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- Hijo - llama mi madre y él levanta la vista de su celular y me mira. Busco algún rastro de dolor en sus ojos, pero su expresión es impenetrable: estos son nuestros nuevos vecinos, Clarice es una vieja amiga mía y los niños son sus hijos. - mi madre está muy emocionada. Pongo los ojos en blanco.
¿Con tantos miles de millones de personas en el mundo y él tenía que ser el nuevo maldito vecino?
- Ana, hola. - Respondo cuando me doy cuenta de que todos me miran expectantes, incluso Él. - Eduard es de mi clase materna...- y entonces me doy cuenta de lo obvio, son hermanos. Maldita sea.
- Oh bien, ahora tienes con quien hacer el trabajo, ¿no? - dice mi madre sonriendo y su madre asiente con la cabeza y completa.
- Ed siempre tiene que ver con sus compañeros que viven lejos, ahora te tiene a ti. - dice ella y él también pone los ojos en blanco.
- Ya tengo Ángel, pero bienvenido. - respondo terminando de bajar las escaleras y saliendo corriendo a la cocina.
No puede ser, no puede ser verdad, como pueden ser amigos de mi madre. - Me niego a creerlo, mi estómago vuelve a gruñir y recuerdo por qué bajé a la cocina.
Empiezo a hacer una mezcla caliente, cojo la bandeja con el queso loncheado y otra con el jamón loncheado. El pan de molde está en el fondo de la alacena/despensa y me arrodillo en el suelo para sacarlo. Tomo un trozo de queso y me lo meto en la boca para calmar el hambre, termino de armar la mezcla, lo pongo en el vaso de la batidora y doy vuelta para sacar el jugo de la heladera.
Me detengo con la mano a unos centímetros de la nevera como si fuera altamente tóxica, al otro lado de la cocina está apoyando el hombro en el marco de la puerta mirándome y sonriendo. Lo miro sorprendida por unos momentos de que esté parado allí en silencio observándome. Que audacia.
- ¿Qué quieres aquí? - pregunto metiendo la cara en la heladera fingiendo indiferencia. Nada podría estar más lejos de la verdad en ese momento.
- Tenía sed y tu madre dijo que podía entrar y preguntarte aquí en la cocina. - responde con un tono de voz dulce, y yo lo miro con los ojos entrecerrados.
- ¿Así que en vez de pedirme agua, decidiste quedarte ahí mirándome? – pregunto sirviendo un vaso de jugo y extendiéndoselo.
- No, lo siento, solo pensé que era linda la forma en que te mueves en la cocina - se explica un poco avergonzado. Pero yo era quien debía disculparse, la culpa por tratarlo mal está martillando mi conciencia.
- Todo bien. - Respondo cuando recibe el jugo y toma un sorbo. - Hoy temprano fui muy grosero contigo también - respiro hondo, ahora que he empezado tengo que terminar de hablar - y la verdad es que lo hice sin razón aparente. - Termino y lo miro expectante.
- ¿Fuiste grosero conmigo? No recuerdo esto. - responde sonriendo, y dejo escapar el aliento que ni siquiera me di cuenta que estaba conteniendo. Pero luego me reprendo por sentirme tan aliviada de que me haya perdonado.
- ¿Quieres un sándwich? Puedo hacer uno para ti también. Las palabras salen de mi boca antes de que pueda detenerlo.
Pero, ¿qué fue cristiano? ¿Puedo hacerte uno? Eres un imbécil. - Lucho conmigo mismo. Pero me obligo a sonreír y fruncir el ceño cuando me doy cuenta de que mi sonrisa surge con demasiada facilidad cuando él está cerca. Por suerte, no parece darse cuenta de mi confusión mental.
- Por favor, señor. - responde y hace una reverencia ridícula.
- Señor, esta es su abuela. - Hablo de espaldas a él y escucho su risa detrás de mí. Yo sonrío.
Le entrego el bocadillo que me hice, que ya estaba listo para él y cojo una jarra de zumo de naranja natural de la nevera y le paso un vaso, y empiezo a hacerme otro bocadillo.
- Está listo para casarse. - dice después de tragar el primer bocado.
- Si vuelves a decir eso, te echo de la cocina a escobas. - Lo digo en serio, pero termino teniendo un ataque de risa histérica justo ahí cuando veo su rostro confundido y asustado.
- Lo siento, pero ¿qué dije demasiado? - pregunta luciendo dolido.
- No quiero casarme. - Respondo serio de nuevo mientras me seco unas lágrimas que bajaron gracias a mis risas. Aparta la mirada rápidamente, pero veo un atisbo de sonrisa en su rostro.
°°°
Apenas terminamos de comer empiezo a organizar el pequeño desorden que hice en la cocina, lo despido alegando que me gusta hacer las tareas sola pero él insiste en hacerme compañía.
Tardo más de lo habitual en limpiar la cocina, teniendo en cuenta que solo nos quedaron dos vasos, dos platos y el suelo con algunas migajas que se cayeron.
- ¿Quieres ayuda? - pregunta cuando termino de barrer y me acerco al fregadero.
- No es necesario, pero me encantaría que estuvieras secando los platos. - Hago una mueca dramática y él se ríe.
- Por mi todo bien. - Respondió ya levantándose y colocándose a mi lado.
- Sabes, acabo de darme cuenta de algo. - digo sin mirarlo.
- ¿Qué? - él pide.
- Aún no me has dicho tu nombre. - digo y le paso un plato para que se seque.
- Cierto, cristiano. - responde con sarcasmo.
- ¿Cómo sabes el mío? No recuerdo haberte dicho. - Hablo en tono acusatorio.
- Tengo mis contactos, cariño. - me guiña un ojo y regresa a mi lado luego de colocar el plato ya seco sobre el mostrador.
- Oh. - digo encogiéndome de hombros fingiendo desinterés.
- ¿No vas a insistir? - pregunta luciendo decepcionado. Y casi insisto. Casi.
- No.
- Le pregunté a Du. - dice sonriendo. Y pongo los ojos en blanco.
- Por supuesto que preguntaste. - digo y le entrego el segundo plato, quien se aleja para ponerlo en el mostrador.
Termino de fregar los platos y le entrego el último vaso, doy la vuelta y llevo los platos a la alacena y luego los vasos. Cuando doy la vuelta al mostrador para salir de la cocina, se detiene frente a mí. Sonriente.
- Encantado de conocerte, Roberto. - dice extendiendo su mano. Estrecho mis ojos hacia él.
- ¿En serio? - Pongo los ojos en blanco. - Con gusto Christian, pero ya lo sabes. - Extiendo mi mano, y siento un escalofrío cuando él aprieta mi mano ligeramente. Fuerte pero gentil.
- Necesito decirte algo. Dice todavía sosteniendo mi mano.
- Puedes hablar. Respondo, sosteniendo su mirada.
- Desde ese día en el cine no dejo de pensar en ti. - dice y siento disminuir el oxígeno en la cocina, causando presión en mis oídos. ¿Qué?
- Mira... - Comienzo a hablar, pero me suelta la mano y da un paso hacia mí, acortando la distancia entre nosotros. Trato de dar un paso atrás, pero mis piernas no obedecen mi orden, se sienten como si estuvieran hechas de gelatina. Y antes de que pueda salir del pequeño trance, él pone su mano en mi nuca y suavemente tira de mi cabeza hacia él.
Nuestros labios se tocan, lentamente al principio pero el beso se vuelve más intenso cada milisegundo, respondo con la misma intensidad y pongo mis manos en su cuello, siento que no puedo tomar ninguna otra decisión, todo mi cuerpo responde solo a él, sus manos bajan hasta mi cintura y me acercan a él. De repente se necesita aire y separamos nuestros labios el tiempo suficiente para que la realidad me golpee de lleno.
Siento que me pican los ojos por las lágrimas recién formadas. Y le doy una bofetada a Robert en la cara con tanta fuerza que me duelen los nudillos por la fuerza del impacto.
Me mira con los ojos llorosos y coloca su mano sobre la marca roja donde lo golpeé. Ni siquiera sé por qué lo hice. Pero lo hice.
Salgo de la cocina cuando la primera lágrima rueda por mi rostro.
Subo directamente a mi habitación, ignorando a mi madre que me llama cuando corro por la habitación. El maldito recuerdo parpadea tan vívidamente en mi memoria que siento como si estuviera siendo martillado en mi cabeza.
Me froto la boca con el dorso de la mano en un ataque de pánico, froto la manga de la camisa, luego la colcha, pero no parece suficiente. Corro al baño y aprieto desesperadamente la tapa del jabón líquido pero salen unas gotas, tomo la tapa y derramo mucho jabón en mi mano, tanto que se derrama en el lavabo pero no me importa.
Me froto la boca con fuerza, me duele, pero lo único que importa es quitarme el sabor a ese hombre de la boca. Las lágrimas bajan y se mezclan con la espuma en mi boca.
- No no no. - Lo digo casi como si fuera una oración. Levanto la vista y me miro en el espejo, y allí está él mirándome y sonriendo, con el pelo despeinado por el esfuerzo. - NO. - grito y golpeo el espejo como si lo estuviera golpeando pero él sigue ahí mirándome y sonriendo hasta que el espejo se hace añicos y cae sobre el lavabo. - No. - vuelvo a gritar pero mi voz es solo un susurro. Entro en la ducha y la abro al máximo, y dejo que el agua caiga sobre mí, eliminando el pánico y el terror poco a poco.
