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Capítulo 1. Buscar desinhibirse.

«La vida consiste en un constante devenir. Está basada en una serie de cambios, que solo pueden ser alcanzados si aceptas el desprendimiento que cada uno de ellos conlleva».

Por algún absurdo motivo, Valeria Gallaher recordó las palabras con las que el instructor de sus clases de Liderazgo iniciaba sus charlas mientras entraba al Lani Kai, un bar de estilo hawaiano ubicado en el concurrido barrio Soho de New York.

Como gerente de venta y mercadeo de Gallaher Properties, la empresa de bienes raíces de su padre, debía velar por la formación y entusiasmo de los ejecutivos a su cargo, y mensualmente recurría al casi sabio y ya muy anciano Mijail Gorbach, para que se ocupara de esos menesteres.

Era habitual que el hombre comenzara sus clases con una frase lapidaria como: «si no aceptas el desprendimiento, nunca lograrás el cambio», expresiones que le quedaban grabadas a fuego en la memoria y solían salir a la luz en momentos realmente inoportunos. Como ese.

Se escurrió entre la marea de personas que se encontraban en el recinto hasta alcanzar la barra. Desabotonó la solapa cruzada de su grueso abrigo blanco y se lo quitó junto con la bufanda color salmón que le protegía el cuello colgándolo en el respaldo de una silla.

El invierno en la gran manzana parecía acentuarse cada noche, pero ella había tomado una decisión y ni si quiera el gélido aire decembrino sería capaz de desviarla de su camino.

Esa noche buscaba un cambio.

Al sentarse, se inclinó en la barra y cruzó los antebrazos por encima de la madera del mesón. Apoyó sobre ellos el pecho, de esa forma lograba hacer destacar los senos en el escote de su blusa.

Deseaba verse sensual. Pidió un Martini y suspiró mientras evaluaba los alrededores.

A sus veintiocho años tenía más éxitos laborales que dedos en las manos, sin embargo, solo necesitaba de una para enumerar a los hombres que habían pasado por su vida.

Sus amigas, Ashley e Ibiza, semanas atrás se habían marchado de vacaciones a Orlando con sus esposos e hijos en un paseo «familiar», y ella, por ser la única del trío que no tenía ni perro que le ladrara, no se había animado a asistir.

Comenzaba a sentirse sola. Pasaba la mayor parte de su día en el trabajo, porque era allí donde encontraba compañía.

Lideraba un grupo de ejecutivos que la escuchaban, le narraban sus conflictos y ansiedades, debatían sus propuestas y hasta la hacían reír con sus anécdotas y ocurrencias.

Al terminar la jornada laboral se hundía en la soledad de su departamento, donde ni siquiera un gato la acompañaba, ya que la última mascota que había tenido murió atacada por el iracundo pitbull de un vecino un par de meses atrás, por haberse metido en su jardín buscando la comida que ella no le había dejado en su bandeja.

Cada vez que su padre la llamaba por alguna emergencia laboral, lo dejaba todo y corría a atender sus dictámenes, sin importarle la hora o los compromisos que anteriormente había adquirido. Mucho menos, la situación de los seres que dependían de ella.

La pérdida de su único compañero y la lejanía de sus dos amigas acentuaban el vacío que sentía. Por eso se encontraba en ese bar, aceptando el desprendimiento de sus vínculos afectivos e intentando hallar otros.

Agradeció con una sonrisa al barman por entregarle la bebida que había pedido y procuró relajarse en el asiento frotando con la punta de un dedo el borde superior de la copa. Imitaba las tácticas de seducción que en una oportunidad le había enseñado Ashley.

Su intención era destilar sensualidad, para captar la atención de algún hombre atractivo, rico y exitoso, que no se sintiera opacado por sus logros laborales y le otorgara una vida más alegre y satisfactoria.

Pero ese no era un trabajo fácil. Debía considerar de su posible «novio» sus títulos universitarios, su cuenta bancaria y su posición laboral. No porque esa fuera su preferencia, sino porque eso le aseguraría que su padre lo aprobara.

Ese era en realidad el motivo que le dificultaba mantener una relación en su vida.

Para William Gallaher, su padre, los hombres que tuvieran ingresos económicos por debajo de los suyos y no encajaran en su exclusivo grupo de amistades no eran considerados un buen partido para su chiquilla.

Los relegaba al listado de las «conquistas por diversión» que Valeria podía tener como distracción. Sin embargo, nunca permitía que fueran más allá. De alguna forma intervenía para mantenerlos alejados.

Lo peor de todo, era que ella lo dejaba opinar sobre su vida sin quejarse. William siempre había tomado buenas decisiones y a Valeria le gustaba caminar sobre terreno firme. Temía cometer errores.

La risa sonora de un hombre sentado en la esquina derecha de la barra le puso de punta los vellos de la nuca y la sacó de forma brusca de sus divagaciones.

Por el rabillo del ojo miró como el sujeto, un rubio de cabellos cortos, mandíbula cuadrada y ojos verdes, reía ante las ocurrencias que le decía al oído una mujer delgada, de nariz respingada y labios finos.

Su risa resonaba como un tambor y le hacía vibrar el cuerpo entero, que ya le temblaba de manera imperceptible por la ansiedad.

Trató de ignorarlos, pero la voz del rubio le erizaba la piel y la obligaba a prestarles atención. Con disimulo se viró hacia él hasta chocar con su profunda mirada.

Con sus ojos diamantinos, él la evaluaba. Ella se permitió observarlo también con descaro, pudiendo detallar su perfecta anatomía.

La chaqueta del traje le hacía resaltar unos hombros anchos y rectos, capaces de preceder a unos brazos surcados por músculos, y la camisa negra que llevaba puesta tenía los primeros botones abiertos. Dejaba al descubierto un pecho bronceado cubierto por una fina capa de vello dorado, que la mujer que lo acompañaba le acariciaba con cierta pereza.

Por instinto, ella se relamió los labios. Anheló ser quien tenía su mano apoyada en ese pecho que a la distancia parecía fuerte y cálido.

Apretó los muslos para soportar el oleaje de emociones que se desató en su vientre y le produjo un cosquilleo en sus partes íntimas. Así pudo percatarse que su necesidad de afecto se encontraba en un nivel alarmante, resultando, incluso, evidente.

El hombre había notado su estado y ahora la veía como un halcón al acecho.

Avergonzada, giró el rostro hacia la esquina contraria del bar, donde tres empresarios de avanzada edad conversaban animados sentados en cómodos sillones tipo lounge.

Luego echó una ojeada hacia la pista de baile, donde algunas parejas disfrutaban de los ritmos latinos que esa noche había elegido el Dj’s para amenizar el lugar. Quería bailar, mover las caderas al son de la música y permitir que las ondas del sonido le penetraran las venas y la transformaran de pies a cabeza.

El baile la ayudaba a arrancarse los miedos del cuerpo, era su válvula de escape. Con él se liberaba de ataduras, expandía su mente y hasta se volvía más desinhibida, pero en ese momento debía concentrarse en una tarea importante.

Necesitaba mantener todos los sentidos activos para llevar a cabo su cometido. Por tanto, lo más sano era evitar pisar una pista de baile.

Regresó la mirada a la barra y le dio un trago a su Martini. Se había escapado esa noche de los compromisos laborales para iniciar una relación que pudiera terminar en un romance, una que la ayudara a no sentirse tan sola, aunque la aventura no resultaba tan sencilla como la había imaginado.

—¿Necesitas compañía?

Se estremeció al escuchar una voz ronca junto a su oreja. Al darse vuelta quedó frente al hombre rubio que segundos antes coqueteaba con la mujer de nariz respingada, quien de pronto, había desaparecido.

—Yo… —titubeó. Por un momento pensó en echarlo de su lado. No obstante, enseguida entendió que aquella no era la actitud que debía asumir si buscaba una pareja—. Quedé con una amiga, pero al parecer, ella no vendrá —mintió. No se le ocurría una excusa más inteligente.

—Vaya, a mí también me dejaron colgado —confesó el sujeto con una mirada abrasadora y se sentó junto a ella en la barra sin ser invitado.

Valeria dio otro trago a su Martini antes de responderle.

—Bien, entonces, aquí estamos: dos personas abandonadas y necesitadas de atención.

¡Listo! Ya había lanzado el anzuelo y, al ver como la comisura de los labios del hombre casi le llegaba a las orejas y los ojos color esmeralda le brillaban como cristales, pudo deducir que su estrategia había sido efectiva.

Él no era lo que había esperado hallar. Parecía un sujeto vanidoso que no dejaba de demostrar que buscaba diversión, pero por algo debía comenzar. Necesitaba desinhibirse y arrancarse las inseguridades.

El rubio repasó el cuerpo delgado y curvilíneo de Valeria con satisfacción. La blusa semitrasparente que llevaba puesta permitía vislumbrar las formas redondeadas de su pecho, un banquete del que estaba seguro, en instantes disfrutaría.

Subió la mirada por su cuello esbelto y se detuvo en el rostro ovalado de la chica, adornado por unos ojos grandes y expresivos color chocolate, una nariz recta y unos labios pequeños y voluminosos que podían predecir una personalidad conservadora aunque a la vez, apasionada. Todo ello coronado por una cabellera abundante y cobriza.

—Asunto resuelto —concluyó él—. Creo que ambos tenemos mucho cariño para repartir.

Y con un ligero choque de copas brindaron por el comienzo de una noche que a cada segundo se hizo más intensa.

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