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HENRY
El sonido de las hojas pegando contra el techo me hacen despertar de golpe. Estoy sudando por haberme dormido cerca de la chimenea, en el piso. Mi nuca me duele, mi espalda también. Todo mi cuerpo se deteriorara poco a poco. Me siento en el piso para dejar que mi vista se aclare. En el reloj dice que son las siete de la mañana. Mi estómago ruge pidiendo comida. Me levanto y me dirijo a la cocina, abriendo la nevera. Para mi desgracia no hay casi nada. No es como que me muriera por comer de todo sino que compraba para poder sobrevivir y mantenerme. Se me habían quitado los gustos por las cosas últimamente. Quizás estaba entrando en algún tipo de depresión o algo así. Pongo la cafetera y preparo un poco de café. Han pasado dos meses y una semana exactamente desde que ella se fue de mi vida. Cuando mi mundo se hizo pedazos. Jamás de los jamases me había pasado algo así. Ni siquiera con Millena.
Anabella llegó a mi vida para hacerla mejor, era todo lo que necesitaba, lo que esperé. Y lo arruiné como siempre. Es por eso que merezco ser castigado. Además, si Anabella no estaba conmigo no tenía motivos para seguir. Abandoné todo: mi trabajo, mi casa, a mis amigos, mi vida... porque Anabella era mi vida. No podía estar en un lugar donde todo me recordaba a ella. Se había ido no se para donde con Noel, el ex novio. Los celos y la ira me invadían cada vez que me los imaginaba juntos, pero luego recordaba que no estaba en condiciones de celar porque fui mentiroso con Anabella, le mentí sobre algo importante, así que acepto ser castigado de esta forma.
Me llevo la taza de café a los labios y tomo un sorbo mientras salgo al balcón de la cocina. Lo único que me rodea son árboles, bosque... lejos de la civilización. Mi barba está crecida al igual que mi cabello. No me reconozco. Nadie lo podría hacer. Al inicio quería destrozar todo lo que me rodeaba, celular... pero era la única forma de poder contactarme con Ana... sin embargo ella parecía que sí se había deshecho del suyo porque ni siquiera le entraban mis llamadas. Siempre marcaba su número para escuchar su voz en el buzón de mensajes. Tomé el celular de mi bolsillo y volví a marcar el número de Anabella
—Hola, soy Anabella, por ahora no puedo atenderte, deja tu mensaje y luego te llamo. Gracias —el pitido sonó para dejar el mensaje, pero nunca los dejaba. Solo marcaba para escuchar su voz. En mi celular habían mas de dos mil llamadas, cada día, cada hora... me estaba volviendo loco quizás.
Dejé la taza en el fregadero y tomé las llaves de la camioneta. El único vecino que tenía se llamaba Ernesto, se había convertido en mi compañero todo este tiempo. Él sabía mi historia, tenía que desahogarme con alguien. Nadie, absolutamente nadie sabía que estaba aquí. Solo salía a hacer las compras una vez a la semana. Salí de la pequeña cabaña y me adentré a la vieja camioneta que le compré a Ernesto. Al menos con esto se pasaba desapercibido. Arranqué y manejé hacia la ciudad. Había perdido la esperanza de ver a Anabella en este lugar, ni siquiera sabía si volvería algún día. Recuerdo que tomé el primer avión a su pueblo, donde sus padres. Pero no estaba ahí, ni siquiera ellos sabían qué había pasado ni por qué la buscaba con tal desespero. No quise meterla en problemas y les dije que era por algo de trabajo nada más.
Cuando llego a la ciudad paso por el mismo lugar de siempre: la universidad, con la esperanza de que esté ahí. Yo había sido el culpable de todo. Amaba a Anabella y no quería estar lejos de ella. Haría lo que sea para que me perdone. No puedo vivir sin ella. Siempre veo las mismas caras, los mismos estudiantes. Pero a ella no la veo. Me quedó allí quizás por media hora hasta que finalmente arranco y me dirijo al supermercado. Me estaciono en la parte de atrás, tomo dinero en efectivo y me pongo la capucha de mi suéter para que nadie me reconozca. Y unas gafas también. El súper estaba vacío para mi suerte, tomé un carrito y empecé a hacer mis compras. Solo llevé lo necesario: huevos, leche, bacon, pan, verduras y frutas, alguna que otra chuchería etc. Me dirigí a la caja a pagar. Puse en bolsas todo y salí. Mientras salía del supermercado me quedé quieto al ver una silueta familiar en un taxi que iba pasando. Ese perfil... me pareció reconocerlo. Parpadeé varias veces y negué con la cabeza. Me estaba volviendo loco ya. Llevé las bolsas al carro, me monté y regresé a mi cueva.
ANABELLA
—Déjeme aquí por favor —le pagué al señor del taxi y salí. Estaba en la universidad, tomaría mis maletas porque Noel pasará por mi en un rato para irnos al nuevo departamento. Mientras iba subiendo las escaleras escuché voces familiares al final de ellas. No podía ser. Eran Patricia y Vilma, habían vuelto. Las ignoré completamente pasándoles de lado. Al menos no tendría que soportarlas en el dormitorio.
—Hola, Anabella —me dijo Patricia.
La miré y le dirigí una sonrAna fingida nada más.
—Taylor te manda saludos —añadió Vilma. Me detuve en seco unos segundos poniéndome rígida. Sabía que lo hacían por molestarme pero era inevitable no actuar. Me giré a ellas y les sonreí.
—¿En serio? Gracias, dile que también le mando saludos.
Me giré y me adentré a la habitación.
—Son unas víboras —murmuré para mi misma. De suerte que no había sacado nada de las maletas. Busqué más ropa en el ropero, pero me encontré un piercing entre mis cosas. Era el del asesino de Bryant, de Taylor. Aún lo tenía, olvidé que podía ser evidencia. Igual lo guardaré por cualquier cosa. Metí más ropa en mi maleta y algunos libros. En eso mi teléfono celular vibró en una llamada, era Noel.
—¿Hola?
—¿Estas lista? Estoy afuera.
—En seguida bajo—corté, tomé las maletas y salí de la habitación. En el pasillo volví a ignorar a Patricia y a Vilma, aún recuerdo cuando se supone que éramos "amigas", qué idiota fui. Bajé las escaleras y salí a la calle. Divisé a Noel por todas partes pero no lo veía, hasta que un auto cerrado se estacionó frente a mi, cuando el vidrio del asiento copiloto se bajó me di cuenta de que era Noel.
—Noel, ¿de donde has sacado este auto?
—Te dije que alquilaría uno —me guiñó un ojo—Vamos, sube. —Abrí la puerta trasera y metí las maletas, luego la cerré y me adentré al copiloto. Había aire y se sentía olor a nuevo.
—Estoy lista.
—Iremos a nuestro nuevo hogar.
Le sonreí para no hacerlo sentir mal, la verdad es que vivir ya con Noel era un paso muy grande que tenía que dar. Implicaba muchas cosas y hasta ahora me daba cuenta: cocinar, lavar, atenderlo. Aunque eso último no lo creo. Son cosas compartidas y estoy segura de que Noel no me dejara sola a mi con todo. Noel arrancó, me había dicho que estaba cerca de por aquí y del mar.
