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Capitulo 1: A la Luz de la Luna Llena

Capítulo 1: A la Luz de la Luna Llena

El pasado nos consume, la verdad nos persigue, la venganza se ha vuelto nuestro verdugo.

Secretos del pasado buscan su luz para que la verdad sea revelada, no impor-ta cuántas personas se interpongan, la verdad surgirá y la muerte de los traido-res caerá.

Ten cuidado, muchas veces buscamos a la persona perfecta y al no encontrar-la, dañamos a esa persona que de verdad nos ama.

Cuando un hombre lobo está buscando a su mate, espera de ella que sea de esas típicas mujeres que les encanta usar vestidos de seda extravagantes, que las hace destacar y más por su belleza. ¿Pero qué pasaría si el alma gemela de un hombre lobo cambia todo eso?

El aire en el Gran Salón de la mansión Whitman era espeso, una mezcla em-briagadora de perfumes caros, sudor sutil y el dulzón aroma del vino espumo-so. Cientos de cabezas, ataviadas con los atuendos más finos que el dinero podía comprar en el mundo lobuno, se movían en un torbellino de conversa-ciones susurradas y risas tintineantes. Los candelabros de cristal colgaban del techo como cúmulos de estrellas congeladas, derramando una luz brillante sobre un mar de seda, encaje y trajes impecables. La música, una melodía clá-sica que intentaba sonar sofisticada, se perdía en el murmullo constante, transformándose en un zumbido vacío para mis oídos. Era la fiesta de presen-tación de los jóvenes lobos, un desfile de vanidad y búsqueda de estatus dis-frazado de tradición. Y yo, Grey Maximus, estaba ahogándome en ella.

Mi padre me había arrastrado hasta aquí por ─compromiso─, una excusa que usaba cada vez que quería que fingiera ser una socialité más de este circo. Podía ver su mirada a lo lejos, una mezcla de orgullo y preocupación, como si supiera que en cualquier momento explotaría o simplemente desaparecería. Y, joder, no estaba equivocado.

Mis ojos vagaban por el salón, observando a las ─damas─ de la manada. To-das parecían clones: cabello perfectamente peinado, sonrisas forzadas, y cada una con un vestido más extravagante que la anterior, diseñado para resaltar su figura y atraer la mirada de algún Alfa que, con suerte, las reclamaría como sus mates. Patético. Se comportaban como pavos reales en celo, pavoneán-dose con la esperanza de ser la elegida, la ─Luna─ de algún idiota con poder. Era un juego que nunca entendí y que nunca quise jugar.

Y luego estaba yo. La mosca en la sopa, el clavo en el zapato. Mis atuendos siempre eran una declaración silenciosa de mi desprecio por esta farsa. Me había negado rotundamente a ponerme uno de esos vestidos que mi nana me había suplicado que usara. ¿Para qué? ¿Para parecer una más? ¡Ni de coña! Así que aquí estaba, en medio de un mar de glamour, con mis pantalones de mezclilla sueltos, una camiseta negra de mangas cortas que me quedaba có-modamente, y mis tenis Nike también negros. Sí, tenis. En una fiesta de ─alta sociedad─ lobuna. Sabía que no iba acorde a la situación. Y, joder, me impor-taba un rábano.

Jamás me ha importado lo que las personas digan o piensen de ella. Siempre he vivido a mi manera. Siendo humana —o al menos, eso es lo que la gente cree— todos se me quedaban viendo de mala forma. Algunas mujeres me veían con asco, otras con enojo, envidia, e indiferencia. Podía sentir sus mira-das, sus susurros ahogados sobre lo ─inapropiado─ de mi vestimenta, sobre mi ─actitud desafiante─. Me hacían sentir una marginada, pero la verdad era que yo misma elegía esa marginalidad. No quería ser parte de su mundo, no quería su aprobación. La única razón por la que estaba aquí era por mi padre, quien me había enviado en representación, porque él no podía asistir. Y por más que él me insistió en usar un vestido, fue un caso perdido, ya que ella siempre se sale con la suya.

Mi objetivo era claro: buscar la barra, encontrar el trago más fuerte que tuvieran y perderme en algún rincón oscuro hasta que esta tortura terminara. Mientras me dirigía hacia mi salvación líquida, una voz demasiado chillona, tan aguda que hasta sentí mis oídos doler, me atravesó.

─No sé cómo permiten que la gentuza entre a esta clase de eventos.─

Me detuve en seco. No necesitaba girarme para saber de quién venía ese co-mentario. El perfume empalagoso de vainilla y jazmín ya me había alertado de su proximidad. Lexi. La ex-Luna. Siempre tan arrogante, tan convencida de su superioridad. La reina de las hipócritas, con una corona invisible de desprecio.

Giró lentamente, mis ojos encontrándose con los suyos. Me miraba como si fuera una basura, como si mi presencia contaminara el mismo aire que respi-raba. Pero su intento de intimidación solo consiguió que una risita, una verda-dera, sin burla, sino de puro hastío, escapara de mis labios. Era una risa que decía: ─Dios, qué patética eres─.

─Créeme─, respondí, mi voz monótona, casi aburrida, pero con un filo de ace-ro oculto, ─si no permitieran la entrada de basuras, tú estarías en un vertede-ro.─

Su mirada demostraba todo su odio. Su rostro, que antes intentaba mantener una expresión de superioridad, se puso rojo por la rabia que tenía. Su boca se abrió, lista para soltar otra diatriba, pero fue interrumpida por las luces. En ese momento, las luces del salón se enfocaron en el escenario, anunciando el inicio de la ceremonia de presentación.

─Esto no se quedará así, estúpida, pagarás por tu insulto─, siseó, su voz ape-nas un murmullo furioso antes de que el brillo de los focos y la atención de la gente se la llevaran. Y sin más, se fue, engullida por la multitud que se agol-paba hacia el escenario.

Aun así, agradecí que se haya ido. ¡Dios, qué alivio! Así yo me podía escabullir de esta aburrida fiesta. Jamás me han gustado las fiestas; son un verdadero fastidio. Si acepté venir fue por mi padre, y además, no sé ni en qué honor es, y no tengo ánimos de preguntar. Mi única meta era desaparecer.

De manera sigilosa, aproveché la distracción de la gente que se movía hacia el escenario. Me deslicé entre los cuerpos, moviéndome con una habilidad que solo se gana con años de evadir compromisos sociales. Con cada paso, sentía que me liberaba de las cadenas invisibles de las expectativas. No era una bai-larina, pero mi evasión era un arte. Conseguí que los guardaespaldas de mi padre no me vieran, su atención dividida entre la seguridad y el espectáculo que se desarrollaba en el centro del salón.

Salí por la parte trasera, por una puerta discreta que conducía a un lugar que amaba más que cualquier salón de baile: un hermoso bosque. El aire fresco de la noche, el aroma a pino y tierra húmeda, era un bálsamo para mi alma. La luz de la luna llena se filtraba entre las copas de los árboles, creando un tapiz de plata y sombras en el suelo. Siempre me ha gustado ver el bosque en la noche de luna llena. Hay algo en su silencio, en su majestuosidad, que me tranquiliza.

Pero esta noche, era diferente. No era solo la paz que buscaba. Había una fuerza, una energía sutil que me llamaba, que tiraba de mí hacia las profundi-dades del bosque. No era miedo, no era curiosidad ordinaria. Era algo más pro-fundo, un anhelo que resonaba en mi interior, como si una parte de mí estu-viera siendo atraída hacia algo desconocido pero vital. Era una conexión que no podía explicar, pero que sentía en cada fibra de mi ser. Mis pies, casi por voluntad propia, se adentraron en el umbral de los árboles, dejando atrás la farsa de la fiesta, las miradas de juicio y las expectativas. Me adentré en la os-curidad plateada del bosque, sin saber que estaba caminando hacia mi propio destino, hacia la revelación de una verdad que cambiaría mi vida para siempre. La Luna Roja se alzaba en el horizonte, y yo, sin saberlo, estaba a punto de encontrar mi camino.

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