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LA NIÑA Y EL PINGÜINO: CAPITULO FINAL

Pero el Pingüino no contaba con que lo correrían del lugar donde vivía, el pretexto que usaron fue que iban a remodelar el edificio y necesitaban desocuparlo por completo, se vio obligado a abandonar las instalaciones y buscar otro lugar donde pasar sus días. Por suerte un conocido suyo le rentó el cuarto de servicio de su departamento en la parte más alta del condominio. La habitación era sumamente pequeña y apenas si cabía una cama y podía moverse dentro de la habitación. Todas las chácharas que tenía las guardó en cajas y las apiló una sobre otra. No tenía servicios ni la mínima comodidad, pero el Pingüino no lo veía tan mal, con su habitual lógica que rayaba en lo excéntrico decía: “Estoy en el centro de la ciudad, muy cerca de todo lo que necesito, de aquí puedo desplazarme a donde yo quiera casi caminando, para mí ésta bien.” Razón suficiente para quedarse donde estaba.

“La niña”, como él la llamaba, lo seguía donde iba, parecía su sombra o una de sus extremidades. Aunque para mí y para muchos, ella no estaba en sus cabales y a veces soltaba cada incoherencia sin el menor desparpajo, se entendían perfectamente. Un amigo muy cercano casi me apostaba que en una noche de esas el Pingüino amanecería muerto, degollado o destripado por la fulanita, según él la chica tenía evidentes síntomas de esquizofrenia.

“La vieja esa lo va hacer pedacitos en cuanto le entre el diablo por la culata y ni quien se entere, no sabe a lo que se expone el cabrón este viviendo con una mujer que no ésta en condiciones de llevar una vida normal.” Pensándolo bien, la vida del Pingüino estaba muy lejos de ser normal.

Pero los males del Pingüino apenas empezaban, la persona que le rentaba el cuarto de servicio era un hombre bastante mayor y bastante condescendiente con sus excentricidades, desgraciadamente una noche amaneció muerto. Los hijos tomaron las riendas del asunto, la posesión de sus bienes y consideraron que el Pingüino era un invitado incomodo en el condominio y decidieron darle un aviso de desalojo. Protestó, rogó, suplicó, maldijo.., pero los herederos no dieron su brazo a torcer y amenazaron que pondrían sus cosas en la calle sino se retiraba por su propia voluntad. El Pingüino no era muy práctico, al contrario, era muy flojo y no le gustaba sentirse acosado ni estar bajo presión. Buscó una pequeña bodega donde meter todas sus cajas y pertenencias y decidió que se convertiría en un nómada moderno y dormiría cada noche en un lugar distinto. Y así lo hizo, un día estaba en una ciudad y al otro día en otra, cualquier hotel de mala muerte era un buen lugar para dormir y estirar las piernas.

En ese andar divagando le surgió una nueva actividad, la de jugador empedernido, se hizo adicto a los casinos y según él no le iba nada mal, tenía a “la niña” de amuleto y no había una noche que no sacara algo o por lo menos no perdía lo ganado. No volví a verlo durante varios meses y difícilmente se comunicaba. Una tarde nos encontramos en uno de esos mercados callejeros que ponen los sábados. Tianguis de Arte, los llaman., donde se puede encontrar desde una aguja hasta una locomotora del siglo pasado. Él estaba intercambiando o vendiendo algo, después de saludarnos le pregunte por su “niña”. Ahí en la plaza me dijo, bailando. Si efectivamente un grupo de músicos callejeros tocaban canciones sesenteras y la chica estaba en el centro de la plaza bailando alegremente como si no tuviera nadie a su alrededor se movía con un aire cadencioso y rítmico, Parecía feliz como una muñequita de cuerda, su aspecto había cambiado notablemente, no se veía flacucha sino con un cuerpo bastante bien moldeado y algo escultural. Ahora entendí a qué se refería el Pingüino cuando hablaba de sus mujeres. Él se encargaba de ponerlas a tono. Me dijo que en unas horas se irían a Puebla y de ahí posiblemente a Veracruz, que volviendo me visitaría en el taller y estuve de acuerdo. En eso quedamos…

Pero pasaron varias semanas o meses y no tuve noticias de su paradero, tampoco nadie lo había visto por los alrededores ni en los lugares que frecuentaba, su ubicación era un completo misterio. No me extrañaba porque sus decisiones eran bruscas y actuaba de acuerdo a su conveniencia y a las circunstancias, así que interprete que le estaría yendo bien y que la suerte le era favorable.

Una noche toco festejar a un compañero pintor, esos de la vieja escuela. Era su cumpleaños y decidimos reunirnos en el lugar de siempre a tomarnos una cerveza y pasar un rato ameno, con unas chelas y mucho bla, bla, bla... Me puse de acuerdo con un amigo para irnos juntos al viejo bar de intelectuales.

Cosa curiosa, pedimos una mesa para todos, nos atendieron con mucha presteza, hicimos el brindis y cuando me fije en el que amenizaba la reunión vi que era nada menos que el viejo Pingüino, su guitarra de cuerdas doradas y su negro gabán de siempre, cantaba “Martes de Rubí” de los Rolling Stone, una canción dulce y melancólica. Cuando terminó el tema sonaron los aplausos y me acerque a él para preguntarle donde había estado y porque estaba desaparecido tanto tiempo.

Ahorita voy contigo, me dijo.

Después de entonar un par de rolas más se acercó a la mesa, saludo a los presentes y nos pusimos a platicar. Me extraño verlo solo ¿Y “la niña”? Pregunte.

¿No sabías? Me dijo.

Encogí los hombros, ¿De qué me estás hablando?

Ella murió..

Su respuesta me dejo helado, la última vez que la vi parecía tan llena de vida, tan feliz, como una mariposa flotando alrededor de una flor colorida y aromática y ahora fallecida. Cuando todos apostaban que pasaría exactamente lo contrario este seguía ahí intacto y como sí nada. Me contó que se había puesto mal y empezó con dolores estomacales, los médicos le diagnosticado que tenía un problema con el apéndice y debía de operarse de inmediato, pero ella le tenía pánico a los hospitales no quería internarse y siguió un tratamiento alternativo aun así los dolores no pasaron.

Una mañana despertó con unos cólicos extremos cuando la llevaron al hospital la internaron de urgencia, los médicos no pudieron hacer nada por salvarla había sido víctima de una apendicitis aguda y todo su organismo se había contaminado provocándole la muerte. Eso fue lo que me contó y yo le creí. A pesar de que lo aparentaba bastante bien, dijo que su pérdida era enorme y que hacia lo posible por mantenerse firme y continuar sobreviviendo.

En cierta ocasión conversando con un amigo, el Pingüino salió a relucir en el dialogo. Le conté que me lo había encontrado y me contó el fatal acontecimiento. El amigo me miro sorprendido y me dio su propia versión de los hechos.

Hace unos meses todavía andaba con la chica –me dijo. Yo la note muy pálida, creo que se sentía incomoda y adolorida, fue a sentarse a la grada de una escalera, le pregunte al Pingüino que le pasaba y me dijo que le dolía el estómago, pero no vi ninguna reacción de su parte para tratar de ayudarla. No la llevo a ningún hospital ni a un nosocomio para que la atendieran, dejo que pasara. Yo creo que el maldito la dejo morir.

Todavía lo veo en las calles, se ve viejo y encorvado. A veces frecuenta los casinos, pero sin “su niña”, la suerte no le sonríe como antes.

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