Capítulo 1 (Parte III).
Hora y media en el castigo, muriendo de aburrimiento en su extrema demostración. El nuevo ardiente, idiota, hipócrita, petulante y muy provocativo director le había citado dos horas de castigo.
Por alguna extraña razón, el profesor que cuidaba a los castigados, el profesor de italiano: Amico Cicero, tuvo una repentina y muy extraña tarde libre, así que el mismísimo nuevo director dirigía el salón de castigos.
Por el amor al glorioso cielo, no estaba sola con él; los ya típicos chicos de asistencia regular en el salón, y el reformatorio, poseían las sillas del fondo. Los nerds que apreciaban su tiempo en la escuela y, harían todo por seguir en ella, trabajaban prácticamente en grupo a un lado del salón, con sus mesas en círculos. Luego de ello estaban los atrasados, esos que se les daba horas extras de trabajo porque sus capacidades mentales y de estudio estaban por el suelo. Por último, estaba ella, quien no encajaba en ninguno de los anteriores.
Tocó el papel que estaba volteado sobre su escritorio, deslizando las yemas de sus dedos por la cara blanca.
El pizarrón decía: “Escribiré un ensayo de las consecuencias de mi mal comportamiento”; pero él tenía planes diferentes para ella.
Le dio la hoja en blanco como a todos los demás; pero al voltearla, se encontró con un recado de puño y letra de su nuevo director versus acosador.
“Escribiré mi plan para silenciar al nuevo director”
“Escribiré las consecuencias de no mantener mi boca cerrada”
“Escribiré por qué no debo retar y/o insinuar cosas a mi figura de autoridad”.
¡Por supuesto!
“Su figura de autoridad”.
Y, más que por supuesto, ella no se molestó en escribir absolutamente nada que así lo complaciera.
Él se hallaba en su asiento detrás del escritorio, haciendo un escrutinio más que profundo de Lía, la cual, desde luego, se hallaba completamente incomoda ante la devoradora mirada de su director de sensualidad detonante.
Ella no se movió en toda la hora, él tampoco lo hizo. Por extraño que pareciera, nadie en el salón se molestaba en interrumpir, cada uno estaba en sus asuntos, lo que era fuera de lo común, en Alexandria solían estar más atentos a las vidas de otros que a sus propias vidas.
Un concurso de miradas serias que parecía ser eterno, Lía no aceptaba bajar la guardia, y él no pensaba dejar que ella se sintiera cómoda en su lugar.
Solo terminaron su enfrentamiento cuando el conserje entró a la habitación; Lía se sentía cómoda con él, era ruso, al igual que ella, su padre y Zuce. Por varios años pensó que quizá el viejo tenía algo que ver con su padre y estaba allí para mantenerla vigilada, luego se rindió de buscar algo que los uniera. El viejo de unos sesenta y siete años continuaba negando tener algo que ver con él, jurando que no conocía a ningún Vólkov, aparte de ella.
Él se puso de pie de su asiento y fue hasta Lavrov, cuchicheó algo en su oído, Lavrov puso de inmediato sus ojos en Lía; ella se encogió en su asiento, deseando ser invisible en ese momento.
No quería quedarse dos horas más, no quería ser la ayudante de Lavrov, quería irse a casa, quería escuchar música y leer un libro hasta quedarse dormida. Quería comer, deseaba tomar una ducha.
Lavrov elegía siempre a sus ayudantes, no dejaba que el profesor Cicero se interpusiera en ello; por lo general, Lavrov tenía su opinión bien formada que quien era el mejor castigado que sería adecuado para hacer su trabajo.
A Lía la escogió un par de veces, Kiwi solo una vez, Lavrov la calificó de inútil luego de su ronda de reconocimiento. Kiwi era una chica hacendosa; pero apenas y hacía las cosas por encima y barría como a 110 km/h. Cosa que el viejo ruso veía cómo negligente; pero solo era Kiwi, siendo tan Kang como le era posible.
―Mi chica favorita, será una buena noche juntos ―sonrió el viejo conserje.
Lía maldijo por lo bajo, haciendo que Mr. Presuntuoso sonriera con satisfacción.
“Su chica favorita”, era siempre su persona.
Se levantó de su asiento y caminó hacia Lavrov, quien enseguida le extendió una escoba con orgullo, casi como si la escoba se tratara de un gran premio gordo hecho solo para los más privilegiados.
Antes de poder salir al pasillo, dos dedos picaron su hombro, ella apenas volteó lo suficiente para ver la boleta de color rosa sostenida sobre su hombro.
Cerró los ojos con exasperación.
¡Mierda! ¡Eso debía ser una broma!
Tomó la hoja, estaba sentenciada a una semana entera de castigo, esta vez, por usar lenguaje obsceno.
¡Apenas y lo había vocalizado!
―Nos veremos, señorita Vólkova ―susurró él en su oído, calando hondo en su columna vertical.
―Púdrete, sabandija ―le susurró ella de vuelta, él volvió a sonreír victorioso.
¡No lo entendía en lo absoluto!
¿Qué tenía que ver él con ella?
¿En que se empeñaba?
Lavrov le dio la ruta de limpieza que ya conocía, que consistía en cuatro pasillos largos y extremadamente sucios que debían quedar relucientes como espejo.
Le tomaría horas, al menos una hora por pasillo, estaría allí hasta entrada la noche.
¡Eso debía ser ilegal!
Para cuando empezó a limpiar el tercer pasillo, una repentina tormenta sacudió las ramas de los árboles contra las ventanas.
¡¿Podría ser peor?!
Tendría que conducir a casa bajo esa exagerada lluvia en la oscuridad de la noche.
Y entonces, se puso peor…
El fluido eléctrico se cortó, dejándola viendo negro.
¡Genial! ¡Espectacular!
Un rayo cayó de pronto, y una figura en el pasillo se dibujó con el relámpago, congelando su corazón.
Gritó del susto, más que todo por impresión, no solía tenerle miedo a nada.
Posterior a ello, una luz blanca de linterna la enfocó.
Y, como no era de extrañar, se trataba de él.
― ¡Maldito imbécil! ―le espetó instantáneamente con desagrado.
―Srta. Vólkova, usted siempre tan agradable ―comentó mientras se acercaba, mostrándose divertido.
― ¿Dónde está Lavrov? Necesito pedirle su autorización para marcharme, no creo que haga mucho con tan esplendorosa luz ―dijo de inmediato.
―El conserje ya se fue a casa, estamos solos Srta. Vólkova, la autorización viene de mí.
―Entonces, si me disculpa, me iré a casa ahora mismo ―dijo, esquivándolo.
―No dije que le daba dicha autorización ―intervino él, haciendo a Lía derrapar en el piso al detenerse bruscamente.
Volteó a mirarlo de manera furiosa, y un nuevo rayo le mostró aquella típica sonrisa sarcástica que ya le era común conocer en el rostro del nuevo director.
― ¡Por favor! ―expresó harta, irritada, jodida de que él se empeñara en hacer su vida un creativo cuadro abstracto de colores malditos―. ¿Qué es lo que quiere de mí? ―le gritó furiosa, exigiendo una respuesta de manera inmediata y rotunda.
Él rió con ironía ante su envalentonamiento.
¡Oh Dios!
¡Él sí que sabía subirle la sangre a la cabeza!
Se acercó de nuevo, poco a poco, sin dejar de mirarla a los ojos, se inclinó ligeramente, dejando su cabeza a la misma altura de la de Lía.
Aun en medio de la oscuridad, Lía notó algo que no vio antes, un lunar sobre su pómulo derecho, tan exageradamente redondo que parecía falso. No obstante, era sensual.
―Su seguridad, Srta. ―respondió con ligera insinuación― No es conveniente que vaya a casa con esa tormenta, mucho menos con el apagón. Debería quedarse hasta que escampe y el fluido eléctrico se establezca de nuevo.
¡Demonios! ¡Él tenía un punto!
―Uhm, si ―admitió, torciendo su boca. Sin embargo, el punto allí era que estaba sola con su director Mr. Coqueto. Por un momento, dudó que saldría virgen de la escuela.
― ¿Le gustaría comer algo? ―le preguntó de manera repentina, casi simpática e inocente― Mi cena llegó minutos antes del apagón.
Oh sí, no desayunó, tampoco almorzó, definitivamente tenía hambre.
― ¿Le gusta la comida china? ―preguntó él y empezó a caminar, dejándola atrás de una manera muy maleducada.
Rodó sus ojos y se resignó a arrastrarse en contra de su voluntad detrás de él. Sintiendo su estómago ahuecarse con cada paso.
¿Hambre o nervios?
Cuando llegó a la oficina, se detuvo repentinamente extrañada. Hacía un par de minutos que el fluido eléctrico se cortó; sin embargo, la oficina estaba llena de candelas bajas que titilaban e iluminaban todo el lugar.
¿Acaso sabía que habría un apagón?
―Suelo notar cuando el fluido se cortará, las luces titilan ―aclaró él, por supuesto, traumándola, además de adivinador de sucesos era telepata.
¿Cómo sabía él lo que ella pensaba?
―Si usted lo dice ―dijo con ironía, había elegido no creerle a su director.
―Tome asiento Srta. Vólkova ―señaló él, prosiguiendo a sacar las cajas de comida china, la cual, era mucha para una sola persona; lo que, desde luego, le confirmó que tenía planes más profundos―. ¿Pasta o arroz? ―preguntó.
―Arroz ―respondió ella, él dejó la caja a su alcance, colocando un tenedor sobre ella.
―Provecho, Señorita ―dijo él, levantando la caja casi como si esta fuera una copa de vino para brindar.
―Gracias ―dijo ella entre dientes; tomó la caja y la abrió, dejando su nariz chocar con el caliente y delicioso aroma del arroz chino.
¡Oh vaya! ¡Moría de hambre!
Cuchareó tres veces a su boca el tenedor repleto de arroz, ansiosa por alimento.
―No vaya a ahogarse ―advirtió él.
― ¿Cuál es su nombre? ―preguntó de pronto, nuevamente, sorprendiéndose de la inconsciente manera en la que hablaba cuando él estaba frente a ella.
―Ashley ―respondió.
―Lindo ―retorció su boca, le gustaba su nombre, mucho más que la sugerencia de Kiwi sobre “Aston”.
― ¿Enserio? ―preguntó lanzando esa repentina, encantadora y boba sonrisa de lado.
―Creo ―respondió no queriendo darle seguridad―. Usted no es de acá. ¿Cierto?
― ¿Por qué de pronto tan interesada en mí Srta. Vólkova? ―preguntó mientras mantenía su risa, volviéndola en una expresión legitima de burla y diversión victoriosa.
― ¿Debo tener una razón? ―le enfrentó ella, él, a su vez, arqueó una de sus cejas.
Oh si, él estaba disfrutando de esto.
―No, no soy de aquí. Vine aquí por sugerencia de mi madre, estudié un tiempo en Nueva Jersey, luego me marché un año a España, fui de vacaciones a Grecia hasta que recibí esta oferta de trabajo. Aquí me tiene, eso es todo de mí.
―Debe de tener bastante dinero para ese estilo de vida y permitirse un trabajo mediocre como este ―arremetió, volviendo a llevar tres cucharadas de arroz a su boca mientras esperaba por su defensa.
―Contactos, Señorita.
― ¿Qué clase de contactos? ―preguntó luego de tragar.
―Buenos ―se limitó a responder, también retomando bocados de su comida―. ¿Y usted? ¿Qué es de su vida?
―No hay nada que contar ―respondió casi con sinceridad, su hoy, resultaba aburrido, en su certeza, sin nada que contar. Sin embargo, sus oscuros secretos sobre su pasado eran jugosos.
―E leído en sus que está bajo la custodia de su padre; pero la única que se ha aparecido en las reuniones de padres es su madrastra. ¿Qué me dice de eso? ―la miró fijamente, Lía se contuvo de empalidecer.
Su padre, no podía hablar de su padre; aunque era obvio para el mundo que él jamás estaba con ella, podía ser sospechosamente peligroso.
Debía tratar de evitar a cualquier cosa los mirones y curiosos.
―Él tiene una cadena de… funerarias, por todo el mundo. Debe viajar la mayoría del tiempo, está muy ocupado para mí ―confesó, era lo único que podía decir.
De pronto, la expresión divertida y juguetona del chico se desvaneció. Incluso carraspeó su garganta y se movió incómodo en su asiento.
¿Por qué el cambio de actitud?
¿Acaso se le había escapado algo que ella no escuchó decir?
― ¿Qué? ―preguntó temerosa.
Él enseguida negó, demasiado rápido y repentino. Por lo tanto, sospechoso.
―Déjà vû ―respondió.
―Uh… ¿Por qué? ―preguntó, ahora, con pánico.
―Tenía una… amiga, ella era doctora legal. Su… padre, tenía una funeraria. Eso es todo.
― ¿Qué pasó con ella? ―indagó con sospecha.
―Murió, toda su familia, un accidente de… auto ―dudó, por alguna razón, Lía sospechó que no estaba siendo completamente sincero.
―De acuerdo ―aceptó con poca sinceridad. Quizá él tenía un pasado oscuro también, algo que a ella podía interesarle.
Él, se asomó por las persianas de la ventana, mirando fijamente hacia fuera.
―Escampó, deberías marcharte; llamaré un taxi para ti ―dijo de pronto.
¿Qué?
¿Por qué el repentino cambio de interés?
―No es necesario, tengo mi moto fuera ―señaló sobre su hombro, pensando retóricamente en el parqueo dónde yacía abandonada.
― ¿Moto? ―le preguntó con curiosos ojos entrecerrados.
―Una Harley-Davidson CVO ¬¬―le dijo con orgullo por su bebé.
― ¡Vaya! ―expresó con sorpresa― Tomarás un taxi, las calles están mojadas y oscuras, no estarás segura en la motocicleta. Yo la aseguraré en una de las bodegas, la recogerás mañana.
―Pero…
―No ―interrumpió―. No es una sugerencia.
De hecho, no lo era. Él colocó su móvil sobre la oreja y llamó a la central, pidió su taxi sin vacilar.
Lía aprovechó esos minutos para engullirse todo el arroz, que estaba demasiado delicioso como para dejarlo a medias.
Para cuando llegó el taxi, él la llevó hasta allá, asegurándose en todo momento de que no se desviara a tomar la motocicleta y se fuera en ella.
Lo que más le sorprendió a Lía fue que él exigiera al conductor no bajarla o hacer ninguna parada, pagándole el viaje y una sustanciosa propina por informarle si ella tramaba algo o lo entrampaba para dejarla en otro lugar que no fuera su casa. Aquello le confirmó que el chico tenía dinero, bastante dinero, e incluso se sabía la dirección de su casa.
Al parecer, estudió su expediente a fondo mucho más de lo que era necesario.
Él se mantuvo serio, completamente monótono. Luego de todo un día con sus constantes gestos e insinuaciones adjuntadas con provocación, no se imaginó una despedida tan fría de su parte.
Se mantuvo de pie en el mismo lugar, mirando como el taxi se marchaba.
Ni un adiós, ni un movimiento de dedos o una mirada.
Su amiga… la muerta, ella tenía que ver con su cambio de actitud repentina, estaba segura.
