Capítulo 3: El Latir del Pasado
El café se había quedado en silencio tras las últimas palabras de Ana. A pesar del murmullo lejano de otras conversaciones, las de ellos dos parecían ocupar todo el espacio en el aire. Carlos la miraba con una intensidad que no disimulaba nada, y Ana sentía como si el peso de esos cinco años, de todo lo no dicho, se acumulaba entre ellos, haciéndolo casi insoportable.
Ana suspiró, incapaz de sostener esa mirada fija de Carlos. No podía más. El peso de las palabras que aún quedaban sin decir le apretaba el pecho, pero sabía que debía continuar. Había algo que necesitaba entender, algo que había guardado tanto tiempo que ahora parecía imposible soltarlo.
Los niños, sus cuatrillizos, seguían en su mente, como siempre lo hacían, pero esta vez algo más profundo la desbordaba. No se trataba solo de ellos. No solo de las noches sin dormir ni de los pañales que nunca se acababan. No solo de los miles de dibujos coloreados que colgaban en su refrigerador, o de los pequeños logros de cada uno de ellos que hacían su vida más rica, más completa.
Ahora se trataba de Carlos.
“Carlos…” comenzó, pero no sabía qué decir. Las palabras no parecían suficientes para describir lo que había sucedido entre ellos. No eran suficientes para explicar lo que su corazón había sentido cuando se vio obligada a alejarse, cuando lo dejó sin una palabra, sin una despedida.
Carlos, que había permanecido en silencio observándola, finalmente habló, y su voz era un susurro cargado de dolor. "No me dejes creer que esto es fácil, Ana. No me digas que esto es solo una conversación más. Hace cinco años me dejaste… me dejaste sin una explicación. Y eso me destrozó. Me arrancaste el corazón sin que yo pudiera siquiera entender por qué."
Ana cerró los ojos por un momento, como si las palabras de Carlos la golpearan como una marea. Lo miró, y vio en su rostro algo que nunca había visto antes: la vulnerabilidad. El sufrimiento crudo que había quedado guardado en su alma todos estos años. Sus ojos, normalmente tan seguros y calculadores, ahora mostraban la tormenta interna que nunca había salido a la luz.
“Carlos…” Ana dijo, pero no encontró la forma correcta de continuar. No sabía cómo explicar lo que había pasado. “No fue fácil, lo sabes. No pude quedarme.”
Carlos la miró, y hubo algo en su expresión que rompió el último pedazo de coraza que él mismo había construido. “Claro que no fue fácil, Ana”, respondió con voz quebrada, casi como si le costara decirlo. “Yo estuve ahí, esperando, buscando explicaciones, buscando cualquier tipo de razón para entender por qué me habías dejado. ¿Sabes cuántas noches me quedé despierto pensando en todo eso? Me hice mil preguntas. Y las respuestas nunca llegaron.”
Ana sintió el nudo en su garganta apretarse aún más. Nunca imaginó que esa parte de él estuviera tan viva aún, tan presente. Las palabras de Carlos le atravesaban el alma. Él había sufrido, mucho más de lo que ella pensaba. “Carlos, yo… no sabía qué hacer. Estaba asustada. Sentía que… que todo me superaba. No solo te dejé a ti, me dejé a mí misma también. Y me tuve que ir. No pude quedarme, porque si lo hacía, todo habría terminado mal.”
Carlos desvió la mirada un momento, como si esas palabras le quemaran. "¿No pudiste quedarte?", dijo, casi en un susurro, como si se estuviera preguntando si todo lo que había pasado realmente había valido la pena. "Yo te amaba, Ana. Y por eso me rompió el corazón cuando te fuiste. Porque no me diste la oportunidad de entenderlo. No me dejaste luchar por nosotros. No me dejaste ser parte de tu vida cuando más lo necesitabas. Yo solo… solo te veía irte. Y esa es una sensación que nunca me pude sacar de la cabeza."
El dolor era tan palpable que Ana sintió una oleada de culpa envolverla. Él tenía razón. Nunca le dio la oportunidad de explicarse, de comprender por qué se había alejado de él. Pero, ¿cómo podría haberle dicho lo que sucedía en su vida? ¿Cómo podría haberle revelado los secretos que todavía la atormentaban?
"Te fallé, lo sé", susurró, su voz quebrada. "Te fallé, y nunca supe cómo pedirte perdón por ello. Pero no fue fácil. Cada vez que pensaba en lo que te hice, me sentía peor. No quería que lo sufrieras, Carlos. No quería que…"
“¿Qué no querías que sufriera?”, interrumpió él, su voz ahora cargada de frustración. “Ana, yo también sufrí. Yo no sabía por qué me dejaste. Y me dolió más que cualquier otra cosa. El no entender por qué. El no saber qué pasó con nosotros. El no tener ninguna respuesta… no pude con eso. Me arrastró por un vacío que me quitó las ganas de seguir adelante."
Ana no sabía qué responder. ¿Cómo podía hacerlo? ¿Cómo podía explicarle el caos que había atravesado, la incertidumbre de tener cuatro niños tan pequeños a su cargo, tan frágiles, tan dependientes de ella? ¿Cómo podía decirle que sus decisiones no solo la afectaban a ella, sino también a ellos, a esos niños que ni siquiera él conocía?
“Carlos, me arrepiento, lo sé. Y si pudiera regresar el tiempo, lo haría. Pero ya no puedo. Solo… espero que algún día me entiendas. Que puedas perdonarme.”
Carlos la miró, y por un instante, sus ojos se suavizaron. "Te he perdonado, Ana. Lo he hecho desde hace tiempo, aunque no te lo haya dicho. El problema es que yo no me perdoné a mí mismo. No pude perdonarme el no haberte entendido, el no haber estado allí cuando me necesitabas. Pero me di cuenta de algo, y no sé si es lo correcto, pero... no te he olvidado. No te he olvidado en todos estos años."
Ana se quedó en silencio, procesando sus palabras. Carlos había estado sufriendo por ella durante todo este tiempo, y aunque ya no sentía el mismo amor, lo que sentía ahora era una mezcla de nostalgia y un deseo sincero de reparar lo que se había roto.
"Lo sé", susurró ella. "Te lo debo todo. Y lo último que quiero es seguirte lastimando."
Los cuatrillizos, que hasta ese momento parecían estar fuera del alcance de su conversación, se colaron en los pensamientos de Ana. ¿Qué pasaría si Carlos volviera a su vida? ¿Estaba lista para permitirlo?
Pero algo dentro de ella le decía que esta era una oportunidad, una de las pocas que quedaban. Que tal vez, de alguna manera, el destino les estaba ofreciendo una segunda oportunidad. Solo necesitaba tener fe.
