brillaron con una furia contenida.

—Si vuelves a insultarla, juro que desearás no haber nacido.

El aire se volvió insoportablemente denso.

Héctor, por primera vez, tragó saliva con dificultad.

Dante lo soltó con brusquedad, empujándolo hacia atrás con un desprecio absoluto.

—Ya no eres nada para ella —dictaminó con voz gélida—. No mereces siquiera pronunciar su nombre.

Bianca se quedó en silencio, con el corazón latiendo frenéticamente. Nunca hubiera imaginado que Dante Von Adler, el hombre conocido como la bestia la defendería.

Pero el dolor de las palabras de su padre era un peso insoportable en su pecho.

Las lágrimas pugnaban por salir, pero se contuvo.

Dante no le dirigió una mirada, pero su sola presencia fue suficiente para hacerle saber que no estaba sola.

Y por primera vez… Héctor Sinclair supo que había perdido el poder sobre su hija.

El aire en la Mansión Portal estaba impregnado de un silencio extraño, como si el eco de las palabras de Héctor Sinclair aún flotara en la estancia en una mezcla con la ira de Dante.

Por su parte Dante no pronunció ni una sola palabra cuando tomó la muñeca de Bianca y la sacó de aquel lugar. Su agarre no era brusco, pero tampoco daba espacio a la resistencia.

Las puertas de la mansión se cerraron tras ellos con un sonido hueco, y justo en ese momento, Eleanor y Rafaela Portal bajaron las escaleras, ajenas a lo que acababa de ocurrir.

—¿Qué…? —comenzó a preguntar Eleanor, con el ceño fruncido al ver la escena.

Pero Dante no se molestó en detenerse ni en responder.

Con una elegancia innata, abrió la puerta del vehículo y se giró hacia Bianca, quien estaba con la mirada baja, su rostro sin color y sus labios temblorosos.

Por un instante, Dante creyó escuchar el sonido de algo rompiéndose.

No en el aire.

No en la mansión.

Sino en la pequeña mujer que tenía a su lado. El corazón de Bianca se hizo trizas y no hace falta pensar mucho para sacar aquella conclusión.

—Entra — Espeta Dante.

Su voz fue firme, inquebrantable.

Bianca obedeció sin chistar. No tenía fuerzas para hacer otra cosa.

El motor rugió, y el auto se deslizó con suavidad por las calles de la ciudad, tomando dirección de la Residencia Von Adler.

El viaje transcurrió en completo silencio.

Dante no era un hombre que hablara por hablar, y en ese momento, Bianca ni siquiera tenía la energía para intentarlo.

Sus manos estaban frías, y su pecho dolía con cada respiro.

La voz de su padre seguía resonando en su mente.

"No vales nada."

"Un perro callejero tiene más valor que tú."

Sus labios se presionaron con fuerza.

El dolor se aferró a su pecho como garras invisibles.

Cuando finalmente llegaron a la Residencia Von Adler, Dante apagó el motor y se giró ligeramente hacia ella.

—Tu madre vendrá a verte aquí.

Bianca levantó la mirada, sorprendida.

—¿Qué…?

Dante sostuvo su mirada, sin titubear.

—No volverás a la Mansión Portal ya que tu padre también recurre allí, solo lo harás cuando yo tenga la certeza de que tu padre no está cerca. Pero por la cercanía de la familia es claro que Sinclair siempre estará cerca de esa Villa.

No hubo espacio para negociaciones.

Bianca sintió un nudo en la garganta, pero asintió lentamente.

En su estado, no tenía fuerzas para discutir.

Bajó del auto con movimientos mecánicos, sintiendo sus piernas demasiado pesadas.

Entró a la mansión sin apenas ser consciente de su alrededor.

Dante se quedó observándola por un instante, con una expresión inescrutable.

Luego, sin decir nada más, se dio la vuelta y se alejó.

Bianca estaba sola.

Y fue entonces cuando se permitió derrumbarse.

Sus piernas cedieron, y cayó de rodillas en el suelo de su habitación.

El dolor era demasiado.

La voz de su padre aún la perseguía, cada palabra clavándose en su corazón como dagas afiladas.

—No valgo nada… —susurró en un hilo de voz, sin poder evitar que las lágrimas escaparan.

El peso de toda una vida de desprecio cayó sobre ella en ese instante.

Cubrió su rostro con ambas manos, sollozando en silencio.

No sabía cuánto tiempo pasó así, perdida en su propio dolor.

Solo sabía que, aunque había escapado de la Mansión Portal… las palabras de su padre la seguirían atormentando por mucho tiempo.

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