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Capítulo 11 - Mi corazón se aceleró – Solo tú

Antes de seguir pasando pena tomé el jugo y no sé si era por el calor; la camiseta la tenía pegada a la espalda, el fastidio entre los dedos del pie por las abarcas, no lo sé. Lo cierto era que este jugo se supo deliciosísimo, tenía mucho hielo. Me lo tomé un trago tras otro y sin respiración, causé las risas en los presentes.

—¡No hay como el jugo de corozo! —dijo Bodoque.

—¡Mi madre y abuela deben probar esta delicia!

—Ya te ganaste mi corazón jovencito.

Habló la señora Rosalba, la sonrisa de Cata sin duda era herencia de su abuela, a ella también se le hacían los dos hoyuelos en cada cachete, la diferencia era que Cata tenía más cachetes.

—¿Abuela en que cuarto dormirá Dylan?

Me tomó de la mano para jalarme hasta llegar a un cuarto con una cama doble, un ventilador de techo, una hamaca a un lado. Acá no había aire acondicionado, el techo era de palma, eso le daba frescura. Cata me entregó la guitarra mientras yo puse la maleta en una mesa alargada al frente de la ventana de madera.

» Mi cuarto es el de al lado, nos divide el baño, nos toca compartirlo, el cuarto de mis abuelos queda al final y el de mis padres es el siguiente, ellos si tienen baño interno.

—Esto es muy bonito Cata, ahora comprendo por qué llegas llorando cada vez que retomas la escuela.

—Anda, repósate y luego llega al kiosco.

Me tomó de la mano, abrió la otra ventana que tenía el cuarto, al lado de la gran casa había un inmenso kiosco con muchas hamacas.

» Algo me dice que ese será el lugar donde te enamoraras más de tu guitarra. El viento sopla muy sabroso en ese lugar.

—Gracias. Ahora sí voy a disfrutar de las vacaciones.

La miré, estábamos muy cerca, su rostro había quedado cerca al mío y su aliento… Se puso roja, luego se alejó, yo también sentí que mi rostro se sonrojó. «¿Quería besarla?»

—Si quieres más jugo solo grita, ¡Chila!, y ella te lo trae. Es como una nana para mí.

—Entiendo. —Se dirigió a la puerta.

—¡Oh! Dylan, ¿Por qué dices que ahora si van a comenzar tus vacaciones?, hace una semana empezaron.

—Yo me entiendo.

No tengo idea porque el corazón me latía tan fuerte, ella sonrió y salió dejándome solo.

Después de organizar la ropa en un pequeño armario, salí al kiosco, en ese lugar se encontraban todos, había tres ventiladores y cada uno en una hamaca hablando amenamente.

—¡Oh! Dylan.

En Montería todos los nombres comienzan por la expresión ¡oh!

—Señor.

—¿Sabes montar a caballo?

—No, señor. Pero me gustaría aprender.

—No se diga más, mañana después de ordeñar comenzamos las clases.

—¡Niña Rosalba! —Una señora le gritó a la abuela—. ¡Ya el mote está listo! ¡Le sirvo ya!

—Si Chila. —Se levantaron, los imité—. Espero que te guste el mote hijo.

—Abuela, él es de buen comer. Le gusta casi todo.

El plato de sopa, porque era una sopa espesa blanca con trozos de queso y un tubérculo al que llaman ñame, y les digo, sabía a gloria, en palabras de Bodoque cuando nos sirvieron.

«¡Erdaaa, le sirvieron tremenda chochá!»

No dije nada, mientras me deleitaba con tremendo manjar culinario, sentía el rostro rojo por comer tan caliente, con el calor del mediodía, ya que el sol está en pleno apogeo y tomando de nuevo ese delicioso jugo de corozo.

Puedo decir que a mis catorce años esta sopa era la gloria. La amabilidad de las personas, la calidez del lugar, el agradecimiento de la tierra, todo me hizo enamorar del lugar. Al mirar a mi amiga comprendí que Catalina desprendía un poco la magia de su tierra.

—Abuelo, ¿mañana puedo estar contigo y con Dylan mientras le enseñas a montar caballo?

—¿Tú quieres montar?

—Sí.

—Sabes la rutina, a las cuatro.

—Crees que me voy a perder el café con leche a esa hora. ¡Nunca!

No entendí la razón por la cual todos los adultos soltaron una carcajada.

…***…

Me desperté al escuchar los gallos en la madrugada, tomé la toalla para bañarme, el abuelo ya debía estar listo, aunque no tenía por qué hacerlo, sin embargo, a él le encantaba ordeñar. Al salir del baño, Dylan esperaba su turno.

—¿Cómo dormiste?

—El cuarto es fresco, dormí con las dos ventanas abiertas y el ventilador, estuvo muy fresca la noche.

—Cuando llueve hace un frío sabroso.

—No creo que aquí haga frío Bodoque. Sal que quiero bañarme, tu abuelo da miedo, no quiero llegar tarde, quiero aprender a montar caballo.

—Mi abuelito es pura melaza, le caíste bien.

—Déjame bañar.

Le hice una mueca y fui a mi cuarto. A los veinte minutos pasé a buscar a Dylan, se había puesto un jean al igual que yo, para montar a caballo era lo mejor, pero… primero lo primero, y era mi café con la leche recién ordeñada. Tomé del brazo al invitado, caminaba algo cojo, me imagino que era por las abarcas. Antes de llegar a los corrales, la abuela nos esperaba con dos pocillos de tinto.

—Este no es el verdadero desayuno, es solo para amortiguar, el propio es a las ocho.

En el fondo se escuchaba el radio del abuelo con su emisora favorita, siempre escuchando porros y vallenatos.

—Cata, ¿esa es la música que le gusta al señor Henrry? —afirmé—. Ese radio es arcaico.

—Si no quieres tener sobre ti la furia Páez, nunca le digas eso, adora ese trasto, dice que con ese aparato conquistó a mi abuela. —era tan viejo que usaba batería.

—Buenos días, señora Rosalba. Buenos días, señor Henrry.

Mi abuela nos entregó un pocillo a cada uno y luego llegó el abuelo con el balde lleno de leche recién ordeñada. Nos echó un poco al delicioso café de mi tierra, tenía un año de no deleitarme con esto.

Dylan me imitó, se lo tomó todo, al terminar la espuma se le quedó pegado en el bozo como un bigote. Ayer cuando nuestros rostros quedaron tan cerca, me asusté mucho, y comprobé que me gusta, su rostro estaba cambiando, ya le estaba saliendo vellos en la cara, ya tiene un poco de bigote.

» Bodoque, te doy la razón, no hay mejor café con leche que este. —sonreí.

—Falta lo mejor, la galleta de limón o el pan de leche, ¡te tomaste todo el café de una!

—¿Puedo tomar más?

—No estás acostumbrado a tomar leche pura. —comentó mi abuela.

—Dylan, después te da cagalera. —Le dije, mis abuelos sonrieron, él se quedó mirándome—. ¡Ajá! ¿Ahora no sabes lo que es? Te da diarrea. —Se puso rojo.

—No soy tan delicado, si el picante no me hace daño no lo hará la leche.

—De todas maneras, en la finca hay varios baños. —comento el abuelo—. Termina de comer y pásate pa’ este lado, mientras estés aquí, trabajarás las tierras. —En ese momento llegó papá.

—Suegro, ya estoy listo.

—¡Así me gusta la gente, holgazanes no! El hombre debe estar pa’ trabajar.

Dylan se tomó otro pocillo de café con leche y dos galletas de limón.

Mi abuela se retiró, como siempre ayudará en la cocina, mi mamá le ayudará, yo como pude me monté en los palos del corral, puedo ser gorda, pero era ágil, me reí mucho al ver la cara de Dylan cuando destripó la teta de la vaca. Con el paso del tiempo le tomó confianza y su rostro se iluminó cuando logró sacar leche.

—¡Aprendes rápido pelao, eso me gusta!

Los tres hombres ordeñaban, por lo cual terminaron rápido. Mi papá ayudó a bajarme porque pude subirme bien, pero a la bajada casi resbalo. Desayunamos cabeza e’ gato con suero y queso.

Me gustaba que Dylan era todoterreno, no dice no a la comida sin antes probarla, mi abuelo se le quedaba mirando como detallándolo o quien sabe qué pensaría. Era cierto que el señor Páez era seco, meticuloso, un hombre a la antigua.

Vi a Dylan hacer caras raras, no le presté atención. Tanto mi padre como el abuelo lo trataron muy bien, a mí nunca me llamaron para ordeñar, a él sí. Sentí algo de celos. Nos miramos y en ese momento súper que mi amigo estaba en aprietos. Me pedía ayuda… ¿Qué le pasaba?

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