Capítulo 10 - Debes usar abarcas – Solo tú
Seguían hablando de la ciudad. El lugar era muy diferente.
—Entonces ¿Qué hay de nuevo? —dijo el señor Luis al conductor.
—Estamos en invierno. —golpeó las palabras—. ¡Pero qué va!, el caló sigue igualito.
El señor Luis le indicó la dirección a través de las calles, las casas eran grandísimas.
—¿Cómo se llama el barrio donde vives?
—Pasatiempo. No se compara con las casas en Estados Unidos que son diferentes, también son grandes, pero un grande distinto, acá son más frescas por el clima.
Un par de indicaciones más y llegamos a una casa esquinera, había varias personas en la terraza, las cuales gritaron al ver llegar el taxi. El rostro de Cata resplandeció, al bajarnos un grupo de siete niñas se abalanzaron sobre ella hasta rodearla alejándola de mí, eso no se sintió tan bien.
Varias señoras llegaron a saludar a los señores Suárez. Después de la euforia me presentaron, por fin soltaron a mi mejor amiga. Y dos de sus amigas me miraron más de la cuenta. Así como en ocasiones me miraba Vicky. Si el taxista habló rápido, estas niñas parlotearon de lo lindo.
—¡Mamá!
La palabra mamá me recordó que debía llamar a la mía. La señora Samanta abrazó a una mujer con pocas canas. Todos ingresamos, el señor Luis me llevó a la que sería mi habitación por los dos siguientes meses. Tenía mucho calor, el jean se me pegaba en las piernas.
—Hijo, si quieres puedes bañarte para refrescarte, ponte bermuda, si tienes sandalias póntelas, así te sentirás más fresco.
—Catalina.
—A mi hija no la soltarán sus amigas. Siempre es así cada año.
Volví a sentir algo extraño en el pecho, eso me molestó. Ella era mi amiga.
Habían pasado tres días y las cansonas e intrusas amigas de Catalina no la dejaban respirar en ningún momento. Yo no era de fincas, pero ya quería irme para que Bodoque vuelva a prestarme atención. Por tal motivo me la he pasado con el señor Luis a todos lados. Me mostraba la ciudad. Y debía darle la razón a mi amiga, la gente era muy servicial, además pasaban alegres por todo, me enteré de que la ciudad se preparaba para las ferias de la ganadería.
Habían invitado a los señores Suárez a subastas y reuniones, me comentó que él iba en representación de su suegro, pero no sabía si este año asistiría, por estar en la finca. No he querido preguntar y solo hasta hoy caía en cuenta. La única familia a los que él se refería era a los padres de la señora Samanta. El papá de Cata nunca había hablado de sus padres. Al menos me he entretenido por acompañarlo a todos lados, me hacía sentir como si fuera su hijo.
Habíamos comprado muchas cosas para la finca y en dos días partiremos, ya no veía la hora que fuera sábado. ¡Para ver si recuperaba a mi amiga! Lo bueno era que me había dedicado a la guitarra, acá se escuchaban mucha música folclórica, y ya estaba relacionado por Cata, quien en ocasiones ponía el tal vallenato y el porro.
—Hijo ayúdame con esto.
El señor Luis me sacó de mis pensamientos con un bulto de sal.
—¡Claro!
En total compró cuatro bultos del mineral, mucha medicina para ganado y otras cosas que no tenía idea para qué era.
—¿Señor Luis, sus papás viven?
—No hijo, soy huérfano, me crio una tía a la que quise mucho, pero también murió hace unos cinco años. No tuve hermanos, mis padres murieron cuando yo era muy pequeño.
—Lo siento.
—No te afanes, por eso adoro a la familia de mi esposa, mis suegros son increíbles, los veo como mis padres.
Por fin vamos los cuatro a la finca de los abuelos de Catalina, por fin volvía a estar disponible para mí, ella era mi amiga. El calor lo había soportado, por el aire acondicionado de las habitaciones y en el auto al momento de pasear.
—Papi recuerda pasar a comprar las abarcas pa’ Dylan.
—Si princesa, antes de salir de la ciudad pasamos por el mercado a comprar las originales y tú no te antojes, tienes de todos los colores.
—Mi abuelo me las compra en Ciénaga de Oro.
Dijo, los dos adultos pusieron los ojos en blanco. Íbamos en los asientos traseros de la camioneta.
» No hemos hablado, has estado distante desde que llegamos.
—¡Lo notaste! —Su mirada de arrepentimiento fue evidente.
—Lo siento, es que mis amigas no me dejaban y pasamos un año sin vernos.
—Como dirías tú, ¡ajá!
La imité, no tenía idea de las razones de mi molestia, creo que fue el sentirme ignorado—. Tu amiga Elena y Cecilia fueron más atentas.
—¡Quedaron enamoradas de ti!
Refutó. El señor Luis detuvo la camioneta, nos bajamos en el mercado, ya había estado en este lugar con él haciendo mercado para unos empleados, la parte de atrás iba llena de encargos. La señora Samanta me tomó del brazo, mientras Cata se pegó a su padre.
—Te apuesto un rico jugo, a que termina convenciendo a su padre para comprarle más abarcas.
—¿Por qué me van a comprar abarcas?
Las había visto en los pies del señor Luis, él las lucía muy cómodas, pero, no pienso que pueda caminar con ellas.
—En la finca no vas a estar todo el tiempo en tenis Dylan, adáptate. Al principio podrían incomodarte un poco, luego las adorarás. Compraremos un par, ¿te parecen negras y café?
—Como usted diga.
En ese momento llegó un mensaje de mamá, tenía dos días escribiéndome con ella, me dijo que era mejor mientras estuviera en su trabajo, en las noches si hablamos. Le respondí y luego me compraron tres pares de abarcas. Catalina se salió con la suya, aunque no lo crean, nadie se negaba a complacerla. Con esa mirada y esa preciosa sonrisa nos metía en el bolsillo sin darnos cuenta.
No quise ser descortés, pero caminar con ellas fue lo más incómodo, porque entre tu dedo gordo y el siguiente quedaba lo único que evitaba que tus pies pasaran de largo. Después de eso no tuvimos contratiempo, si el paisaje de la ciudad hasta el momento me había gustado. El trayecto de Montería a Ciénaga de Oro era impresionante, las fincas a cada lado de la carretera, el ganado, la gente, todos sonreían.
La finca quedaba a una media hora del pueblo, era, según escuché a los señores Suárez, una de las mejores de la región. Y no tenía como objetar, era grande, llena de corrales, al ver a Cata irradiar alegría me contagié sin saber el motivo de qué. Pero debía reconocer en esos ojos bonitos centelleantes, de mi amiga, que eran los causantes.
Los abuelos esperaban, bajé con la maleta, nos quedaremos como unos veinte días, por eso me traje la guitarra. El abuelo era un hombre con más canas. Bastante entero, moreno por el sol, fuerte y nos esperaba al lado de su esposa, a quien ya había conocido porque ella se encontraba el día de nuestra llegada. Era una señora muy tierna.
—¡Abuelo!
Catalina me hizo reír al verla correr y rebotar cuando se le lanzó a su abuelo. Fue tomado desprevenido ante tal acto, ya que no pudo alzarla, lo tomó desprevenido, vimos como mi amiga cayó de trasero al piso, se dio una voltereta de lado y se levantó como si nada hubiera pasado.
No fui el único riendo a carcajada, hasta ella misma, con su rostro muy sonrojado, no obstante, jamás dejó de riéndose de sí misma por su gran entrada.
—¡Anda hija!, ¿Cómo pretendes que te cargue si ya estás más grande?
—Al menos no dijiste más gorda.
—Siempre serás mi bolita de azúcar.
Su abuelo la abrazó, de mi parte cada vez que la veía volvía a reírme y ella me hacía señas con la mano de que me daría un cocotazo.
—Abuelito te presento a mi mejor amigo, Dylan Miller.
—Por fin conozco al pelao. Mucho gusto Henrry Páez.
—Dylan Miller, señor.
—Pasen, aún le falta un poco al mote de queso, pero el jugo de corozo ta’ listo pa’ que se refresquen.
Las abarcas estaban maltratando entre los dedos, no dije nada, luego dirán que soy… ¿Cómo era que decía Catalina? ¡Corroncho!
—¿Tocas la guitarra? —afirmé.
—Si señor, Henrry.
—¿Tocas vallenato o la cacorrá de ahora?
Miré a Cata, no sabía el significado de cacorrá ¿Qué me estará preguntando?
—Vallenato no lo toco, pero puedo aprender, es cuestión de unas horas y saco las notas en la guitarra, prometo hacerlo antes de irme. —hice un gesto—. Con cacorrá, disculpe, pero no comprendo el significado, con los dichos de Catalina prefiero preguntar antes de meter la pata.
—¡Pelao inteligente! Ya me caíste bien. Y la respuesta es: cacorrá es cacorrá.
—Más tarde te explico —Cata envió el salvavida—. Toma, es uno de los mejores jugos que pueden existir en el mundo.
—Catalina ¿Esa palabra es como, ajá? —negó. Rayos, deberé apuntarlas.
