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Dedicatoria:

Con todo cariño y amor devoto...

Para esa hermosa e inolvidable mujer, a quién siempre admiré y quise como a nadie, mi madre... Juana Núñez, que me enseñó el gusto, no sólo por la poesía y la música, sino también por las historias negras...

Por esas tradiciones y leyendas que pueblan nuestra ciudad, nuestro país y que, sin duda alguna, son parte misma de la historia del México, que día a día se transforma y se adapta.

Jamás podré olvidar esos momentos que disfrutábamos juntos, mi madre y yo, cuando ella realizaba las labores del hogar y yo me centraba en las tareas escolares.

Era entonces cuando encendía la radio y, pese al éxito que comenzaba a tener la televisión en todo el país, aún había las llamadas radio novelas, o las radio series que trataban temas diversos.

Algunos muy entretenidos, incluso hasta divertidos, en los cuales los radioescuchas podían participar por medio de llamadas telefónicas, además del viejo y ya casi olvidado correo, por medio de cartas.

Y así, junto a mi madre, podía escuchar, mientras realizaba mis labores escolares, podía escuchar y disfrutar, desde el inolvidable Kaliman, el hombre fantástico, en la voz del actor y locutor colombiano, Gaspar Ospina, su inseparable discípulo y amigo Solín.

Siguiendo con los famosos personajes “Chucho el roto”, en la voz del actor y locutor Manuel Ochoa; Ahí viene Martín Corona, en la voz de Pedro Infante, acompañado por el Piporro. O la radionovela, Felipe Reyes.

En fin, tantas y tantas delicias para los oyentes, y cómo olvidar aquel famoso programa radiofónico, donde contaban historias de terror llamado: el monje loco, con su clásica “nadie sabe, nadie supo… la verdad sobre el pavoroso caso de…” y comenzaba la historia del día.

O aquel otro programa de misterio llamado: “el diario del doctor Brontë”, donde el médico contaba una historia noche a noche.

Incluso aquel programa de radio, con la voz del inolvidable Arturo de Córdoba, llamado: Carlos Lacroix, basada en aventuras de un detective cuya frase legendaria fue aquella de: “Dispara, Margot, dispara”.

O aquella otra serie de “Apague la luz y escuche”, programa en el que se narraban historias de terror y suspenso, dramas, que ponían la piel de gallina y provocaban tremendas pesadillas en los radioescuchas.

No pude tener mejores referentes en una época en que las comunicaciones no eran lo que son ahora, en que la información, no sólo era limitada, sino que además estaba severamente regida por los severos moralistas, que, si en el cine no permitían que las bailarinas enseñaran el ombligo, ¿Imagínense como eran para los programas de radio?

“Juanis...” ¡te amo!

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