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Capítulo 1: El Encuentro Inesperado

Ana no pensó que regresar a la Ciudad de México después de tantos años de ausencia sería tan… difícil. Las calles, los edificios, las caras conocidas, todo parecía tan familiar y, sin embargo, tan lejano. Ella misma se sentía como una visitante en su propia ciudad. Después de todo, había dejado atrás tanto en su vida: el amor que una vez compartió con Carlos, las amistades, y una vida que parecía llena de promesas antes de que todo se desmoronara por un simple malentendido.

Sin embargo, la vida seguía adelante, como siempre lo hacía. El aeropuerto estaba tan abarrotado como de costumbre, y Ana, con su paso decidido, trataba de concentrarse en lo que tenía por delante. No era la primera vez que volaba, pero sí era la primera vez que regresaba a su ciudad natal después de tanto tiempo. Los recuerdos, buenos y malos, llegaban a su mente en una sucesión de imágenes borrosas y mezcladas.

Había pasado demasiado tiempo desde que decidió irse. Cinco años, para ser exactos. Y en ese tiempo, había reconstruido su vida de maneras que nunca imaginó. Ahora, además de ser una mujer más madura y fuerte, era madre de cuatro niños. Niños que no eran comunes. Cada uno con un talento extraordinario que había aprendido a manejar a su manera, y que, de alguna forma, la mantenían ocupada y centrada. Aunque, claro, también mantenían un gran secreto.

“Vamos, Ana, solo tienes que pasar este umbral. Luego todo será más fácil”, murmuró para sí misma mientras pasaba por el control de seguridad.

Con el pasaporte en mano y su mente tratando de evitar pensar demasiado en lo que la esperaba fuera del aeropuerto, Ana caminó hacia la puerta de embarque, dispuesta a olvidar por un rato sus preocupaciones y disfrutar del regreso a casa. O, al menos, eso era lo que quería pensar. En realidad, lo que sentía era más una mezcla de nostalgia y ansiedad.

El anuncio de la megafonía la sacó de sus pensamientos: “Atención, señores pasajeros, el vuelo número 245 con destino a Ciudad de México está por abordar”. Ana levantó la cabeza, mirando a su alrededor para identificar a los pasajeros que compartían el mismo destino. Fue entonces cuando lo vio.

Carlos.

Era como si el tiempo se hubiera detenido por un instante, haciendo que todo lo demás desapareciera a su alrededor. No necesitaba acercarse más para saber que era él. Su silueta imponente, su porte elegante, la manera en que su presencia parecía hacer que el resto del mundo se desvaneciera. Ana lo había reconocido al instante, como si sus recuerdos, aunque dolorosos, no pudieran olvidarlo.

Años antes, la relación con Carlos había sido todo lo que un corazón joven podría desear. Amaba a ese hombre como nunca había amado a nadie. Pero una serie de malentendidos, un par de palabras no dichas, y la distancia de una relación que se volvió insostenible, los separaron sin más. Se fue sin explicación, y ella se quedó, desmoronada, en la ciudad que los había visto enamorarse.

“¿Qué hace él aquí?”, pensó, un poco sorprendida. Su corazón empezó a latir más rápido, como si estuviera en una carrera de obstáculos. Pero, claro, no podía correr. No podía hacer nada. Lo único que podía hacer era enfrentar ese momento, una vez más.

Con una sonrisa tensa, Ana intentó dar un paso atrás, pero ya era demasiado tarde. Carlos había levantado la vista y la había visto. No hubo forma de evitarlo.

“¿Ana?” Su voz resonó con fuerza, directa, como un eco que parecía reverberar en el aire.

Ana suspiró y se giró para mirarlo. ¿Qué iba a hacer? ¿Cómo iba a enfrentar todo lo que había sucedido entre ellos? La verdad, no lo sabía. En los últimos cinco años había logrado crear una vida alejada de su pasado, y ahora, él estaba allí, frente a ella, desbordando la misma seguridad que siempre había tenido.

“Carlos… no esperaba verte aquí”, respondió Ana, intentando mantener la calma.

Carlos, que había dado un paso hacia ella, la observó con una mirada que parecía buscar algo más allá de la superficie. No era un hombre fácil de leer, pero en sus ojos, Ana podía ver algo: inquietud, curiosidad, y una pizca de asombro. Algo que no podía identificar, pero que la hacía sentirse un poco vulnerable.

“Yo tampoco lo esperaba. Pero el destino tiene formas curiosas de reunir a las personas”, dijo él, su tono ligero, casi como si estuviera bromeando.

Ana se quedó en silencio por un momento, observando a ese hombre que había sido su todo en el pasado. Sus ojos se movieron por su rostro, buscando alguna pista de la persona que había sido, pero lo que encontró fue algo completamente diferente. Carlos ya no era el mismo. El joven ambicioso que había conocido estaba ahora rodeado de una aura de poder y éxito. Su traje caro, su porte altivo, su forma de hablar con confianza… nada de eso era nuevo, pero lo que realmente había cambiado era el hombre que se escondía detrás de todo eso. Ya no era el Carlos de antes. Ahora, era alguien que, si bien aún llevaba su nombre, se sentía distante, casi inalcanzable.

Ana lo observó detenidamente, sin saber qué decir. Había tantas cosas que quería preguntarle, pero las palabras se quedaban atrapadas en su garganta. ¿Por qué había desaparecido? ¿Por qué no había intentado buscarla después de todo? ¿Y por qué, de repente, estaba frente a ella como si no hubiera pasado nada?

“¿Qué haces aquí, Carlos?”, preguntó finalmente, no queriendo mostrar debilidad, pero incapaz de ignorar la carga emocional que traía consigo ese reencuentro.

Él la miró fijamente. “Vuelvo a casa. ¿Y tú?”

Ana parpadeó, sorprendida por su respuesta. No era una respuesta directa, pero era algo. Como si hubiera algo más detrás de esas palabras. “Lo mismo”, dijo, con una sonrisa algo forzada.

Silencio. Un silencio pesado, denso, como si ambos estuvieran intentando cargar con el peso de los años perdidos. La gente pasaba a su alrededor sin notar lo que sucedía entre ellos, pero para Ana, parecía que el mundo entero se había detenido en ese momento.

Carlos dio un paso más hacia ella, observándola como si quisiera encontrar la respuesta a todas sus preguntas en su rostro. “Te ves diferente. Más… fuerte”, comentó, como si intentara romper el hielo.

Ana se sintió un tanto incómoda con el comentario. Claro que había cambiado. La vida, la maternidad, y el peso de todo lo que había sucedido con su familia la habían transformado. Pero no era algo que quería compartir con él en ese momento. No quería hablar de sus hijos, de los secretos que llevaba consigo. No quería que él supiera aún lo que había descubierto sobre su propia vida.

“Y tú… también has cambiado”, respondió, con una sonrisa débil. “Pero supongo que eso es lo que pasa cuando uno se dedica al mundo de los negocios, ¿no?”

Carlos no parecía molesto por su respuesta. De hecho, parecía divertirse. Su risa fue suave, casi un susurro. “Supongo que sí. El dinero cambia a las personas. O eso dicen, al menos.”

Ana asintió con la cabeza, sin decir más. No sabía cómo continuar esa conversación. No en ese momento. El reencuentro, tan abrupto, la había dejado sin aliento.

Y entonces, mientras ambos se quedaban ahí, bajo el peso de los recuerdos no resueltos, Ana supo que este reencuentro no era casual. El destino, tan juguetón y travieso, no lo había colocado allí por accidente. No. Algo más grande estaba en juego, y aunque aún no podía verlo con claridad, sabía que lo descubriría.

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