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Capítulo 4: La Familia de Ana

El café seguía repleto de aromas intensos de café recién molido, mezclados con la calidez de la tarde que se colaba por el ventanal. El sol, ahora descendiendo lentamente sobre la Ciudad de México, teñía las calles con tonos cálidos de anaranjado y dorado. La luz que se reflejaba en los edificios creaba un ambiente tan sereno que parecía enmarcar el escenario perfecto para una conversación que llevaba años sin ser dicha. Pero a pesar de la calma que emanaba el entorno, el aire entre Ana y Carlos seguía tenso. Y no era la tensión de la incomodidad, sino una que surgía de las profundidades de un pasado no resuelto, de recuerdos dolorosos y de un futuro incierto.

Carlos observaba a Ana con una intensidad palpable, como si en cada palabra, en cada gesto, estuviera buscando una respuesta, una pista de algo que se le escapaba. Y aunque Ana sabía que la conversación había dado un giro hacia su familia, hacia sus hijos, no podía evitar sentir esa misma presión en el pecho. Porque, de alguna manera, sus hijos eran su mayor tesoro, pero también el secreto que aún mantenía entre las sombras de su vida. Un secreto que se sentía más y más pesado con cada palabra que compartía.

"¿Me hablarás más de ellos?", preguntó Carlos, su voz suavizándose, como si intentara ganarse su confianza con cada palabra. "Quiero entenderlos, Ana. Quiero conocerlos."

El simple hecho de que Carlos quisiera saber más sobre ellos, de que estuviera dispuesto a sumergirse en su mundo, hizo que el corazón de Ana latiera un poco más rápido. Le sorprendía la forma en que la había mirado, cómo, a pesar del dolor del pasado, ahora mostraba un interés genuino por aquellos que eran su razón de vivir. Un interés que, aunque no lo dijera explícitamente, parecía decir más que mil palabras.

Ana lo miró, su mente girando, tratando de organizar todos los pensamientos que se acumulaban. No era fácil hablar de ellos. No era fácil compartir con alguien más lo que significaban. ¿Cómo se resumía en palabras el amor absoluto que sentía por sus hijos? ¿Cómo podía explicarle a Carlos, de una manera que él pudiera entender, lo que significaban esos cuatro pequeños que la hacían sentir que su vida valía la pena?

"Bueno..." Ana comenzó, su voz suave pero decidida. "Mateo, el mayor, es el primero en despertar cada mañana. Siempre es el primero en bajar las escaleras, como si tuviera una misión. Es curioso, ¿sabes? De todos ellos, es el más maduro. Me sorprende cómo con solo cinco años ya tiene una perspectiva tan clara de las cosas. Es como si tuviera una capacidad innata para liderar. Siempre está pendiente de sus hermanitos, siempre cuidando a los demás, como si quisiera asegurarse de que todo estuviera bien. A veces me hace sentir que no soy la única que cuida de ellos."

Carlos escuchó con atención, imaginando a un niño tan pequeño, pero con una responsabilidad tan grande. Ana, a pesar de su tono cálido, no podía evitar la ligera sombra de preocupación en sus palabras. Sabía que Mateo, por más protector y responsable que fuera, no debía cargar con tanto. No debía ser el adulto en la casa.

"Es un niño muy especial", dijo Carlos, observando a Ana con interés. "¿Un líder, dices? Debe ser un desafío para ti, tener a un pequeño tan responsable."

Ana asintió. "Sí, a veces siento que no sé qué hacer con él. Porque, aunque me encanta verlo crecer y tomar esa iniciativa, me preocupa que tenga que asumir tanto tan pronto. No sé si es el resultado de todo lo que pasó, o si simplemente tiene esa personalidad. Pero siempre está dispuesto a ayudar, a cuidar a los demás."

Carlos la miró, tratando de entender la profundidad de sus palabras. En sus ojos, Ana podía ver una mezcla de admiración y preocupación. No era solo la imagen del niño protector lo que lo impresionaba, sino la forma en que Ana hablaba de él. Era claro que Mateo significaba el mundo para ella.

"Y después está Valentina", continuó Ana, con una sonrisa que iluminaba su rostro. "Valentina es un torbellino. Siempre está corriendo por la casa, saltando de un lado a otro. Nunca se queda quieta. Es la que más necesita estar rodeada de gente. Pero también es la que más cariño da. Siempre viene corriendo a darme un abrazo, incluso si está haciendo algo que no debería. Tiene esa energía inagotable que la hace el centro de atención de todos, y aunque a veces puede ser un poco... traviesa, tiene un corazón tan puro que nadie puede resistirse a ella."

Carlos sonrió ante la descripción, visualizando a una niña pequeña llena de vida y energía. "Parece que tiene un carácter muy fuerte, pero también mucha ternura."

"Sí", dijo Ana, su voz cargada de afecto. "Es obstinada, pero al mismo tiempo, su ternura es tan arrolladora. Si alguien en la casa está triste, ella es la primera en correr a abrazar a la persona. No hay nadie que no se derrita cuando Valentina te mira con esos ojos grandes y llenos de inocencia."

Carlos se inclinó hacia adelante, interesado. "Debe ser una niña encantadora."

"Lo es", asintió Ana, su sonrisa suavizándose. "Y luego está Sofía..." El tono de su voz cambió, como si hablara de una niña especial, algo que todos notaban, pero que Ana comprendía de una forma única. "Sofía es una... un vendaval de emociones. Siempre está llena de energía. Nunca se queda quieta. Es la más ruidosa de todos, la más extrovertida. Pero también tiene un corazón tan grande. A veces me sorprende cómo, con solo un gesto, puede cambiar el ambiente de la casa. Es la que más necesita que todo el mundo esté feliz a su alrededor. Si alguien está triste, ella es la que organiza una fiesta improvisada. Es muy creativa, siempre inventando juegos, historias."

Carlos la escuchaba atentamente, imaginando a una niña llena de vida, capaz de contagiar su entusiasmo a todos los que la rodeaban. "Debe ser un reto mantener el ritmo de Sofía", comentó.

"Sí", respondió Ana, sonriendo. "Pero es imposible enojarse con ella. La forma en que se lanza a abrazarte, como si no hubiera otra manera de expresarse... Es un torbellino, pero es imposible no amarla."

"Y el último, Emiliano", dijo Carlos, dejando que el silencio se extendiera por un momento. "¿Cómo es él?"

Ana pareció pensativa por un momento. Su rostro cambió ligeramente, como si al hablar de Emiliano viniera una mezcla de orgullo y nostalgia. "Emiliano... Emiliano es diferente. Es el más callado de todos. Siempre está observando. Me sorprende su madurez para su edad. No le interesa ser el centro de atención, ni competir con los demás. Está en su mundo, y, aunque a veces puede parecer distante, cuando habla, lo hace con una claridad que es impresionante. A veces siento que él es el adulto en la casa. Tiene una manera de ver las cosas que me deja sin palabras. Y aunque es el más serio, es también el que más me necesita en silencio. No pide nada, pero su mirada lo dice todo."

Carlos escuchaba en silencio, tratando de imaginar a ese niño tranquilo en medio del bullicio de la casa. "Es interesante cómo describes a Emiliano. Parece que es más introspectivo, pero al mismo tiempo muy maduro para su edad."

"Lo es", asintió Ana, su voz suave. "A veces siento que tiene una sabiduría que no debería tener. Y me preocupa que, al ser tan callado, no exprese lo que realmente siente."

Carlos guardó silencio, reflexionando sobre todo lo que Ana le había contado. No solo sobre los niños, sino sobre ella misma. La forma en que había descrito a sus hijos, con tanta pasión, tan llena de amor, le mostraba una parte de Ana que él nunca había visto. Había algo en ella que lo hacía admirarla aún más. No solo era una mujer fuerte, sino una madre increíblemente entregada, dispuesta a todo por proteger y cuidar de esos pequeños.

"Son todos muy especiales", dijo finalmente Carlos, con una expresión de profunda admiración. "Es difícil imaginar lo que debe ser criar a cuatro niños con personalidades tan distintas. Pero también es claro que lo has hecho con todo tu amor."

Ana lo miró con una mezcla de gratitud y tristeza. "No ha sido fácil. Cada día siento que soy la única que puede entenderlos completamente. Son tan distintos, pero a la vez, tan unidos. Son mi todo, Carlos. Ellos son mi vida."

Carlos la miró, sintiendo el peso de sus palabras. En ese momento, algo cambió dentro de él. Ya no se trataba solo de querer regresar a su vida, a lo que habían sido alguna vez. Ahora veía a Ana de una manera diferente. La veía como una madre increíblemente valiente, que había creado un hogar con todo lo que tenía, sin pedir nada a cambio.

"Quiero conocerlos, Ana", dijo finalmente, su voz cargada de sinceridad. "Quiero estar en sus vidas, si ellos me lo permiten. No para reemplazar nada, sino para ser una parte más de lo que ya han construido."

Ana lo miró en silencio, como si estuviera considerando sus palabras con cuidado. No era una decisión fácil. No solo se trataba de él, de su relación con ella. Se trataba de sus hijos, de su bienestar. Pero, al mismo tiempo, algo dentro de ella la empujaba a creer que tal vez, solo tal vez, Carlos podía ser parte de su vida de nuevo. Y, tal vez, solo tal vez, de la vida de sus hijos también.

"Lo pensaré", dijo con suavidad. "Primero, debes conocerlos. Y más importante aún, debes ganarte su confianza."

Carlos asintió, un brillo de determinación en los ojos. "Lo haré, Ana. Lo prometo."

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