Capítulo 3
Siempre que puedo voy al cine. Me encanta ir allí, tanto sola como en compañía. Conozco a todas las personas que trabajan aquí y a veces incluso me dejan ver una película sin pagar entrada. Todos son muy amables y son la demostración de lo que decía mi abuela: - Con una sonrisa conquistarás el mundo - . Yo no he conquistado el mundo, pero este cine sí.
- ¡ Hola bebé! Claro, aquí tienes – dice Tessa, entregándome los dos billetes.
Le entrego el billete de diez dólares y luego me despido.
- ¿Podrías escucharme, por favor? - me pregunta el chico.
- Por supuesto – le digo con una sonrisa.
- Gracias - suspira.
Me hace reír porque soy consciente de que lo he interrumpido dos veces, pero él no sabe que aún no he terminado.
- Estaba tratando de decirte eso... - pero por tercera vez no lo dejo terminar.
- ¡ DIOS MÍO! - exclamo, luego lo tomo de la mano y lo arrastro hacia la barra del cine. - ¡ Me ponen mis dulces favoritos! - digo, tomando inmediatamente el paquete.
Miro a mi alrededor para ver qué más están vendiendo. Si no ha comido durante dos días, las palomitas de maíz no son lo ideal, ya que no lo alimentarán. Por suerte, hace unos meses también empezaron a vender aquí bocadillos.
- Hola, John – saludo al marido de Tessa. - ¿Podríamos darnos dos sándwiches rellenos, dos botellas de agua y una canasta grande de palomitas, por favor? - Pregunto.
- Claro, te los preparo enseguida – me dice John.
- Por favor, ¿puedes decirme algo? - me pregunta ese chico de nuevo.
- ¿Conoces estos dulces? - le pregunto y veo su expresión confusa. - ¡ Son fabulosos! Yo los llamo pedazos del arcoíris. Creo que nunca he comido algo más rico... - pero no termino la frase porque mi atención es captada por otra cosa.
Paso junto a ese tipo y llego a un estante en el bar.
¡Hasta ponen galletas!
Agarro un paquete y lo coloco en el mostrador junto con los dulces.
- ¿Alguna vez has comido estas galletas? Tienen chocolate amargo en el medio y es como… como darle un mordisco a un pedacito de cielo – digo, entonces mi mirada se ilumina. - ¡ Podríamos llamarlos así! ¡Pedazos de paraíso! No es un mal nombre, ¿no? ¿Quién más puede comer trozos del arco iris y trozos de cielo al mismo tiempo? - Yo le pregunto.
Está cada vez más confundido. Lo emborraché con mis palabras. Todo el mundo siempre me dice que hablo demasiado y que necesito aprender a callar, pero me gusta hablar.
Vuelve con nosotros Juan.
- Aquí tenéis, chicos. Entonces - dice, concentrándose en calcular cuánto tengo que pagar. - Dos bocadillos rellenos, dos botellas de agua, palomitas grandes, dulces y galletas. Son...quince dólares - .
- Aquí tienes – digo entregándole el dinero.
- ¡ Gracias! ¡Disfruta la pelicula! -
- ¡ Gracias, Juan! - exclamo, luego me giro para llegar a la sala donde proyectarán la película.
- Escúchame, yo... - lo intenta por millonésima vez.
- ¿Puedes ayudarme un momento? - Yo le pregunto.
Me giro hacia él y le dejo los dos bocadillos, una botella de agua y palomitas gigantes. Él toma todo, luego camino hacia la habitación.
- Hola Liz – saludo a la chica que revisa los billetes.
- ¡ HOLA! Ha pasado un tiempo desde que apareciste - .
- Sí, estaba ocupada con los deberes - digo, mientras le entrego nuestros boletos.
- No te preocupes, no hemos proyectado nada importante en este período. Pero estoy feliz de haberte vuelto a ver- .
- Yo también - .
Entramos a la sala e inmediatamente localizo nuestros asientos. Nos sentamos e inmediatamente abro mis galletas.
- Estoy intentando decirte que... - vuelve a decir.
- Shh. Empieza la película - digo, mordiendo una galleta.
Me mira confundido. Probablemente se esté preguntando por qué nunca lo dejo hablar.
Me entrega toda la comida que le di antes.
- Estos son tuyos - dice.
- Estoy comiendo galletas, no me gusta mezclar dulce y salado. ¿Por qué no te los comes? - Le sugiero.
Veo su expresión de sorpresa.
Tiene hambre como un lobo y sólo espero que esta comida sea suficiente para que se sienta mejor. Compré bocadillos para darle de comer, palomitas para levantarle el ánimo y sobre todo elegí el cine porque sé que aquí la calefacción siempre está encendida. Su ropa gastada no pesa tanto y se está muriendo de frío. De todas las películas que proyectan, Capitán América es la que más dura. Permanecerá abrigado y cómodamente sentado en estos sillones durante unas buenas dos horas.
Sólo espero que sean suficientes para hacerlo sentir un poco mejor.
Mis ojos están pegados a la pantalla y mis labios repiten la mayoría de las líneas de memoria.
Siento un dedo golpeando mi brazo y me doy la vuelta.
- El sándwich – dice entregándomelo.
Se comió uno, pero todavía cree que el otro es para mí. Me hace sonreír porque realmente parece un tipo reflexivo.
- Adelante, cómelo, aún me quedan las galletas y los dulces. ¿Quieres probarlos? - le pregunto entregándole ambos paquetes.
Parece congelarse, tal vez finalmente lo haya entendido.
- Gracias – susurra, dándome una sonrisa avergonzada.
- ¿Acerca de? - pregunto, fingiendo que no pasó nada, pero haciéndolo sonreír. - Ahora veamos la película, porque esta es una de mis partes favoritas – susurro.
Él asiente y continúa mirando. Lo veo comerse también el segundo sándwich y luego la canasta de palomitas. De vez en cuando le robo algo, pero luego le doy galletas y dulces. Él me agradece cada vez.
Cuando termina la película tiramos todos los residuos al cubo que hay justo fuera del cine y en un instante nos encontramos de nuevo en el frío de estas calles.
- ¿Por qué hiciste eso? - me pregunta encogiéndose de hombros.
- No sé de qué estás hablando - Estoy fingiendo.
No es gratitud lo que quiero. Me gusta ayudar a la gente porque me enseñaron que es algo que enriquece el alma y en este momento me doy cuenta que pasé una linda tarde. Lejos de las discusiones en casa y felices con un chico cariñoso.
Notamos que una familia pasa a nuestro lado. Levantan la nariz cuando pasan junto a este tipo y yo frunzo el ceño. Lo están juzgando por su olor, pero presumiblemente no tiene dónde quedarse, ni siquiera tiene una ducha para lavarse. La gente juzga sin saber.
Él lo nota y da un paso para alejarse de mí, como si quisiera evitar que lo oliese, entonces veo al padre alejando a sus hijos, como si no tuviera que protegerlos de él.
