Condena Escarlata (Spin-off de Color Escarlata).

Cuando tenía siete años, era una niña casi inocente que no entendía lo que sucedía a mi alrededor.

Tenía padres.

Sirvientes.

Vivía en una gran mansión.

Hasta que de pronto todo cambió.

No era que fuera un paraíso; mi padre nunca estaba, mi madre estaba loca, ellos no eran buenas personas.

Yo lo sabía.

Luego él me envió lejos.

Una tarde salí de casa, y jamás regresé.

Mi padre esperaba protegerme de alguna loca manera, alejarme del mundo, de nuestro mundo, del peligro que corría.

Así que de pronto desperté a kilómetros de mi hogar, de mi madre, había cruzado el mundo, desde Rusia, algún lugar en el ordinario Norteamérica.

Supe tiempo después que mi madre había sido asesinada.

Y que otra chica había ocupado su lugar como la Reina de la mafia rusa.

Pero yo seguía siendo la princesa.

Llegué a olvidarlo, después de ocho años, yo por segundo pensé que sería capaz de vivir una vida normal como una chica cualquiera de quince años, olvidé que estaba condenada.

Estaba lista para seguir mi vida, tener una vida normal, ser marginada por ser una chica rusa de mal acento en medio de Norteamérica, o simplemente ser extraña; creía que podía hacer lo que las chicas hacen a mi edad, tener amores pasajeros, pelear con su mejor amiga, ir a bailes, hacer travesuras.

Pero tenía la sangre equivocada para metas tan simples de la adolescencia.

La Reina de la mafia que sustituyó a mi madre desapareció, y mi padre había perdido todas sus garantías, toda su protección, perdió aquello que lo hacía intocable, que lo hacía invencible.

Así que él simplemente huyó, escondiéndose de todo.

De pronto yo ya no era más una adolescente normal que iba a la secundaria, coqueteaba por los pasillos.

Ahora yo era una garantía, una amenaza, un cheque en blanco por cobrar.

La princesa de la mafia rusa debía hacerse cargo de su heredad, de las deudas, de los pecados de sus padres.

Yo debía convertirme en la próxima Escarlata.