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Capítulo 5: Dedo meñique

V

Rena abrió la puerta, con ese muy mal sabor de boca y con ganas de seguir durmiendo. Se quedó de una pieza al ver que Doug estaba listo y oliendo a dioses.

—¿Aún no te arreglas? Es temprano y debemos hacer muchas cosas. Por favor, date prisa, quiero llevarte a un sitio primero. Ya los organizadores del hotel están disponiendo el espacio para la ceremonia…

—Oh, dios… ¿Seguimos con esto? —preguntó la joven, intentando acomodar su cabello. Cuando se vio al espejo y se dio cuenta de que se veía como una indigente, pegó un grito y se metió al baño corriendo.

Doug no entendió lo que acababa de suceder, así que se sentó en la cama y le siguió hablando, aun cuando ya podía escuchar la ducha. Dentro, Rena no podía creerse que él la hubiera visto así y no que no le provocara náuseas.

—Doug, ya voy a salir, entonces…

—Está bien. Te espero en el lobby principal. Por favor no te tardes.

—¿En serio seguimos con esto?

Él nada más sonrió y salió de la habitación. Una vez que Rena ya no escuchó nada, se aventuró fuera del baño por completo desnuda y escogió ropa lo más rápido que pudo.

Ella había tenido una madrugada fatal. Luego de ir al bar y redactar un loco documento junto a Doug que estaba tan alucinante como ella, fue a su habitación a tratar de dormir un par de horas, cosa que se le hizo imposible al recordar lo que estaba por hacer. Ya sabía que él no era un psicópata asesino, se trataba de un empresario, CEO de su empresa, una de las más importantes del país en materia de construcciones. También que vivían en la misma ciudad, cosa que facilitaba un poco las cosas.

Lo que la inquietaba, fue lo que sintió cuando lo besó, solo porque quiso hacerlo. Porque siempre había querido saber qué era eso de lo que presumían sus amigas, al tener «una noche loca», con un desconocido. Aquello no fue solo la desesperación de estar ante un hombre como él, que iba más allá de lo atractivo, sino un revoloteo en el pecho, en el estómago y en el vientre.

Ella sabía que quien más ganaría con ese trato era él, pues se burlaría de Meredith, además de provocar un cólico en su familia que, según sus palabras, no lo trataba muy bien. A veces ver sufrir a ese tipo de personas no estaba tan mal. Ella nada más estaría del brazo de un hombre importante, hermoso; después, todo quedaría en un recuerdo.

Doug, que esperaba a Rena en un deportivo frente a la entrada del hotel, tampoco había pegado los ojos. Había sido muy cuadriculado toda su vida, sus decisiones casi siempre pasaban por un DOFA interno, para luego sí lanzarse a actuar. Con Rena, no entendía lo que estaba pasando, pero sí entendió que sintió terror cuando ella se despidió la noche anterior. Además, cuando la besó, su mundo se puso de cabeza y se contuvo solo porque Dios así lo quiso.

—¡Qué hermoso! —habló muy emocionada la joven, subiéndose al menudo y lujoso auto.

—Era el que quedaba para alquilar. Me alegra que te guste.

—Bien, ¿adónde vamos?

—¿No lo adivinas?

Douglas arrancó, deseaba hacerle saber a su futura esposa lo bien que conducía. Ella al inicio estaba emocionada, luego entonces de nuevo intentó disuadir lo que estaban por hacer. Hablaron todo el camino, ya el documento dejaba las cosas muy claras, y sobre todo que no impactaría mucho sus rutinas. Lo tomarían como si fuesen a ser roommates por tres meses.

De lo que ninguno se percataba, era de lo fácil que podían hablar entre ellos. Como si se conocieran desde hacía mucho tiempo y decidieran algo que ya estaba decidido. Al fin Doug se detuvo frente a una tienda, en una calle que parecía muy exclusiva.

—¿Qué es este sitio? —preguntó Rena, quitándose el cinturón de seguridad.

—En el hotel me dijeron que acá podría encontrar lo que necesitamos. —Dudó un segundo y la tomó de la mano—. Venimos por tu anillo de compromiso.

Rena no pudo ocultar su sorpresa y curiosidad. Se bajó de prisa, sin darle tiempo a Doug de abrirle la puerta. Después, le dijo que ella no necesitaba algo así, con ese que le había dado estaba bien.

—Ese anillo no era para ti… y tampoco quiero que uses el que te dio ese idiota. Será algo solo para nosotros. Por decirlo de alguna forma.

Sin darle tiempo a que siguiera alegando, Doug abrió la puerta pesada de vidrio y ambos sintieron el sosiego del aire acondicionado, el sol los estaba calcinando.

—¡Bienvenidos! —habló una alegre señora mayor.

—Gracias. Me han dicho que en este sitio puedo encontrar joyas especiales… pero creo que acá es más como un anticuario…

Douglas empezaba a desconfiar, en verdad pensaba que encontraría una joyería en exclusiva. Rena, en cambio, parecía feliz, todo ahí tenía un aire misterioso, espadas, estatuillas, brillantes broches.

—Vienes por una joya para tu novia, ¿verdad?

—Sí… aunque creo que no voy a encontrarlo… quiero un anillo de compromiso.

La mujer mayor se retiró un momento y regresó con una caja de madera muy antigua, que al abrirla desprendió un aroma casi nostálgico. Ahí, había unos preciosos anillos de muchas piedras.

—Hermosas… —suspiró Rena, tomando a Doug por un brazo.

Cuando él miró los ojos de la joven, supo que tal vez sí se encontraban en el lugar correcto. Cuando estaba por preguntar por la más especial, la dama mayor tomó uno en sus manos, y se lo extendió a Rena, cuyo rostro se iluminó.

—Este, mi niña, es un diamante rojo. Tras él hay una historia de amor eterno. —Rena lo recibió, aunque no se lo puso—. Un joven hace mucho tiempo, pidió hacerlo para pedir la mano de su preciosa novia. Lamentablemente, estalló la guerra y él tuvo que partir, sin haber podido casarse primero. Para que el muchacho supiera cuanto lo amaba, ella puso en su dedo pequeño, el único en que le encajaba a él, este anillo. «Así sabrás, que yo siempre estaré contigo, que tarde o temprano, volveremos a estar juntos, y lo pondrás de nuevo en mi mano», le dijo ella antes de partir.

»Ella lo esperó por mucho tiempo, mucho. Un día, él regresó, pero no con vida. En su dedo aún conservaba esa joya, que le fue entregada a la joven. Ella, destrozada, lo recibió y lo puso en su dedo, dispuesta a esperar estar juntos para siempre.

Rena no pudo evitar soltarse a llorar ante aquella triste historia, que Doug no se tragó para nada. Volteó los ojos hacia arriba, sabiendo que todo aquel absurdo cuento era una estrategia para que su prometida se prendara de esa joya.

—Ajá… por favor, quiero ver ese «diamante» con la lentilla —al fin intervino el novio que solo conocía de guerras comerciales.

La dama no tuvo dudas en darle el lente y al menos al inspeccionarlo, supo que era un diamante original. El color rojo era muy extraño, eso lo hacía demasiado especial, así que en eso no lo engañaba.

Rena se alejó un momento con los ojos empañados, para responder una llamada del hotel. En ese momento, Doug negoció con la dama de la tienda, y terminó comprándolo. La mujer se emocionó mucho, el precio era muy alto, no le importó, había pagado algo más por el de Meredith. Cuando Rena regresó, ya estaba hecha la adquisición.

—Mi niña… —dijo la mujer, tomándola de su mano—. Hazle saber, que le serás fiel hasta la muerte.

Rena no entendió nada y se asustó. Doug le agradeció a la mujer y sacó a su «novia» de ahí lo más rápido que pudo, el ambiente se estaba poniendo ya muy trágico.

—¿Qué crees que haya querido decir?

—Que me seas fiel, Rena… —susurró divertido—. Ya por favor no pienses en eso. Ven.

Frente a un jardín de rosas en un pequeño parque muy cerca, bajo el sol que los enceguecía, Doug sacó de su bolsillo la cajita que contenía el diamante rojo, luego tomó la mano de quien en horas sería su esposa temporal.

—Rena, este es mi primer regalo. Quiero que lo tengas siempre contigo, es exclusivo para ti, no quiero que me lo regreses… y cuando esto termine y lo cambies de mano… quizás al verlo, me recuerdes un poco como el hombre con quien hiciste una locura y entonces sonrías, solo para ti.

Rena vio como Douglas Akerman le quitaba ese anillo que no fue comprado para ella y ponían en su lugar uno que tenía una historia triste detrás. Él parecía algo nervioso, ella estaba estupefacta. Por fin entendió que era en serio, que se iba a casar con un desconocido que le estaba dando alegrías, que no había experimentado nunca.

Levantó un poco su mano y aquel diamante empezó a brillar y ella, a llorar. Douglas quiso decirle algo, pero ella fue más veloz al tomarlo por el rostro y besarlo de nuevo. Él se estaba acostumbrando a ese tacto, que le quemaba la piel y el corazón.

***

Fin capítulo 5

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