Capítulo 2: El Pasado Regresa
Ana había dejado de caminar hacia la puerta de embarque y ahora se encontraba en una de las sillas del aeropuerto, mirando el tablero de salidas con una expresión vacía. Carlos había desaparecido entre la multitud justo después de aquel encuentro inesperado, como si la presencia de él hubiese sido un espejismo, algo que sólo había ocurrido en su mente. Pero no, había sido real. Y ahora, el peso de esa realidad la oprimía el pecho, como si intentara respirar bajo el agua.
Cinco años. Todo lo que había sucedido en ese tiempo había sido una eternidad. Cuando Carlos se fue sin decir una palabra, sin ofrecer ninguna explicación, Ana había sentido que el suelo se le desmoronaba bajo los pies. Pero ahora, al mirarlo, al escuchar su voz, algo dentro de ella despertaba de nuevo, como una chispa que se avivaba con el viento.
"Es solo un encuentro más", se dijo a sí misma, apretando los puños en las piernas. "Solo eso."
Pero no podía engañarse. Porque lo que había visto en los ojos de Carlos, lo que había escuchado en su voz, era más que un reencuentro casual. Había algo más, algo que no había desaparecido en esos cinco años. Algo que estaba suspendido en el aire, como si el destino hubiera vuelto a entrelazar sus caminos por una razón.
Ana suspiró y sacó su teléfono móvil del bolso, intentando distraerse de esos pensamientos incómodos. Sabía que, a pesar de todo, tenía una responsabilidad que cumplir. Cuatro niños esperaban por ella, cuatro vidas que dependían de su cuidado y protección. Cuatro niños con habilidades que no podían ser reveladas a nadie. No, no ahora.
Con un par de toques, abrió el mensaje de su hermana, Laura. Su hermana siempre estaba al tanto de todo, y en este caso, Laura sabía perfectamente qué hacer con los niños cuando Ana estaba fuera. Laura había sido su apoyo más firme, su refugio cuando todo se desmoronó con Carlos. Y era ella quien siempre le recordaba a Ana que, a veces, las cosas suceden por una razón.
“Todo bien, Ana. Los niños están bien. No te preocupes.”
Ana sonrió al leer el mensaje, aunque no pudo evitar que la ansiedad la invadiera de nuevo. No podía relajarse, no ahora que Carlos había aparecido. El reencuentro había sido una casualidad, sí, pero la curiosidad que había despertado en él era otra cosa. Y Ana no estaba lista para enfrentarlo.
Decidió salir del área de la puerta de embarque y caminar por el pasillo principal del aeropuerto, buscando un rincón tranquilo. Quería despejarse un poco, tomar aire, ordenar sus pensamientos. El sonido de los pasos resonaba en el pasillo vacío, y mientras caminaba, recordó cómo era todo antes. Cuando Carlos y ella estaban juntos, todo parecía tan sencillo. No importaba lo que sucediera en el mundo exterior, mientras pudieran estar el uno al otro.
Pero las cosas cambiaron, y el malentendido que los separó fue tan doloroso como inesperado. Nadie había tenido la culpa, al menos no de forma directa. Pero a veces, las cosas se torcían de una manera tan retorcida que era imposible deshacer el daño. Carlos había desaparecido sin previo aviso, y Ana había quedado sola, luchando por entender qué había pasado. Lo que nunca imaginó era que, en su huida, no solo dejaba atrás su amor por él, sino también algo mucho más grande: su propio futuro.
“El destino es cruel”, pensó mientras miraba las luces del aeropuerto parpadear. “Pero siempre vuelve a darme una segunda oportunidad.”
Entonces, el sonido familiar de una llamada entró en su mente. Miró la pantalla de su teléfono. El nombre que aparecía en la pantalla la hizo tensarse. Era Carlos.
“¿Qué quieres ahora?”, murmuró para sí misma, casi temiendo lo que iba a escuchar.
Con un suspiro resignado, contestó la llamada.
“Hola, Ana”, dijo la voz de Carlos al otro lado de la línea, sonando calmada, como si todo fuera normal. “¿Puedo hablar contigo?”
La tensión que había sentido en el aeropuerto regresó de inmediato. ¿Había algo más que hablar? ¿Acaso había alguna razón por la que él quisiera reavivar lo que una vez fue su relación? Después de tantos años, ¿qué sentido tenía todo esto?
“¿De qué quieres hablar, Carlos?”, preguntó, manteniendo la calma a duras penas.
Carlos no tardó en responder. “Solo quiero saber si podemos encontrarnos. Necesito hablar contigo cara a cara. Creo que es necesario. Hay cosas que no puedo entender a través del teléfono.”
Ana apretó los dientes. Sabía lo que eso significaba. La curiosidad, la necesidad de respuestas. Pero ¿estaba lista para enfrentarlo?
“Carlos, no sé si eso sea buena idea. Ya te he dicho lo que tenía que decirte.” El dolor que sentía al pronunciar esas palabras era como un eco lejano, pero real. Las palabras de hace años, las palabras que nunca tuvo la oportunidad de decir, parecían regresarle con más fuerza que nunca.
“Sé que aún hay cosas que no entiendes”, insistió Carlos, su tono ahora más grave. “Ana, por favor. Nos debemos unas explicaciones.”
Su voz estaba cargada de una determinación que no dejaba espacio a la duda. Ana cerró los ojos por un momento, dejando que el recuerdo de su amor por él la envolviera como un manto. Durante años había guardado ese amor bajo llave, pero ahora, con solo oír su voz, se sentía vulnerable.
“Está bien”, dijo finalmente. “¿Dónde nos encontramos?”
Un par de horas después, Ana se encontraba en un pequeño café en una zona tranquila de la ciudad. El ambiente, con su luz cálida y su decoración vintage, parecía ser el escenario perfecto para una conversación seria. Pero, a pesar de lo acogedor del lugar, Ana no podía dejar de sentirse tensa, como si estuviera a punto de enfrentarse a un examen que no sabía si podría aprobar.
Carlos llegó puntual. Estaba impecable como siempre, con su traje oscuro que parecía ajustarse perfectamente a su figura. Ana lo observó mientras se acercaba, y por un momento, sintió la misma atracción que había sentido años atrás. Pero luego, recordó. Recordó el dolor, la frustración de no saber por qué había desaparecido tan repentinamente, la incertidumbre de no tener respuestas.
“Hola, Ana”, dijo Carlos, su voz suave pero llena de algo que no pudo identificar.
“Hola”, respondió ella, tomando asiento frente a él. “Hablemos. ¿Qué querías decirme?”
Carlos se sentó y miró alrededor, como si estuviera buscando las palabras adecuadas. Ana sabía que no iba a ser fácil, pero estaba lista para enfrentarlo. Por sus hijos, por ella misma. Ya no iba a dejar que el miedo o el dolor controlaran su vida.
“Quiero que me digas por qué te fuiste”, dijo finalmente, mirando a Ana fijamente. “Nunca lo entendí. ¿Qué pasó entre nosotros? ¿Por qué me dejaste sin una palabra?”
Ana tragó saliva, sin saber cómo empezar. Las palabras le salieron en un susurro, como si fueran cuchillos afilados.
“Carlos, yo… no pude quedarme. No después de lo que pasó. Y no es solo eso. No puedo explicarte todo ahora. No es el momento.”
Carlos la observó en silencio, sus ojos fijos en ella, intentando leer entre líneas. “¿Y los niños, Ana? ¿Qué papel juegan en todo esto?”
