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Capítulo I

¿Alguna vez te has preguntado por qué se detiene el metro bruscamente, en su trayecto de estación a estación, a cualquier hora, del día o de la noche y en diversas ocasiones, permaneciendo por mucho tiempo estacionado sin que nadie de una explicación o algún motivo por el cual se suspende el trayecto de esa manera?

Es que, la respuesta nadie la conoce con certeza, aunque, los funcionarios, empleados y supervisores, siempre encuentran una excusa cualquiera, para calmar al pasaje que en ocasiones se pone muy agresivo, lo cierto es hay un persistente rumor que corre entre los conductores de los trenes y que se ha hecho muy popular.

Las historias que se cuentan, sobre todo entre las personas que laboran de manera directa en el Metro, dicen que la mayoría de las veces, cuando el metro se detiene o frena bruscamente, se debe a tres principales causas:

La primera: A que una niña, de unos seis o siete años, delgada, de grandes ojos negros, los cuales se ponen rojos, y cabello lacio largo, con un vestido de color blanco que luce sucio y desgarrado, se aparece de pronto en las vías y es vista por el conductor que, ante el temor de arrollarla, oprime el freno con fuerza deteniendo el tren.

Seguro de que no la arrolló, y preocupado de que la niña se encuentre en el túnel, el conductor la busca con la mirada y para su desconcierto, no encuentra nada, incluso, se llega a bajar de la cabina para buscarla por los alrededores, descubriendo con asombro, que no hay nadie.

Hay quienes aseguran que no sólo el conductor puede verla, muchas veces van dos conductores en la cabina, o supervisores, o algún acompañante, bueno, pues también ellos la han visto y no son pocas las veces que con voz alarmada le dicen al conductor que frene el tren para no arrollarla.

Lo más perturbador de todo esto es que, una vez que el tren se detiene, el conductor, solo o con su acompañante, bajan a revisar, buscan de manera afanosa por todos los lugares cercanos y no hay huellas de la presencia de la niña, aunque, al caminar de regreso a la cabina del conductor, escuchan una risa infantil cavernosa y burlona que les pone los pelos de punta y los hace verse mutuamente.

Y aunque muchos aseguran que son figuraciones que sufren los conductores o las personas porque sus ojos centrados en la oscuridad del túnel, hacen que sus mentes comiencen a trabajar y les crean ilusiones ópticas, al menos así tratan de explicarlo, tal vez para consolarse a sí mismos de lo que no pueden explicar.

La segunda causa: Es la que con más frecuencia se repite entre los conductores del Metro, al menos así lo han dicho, ya que son muy pocos los que no han vivido un momento como ese y lo tienen muy presente.

Se trata de que, de la nada, de manera inesperada, aparece un espíritu, algunos aseguran que es mujer otros que es un hombre, de cualquier manera, este espectro, en la cabina del conductor, sin decir, ni hacer otra cosa, incluso sin voltear a ver a quién se encuentre en el lugar, con determinación, oprime el freno del tren, como si tuviera mucha urgencia de que el convoy se detenga.

Y después, voltea a ver a los ocupantes de la cabina, para desaparecer, ante la sorpresa del conductor y su acompañante que no pueden explicarse cómo pudo haber sucedido todo eso y ante sus propios ojos, no obstante, prefieren inventar cualquier excusa a dar explicaciones que no les creerían.

Los que han vivido alguna escena similar, aseguran que tanto al llegar el espíritu, como al marcharse, un helado frío los recorre de pies a cabeza, haciéndolos estremecerse y sintiendo una inquietud incontrolable en todo su ser.

La tercera de las causas: Se trata ni más ni menos que, de un tren fantasma que aparece en las vías circulando a la máxima velocidad permitida, bien puede ir al frente del tren normal o bien en sentido contrario sobre la misma vía, el caso es que de pronto se frena, provocando que el conductor del tren real haga lo mismo para evitar la colisión que nunca llega a producirse ya que el tren fantasma desaparece.

Algunos han asegurado que no desaparece, por el contrario, al frenarse, el tren real avanza y lo rebasa casi en su totalidad, o si viene en sentido contrario, simplemente se funden en uno mismo debido a la frenada del tren normal, hasta que el tren fantasma termina de recorrerlo por completo sin que nadie, o muy pocos, se den cuenta de ello.

Salvo por la terrible inquietud y nerviosismo que les deja una vez que el evento ha transcurrido, lo más inexplicable para todos, es que no sólo sucede a alguna hora determinada, en algún día especial, en una sola línea, ni en un solo carril, sino que acontece en cualquier parte y a cualquier hora.

Sería bueno, que conozcamos mejor todas estas causas y los motivos que las crearon, formando con ellas, leyendas urbanas que enriquecen la historia del metro y que pululan entre las sombras de los túneles que conforman el Metro.

Una historia en la que se mezclan la verdad y la ficción, la realidad y la fantasía, aunque, hasta la fecha, muchas personas experimentan situaciones que alimentan más y más esa historia que le dio vida y esplendor al terror en el Metro.

La historia que dio principio a todo lo relacionado con los hechos sobrenaturales en el Metro de la ciudad de México, comienza la noche del 21 mayo del año de 1969, tres meses antes de que se realice la inauguración la línea 1 del metro, esa que es conocida como la “línea Rosa” y que corre de Pantitlán a Observatorio.

Ya se tenía prevista y preparada la inauguración del Sistema de Transporte Colectivo, al cual, desde un principio, se le llamó Metro, y la fecha elegida era para el 4 de septiembre de 1969 y por lo mismo se estaban llevando a cabo todos los arreglos pertinentes y se aceleraba el entrenamiento de las personas que iban a laborar en los primeros recorridos del transporte suburbano.

Boleteras, las que iban a vender los boletos de acceso al Metro, vigilantes de torniquetes, asistentes de anden y, en especial, los conductores, todos ellos estaban en cursos intensivos para darle vida y movimiento al Metro.

Francisco Rincón, un hombre de 30 años, varonil, de facciones comunes, con 1.68 de altura, 60 kilos, simpático en su trato, fornido, moreno, con un bigote que siempre traía bien recortado, cabello negro y corto, era uno de los futuros maquinistas del naciente sistema de trenes subterráneos.

Siempre andaba bien arreglado, usaba camisa de diferentes colores, pantalón de mezclilla y no dejaba de aplicarse una colonia que lo caracterizaba por ese aroma tan conocido por todos, ya que era uno de los productos de una marca que se vendía casa por casa por medio de demostradoras.

Había ingresado al curso de preparación para conductor, por la recomendación que un amigo de él le hiciera al reclutador de personal, el cual le dio la oportunidad y Francisco, no la desaprovechó y se esmeró en aprender todo lo que le enseñaban.

Durante toda su vida, Rincón, no había sabido definir qué era lo que quería hacer en su vida, no sentía vocación por nada y no le gustaba la responsabilidad que implicaba tener un empleo y cumplir con un horario.

No sólo se aburría con la rutina de tener que laborar determinadas horas, sino que, además, no le gustaba que lo mandaran, no quería tener jefes, y mucho menos que lo regañaran por irresponsable, incumplido y apático, con las labores encomendadas.

Por otro lado, no tenía grandes habilidades, ni manuales ni de ningún otro tipo y mucho menos conocimientos, era el clásico aprendiz de todo y oficial de nada.

Para él, sólo era la diversión, el ligue y vivir la vida sin preocupaciones, era un tipo egoísta, apocado y que muy difícilmente tomaba una decisión, no le gustaba esforzarse por nada, mucho menos por nadie, tomaba la vida como se le presentara y siempre trataba de sacar lo mejor de las situaciones, si no lo conseguía, tampoco le importaba, al fin y al cabo, ya habría otras oportunidades para aprovecharlas.

Esa tibia noche de mayo, se encontraba en una cantina de barrio en compañía de unos compañeros, que como él se preparaban para laborar en el Metro y que en esa ocasión le celebraban su cumpleaños, lo cual sólo era un pretexto para beber y convivir, lo que para Francisco, era algo habitual en su existencia.

Los brindis se sucedían uno tras otro, el ambiente era agradable y todos se divertían en grande, olvidándose por completo de cualquier preocupación y comentaban de manera animada la preparación a que eran sometidos, algunos quejándose por lo riguroso de las normas, otros burlándose de lo fácil que era realizar aquel entrenamiento y muchos asegurando que muy pronto tendrían ascensos por sus capacidades.

Y aunque Francisco Rincón, era el festejado, eso no lo salvaba de “cooperar” a la hora de pagar la cuenta, ya que así era como lo acostumbraban y todos lo sabían.

Pancho, como lo conocían los más cercanos y sobre todo sus compañeros y amigos, se sentía feliz, estaba en su elemento, era lo que le gustaba hacer, beber y divertirse, y además, a su lado se encontraba Elsa Torres, la mujer que en las últimas semanas se había convertido en la más bella realidad de su vida.

Elsa, era una mujer de unos 25 años de edad, con su 1.58 de estatura, sus 55 kilos de peso, trigueña, de cabello corto y facciones atractivas, con un buen formado cuerpo y una sensualidad que desbordaba en cada uno de sus movimientos, ella se estaba capacitando para boletera del Metro.

Elsa, la sensual mujer, había vivido por dos años al lado de un hombre en amasiato, él era 15 años mayor que ella y supo seducirla y convencerla de que si vivían juntos la iba a tener como a una reina y que nada le faltaría.

Inocente e inexperta, ella creyó ciegamente en sus palabras y sin importarle nada, abandonó la casa de sus tíos en la que había vivido desde que quedara huérfana a la edad de diez años, y soñando con vivir rodeaba de amor y de atenciones, aceptó ser su amante, muy dentro de ella, creyó estar enamorada de él y deseaba disfrutar de la felicidad que le ofrecía de manera abierta y en bandeja de plata.

Si bien los primeros tres meses fueron una constante luna de miel, en la que mimos, cariños y buenos tratos la colmaban día con día, al cuarto mes, su paraíso se convirtió en un verdadero infierno, el hombre con frecuencia la humillaba, la maltrataba, con malos modos y ofensas verbales, también la dañaba físicamente, con jalones de pelo, cachetadas o empujones, sometiendo a Elsa, a lo que él le mandaba que hiciera.

La celaba en exceso, por lo que casi no podía salir a la calle ni hacer amistad con nadie, incluso ni con sus vecinas de la vecindad, a la que la había llevado a vivir, enclaustrándola en la vivienda que ocupaban, la cual, ella debía tener impecable, lo mismo que la ropa que él utilizaba, sin olvidarse de preparar la comida y tenerla lista para cuando él llegara.

Su amante, era quien se encargaba de llevar los víveres que se consumirían durante toda la semana, para que ella no tuviera ningún motivo para abandonar la vivienda.

No podía salir ni al patio de la vecindad a lavar la ropa o los trastes de la comida, si no estaba él en casa, cuando lo hacía, su amante salía con frecuencia para ver que estaba haciendo y pobre de ella si la encontraba platicando o distrayéndose con algo que no fuera la labor que había salido a realizar.

Elsa bien sabía de sus carencias personales, no tenía preparación académica, ni mucho menos experiencia laboral, volver al lado de sus tíos no era una opción ya que su amante iría a buscarla y de seguro la iba a tratar peor.

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