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Capítulo 2 La intrusa

El ruidoso repiqueteo de sus tacones sobre el piso de baldosas, al recorrer el pasillo exterior, nos advierte que nuestra flamante nueva directora ejecutiva, está a punto de hacer su aparición. Todos los empleados han sido congregados en la gran sala de reuniones, lugar escogido para la presentación formal de la nueva al mando… mi jefa.

Recordarlo hace que la bilis suba hasta mi boca. Llevo la mano hasta mi cuello y me aflojo la corbata, porque de repente siento que me falla la respiración. En pocos minutos podré verle la cara a la arpía que clavó sus garras en mis pelotas y las hizo trizas. Mi pierna derecha rebota una y otra vez de manera inquieta mientras espero a que la fulana jefa aparezca. Observo el reloj y constato que, en su primer día de labores, ya demuestra su falta de respecto con el horario. Gruño como perro rabioso. ¿Es esta la clase de persona que eligen para que dirija una empresa tan importante como esta? Menuda equivocación.

No puedo dejar de recordar lo perturbador y humillante que fue para mí el instante en que la noticia se divulgó a través de un comunicado por la mensajería interna de la empresa y en el cual se notificaba de manera formal, el nombramiento de la nueva directora ejecutiva de Sutton International Design. Aun después de todo este tiempo sigue revolviéndome las tripas. Ni la hiedra venenosa provocaría tanta irritación como la que me produjo el repentino anuncio. Estaba reacio a creer que el cargo por el que estuve trabajando durante largos años, uno para el que estaba seguro, sería electo, en el último instante me fuera arrebatado de las manos por esa arpía oportunista. Solo pude convencerme de que era real una vez que la noticia me explotó en cara como una bomba y echó por tierra todas mis aspiraciones.

Desde entonces tuve que proveer mi despensa de medicamentos con unas cuantas botellas de antiácido. Fue una burla para mi ego maltrecho, el que una mujer fuera la causante de mi malestar. Estuve a punto de destrozar toda mi oficina al ver el mensaje en la pantalla del ordenador, que, para el peor de todos mis males, se quedó colgado como un recordatorio a la dolorosa realidad que estaba viviendo. Fue como una bofetada a mi orgullo, incluso, para mi propia hombría. Era el hazmerreír y la comidilla del día. El nuevo entretenimiento para los chismes que se cuchicheaban por los corredores de la empresa.

Respiro profundo y clavo la mirada en la puerta en cuanto la perilla gira con lentitud. Todas las cabezas giran al unísono y centran su atención en el mismo punto. El bullicio es remplazado por un cauteloso silencio. El primero en entrar es mi mejor amigo, Jefferson Evans, jefe del departamento de Recursos Humanos. Mi cuerpo entra en tensión y cada uno de los músculos que lo conforman. Va vestido con uno de sus acostumbrados trajes a la medida, uno que usa solo para ocasiones especiales como esta. Ruedo los ojos, no hay una maldita ocasión especial en lo que a mí respecta. Pero lo más molesto del asunto es esa arrogante e insoportable sonrisa ensayada que tira de su boca y divide su rostro en dos mitades perfectas. La misma que utiliza cada vez que una mujer atractiva entra en su radar. ¡Maldito imbécil! Debería borrársela a punta de puñetazos. De inmediato, hace aparición el objeto de mis rabietas y constantes pesadillas, la trepadora que cambió mi destino en esta empresa.

Un murmullo generalizado se escucha en toda la habitación una vez que la hermosa rubia acapara la atención con su atractiva presencia. Su fragancia es la primera en esparcirse por toda la sala como una poderosa poción mágica para encantar a cada uno de los presentes, sobre todo, a los hombres que la miran como caníbales a su presa. El dulce aroma floral emborracha a los más ávidos, quienes con disimulo repasan con ojos voraces a la presencia cautivadora. Trago grueso. Sus largas y torneadas piernas descansan sobre un par de preciosos estilettos negros con tacón de aguja de la marca Manolo Blahnik. Estos se adhieren al contorno de sus finos tobillos a través de unas delicadas cintas de raso. Desplazo la mirada hacia arriba y quedo perplejo con ese hermoso cuerpo de sirena que va cubierto con un elegante y discreto traje ejecutivo que abraza sus sinuosas curvas como una segunda piel. ¡Válgame Dios! No puedo negar que es una mujer muy hermosa y atractiva. Por más que intento ignorarla, no puedo apartar la mirada de ella. Además de arpía, es una maldita bruja encantadora y un imán para la vista.

Su larga cabellera de ondas doradas y brillantes se desparrama sobre su espalda como cascada y se extiende hasta acariciar su diminuta cintura de reloj de arena. Su piel cremosa es tan tersa que parece hecha de porcelana y ese precioso rostro acorazonado es realzado por un fascinante par de ojos almendrados de color celeste intenso, que te atrapa cual telaraña y te deja sin respiración. Tiene la naricita perfilada, labios gruesos y carnoso que van delineados con un brillo natural para hacerlos ver más provocativos y deseables. Sacudo la cabeza para zafarme del hipnotismo momentáneo al que nos está sometiendo esa bruja maquiavélica. Sin duda alguna, esa arribista es un arma de destrucción masiva de la que cualquier hombre debe cuidarse. He de tener precaución con esa atracción irresistible y natural que engatusa con la primera mirada. Tiene a más de uno en esta sala con la boca abierta y con la baba chorreando sobre sus trajes. Sin más preámbulo, Jefferson da inicio a las presentaciones.

―Damas y caballeros, muy buenos días tengan todos ―no puedo compartir la misma opinión―. Como recordarán, hace casi tres semanas enviamos a todos un comunicado interno en el que se les informaba de manera oficial el nombramiento de la nueva directora ejecutiva de la empresa ―aquella última frase me cae como una patada directa al estómago―, y, de igual manera, la fecha en que estaría asumiendo el mando y control de nuestras operaciones. Así que ―vuelve a mostrar esa ridícula sonrisa que ya me causa constreñimiento―, sin más preámbulos, es un honor para mí y para nuestra empresa, presentarles a la señorita Victoria Kent, quien a partir de hoy estará llevando las riendas de Sutton International Design.

Aplausos y vítores ensordecedores se oyen en simultáneo para darle la bienvenida a la entrépita usurpadora. Una furia candente se esparce como llama voraz por todo mi cuerpo y está a punto de incinerarlo. Aprieto los puños mientras mantengo las manos escondidas bajo la mesa, para evitar que otros noten mi desacuerdo con la nueva designación. Me quedo sentado cuando el resto de los presentes se pone de pie para conocer y darle la calurosa bienvenida a la nueva jefa. Los muy traicioneros se acercan a ella para estrechar su mano y darle un cordial recibimiento como si la usurpadora ya fuera parte de la familia ―malditos lambiscones―. Soy ajeno a la algarabía de todos mis compañeros. Me mantengo indiferente a lo que sucede al rededor. La mirada de la susodicha se desvía con discreción hacia el lugar en el que permanezco atornillado. Muestro una actitud serena, pero, por dentro, la indignación y la rabia se cocinan a punto de ebullición. Entrecierra los ojos, me escruta con curiosidad y gesto confuso debido a la actitud indiferente que he adoptado ante su presencia.

Bien, espero entienda que no es del todo bienvenida. Enfrento su mirada y le dejo claro que, todos menos yo, está entusiasmado por su llegada. Debe verme como un adversario con el cual debe tener mucho cuidado, porque estoy dispuesto a dar dura pelea para recuperar lo que me pertenece por derecho. Le devuelvo una mirada llena de absoluto desdén. En ningún momento hago un mínimo intento para acercarme o reconocer a la intrusa.

Una vez concluidas las presentaciones, se acomoda frente a todos para ofrecer unas breves palabras de agradecimiento a los presentes. ¡Comienza el espectáculo!

―Es un orgullo y un gran placer para mí estar hoy junto a ustedes, más aún, saber que cuento con todo su valioso apoyo. No lo duden, les aseguro que todos mis esfuerzos estarán dirigidos a lograr que nuestra empresa siga siendo la mejor del país ―bla, bla, bla, bla―. Trabajaré para que los altos estándares de servicio y calidad sean nuestra carta de presentación, tanto para las futuras adhesiones, así como también, para nuestra actual cartera de clientes. Gracias por su amable recibimiento.

Sus ojos continúan escudriñándome mientras pronuncia sus últimas palabras. Los aplausos vuelven a estallar tras su discurso, al mismo tiempo en que la puerta se abre una vez más. Anderson Sutton, dueño de la empresa y a quien considero como a un padre, hace acto de presencia para recibir a la nueva integrante.

―¿Eres la encantadora, Victoria Kent? ―pregunta con caballerosidad, mientras le tiende la mano para saludarla―. Es un placer para mí conocerte, por fin, en persona. Me han hablado muy bien de ti y tus credenciales no hacen más que demostrar que hemos hecho la mejor elección. Lamento no haberme presentado antes, pero las ocupaciones me lo impidieron hasta ahora.

Un tenue rubor se esparce por la cara de la hermosa arpía como respuesta a los elogios recibidos.

―Al contrario, señor Sutton, el placer es todo mío ―toma su mano y la estrecha con firmeza―. Trabajar con ustedes hombro a hombro y acompañarlos de ahora en adelante, es uno de los retos más importantes en mi vida profesional ―ruedo los ojos al escuchar esa repetitiva frase cliché―. Demostraré que no se han equivocado al elegirme ―sonríe con dulzura y piensa que, con el gesto adulador, puede conquistarlos a todos―, estoy más que decida a entregarme en cuerpo y alma a esta empresa ―eso no lo pongo en duda―, hacerlos sentir orgullosos, además de satisfechos, con los resultados que obtendremos con el trabajo que vine a desempeñar.

Maldigo por lo bajo. Muy astuta y aduladora, ha resultado ser la recién llegada que cree que con sus halagos tendrá en saco a todos los directivos. Llegó la hora de que acabe con el ridículo show que se acaba de montar. Es el momento adecuado para hacerle saber quién lleva la batuta en este lugar.

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