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Capítulo 4

CAPÍTULO 4

UNAS HORAS ANTES...

MARCUS

No podía creer cuán rápido pasaba el tiempo; ya hace tres años que dejé ir a aquella mujer. La mujer que consumió cada una de mis noches, la que quería con tanta desesperación que me amara de la misma manera en que yo lo hacía con ella. Y creo que en un momento fue así; creo que, en su momento, Sylvia me amó con tanta intensidad que eso la consumió hasta extinguirla. O solo soy yo divagando y tratando de convencer a mi egocéntrico cerebro de que así fue.

Porque simplemente no pude olvidar, por un tiempo, que después de haber pasado años para encontrarla y por fin tenerla en mis brazos, ella me dejó. La perdí y, aunque traté de retenerla con todas mis fuerzas, sé que eso no era lo correcto. No cuando lo único que obtenía de ella era su odio y el miedo obvio en sus ojos. No puedo decir que todo fue su culpa porque no lo fue; tuve gran parte de la responsabilidad en todo esto. Pero yo soy... Marcus D'Angelo, el jefe de la mafia siciliana, y nunca me inclino ante nadie.

Aún así, sabía que Sylvia nunca pidió estar en la situación en la que la metí, y porque destrui su vida en el proceso, la dejé ir. Solo por ese motivo. Ay, ¿a quién quiero engañar? La dejé ir porque sencillamente me aburrí de ella; resultó ser que no era lo que yo buscaba.

Quisiera poder decir que me hace feliz que ella esté bien, pero honestamente me importa un carajo como esté; ella le pertenece a otro hombre y él se ocupa de ella.

Nada salió como tenía planeado y, desde aquella noche de hace tres años, mi vida nunca más volvió a ser la misma. Me di cuenta de que todo lo que sentí por Sylvia fue simplemente un encaprichamiento lleno de deseo y lujuria; nunca fue amor. Pensé por un segundo que podría llegar a amar... Solo que no tengo un corazón que pueda sentir tal aberración. Uno que pueda amar. Sin embargo, mi tiempo con Sylvia fue muy bueno, pero como todo lo que me toca, tuvo su final.

Luego del divorcio, pasé dos de esos tres años hundido en coca, alcohol y con mi cara enterrada en el coño de algunas de mis putas. Una vez que sentí que había tenido suficiente de eso, era hora de volver a la vida y dedicarme por completo a mi negocio, ocupando una vez más mi lugar como el jefe de la familia D'Angelo.

—Debemos volar mañana a Milán. Tenemos negocios que atender allá y tratos que cerrar —le gruñí a Manuel. Sabía que debía ir y no podía seguir posponiendo el viaje solo porque ese fue el último lugar donde todo se fue a la mierda con Sylvia.

—Lo sé. Ya tengo todo listo —dijo desde donde se encontraba sentado en el jardín de mi mansión, observando el mar.

—Luego iremos a Venezuela —ese viaje sería más largo y agotador, pero Manuel aconsejó expandirnos más... Asentí en reconocimiento.

—¿Decidiste vender la casa de Taormina? —preguntó Damon. Tomé un largo trago del líquido ámbar que contenía mi vaso antes de contestar.

—Sí. De hecho, ya la vendí. No quiero otro lugar que me recuerde a ella —sentencié—. ¿A qué hora llega Olivia? —pregunté, mirando a Damon. Este miró el reloj de su muñeca.

—Debe de estar por llegar. —Ella fue, por un tiempo, un doloroso recuerdo de todo lo que perdí. Ahora solo odiaba cuando Olivia se iba a Gran Canaria de vacaciones a visitar a sus padres con Matteo. Me molestaba el hecho de que alejara al pequeño.

—¡Papi! —una diminuta, pero entusiasta voz, me saca de mis pensamientos. Giro la cabeza y veo a Matteo correr hacia nosotros; Olivia viene detrás, tratando de seguirle el paso al enérgico chico. Asiento ante eso, ya que la mujer solía ser muy hiperactiva. El niño se arroja a los brazos de su padre—. ¡Tengo muchos caocoles y piedras y...! —el niño no paraba de hablar mientras que un Damon muy sonriente lo observaba embelesado.

—¡Tío! —y sin más, el chico se lanza a mi regazo, sin importarle cómo pueda yo reaccionar. Para ser el más temido por muchos, es más que obvio que para él no lo soy. Solo soy el tío que lo consiente.

—Campeón, ¿cómo estuvo tu viaje? —dejé que me entretuviera contándome de su viaje mientras que sus padres se reunían y desaparecían en el interior de la mansión. Me gustaba pasar tiempo con Matteo; él representaba eso que nunca llegaría a tener...

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—A ver... ¿qué tan estúpido crees que soy, Massimo?

—¡Don Marcus, espere! Le juro que no es así.

—¿Y ahora te burlas de mí? —sonrío con incredulidad—. ¿Te burlas de mi capacidad como jefe...?

—¡No eso...!

Estrello mi puño contra su mandíbula y el sonido de huesos rotos es música para mis oídos.

—No. Me. Interrumpas —sacudo la sangre de mis nudillos—. El cargamento no llegó completo a Suiza; faltaba una cuarta parte de él. ¿Pensaste que no me daría cuenta porque eras uno de mis hombres en los que más confío y porque eres un capodecima? —vuelvo a golpear su cara—. No, déjame sacarte de tu pequeño error ambicioso. Para poder tener un imperio y gobernar en él, y a la vez cuidarlo, tienes que aprender a no confiar en nadie. Como jefe de la mafia siciliana, nunca bajas la guardia, Massimo; eso es un grave error. Robarme y luego venderle mi mercancía a mi rival es el error más absurdo y sin sentido de todos. Veo que no tienes honor ni te importa el código de honor.

—Don, yo...

—Tengo pruebas de que tú fuiste, Massimo. —Me acerco a él y le susurro al oído como si fuéramos grandes amigos y vamos a compartir un secreto—. Tengo gente vigilando a mi propia gente en todo momento. Ya sabes, no hay nada que el dinero no pueda comprar. Por ejemplo: la lealtad.

Sus grandes ojos azules me miran con miedo y aceptación. Y es justo esa la confirmación que estaba buscando. Saco mi arma y le disparo en la cabeza; su cuerpo se balancea un poco antes de caer al suelo.

—Ya saben qué hacer —les digo a mis hombres de confianza, aquellos que de verdad lo son. Aquellos que son los únicos que se les permite estar cerca de mí o de cualquier capo. Mientras guardo mi arma nuevamente tras de mi espalda en la cinturilla de mis pantalones, salgo del sótano seguido de Manuel.

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